viernes, 4 de junio de 2021

OTRA REALIDAD

 

El suicidio de su marido corrió como la pólvora por todo el pueblo. A la gente le encantaba afilar, con un diabólico sacapuntas, la mina de los acontecimientos para causarle el mayor daño posible. Ya no podía leer más los comentarios y suposiciones sobre el por qué, la razón, que le había llevado a su marido a realizar aquel acto tan atroz. Por la calle, la gente del pueblo, la miraba de reojo cuchicheando a su paso. Los que creía eran amigos la culpaban de ello hasta el punto de hacerla sentir culpable. Le había sido infiel. Sí. Que esa infidelidad pudiera ser el detonante. No. Lo tenía muy claro. Porque ya hacía tiempo que su matrimonio no estaba bien. Ni siquiera compartían la misma cama y la idea del divorcio ya rondaba por sus cabezas hacía meses. Se sentó en una terraza. Desde allí podía ver el muelle. No pudo reprimir las lágrimas. Sacó un pequeño espejo del bolso. Contempló su rostro demacrado con grandes ojeras y ojos enrojecidos. Vio a una pareja, caminando en dirección al muelle, cogidos de la mano. El último lugar donde había estaba su marido. El lugar que escogió para tirarse al mar, mientras el sol se ocultaba en el horizonte. Si lo piensas bien, hasta podía decirse que había sido un momento romántico aquel encuentro con la muerte. Aquella noche, al igual que las últimas siete, no pudo dormir. Decidió leer un rato pero era incapaz de concentrarse. Se levantó y fue hasta la cocina. Se sirvió un vaso de leche. Mientras lo hacía, decidió que tenía que hacer algo para poder dormir, o se volvería loca. Se le ocurrió la idea de arreglar el armario de su habitación. Había ropa que ya no se ponía y ese momento era tan bueno como cualquier otro para hacerlo. Fue sacando la ropa y colocándola sobre la cama. En un momento dado, su mano derecha, tocó la parte trasera del armario, atravesándolo literalmente. La mano desapareció tras la madera. La quitó rápidamente. La contempló asustada, desconcertada. Estaba intacta, sin rasguño alguno en ella. Decidió volver a probar. Esta vez metió el brazo entero para luego sacarlo con rapidez. No pasó nada. Decidió ir más allá. Introdujo todo su cuerpo. Se encontró dentro de otro armario. Estaba oscuro. Sintió el contacto de las prendas de ropa, que había allí colgadas, en su piel. Abrió despacio una de las puertas. Donde fuera que estaba era de día. Podía ver una cama, con una colcha igual que la que tenía en la suya. Un traje negro descansaba sobre ella. Parecía que no había nadie. Decidió salir y averiguar dónde estaba. Lo que vio la dejó petrificada. Estaba en una habitación igual que la suya. En la cabecera estaba el cuadro que le había regalado una amiga. Las lámparas eran las mismas, el tocador, el armario, las fotos enmarcadas sobre las mesillas, el joyero que había pertenecido a su madre. Se acercó a él y lo abrió, estaba el collar de perlas que le había regalado su marido por su décimo aniversario de boda. Incluso el libro sobre cómo ser una buena acuicultora, que había comprado hacía unos meses, cuando empezó a interesarse por el tema. Escuchó pasos acercándose. Se metió en el armario de nuevo. Dejó entreabierta un poco la puerta para poder ver de quién se trataba. ¡Era su marido! ¡Estaba vivo! Quiso salir y abrazarlo. Pero se contuvo. Aquello no podía ser real. Dejó algo sobre la cama. Alguien lo llamó. Era la voz de un hombre. Volvió a salir. Sobre la cama había ahora un periódico. Leyó los titulares. “La pasada noche, una mujer se lanzó al agua desde el muelle. Esta mañana, los buzos, encontraron su cuerpo.” La noticia venía acompañada de una foto de la mujer. Era ella.

martes, 1 de junio de 2021

HADA

 

 

 

 

