sábado, 27 de febrero de 2021

LOBO NEGRO

 

 

 

Creía, que lo que había sentido por aquella muchacha había sido amor a primera vista. No le cabía la menor duda. Desde el primer momento que la vio, en aquel parque, con aquel vestido rojo, no cejó en el empeño de enamorarla y después de varias semanas, lo había conseguido. Ahora después de varios años casados seguía enamorado. Y sabía a ciencia cierta que ella sentía lo mismo por él.

Habla la leyenda, que un anciano chamán, le cuenta una historia a su nieto: “en el interior de cada persona, se desata cada día, una batalla terrible entre dos lobos. Uno blanco y uno negro. Que simbolizan al bien y al mal”. El niño pensativo, le pregunta quién gana de los dos, a lo que el abuelo le responde: “ganará el que tú elijas alimentar”.

El hombre llevaba años alimentando más al lobo negro que al blanco, y el primero ya superaba en fuerza al segundo. El resentimiento, la mentira y la maldad, daban pasos agigantados cada día.

Se quedó sin trabajo, su jefe le despidió después de que el hombre le propinara un puñetazo, rompiéndole la nariz, por no cambiarle el turno de trabajo. Pasó un par de días en el calabozo. De camino a casa vio un cartel en la cristalera de un bar, “se alquila”, decía. Sin pensárselo dos veces, marcó el número y después de un rato largo hablando con el dueño del establecimiento quedaron en verse al día siguiente.

Llegaron a un acuerdo y se sumergió de lleno en el mundo de la hostelería. Una de las cosas que más le gustó del bar, fue el nombre que tenía y que no pensaba cambiar: “Caperucita Roja”. Desde el momento en que tomó las riendas, el negocio le fue bien. La suerte estaba de su lado.

Pero llegó el día, en que todo se torció, fue en el momento que aquella mujer entró en su local. Se hizo un silencio total a su paso, como si hubiera entrado un ángel. Tanto los hombres como las mujeres, que allí estaban, no podían apartar la mirada de ella. Alta, rubia, con un cuerpo de vértigo y una sonrisa que hacía que el corazón le latiera desbocado en el pecho. Él por supuesto sucumbió a sus encantos, cayendo rendido a sus pies. Comenzaron casi de inmediato una relación. Pero poco a poco, aquella mujer, se fue transformando, pasando de ser una venus del olimpo a la maléfica de los cuentos. Se vio envuelto en una relación turbia, dañina para el alma y el corazón, cargada de reproches y de celos. Entonces su lobo negro, que ya tenía la fuerza de mil demonios, entró en juego.

El hombre le dijo que quería terminar aquella relación. Ella le amenazó con contárselo a su mujer. Él con matarla si lo hacía. Un tira y afloja. Ahí quedó la cosa. Pensaba que no sería capaz de hacerlo. Pero sí lo hizo. Su mujer se enfadó con él y se fue a casa de su hermana “unos días”. Aquello fue un sábado.

Su ira iba en aumento por momentos. Pero ante todo tenía que controlarla y mantener la calma. Tenía un plan. Llamó a su amante y la citó en el local a medianoche. Cuando hubo entrado la mujer, le asestó un golpe en la cabeza dejándola inconsciente, a continuación, le asestó varias puñaladas en el pecho, causándole la muerte. Luego con una sierra la fue despedazando, le llevó gran parte de la noche, pero mereció la pena. Metió los trozos de carne en una bolsa de deporte negra, hizo un agujero en la pared y la emparedó. Ya había amanecido, cuando terminó de rellenar el hueco en la pared. Luego se fue a casa, se duchó se puso su mejor traje, y fue a casa de su cuñada a buscar a su mujer. Tenía que volver con él. Pero cuando llegó a la casa, su cuñada se negaba a abrirle. Así que se abalanzó sobre la puerta, hasta romperla. Entró, su cuñada le recriminó lo que había hecho, vociferando e insultándolo. La rabia y la ira lo cegaron, la cogió por el cuello apretándoselo hasta que la mató, luego fue a por su mujer. El lobo negro seguía hambriento.

