lunes, 30 de noviembre de 2020

CELIA

    

 

           Celia estaba en el huerto que tenía detrás de su casa. Se había levantado temprano esa mañana con la idea de plantar algunas hortalizas antes de que el sol estuviera alto y el calor apretara mucho.

 

           Tenía pensado ampliar un poco el terreno de cultivo. El año pasado sus verduras y hortalizas habían crecido mucho y la cosecha había sido más que buena, así que este año iba a atreverse con melones y sandías. Su vecina la había animado enseñándole el resultado de su cosecha del año pasado: tenía unas sandías preciosas y los melones eran de un tamaño considerable. Así que se puso manos a la obra y se dispuso a preparar la tierra donde plantaría sus nuevas hortalizas.

 

            Llevaba como unos diez minutos de trabajo cuando se topó con algo duro que produjo un sonido metálico en contacto con la azada. Repitió la operación en varios sitios cercanos al primero, con el mismo resultado, así que llegó a la conclusión de que allí había algo enterrado.

 

             Dejó la azada que estaba utilizando y fue hasta el cobertizo en busca de una pala.  Se puso a cavar y pronto descubrió lo que había allí. Parecía una puerta. Se arrodilló y con las manos empezó a quitar la tierra que la cubría. Claramente aquello era una puerta que había visto tiempos mejores. Alguna vez fue verde pero ahora se veía desgastada y con la pintura desconchada. Tenía una manilla.

 

            Tiró de ella sin mucho éxito al principio, pero un par de intentos más hizo que esta cediera y se levantara. La abrió de todo dejando que descansara en la tierra. Se asomó y vio unas escaleras de piedra en forma de caracol que desaparecían en la oscuridad.

 

            Se sacudió la tierra de las manos y se dirigió hacia la casa. Entró en la cocina y estuvo hurgando en los cajones hasta que dio con lo que buscaba: una linterna. Probó si funcionaba y efectivamente así era.

 

           Volvió al lugar donde había encontrado aquella extraña puerta en medio de su huerto. Encendió la linterna y se dispuso a bajar por aquellas escaleras. Cuando estaba en el tercer peldaño se paró y se puso a pensar que tal vez no fuera buena idea bajar sola, quizá debería esperar a que llegara Celso, su marido. No sabía lo que podría estar esperándote al final de las escaleras.

 

             Pero la curiosidad la estaba matando, así que no se lo pensó más y siguió bajando. No fue contando los peldaños, pero le parecieron muchos y seguían y seguían como si llegaran al mismísimo infierno, ya se estaba planteando subir porque empezaba a estar asustada y cansada cuando a la luz de la linterna pudo ver que las escaleras ya se habían terminado y que estaba ante una puerta de color rojo, de un rojo muy intenso y que parecía nueva, como si la acabaran de colocar allí.

            Le pareció escuchar algo a sus espaldas, se giró de golpe, pero no vio nada, iluminó con la linterna el lugar donde creyó que había escuchado el ruido y se quedó boquiabierta al comprobar que las escaleras habían desaparecido.

     Empezó a sudar, estaba muy nerviosa, no podía volver por las escaleras porque ya no estaban así que la única salida era por la puerta roja que tenía delante.

           Dirigió el haz de luz hacia allí y vio algo escrito en ella, se acercó y leyó:

PIENSA UN LUGAR A DONDE TE GUSTARIA IR Y ABRE LA PUERTA

          Celia no sabía qué pensar, ni qué hacer, aquello le parecía muy extraño, quería salir de allí y volver a casa, cerró los ojos y con mano temblorosa accionó la manilla y abrió la puerta, cuando los volvió a abrir estaba en su cocina, todavía llevaba la linterna en la mano.

 

          Estaba tan desorientada y tan desconcertada que tuvo que sentarse para no caerse. El corazón parecía querer salirse del pecho.

         Cuando se repuso un poco salió de la casa y se fue al huerto para cerciorarse de que todo aquello no había sido un sueño y que la puerta seguía allí. Y efectivamente la puerta seguía en su sitio, abierta como la había dejado ella, se asomó y vio que las escaleras volvían a estar allí donde tenían que estar.