Aceleración del coche de carreras, lo producía al pulsar el botón del mando que tenía entre las manos. Pulsaba una y otra vez dicho botón, haciendo que el coche avanzara de forma descontrolada por la habitación. Le habían despertado unos ruidos en la planta baja de la casa. A dichos ruidos le siguieron gritos. Reconoció de inmediato quién profería dichos gritos. Eran de su madre y su hermana. No escuchaba a su padre. Le habían regalado aquel coche hacía poco más de una semana, cuando celebró su octavo cumpleaños. Desde aquel momento no se desprendió de él, lo llevaba a todas partes.  Se había escondido debajo de la cama. No pensando que el ruido del coche al acelerar, pudiera alertar a quien hubiera entrado en la casa. Entonces los gritos cesaron. Él dejó de pulsar el botón. El coche dejó de moverse. En medio del silencio, que reinaba en esos momentos en la habitación, pudo escuchar ruidos de pasos subiendo las escaleras. No tardarían en descubrirlo. No podía llorar, ni moverse. El miedo lo había paralizado por completo. Una pequeña luz empezó a pulular por la habitación. Apareció a su lado. Esa luz tenía forma de mujer. Le tendió la mano. No lo dudó y la tomó con fuerza. Sus pies dejaron de pisar el suelo. Estaba volando de la mano de un hada.

DESLIZAR

 

 

Deslizar aquellas ideas por mi mente, como pequeñas gotas de agua que se van escurriendo por el cristal de la ventana en un día de lluvia, me resultaba placentero y me atrevería a decir que estimulante. La sola idea de que estaban allí, dentro de mí, hacían crecer mi ego de manera exorbitante. Seguramente Dios se sentiría de aquella manera, era fascinante. Aquellas ideas, una vez depositadas en algún rincón de mi cerebro, empezaron a tomar forma. Se hacían cada vez más nítidas, más reales, a medida que se iban juntando y entrelazando entre ellas. Una mañana al despertarme supe que estaba listo. Me dediqué a planificar hasta el último detalle. No podía dejar ningún cabo suelto, ni fiarme del arma de doble filo, que es el azar. La parte que menos me gustaba era la de esperar, a veces durante horas. Quería entrar en acción, sentir el chute de adrenalina corriendo por mis venas, que me producía juguetear con mi presa, cuchillo en mano y luego arrancarle la vida con él. Al principio la torpeza, ralentizaba mi tarea. Pero, como en cualquier trabajo rutinario, con el tiempo, adquieres destreza y rapidez. Este es el cuerpo número cincuenta que tiro por esta cascada.

MUERTE EN VIDA

 


 

 

 

“Espartano, está libre. Tras cumplir una condena de veinte años, esta mañana ha salido en libertad.” Estaba en la cocina cuando escuchó la noticia por la radio. Su cuerpo se paralizó. Un escalofrío recorrió su espina dorsal y empezó a tener dificultades para respirar. Se sentó ante la mesa de la cocina y se agarró la cabeza con ambas manos. La habitación giraba a su alrededor. Las lágrimas se deslizaban por sus mejillas formando un pequeño charco sobre la mesa. Las manos aun le temblaban cuando llamó a la policía. La tranquilizaron diciéndole que le pondrían vigilancia delante de su casa, para que se sintiera segura y que no debía preocuparse porque ahora tenía una identidad nueva y vivía en otro país. Era muy difícil que la localizara. “Difícil, sí, pensó ella, pero no imposible”. Los siguientes días fueron una verdadera tortura para aquella mujer, siempre expectante a cualquier ruido que hubiera dentro o fuera de la casa. Hacía desplazamientos en coche, nunca iba andando. Un coche patrulla estuvo delante de su casa una semana, tras la cual, no volvió a aparecer. Pasaron seis meses desde que Espartano saliera de la cárcel. Poco a poco la rutina de aquella mujer entró a formar parte, de nuevo, de su vida. Una mañana, el cartero llamó a su puerta, le entregó un paquete. Ella lo llevó hasta la cocina y lo abrió. Salieron decenas de insectos de su interior. Un grito de terror salió de su garganta. Sólo una persona podría saber que era alérgica a la picadura de abeja.