 

 

 

viernes, 26 de febrero de 2021

LA LLAMADA

 


 

Siempre respeté e idolatré a mi padre desde bien pequeña. Para mí siempre fue un ejemplo a seguir, a pesar de que no era perfecto. No me gustaba el bigote que se había dejado, le hacía parecer mayor, él me decía que le quedaba bien, que le hacía más profesional. Trabaja en el área de psiquiatría de un hospital muy grande y muy conocido. Mi madre se hacía cargo de las gemelas y de mí, a tiempo completo. Las gemelas, de quince años, eran unos verdaderos demonios. Yo con 17 años, una adolescente como ellas, pasaba el día enfadada y encerrada en mi cuarto. Ellas se lo pasaban peleándose y quejándose, yo ya había pasado esa etapa, lo mío ahora era el encierro total del mundo que me rodeaba, excepto de mis amigos y de mi música.

El ritmo de trabajo que llevaba mi padre, le provocó un infarto. Aquello lo asustó y tomó una decisión, creo una de las más acertadas en su vida, tomarse unas vacaciones. El ambiente en casa era de una verdadera fiesta, pasaríamos unas semanas en una cabaña en el bosque que estaba al lado de un lago. Mi madre estaba muy entusiasmada, las gemelas no tanto, eran más de ciudad que de campo, pero tendrían que superarlo. Yo, pues a mi manera, manifestaba cierto regocijo, pero sin pasarme. Ya teníamos las maletas en el coche, una vieja ranchera de color verde. Sonó el teléfono fijo en casa. Mi madre le suplicó con la mirada a mi padre que no lo cogiera. Pero él se excusó y fue a contestar. Yo salí tras él, quería saber quién llamaba. Al alejarme me fijé en una pegatina que habían puesto las gemelas en la parte delantera del coche, era de una liebre. Puse los ojos en blanco arrancándoles así una carcajada. Mi padre estaba al teléfono, hablaban mucho al otro lado de la línea, pero él no mediaba palabra. Pensé en broma que no tendríamos ese año aguinaldo. Después de un rato, colgó. Su semblante cambió, pasó de la alegría del viaje a uno de preocupación y casi me atrevería a decir que de miedo y angustia. Sobre la mesita donde estaba el teléfono había varios bolígrafos, junto a un block de notas, tomó uno y anotó algo, con trazo firme y enérgico. No se había dado cuenta de que lo estaba mirando, hasta que alzó la mirada y me vio. Se acercó a mí y me pidió que le ayudara a decirle a mamá y a las gemelas que el viaje se cancelaba. Le pregunté el porqué de aquello y me respondió que tenía que ir al hospital, era un asunto de vida o muerte. Mi madre se enfadó con él, las gemelas empezaron a pelearse entre ellas, en unos minutos el caos había puesto nuestras vidas, patas arriba.

Mi madre entró en casa y se sirvió una copa de vino, mientras nosotras descargábamos las maletas del coche. Al terminar, mi padre se metió en el coche y aceleró como si se diera a la fuga, tuve la sensación de que no lo volveríamos a ver. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Más tarde me enteraría por la policía lo que había pasado. El por qué mi padre salió a toda prisa y qué había escrito en aquella nota.

Uno de sus pacientes, acababa de matar a dos enfermeras. Cuchillo en mano amenazaba de muerte a todo aquel que se le acercaba. Se trataba de un chaval de unos 20 años, alto y muy delgado, apenas pesaba cuarenta kilos, había ingresado allí con delirios paranoides, escuchaba voces que le hablaban y le inducían a autolesionarse, le decían que era para purificar su alma y así no caer en manos del oscuro.