         La cerró y volvió a casa. Ya no le apetecía trabajar en el huerto. Tenía que llamar a su marido y contárselo, aquello era muy extraño. Pero cuando llegó su marido a la hora de comer Celia cambió de idea. Él casi la ignoró, la saludó de manera mecánica, se lavó las manos y se sentó a la mesa para comer. Lo miró y por primera vez lo vio como era realmente. Se había acostumbrado en los últimos meses a la frialdad de Celso, a la ausencia de muestras de cariño, cuando le preguntaba al respeto él se escudaba en el trabajo, que si estaba estresado, que si estaba cansado. Siempre eran excusas. Ella quería creerle, porque era lo más fácil.

        Llevaban unos 10 años casados. No tenían hijos, ella había tenido un cáncer de ovarios y la habían tenido que operar, eso conlleva a que tener un hijo propio era imposible. A él pareció no importarle en un principio. Pero ella sabía, porque esas cosas se intuyen, que algo había cambiado en su matrimonio. Las personas cambian con el tiempo, una pareja evoluciona y nada es como al principio, pero aquello lo había cambiado todo en su relación.  Los últimos meses pasaba mucho tiempo fuera de casa y hacía muchos viajes de negocios. No hacía falta ser una lumbrera para ver las evidencias.

         Y entonces tuvo una idea. Ese fin de semana Celso, tenía una reunión de trabajo en la ciudad, trabajaba para el sector inmobiliario, era su propio jefe y tenía que cerrar una importante transacción que le aportaría muchos beneficios a su empresa. Así que Celia esperó a que su marido se fuera.

         Fue a la cocina a preparar una taza de café, puso las noticias mientras daba sorbos a la taza con la mirada ausente. Pasada casi una hora se levantó, cogió algo de uno de los cajones y lo metió en su bolso. Se puso una gabardina negra, abrió la puerta de la calle y salió. Fue hacia la parte de atrás de la casa donde estaba el huerto y la puerta que había encontrado. La abrió, vio las escaleras, encendió la linterna y bajó hacia la oscuridad.

       Cuando llegó a la puerta roja pensó donde quería estar, cerró los ojos y entonces tuvo la sensación de que algo se movía bajo sus pies. Los abrió y descubrió que estaba en la parte de atrás de un coche, estaba tumbada. Se quedó allí un rato sin moverse, sabía dónde estaba podía ver a su marido al volante y una mano femenina que le acariciaba la entrepierna. La dueña de aquella mano se llamaba Rita y era la secretaria.

       Ellos no la habían visto todavía, llevaban la música muy alta. Y estaban demasiado ocupados como para preocuparse quien había aparecido en el asiento de atrás. Ella siguió allí tumbada. Esperando que el valor que necesitaba le llegara en algún momento. A unos cinco kilómetros se desviaron por una carretera secundaria, Celia pensó que si no lo hacía ahora ya no podría hacerlo nunca.

      Así que sacó una pistola de su bolso, la había comprado hacía unos meses cuando en uno de los viajes “de negocios” de su marido, estando sola en casa habían intentado forzar la puerta de la calle, la cosa no llegó a más porque un vecino que en ese momento estaba sacando la basura llamó a la policía al ver lo que estaba intentando hacer aquel individuo, sacándole así las ganas de entrar en casas ajenas, pues bien Celia la había escondido en uno de los cajones de la cocina, su marido no sabía lo del arma, no sabía muy bien porque nunca se lo había dicho, y apuntó a Rita en la cabeza, su marido la miró con los ojos abiertos como platos como si hubiese visto un fantasma,  Rita no reaccionó porque antes de que pudiera hacerlo una bala le atravesó la cabeza. Celso presa del pánico dio varios giros al volante antes de parar el coche aterrorizado mientras no paraba de gritar a su mujer, maldiciendo e insultando, Celia estaba disfrutando del momento, lo saboreaba porque sabía que la vida de su marido estaba en sus manos, cuando el coche se hubo parado y con una sonrisa en los labios no dudó en apretar el gatillo. La muerte de Celso fue instantánea.

      Se apeó del coche, abrió la puerta del copiloto, sacó el cuerpo de la secretaria y lo dejó en la cuneta. A continuación, hizo lo mismo con el cuerpo de su marido. Luego lanzó la pistola lo más lejos que pudo.

 

      Fue al maletero, sacó un par de mantas que siempre llevaban por si tenían que hacer noche en el coche, aunque ya hacía muchos años que no las utilizaban y las puso sobre los asientos, cubriendo así la sangre que se había esparcido por ellos.

      Cogió su bolso de la parte de atrás, sacó unas toallitas húmedas, se limpió de sangre las manos y la cara, puso la radio, sintonizó un canal de música, subió el volumen considerablemente y se fue a casa.

      Cuando llegó allí, dejó el coche en el garaje, se quitó la gabardina manchada de sangre, subió a su habitación, se duchó, se maquilló y se puso su mejor vestido, hizo una maleta con lo imprescindible, y se dirigió a la puerta que la estaba esperando y que le ofrecía un futuro esperanzador. Pensó dónde quería ir, la abrió, esta vez no cerró los ojos, y desapareció.

 

 


     

sábado, 28 de noviembre de 2020

ALONSO

       



  

 

 

          Cuando Alonso se despertó esa mañana lluviosa de abril, incluso antes de mirar la hora, supo que llegaba tarde a la oficina. El despertador marcaba las nueve de la mañana. No había sonado porque nunca lo ponía, prefería poner la alarma del móvil. Se incorporó un poco, cogió el teléfono de la mesilla y vio que se había quedado sin batería, misterio resuelto.

         Intentó levantarse de la cama. Le dolía todo el cuerpo. Se quedó un rato más tumbado mirando el techo. Era la primera vez que se quedaba dormido, y sería también la primera vez que llegaba tarde a trabajar. Siguió tumbado, esperando que la pesadez de su cuerpo se fuera pasando. Cerró los ojos. Recordó que la tarde anterior se había encontrado bastante mal, le dolía mucho la cabeza y le costaba respirar. Se había tomado un par de aspirinas y se había metido en la cama temprano.

        Pensó en llamar a la oficina diciendo que no iba a ir, pero desechó la idea: estaba hasta arriba de papeleo. Se tomaría un café de camino al trabajo y se encontraría como nuevo. Ahora tenía que concentrarse en reunir las fuerzas suficientes para salir de la cama. Se levantó, se vistió y salió a la calle. Decidió llamar un taxi. Divisó a uno que se acercaba y le hizo una señal, pero no paró, como si no lo viera. “¡Que es mala suerte!”, pensó. Miró calle arriba por si pasaba otro y nada. Tendría que ir caminando.

        Media hora después, estaba en la oficina. Al abrir la puerta, algunos compañeros se giraron para mirarlo para luego volver a sus quehaceres. Mejor así, Alonso no se encontraba con ánimos de hablar con nadie y mucho menos explicar que se había quedado dormido.

     La pesadez había pasado del cuerpo a centrarse en las piernas. Andaba arrastrando los pies, tenía la sensación de que movía dos pesados bloques de cemento.

      Se encaminó hacia su despacho, al fondo de la oficina. Entró, cerró la puerta tras de sí y se preparó un café bien cargado, sin azúcar y dos aspirinas. Se sentó a la mesa, abrió su portátil y se puso a revisar su correo. Los analgésicos y la cafeína empezaban a hacerle efecto, se encontraba un poco más despejado. Pronto incluso la pesadez en las piernas habría desaparecido, pensó sin mucha convicción.

        El tiempo pasó deprisa, por lo menos para él. Cuando levantó la cabeza vio por el cristal, de su despacho, que la oficina estaba casi vacía. La gente se había ido a comer. Pensó en salir, pero la verdad era que no tenía mucho apetito. Siguió trabajando.

        Una idea se le cruzó por la cabeza, el teléfono no había sonado en toda la mañana. Lo descolgó y vio que tenía línea. Tampoco nadie había ido hasta su despacho a preguntar algo o simplemente a saludarlo. Se sentía como si fuera invisible aquella mañana.

       Se levantó, salió de su despacho y fue hasta el baño. Se refrescó la cara con agua, se miró en el espejo, su reflejo le mostró un rostro ojeroso y envejecido, con el pelo blanco por el paso del tiempo.

       Se había quedado viudo hacía más de diez años. Echaba mucho de menos a Karina, su mujer. No habían tenido hijos, y desde entonces vivía solo en un pequeño apartamento en el centro que había alquilado tras la muerte de su esposa.

      La salud de Alonso no era todo lo buena que cabía desear. En su última revisión, de esto hacía ya un año, le habían dicho que su corazón era débil y que tenía que cuidarse más si quería llegar a la jubilación.

      Pero lo que vio en el espejo no le gustó nada. Estaba pálido, como si de un momento a otro se fuera a desmayar. Tenía la piel seca, sin brillo, y las ojeras eran más pronunciadas que nunca. Se empezó a poner nervioso, se secó las manos, y salió del baño.