VOLAR

 

 

 

 

 

Muelle, lugar de reunión para amigos, amantes. También lugar de encuentro con uno mismo. El mar, en toda su magnitud, a sus pies. Lugar de reflexión, de paz, de ensimismamiento. Lugar donde poder expiar tus pecados, llorar tus penas, añorar tiempos mejores y evocar sueños no cumplidos. Un bonito lugar para empezar algo nuevo. Dejar atrás penas, dolores, miedos, fobias. Lanzar al mar el ancla que te sujeta a la vida. Dejarte llevar. Volar. Soltar amarras. Buscar la felicidad que un día te fue vetada. Un lugar en el cual, si cierras los ojos, todo parece posible. Hasta ser feliz. Una mujer, sentada ante una mesa, contemplaba aquellas vistas impresionantes, tomando su última taza de café. Sus ojos ojerosos, rojos de tanto llorar y sufrir, cubiertos por unas gafas de sol, se deleitaba ante tal belleza. Pero aquello no era suficiente para reactivar su corazón, que yacía muerto hacía mucho tiempo. Muerto en vida. Maltratado una y otra vez. Tan roto, que cada vez era más difícil unir los miles de trozos que lo formaban y que tantas veces había tratado de pegar. Se levantó. Dejó unas monedas sobre la mesa. Se acercó a la barandilla, la subió, estiró los brazos como un pájaro dispuesto a alzar el vuelo y se dejó caer, mientras el sol se escondía tras el horizonte.

sábado, 29 de mayo de 2021

VENGANZA

 

Llevaba un tiempo en la cárcel, menos de la mitad de la condena que le habían impuesto. Cada día se le hacía más difícil seguir allí. Cada noche cuando apagaban las luces de la penitenciaria, tramaba una y otra vez el mismo plan, acabar con la vida de su esposa. La que lo había metido allí. En realidad, él solo se había metido en aquello, pero era más fácil culpar a otros de sus errores. El insomnio acudía día sí y día también a su celda. Se metía en su cabeza a hurtadillas, al caer la noche, para quedarse. Recreaba una y otra vez la manera en que le sesgaba la vida a aquella mujer, que tanto había amado. La madre de su hija, a la que tuvo que matar, con tan solo cinco años. Él no quería hacerlo, pero ella lo había incitado a ello al negarse a volver con él. Por aquel motivo estaba allí. Su vida no tenía sentido mientras ella estuviera vida. Era como un cáncer para él, tenía que acabar con ella. Ella era la culpable de todo. No dormía pensando en que estaba en brazos de otro hombre, riéndose de él, pensando que había ganado porque lo habían pillado y encerrado. Disfrutando de aquel amor sin acordarse si quiera de su hija, la que tuvo que sacrificar por su amor. Pero tenía un plan. Había leído mucho sobre aquello en la biblioteca que tenían en la cárcel, tiempo no le faltaba, y poco a poco su plan se fue formando de manera nítida y clara en su cabeza. Ahora sólo tenía que encontrar el momento de entrar en acción y sabía cuándo y dónde.

Empezó con pequeñas molestias, exagerando un poco los dolores. Idas y venidas a la enfermería. Seguía insistiendo a pesar de que le decían que no tenía nada. Les amenazaba con que un día sería tarde cuando descubrieran que realmente estaba muy enfermo. Llegó a estar más en la enfermería que en la celda. Le gustaba estar allí, estaba casi siempre solo, y lo trataban muy bien. La comida era mejor que la que le daban habitualmente. Casi siempre era lo mismo, decía que le daban taquicardias y ansiedad, que le dolía mucho el pecho. Simulaba un infarto, conocía todos los síntomas previos a ello. Era tal su hipocondrismo que al final le hicieron caso.

Ella estaba en la cocina preparando la comida, cuando escuchó hablar al locutor de la radio, sobre el ingreso en el hospital de un preso por posibles problemas cardíacos. Al escuchar el nombre, tuvo que sentarse para no caer. La aceleración del corazón se fue incrementado por momentos y un torrente de lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas, formando un pequeño charco de agua sobre la mesa. Se había creído a salvo. La pesadilla había comenzado de nuevo. Lo conocía bien y sabía que aquello era fingido. Se puso en contacto con la policía aun sabiendo de antemano la respuesta que le iban a dar. Pero tenía que hacerlo. También llamó a su abogado. Ninguna de las respuestas que les dieron la satisfizo demasiado. Sabía, como siempre había ocurrido, que estaba sola. El buscaría la manera de acercarse a ella, eludiendo cualquier seguridad. También sabía que tardaría en buscarla, se había cambiado de nombre y de país, pero sólo era cuestión de tiempo, que la encontrara. Ese tiempo jugaba a su favor, tenía que huir de nuevo. Lo que ella no sabía es que no estaba sola. Había un policía que velaba por ella. Un hombre que se había interesado por su caso, y que a pesar de haber encerrado al culpable no dejaba de hacer un seguimiento exhaustivo de él. Sabía que aquello era puro teatro, la única posibilidad, que veía para poder escapar. Se puso en contacto con ella y urdieron un plan. Una de las enfermeras que lo atendía en el hospital era policía. Él, por supuesto, no lo sabía. Cualquier visita que recibiera estaba grabada. Sólo tuvo una, un ex presidiario, que se hizo pasar por un familiar. Había sido su cómplice fuera de la cárcel, buscó a su mujer, y la encontró. Eran lo suficientemente listos para no hablar en voz alta del asunto. Pero las cámaras captaron cómo le entregaba algo bajo las sábanas, una nota. El hombre lo leyó, se lo volvió a dar y éste lo destruyó en el baño. Era la nueva dirección de la mujer.  Había que actuar con rapidez. Al caer la noche. El preso se escapó. El cómplice lo esperaba fuera con un coche en marcha. A pocos metros un coche los vigilaba. El preso llegó a la casa de la mujer. Se encaminó hacia la parte trasera. Intentó abrir una de las ventanas. Probó dos, sin éxito, pero la tercera cedió. Entró. Extrajo una linterna del bolsillo derecho del pantalón y fue iluminando el suelo a su paso. En el otro bolsillo llevaba una pistola, con el cargador lleno, dispuesto a vaciarlo sobre a aquella mujer que le había amargado la vida. Seguramente, también tendría que utilizar varias de esas balas, para matar al hombre que compartía cama con ella. Subió despacio las escaleras que llevaban a la planta de arriba. Había cuatro puertas, pero una de ellas le llamó la atención estaba entreabierta, su mujer nunca dormía con la puerta abierta, era, es, claustrofóbica. La empujó despacio, vislumbró su silueta en la cama. Su melena rubia descansaba sobre la almohada. Se acercó a la cama, despacio, sin prisa, queriendo saborear ese momento que tanto había anhelado. Sacó la pistola. En ese mismo instante, se encendieron las luces y un hombre a sus espaldas, se abalanzó sobre él, otros tres lo estaban apuntando con sus pistolas. Un cuarto, vestido de paisano, echó hacia atrás la ropa de la cama, allí no estaba su mujer, era un maniquí.

 

viernes, 28 de mayo de 2021

BIBLIOTECA

 


 

Los exámenes finales estaban a la vuelta de la esquina. Ana, comenzó a ir a la biblioteca todos los días. Era el único lugar donde encontraba el silencio y la paz que necesitaba para concentrarse. En casa era imposible, con los gemelos correteando todo el día de un lado para otro. Empezaban a salir, peligrosamente, chispas de su cabeza, de lo que la enfadaban, y antes de que aquello fuera a más, se iba. Su novio, Juan, la recogía a las 8 cuando salía de trabajar y la llevaba de vuelta a casa. Pero antes paraban a tomarse unos refrescos y charlar sobre el día que habían tenido. Quería mucho a Juan, llevaban juntos casi dos años. Hay que decir que los sentimientos del muchacho hacia ella, eran verdaderos, estaban locamente enamorado de ella. El primer día en la biblioteca fue un éxito total, había avanzado mucho en sus estudios y cuando regresó a casa se la veía muy feliz. El segundo día se fijó en un chico que se sentó, en la larga mesa donde estaba, enfrente de ella. Lo miró un par de veces de soslayo. Era guapo, muy guapo. Tenía el pelo rubio y unos ojos azules, intensos, que le recordaban el cielo, en un día despejado, sin nubes. Ella se percató que él también la observaba cuando creía que no era visto. El tercer día en la biblioteca, el chico estaba en el mismo lugar del día anterior. Esta vez se fijó mejor en él. Además de guapo, era alto y tenía unos hoyuelos en ambas mejillas que le daban un toque de niño travieso. Le llamó la atención que seguía leyendo el mismo libro de la otra tarde. No parecía un libro de texto, más bien una novela. Quería preguntarle el título, pero no se atrevió. Sus miradas se cruzaron, mientras ella se sentaba justo enfrente. En ese momento en aquella larga mesa, sólo estaban ellos dos. Notó una aceleración en los latidos de su corazón. Entonces pasó, ambos se pusieron a hablar en el mismo momento. Se rieron por lo cómico que había resultado. El muchacho se levantó y se sentó a su lado. Se presentaron, él se llamaba Marcos y de cerca todavía era más guapo. Leía Romeo y Julieta. Le encantaba aquel libro y podía recitarlo al completo, de la cantidad de veces que lo había leído. Estuvieron hablando poco tiempo, ya que la biblioteca empezó a llenarse de gente. El hombre que se sentó al lado de Ana llevaba un libro “Espartano” se titulaba. Una niña vestida de Hada, con varita y todo, pasó corriendo por el pasillo. Iba a una sala contigua donde empezaría en unos minutos el “cuentacuentos”.

Los siguientes días siguieron coincidiendo en la biblioteca. Ella pasaba todo el día esperando la hora para ir allí, para verlo. Un día no lo encontró en el lugar de siempre. Se puso nerviosa pensando que tal vez ya no volviera. Entonces escuchó el ruido que hacen una pila de libros al caerse al suelo en forma de cascada. Marcos, al intentar coger un libro a la niña disfrazada de hada, se le cayeron todos. Ella fue a ayudarlos. Sus dedos se rozaron un instante, sus miradas se encontraron y sus labios se acercaron, ansiosos de un beso… - ¡Lo encontré! -gritó la niña-hada- el de la abeja. Mostrándonos dicho libro. Lo hizo deslizar con maestría, hasta donde estaba la persona encargada de leerlo al grupo de niños, que esperaban, sentados en círculo, en el suelo. No fue muy oportuno la llegada de su novio a la biblioteca, Solía esperarla fuera. Pero varios comentarios que le venían haciendo casi a diario, sobre que Ana tenía un nuevo amigo y que se veían, todos los días, en la biblioteca, lo llevó a presentarse allí sin avisar. La vio muy feliz hablando con un tipo, muy bien parecido. Los celos se adueñaron de él. Si saludar siquiera, se dirigió a ella y le dijo que tenían que irse. La vergüenza por su conducta, la ruborizó por completo. No quería que Juan montara una escena allí, y menos delante de Marcos. Así que, sin mirarle a los ojos siquiera, se levantó cogió su chaqueta y salió de allí cabizbaja. Fuera le reprimió su comportamiento. Él le exigió que no volviera, ella le dijo que no podía impedirle volver allí. Se enfadaron y ella rehusó que la llevara a casa. Al día siguiente quiso volver a la biblioteca para pedirle a Marcos disculpas por el comportamiento de su novio. Pero no se atrevió. No reunió la fuerza necesaria hasta una semana después. Se llevó una gran sorpresa cuando descubrió que el chico no estaba. Lo que sí estaba era el libro que él siempre leía: Romeo y Julieta. Lo cogió y empezó a pasar las páginas. Estaban amarillentas y muy gastadas por el uso. Casi al final se topó con una fotografía. La miró. Era una foto de Marcos. A su alrededor había más gente. Vestían con ropas antiguas y estaban en un escenario. Le dio la vuelta a la foto y vio una fecha impresa en el reverso: 20 de abril 1821. Era la fecha de hoy, pero de hacía cien años. Se quedó desconcertada. Decidió preguntar a la bibliotecaria qué sabía de aquello. La mujer, de unos sesenta años, muy delgada y con el pelo completamente blanco, la miró por encima de las gafas, analizándola. Se dio cuenta de que la joven que tenía enfrente, no sabía la historia y pasó a contársela. Aquel joven había formado parte de un grupo teatral. Iban a poner en escena la obra de Romeo y Julieta. Con tal mala fortuna que una barra de hierro le cayó encima sesgándole la vida casi al instante, murió mientras lo trasladaban al hospital. Mientras le contaba aquello, con el corazón encogido de pena y las lágrimas resbalando por sus mejillas, no podía dejar de mirar una caja de bronce, antigua, cubierta de pátina.

 

EL RESURGIR

  El Olimpo había sido un lugar de copas muy conocido no solo en la ciudad sino en todo el país. Allí bellas jovencitas cantaban ligeritas d...