Un par de vigilantes de seguridad, altos y fornidos, intentaron sujetarlo, el joven los levantó del suelo como si fueran plumas, y no hombres de casi cien kilos y los lanzó por la ventana al vacío, los vigilantes salieron despedidos, como si se deslizaran por un resbalín. Después de aquello, el chaval pidió a gritos que le trajeran una pizza de jamón y queso porque tenía mucha hambre. Aquello parecía surrealista. Mi padre acababa de llegar y le habían puesto al tanto de todo lo que había pasado. La idea era acercarse a él, como su terapeuta el joven lo conocía bien y creía que no iba a tener problemas en hacerlo entrar en razón. Llevaba preparada una jeringuilla con un fuerte sedante listo para clavársela, si las cosas se torcían. Cuando entró en la sala y vio a mi padre, aquel chico se puso a llorar, pidiendo perdón por lo que había hecho, diciendo que él no quería que pasara, pero si no lo hacía aquel ser oscuro lo llevaría con él al infierno. Mi padre intentó calmarlo, mientras se iba acercando a él poco a poco. Para ganar su confianza empezó a hablarle de cuando había sido guitarrista en aquel grupo que había formado en el instituto con unos colegas. El joven sonrió ante ese recuerdo. Y pareció relajarse. Mi padre siguió acercándose a él, algo más confiado. Cuando estaba a escasos metros se fijó en su cara, estaba transformada, algo no iba bien. Sus ojos estaban hundidos, sin iris, negros, como si no tuviera alma. Lo agarró en el momento justo en que su cuerpo empezó a tambalearse, impidiendo así que se cayera en el suelo. El muchacho se sujetó al cuello de mi padre, sus bocas quedaron a escasos centímetros, la una de la otra. Un aliento negro salió de su interior para luego introducirse en la boca de mi padre. El joven salió del trance en el que estaba y al ver lo que había pasado, no lo dudó un instante y le clavó un cuchillo en el abdomen, para luego rajarse el cuello mientras gritaba “búscate otro cuerpo”. La policía encontró en el bolsillo del pantalón de mi padre aquella nota, decía: Posesión.

 


domingo, 21 de febrero de 2021

¡HUYE! (continuación)

 


El sonido de un claxon hizo que volviera a la realidad, había llegado a la carretera. Un coche pasó rozándome, un centímetro más y me hubiera llevado por delante. No se detuvo. Estaba cansada, pero viva y a salvo. O eso creía. Pero entonces escuché unos pasos, alguien se acercaba a mí, por el olor, supe que era él. Comencé a gritar presa del pánico. Se había dado cuenta de que no estaba en la cabaña y me había seguido hasta allí. Intenté escapar, me agarró por la espalda impidiéndome huir. Me tapó la boca para que no gritara, mientras me susurraba al oído que si lo hacía me mataría. Sabía que no estaba mintiendo, estaba segura de que lo haría, era tal la desesperación que había en su voz que estaba mas que segura que lo haría sin contemplaciones. Me arrastró con él hacia el bosque. Forcejeé, pero cuanto más lo hacía, más me apretaba los brazos. El dolor era insoportable por momentos. Escuché una voz, se identificó como la policía.  Lo habían llamado nuestros amigos al ver las llamas que salían de la cabaña. Le dio el alto a mi marido, pidiéndole que me dejara ir, el sonido que hizo al soltar el seguro de la pistola, llegó con nitidez hasta mis oídos, estaba listo para disparar en el momento oportuno, y supe por el tono de su voz que lo haría sin miramientos. Nos detuvimos, él le gritó que se fuera o me mataría, me estaba utilizando de escudo. A pesar de la tensión que había en el ambiente, mi sentido del oído me decía que no estábamos solos, había más gente a nuestro alrededor. Podía escuchar pasos y diversos olores, unos eran conocidos y otros no. Supuse que aquel policía no estaría solo, por lo menos habría otro más, su compañero, seguramente estaría ocultándose en algún lugar, esperando tener una oportunidad para dispararle sin que yo saliera herida.  El policía que llevaba la pistola le exigía encarecidamente que me soltara. Mi marido a su vez, le gritaba para que se largara y nos dejara en paz, que aquello no era más que una discusión de pareja que la arreglaríamos sin la intervención de la policía. Ante aquella situación, en la que estaba inmersa, en medio de ambos, estaba a punto de desmayarme, en parte por el pánico que invadía mi cuerpo y en parte por la fuerte tensión del momento. En mi cabeza recreaba una y mil maneras de zafarme de él, pero me faltaban las fuerzas y el miedo me tenía inmovilizada, me sentía mal por eso, me sentía mal por ser tan cobarde. Lo único que no paraba de hacer y la verdad, se me estaba dando muy bien, era la de llorar. Una brisa se empezó a formar a nuestro alrededor, al principio se manifestó ligeramente, pero poco a poco fue cobrando más fuerza, hasta el punto, en que los arboles empezaron a moverse y las hojas se elevaban del suelo como si fueran atraídas por un gran imán situado en el cielo. Escucho aquellos pasos más cerca, eran varias personas, se acercaban sigilosamente, agazapadas, detrás de nosotros. La idea de que fueran nuestros amigos llegó mi corazón de esperanza. Aquella brisa se volvió más fuerte con la intensidad de casi un huracán, nos levantó un palmo del suelo, nos caímos, en la caída, me soltó, y pensé que era ahora o nunca. Me levanté con gran esfuerzo y me encaminé hacia donde creía haber oído la voz de aquel policía. El caminar se hacía complicado por momentos, el viento me daba de cara y no podía avanzar lo rápido que quería. A mis espaldas la voz de mi marido, gritándome, sonaba cada vez más cerca. Oí un disparo, luego otro, me quedé quieta esperando sentir dolor, pensé que me habían disparado. Oí un ruido sordo a mis espaldas, luego una caída, lo habían abatido, luego muchos gritos a mi alrededor y varios manos intentando agarrarme, antes de que me cayera desplomada en el suelo, rendida, exhausta. Escuché voces conocidas que pude identificar, eso hizo que pudiera relajarme un poco y respirar algo más tranquila, las conocía eran voces amigas. El viento igual que había empezado, cesó. Y allí tendida rodeada por mis amigos, pude ver por primera vez en mucho tiempo, una cara, me sonreía, ¡Cuánto la había echado de menos!, era mi hermana.


sábado, 20 de febrero de 2021

FIN DE FIESTA

 



La fiesta de aquella noche prometía. La plaza del pueblo estaba engalanada con banderitas y luces de colores. El palco listo para la gran actuación del grupo de rock local. Los bares sacaron las mesas a la calle, para que la gente pudiera beber y no perderse la actuación. El día dio paso a una noche estrellada y cálida. Poco a poco la gente se fue congregando en la plaza. Yo acudí con mi novio y unos amigos en común. Era nuestro último día de universidad y lo queríamos celebrar a lo grande. Así que empezamos con unos chupitos. El grupo de rock empezó a tocar los primeros acordes. Luego fuimos a otro y cuando ya estábamos en el tercero, uno de nuestros amigos señalaba con el dedo un punto en el bosque. Todos miramos hacia allí y vimos humo entre los árboles. Decidimos ir y averiguar qué era aquello, tal vez había otra fiesta y nos la estábamos perdiendo. Íbamos algo “perjudicados” por el alcohol y en esos momentos a todos nos pareció la mejor idea del mundo. Así que allá nos fuimos. Se unió a nosotros un chico que habíamos encontrado en el último bar en el que habíamos estado. Parecía sacado de una comuna hippie de los años 60. Era muy simpático y a todos nos caía muy bien. Cuando llegamos a un claro del bosque vimos una gran hoguera encendida. A su alrededor había mucha gente sentada, bebiendo y cantando. Todos jóvenes como nosotros. Nos sentamos entre ellos sin ningún problema. La acogida fue total. Sobre la hoguera había un gran caldero negro. Salía humo de dentro, como si se estuviera cociendo algo. El joven que nos había acompañado nos sirvió en unas tazas, un líquido verde que sacaba de allí. Al principio nos mostramos un poco reacios a probarlo, pero en cuanto lo hicimos todos coincidimos que aquello era la mejor bebida que habíamos probado nunca. A la segunda taza de aquel brebaje ya estábamos cantando y bailando como si lo hubiéramos hecho toda la vida. Recuerdo haberme quitado la blusa porque tenía calor y también recuerdo verlo hacer a los demás. Luego apareció un hombre vestido con una túnica dorada, con el pelo muy largo y una gran barba blanca que le llegaba hasta el pecho. Parecía sacado de una película, me sorprendió el gran parecido que tenía con el mago Merlín. No podía para de reírme. Llevaba una bolsita de cuero colgada al cuello. Sentía curiosidad por lo que llevaba dentro. El chico hippie había estado hablando con él, parecía como si se conocieran de toda la vida, así que se lo pregunté y él me respondió “un par de anillos”. Aquello me hizo mucha gracia, y le dije que para que los quería. Me miró como si estuviera loca y me dijo que era “El Mago de la vida ”. No le di importancia y seguí bailando y bailando, no podía parar. Sentía que podía flotar y una gran felicidad me embargaba por completo.

Me desperté con un gran dolor de cabeza y el cuerpo dolorido. Miré a mi alrededor y vi la plaza del pueblo, vacía y sucia por la fiesta de la noche anterior. Sentí frio, estaba desnuda y acostada en un sofá. Pero eso no era todo, había alguien a mi lado, lo reconocí de inmediato era el chico hippie de la fiesta. Pero las sorpresas aun no habían terminado, llevaba un anillo en el anular de mi mano izquierda, eso solo podía significar una cosa, me había casado con aquel chico que yacía también desnudo a mi lado y  que según pude comprobar, también llevaba uno, igual que el mío. Pero, ¿Dónde estaban los demás? Me levanté y me puse a caminar, fui hasta el bosque con la intención de encontrarlos allí. Y lo hice, los encontré, estaban todos muertos. Había regueros de sangre por todas partes. Empecé a gritar como una loca, presa del pánico. Pero había alguien más, estaba aquel hombre vestido con la túnica dorada, delante de la hoguera que no se había apagado, observándome, como si me estuviera esperando. Escuché pasos acercándose, era el chico con el que, supuestamente me había casado. Se puso a mi lado. Supe entonces, que aquel hombre nos había casado en una especie de ritual. No quería ni imaginar qué más había pasado esa noche, que no recordaba. Los miré y presentí que algo malo iba a pasar. Sus ojos se tornaron rojos y la transformación fue total, ante mí ya no había dos hombres, había dos bestias salidas del inframundo. Mi cuerpo también empezó a cambiar, sentí náuseas y la tripa empezó a hincharse. Algo malo estaba creciendo dentro de mí. Me volví loca, empecé a gritar y a gritar hasta que me dolió la garganta y luego corrí y corrí y me lancé entre las llamas. Estoy en el hospital, me salvaron de morir en la hoguera. Tengo gran parte del cuerpo quemado. No encontraron ningún rastro de aquellos dos hombres. A mis amigos, a mi novio y al resto de la gente los degollaron. Y la respuesta a la pregunta que se están haciendo es no. No estoy embarazada.


VOCES

 

Silenciar aquellas voces que había en mi cabeza, era el propósito de las pastillas que me daba mi marido cada día. Lo que él no sabía es que esas voces no me inducían a hacer daño, me decían lo que iba a pasar y cómo tenía que solucionarlo. También me decían que estuviera atenta porque quería deshacerse de mí. Tomé entonces la determinación de no tomarlas más, fingía delante de él que sí lo hacía, luego las tiraba por el retrete. Una mañana sonó el timbre, yo estaba en la cama. Mi marido abrió la puerta. Lo oí cuchichear con alguien. Luego escuché un ruido muy fuerte. Me levanté y fui hacia la puerta. Vi a una mujer desplomada en el suelo en medio de un gran charco de sangre. Me puse nerviosa y le dije a mi marido que llamara a una ambulancia. Él rehusó. Se le veía enfadado y me culpó de aquello, acusándome de haberla matado. Pensé que era un sueño, no podía creer lo que estaba pasando. Hablaba de internarme en un centro donde me pudieran prestar la ayuda que necesitaba, que sería lo mejor para mí. Pero no decía nada de llamar una ambulancia o a la policía. Se puso a limpiar el suelo. Las voces me alertaron, me dijeron que aquella mujer era su amante, que estaban mintiendo, que todo aquello era una farsa que se estaban montando entre los dos. Me agaché, pasé el dedo por aquella sustancia roja lo llevé a la boca y descubrí que era salsa de tomate. Me quedé quieta, esperando el siguiente movimiento de él. Estaba hablando por teléfono, decía que vinieran cuanto antes que estaba sufriendo un ataque psicótico. Algo le dijeron al otro lado de la línea que no le gustó mucho, porque se enfadó y les gritó reclamando aquella plaza para mí. O sea que era cierto, lo tenía todo planeado, me iba a encerrar en alguna clínica para enfermos mentales. Me levanté y actúe como si estuviera ida, confusa, no quería que sospechara que realmente estaba más cuerda que nunca. Me vestí mientras él seguía limpiando la supuesta “sangre” del suelo. Marqué aquel número. “Solo para emergencias” me había dicho. Respondió al segundo tono. “Voy para allá” dijo y colgó. Ahora sólo tenía que esperar. Mi marido es psiquiatra, los últimos años cambiamos mucho de ciudad. Lo habían acusado de abusar sexualmente de sus pacientes, pero siempre salía impune de todos los cargos. Yo sospechaba algo, y se lo hice saber varias veces, un día tuvimos una discusión muy grande, y le comenté lo de las voces, él vio en aquello, un motivo para librarse de mí, era una lacra en su alocada vida y una posible testigo de sus fechorías. Empezó a medicarme para calmar aquellas voces, pero fueron ellas las que me alertaron de que algo no iba bien. La policía llevaba tiempo siguiéndonos y un día me abordaron en una cafetería, fueron muy amables conmigo y me ofrecieron ayuda si colaboraba con ellos para atraparlo. Accedí, estaba cansada de tantas mentiras. Necesitaba paz en mi vida. Entonces urdieron un plan. Pondrían un topo en su consulta, una nueva secretaria. Lo vigilaría de cerca, pero para ello tendría que seducirlo. La verdad es que la chica era muy guapa y mi marido acabó cayendo en aquella trampa. Como no. Le hizo creer que colaboraba con él en deshacerse de mí, era una buena policía y una muy buena actriz. Había marcado aquel número y no tardarían nada en llegar. El seguía abajo limpiándolo todo, la mujer lo ayudaba, podía escuchar las sirenas de los coches patrulla acercándose. Él comenzó a gritarme enfurecido, fuera de sí, para su sorpresa la mujer que hasta entonces pensaba que era su cómplice en todo aquello y que lo amaba, lo esposó. Por fin se había acabado todo. El ratón pilló al gato.

viernes, 19 de febrero de 2021

¡HUYE!

 



No soy ciega de nacimiento. En un terrible accidente de coche, que le costó la vida a mi hermana gemela, perdí la visión. Desde aquel día, hace ya cinco años, mi vida cambió totalmente. En la oscuridad, donde transcurre mi vida, reside la culpa. Se fue mi hermana y llegó ella. Sigo con vida. Yo conducía el coche. Es un peso enorme con el que tendré que cargar toda mi vida.

 Unas amigas del instituto y sus esposos pasarán el fin de semana con mi marido y conmigo. Tenemos una cabaña en el bosque y quedamos en reunirnos allí. