Tres amigas habían decidido ir a la Playa del Demonio. Cuando llegaron al pueblo donde estaba dicha playa un vecino les indicó el camino para llegar, no sin antes advertirles de que era peligroso ir a aquel lugar, porque, según él, el demonio acechaba en cada grano de arena.
Las muchachas que no creen en supersticiones de ese tipo ni de ningún otro, recorrieron con el coche una carretera de tierra que se iba estrechando a medida que llegaba a los acantilados.
Dejaron el coche, cogieron sus cosas e hicieron el resto del camino a pie siguiendo un sendero que bordeaba toda la costa. El hombre les había dicho que al final de ese camino estaba la playa.
Y así fue.
Era pequeña, del tamaño de una cala. La arena era blanca como la nieve y al pisarla daba la sensación de que andabas sobre algodón. El agua era cristalina y la temperatura agradable. Prometía ser un día maravilloso de playa.
Se tumbaron sobre sus toallas y decidieron tomar un rato el sol.
Una de ellas vio que se acercaban tres muchachos.
Los jóvenes las saludaron y se sentaron con ellas.
Pero no todo es lo que parece ser.
Bebieron, fumaron y rieron hasta que comenzó a oscurecer.
Las chicas estaban demasiado bebidas para coger el coche y regresar a casa. Los chicos eran en realidad unas bestias demoníacas que acabaron por violarlas.
Luego las arrastraron hacia una cueva y allí las dejaron toda la noche.
Por la mañana cuando se despertaron muertas de frío se dieron cuenta de que algo no iba bien. Sus vientres estaban muy abultados.
Los tres demonios volvieron a aparecer. Ellas gritaron presas del pánico.
Cada uno de ellos era portador de un cuchillo.
Las ataron de pies y manos y las amordazaron.
Luego les abrieron el vientre.
De dentro salieron unas masas amorfas. Tres de cada vientre.
Las madres murieron desangradas.
Ellos llevaron aquellos seres hasta el agua para su transformación.
Nuevas especies se originaron en el mar.
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