     Decidió irse a casa. Tal vez no debería haber ido a trabajar. Las aspirinas le habían hecho bien, pero se notaba raro, sin fuerzas. Estaba nervioso, intranquilo. Seguro que era sugestión, tenía que calmarse. Se había agobiado al verse en el espejo, había visto el reflejo de una persona muy enferma.

      Se fue a su despacho, se sentó, se preparó otra taza de café y mientras se lo tomaba se puso a mirar por la ventana. Tenía vistas a la calle, en esos momentos llena de actividad, de gente y coches que iban y venían de sus quehaceres diarios.

      Se dio cuenta de lo estresante que era la ciudad. Llena de personas y de ruidos. Cada cual, a sus cosas, como si el resto del mundo no existiera o fuera invisible. Cuando se jubilara, pensó en irse a vivir a un sitio tranquilo, sin agobios, sin prisas. Iría al campo. Cerca de un río o un lago para ir a pescar. ¿Cuánto hacía que no pescaba? Muchos, muchos años. Tantos como los que hacía que se había quedado solo. Solía ir a pescar con Karina. A ella le encantaba y él disfrutaba viéndola feliz. Esta idea lo hizo animarse y olvidarse por un momento de aquel reflejo que vio en el espejo del baño hacía un rato. Si pudiera verse ahora, vería que sus mejillas habían adquirido un toque de color resultado de la emoción. Sí, lo haría. Alquilaría una casita en el campo.

       Decidió terminar pronto para irse a casa. Se enfrascó de tal manera que un golpe de nudillo en la puerta lo sobresaltó. El servicio de limpieza. Pero ¿tan tarde se había hecho? Recogió sus cosas y se fue pidiéndoles disculpas. Ya no quedaba nadie en la oficina. Ya no le dolía la cabeza. Se encontraba bien. Era una agradable noche de abril, lloviznaba un poco. Decidió que le vendría bien hacer el camino de regreso a cama caminando, disfrutando de la noche. Iba ensimismado en sus pensamientos cuando escuchó una voz que lo llamaba por su nombre. Reconoció en ella la voz de su amada esposa. Se paró y se giró sobresaltado. Pensó que estaba soñando, no podía ser ella, pero, al mismo tiempo, deseaba fervientemente, que aquella voz fuera la de su amada esposa. Y allí estaba, su querida Karina, sonriéndole, tan guapa como la recordaba, alta, delgada, con su melena rubia recogida en un moño, con un abrigo negro y un bolso rojo de asas en su mano derecha. El bolso que él le había regalado por su último cumpleaños. Estaba radiante, más guapa que nunca. Su primer impulso fue correr a su encuentro y abrazarla, estrecharla entre sus brazos y besarla una y mil veces. ¡Cuánto la echaba de menos!

       Pero no podía ser su amada, ella había muerto. Tenía que ser una ilusión, un fantasma tal vez.

            -Ven mi amor, paseemos juntos, hace una noche preciosa. –le dijo su difunta esposa mientras le tendía una mano.

      Alonso no sabía qué hacer. Si eso era un sueño no quería despertar jamás. No supo a ciencia cierta qué le llevó a coger la mano de su mujer, pero así lo hizo. No la abrazó, no la besó, simplemente se acercó a ella y se la agarró, con suavidad. Estaba muy nervioso y tenía la mano húmeda, pero a ella no pareció importarle. Y juntos siguieron caminando, en silencio. Un cúmulo de emociones recorrieron su cuerpo, pero una de esas emociones era la que más sentía en ese momento: paz.

      El paseo les llevó hasta el edificio donde vivía ahora. Allí había una ambulancia y un coche de policía. Algo había pasado. En ese momento él quiso soltar la mano de su esposa y preguntar qué había sucedido. Ella lo retuvo y le dijo: “espera, no pasa nada”.

       Él la miró a los ojos. “Qué guapa es”, pensó, y fue cuando sintió que todo su amor hacia ella, que nunca había desaparecido, afloraba como un manantial de emociones a flor de piel.

           -Mira- le dijo ella, mientras con la mano señalaba hacia el portal donde vivía él.

     Los sanitarios estaban sacando una camilla. En ella había un cuerpo tapado con una sábana.

     Alguien había muerto en su edificio. Un brazo asomaba por debajo de ella, reconoció ese pijama, y la alianza en la mano. Y entonces todo cobró sentido. Supo en ese instante que ese cuerpo tapado con la sábana era el suyo. Supo a ciencia cierta que había muerto.

      Entonces Karina lo rodeó con sus brazos, lo besó apasionadamente y le dijo: “Ahora estaremos juntos para siempre, mi amor.”

 

 

 

 

 



               



IDEAS CONSPIRATIVAS

 




                                   Entró en casa, reinaba una paz y tranquilidad poco habitual, Ana y las niñas habían salido al parque. Colgó su chaqueta en el perchero y fue hasta la cocina. Necesitaba beber algo, tenia la boca seca. Se sirvió un vaso de agua de la nevera. Estuvo un rato mirando por la ventana pero sin llegar a ver nada. Sabia que se estaba metiendo en un terreno pantanoso pero él era un hombre de principios. 

                        Dejó el vaso en el fregadero y se fue a su despacho.

                        El sol de la tarde todavía alto entraba a raudales por la ventana. Se sentó ante su escritorio y abrió su portátil.

                         Llevaba días, tal vez semanas, hasta tal punto que llegó a obsesionarse con el tema.

                         Cuanta más información recababa mas seguro estaba.

Las ideas conspirativas se hacían mas latentes en él. Mentían. Lo sabia.

                          Barajaba datos distintos a los oficiales. Tenia que destapar la verdad, aunque aquello significara su fin.

                          Se puso a teclear en su ordenador. Estaba decidido.

Ya no había marcha atrás.




sábado, 21 de noviembre de 2020

LOS HERMANOS DE LA DESTRUCCIÓN

  




                                Estaban acorralados. La cueva en la que se habían metido no tenia más salidas. Fuera la gente del pueblo portando antorchas los estaban esperando, podían contar más de un centenar de antorchas. Aquello no pintaba nada bien para ellos.

                     El más alto de los tres sacó un libro de su alforja, estaba encuadernado con piel de cabra, parecía muy antiguo. Pasó varias hojas hasta llegar a la que estaba buscando. Leyó en voz alta en un idioma que no conocían. Cuando terminó su lectura, no tuvieron que esperar mucho tiempo, la tierra empezó a temblar. 

                      Despertaron los hermanos de la destrucción, estaban delante de la cueva, eran dos, grandes como gigantes. Estaban envueltos en unas grandes capas negras con unas capuchas que les cubría la cabeza. Sus manos eran garras, de sus ojos empezaron a salir serpientes que reptaban silbando hacia la gente que estaba allí fuera. En un abrir y cerrar de ojos, las antorchas fueron desapareciendo dejando tras de sí la oscuridad más profunda. No había luna ni estrellas. Los tres se fueron acercando a la entrada de la cueva mientras la gente del pueblo huía. Estaban salvados.

EL VECINO DE ENFRENTE

  



                                -¿Dónde están los prismáticos?-  se preguntaba aquel hombre en voz alta, sentado en una silla colocada enfrente de la ventana, mientras con la mano los buscaba por el suelo.

                       Llevaba días vigilando el edificio que tenia enfrente, concretamente uno de sus pisos. La vigía había sido larga y se había quedado dormido.

                       - ¡¡Aquí están!!- dijo con alivio, cuando su mano se topó con ellos. Los cogió y enfocó hacia el lugar que estaba vigilando.

                         Era el tipo que buscaba. Sabia que tarde o temprano daría con él. Se puso tenso y se levantó de la silla para acercarse más a la ventana y así tener una mejor visión.

                          El hombre llevaba algo en la mano que no pudo distinguir desde donde estaba, tendría que moverse un poco y salir de las sombras en las que estaba. Parecía que le había escuchado, se novio unos centímetros, los suficientes para distinguir un cuchillo en su mano derecha.

                           Pero no estaba solo, había alguien más allí. Si, había una persona que le daba la espalda. El hombre que vigilaba se movió un poco para poder tener mejor perspectiva de lo que estaba viendo. Era una mujer, no le cabía la menor duda. El hombre que portaba el cuchillo se movió un poco en dirección a ella. La mujer no se había dado cuenta de la presencia de ese tipo, o eso le pareció al vigilante. 

                         Algo, tal vez un ruido, hizo que ella girara la cabeza y entonces.... lo vio. Pero el tipo del cuchillo reaccionó de inmediato, alzó la mano y la descargó en el pecho de la mujer. Ella se cayó al suelo, antes de caer desplomada el vigilante puso ver su cara durante un instante, en ella se dibujaba el desconcierto y el miedo a partes iguales. El hombre del cuchillo siguió apuñalándola una y otra vez.


jueves, 19 de noviembre de 2020

COLOMBIA

 


                             Colombia, así se llamaba porque así lo quiso su madre. Tuvo una infancia feliz, llena de buenos momentos y mucho amor. Nada hacía presagiar lo que estaba a punto de sucederle, su destino estaba forjado. 

                           Una noche la despertó un ruido, faltaba una semana para su duodécimo cumpleaños. En la penumbra de su habitación pudo ver como la silla de su escritorio se movía hasta los pies de su cama. Intentó encender la luz, pero por más que accionaba el interruptor la oscuridad no se iba.

                           Asustada decidió taparse con la manta que cubría su cama como si de un escudo protector se tratara, pero antes de hacerlo vislumbró una figura ataviada con una capa negra y una capucha que le tapaba la cara, no pudiendo ver de quien se trataba. Quizá fuera mejor así. Quiso gritar pero su garganta no emitió ningún sonido. Estaba aterrada.

                          El amanecer la encontró sentada en un rincón balanceándose mientras murmuraba "no es real" "no es real".

                           Aquella noche dio paso a otra y luego otra donde la misma figura la visitaba, siempre puntual a la cita, siempre en silencio, provocándole cada vez más y más miedo si cabe, haciéndole llegar hasta el abismo de la locura.

                           Pero la séptima noche del séptimo día Colombia estaba exhausta de noches sin dormir, su piel había adquirido un color blanquecino, no comía, apenas hablaba, sus ojos sin brillo estaban inmóviles perdidos en un punto fijo, mirando sin mirar, aquella figura se levantó de la silla se abalanzó sobre ella cubriéndola con su capa. Colombia se sumergió en la oscuridad mas profunda.

                           Pidieron favores al clero y la llevaron a la catedral.

                           Cuando cruzaron el umbral su garganta emitió un grito inhumano, un aullido del mas allá. Su cuerpo se elevó del suelo quedando suspendido en el aire, de su boca salieron los demonios que hasta ese momento habitaban en el inframundo. Se había abierto la puerta al infierno. El mal estaba allí. Una nueva era estaba comenzando.


sábado, 14 de noviembre de 2020

INSPECTOR GUTIERREZ

                            




                                Hola mundo  ¿Qué tal lleváis el sábado?

                       Aquí estoy de nuevo.

                       Erase una vez un pueblo llamado Talos, donde no todo es como parece o como se la ve. Aunque son unos pocos que saben que algo ha pasado allí, algo muy gordo. Uno de ellos es el inspector Gutiérrez, diréis, claro al ser de la policía tiene conocimiento de todo lo acaecido allí.  Pues nada de eso. Sólo sabe una parte de lo que pasó en aquel pueblo, el resto lo sabrá, si, pero eso es otra historia.

                        La primera vez que tuvo que ir allí no fue por una visita de cortesía ni mucho menos, sino todo lo contrario. Su sobrino Alberto había desaparecido. Lo habían destinado allí, como una especie de "castigo" por su modo de actuar en su último destino. 

Demasiados excesos que llegaron a los oídos de los de "arriba", los "mandamases" quienes tomaron una determinación, un tratamiento y un destino nuevo, claro está ese destino era a aquel encantador pueblo de nombre TALOS.

                        Todo iba mas o menos bien, pero trabajando en un caso se vio envuelto, casi sin darse cuenta, en las redes de un asesino en serie, perdón, en este caso hay que cambiar el  género, una asesina en serie.

                        Así que su tío el inspector fue hasta allí para intentar averiguar qué le había pasado a su sobrino.

                         Bueno la cosa tiene mas tela, basta deciros que el inspector también se vio envuelto en las redes de aquella asesina.

Y eso, para bien o para mal, júzguenlo ustedes, le marcó.

                         Ese es el primer número de la serie del inspector Gutiérrez, titulado ESTALLIDO.

                          Hay un segundo número, del que hablaré otro día.


                          Tal vez retome los nombres de perros famosos, ya hablé de perros en los dibujos de animación, pasare a perros de película.

                           Bueno mundo, feliz fin de semana. Nos vemos. Chao.




                         




                       

EL HIJO

  —¿Estás verdaderamente seguro de lo que has averiguado? —Sí, señor presidente. He estado más de un año haciendo averiguaciones y todo lo q...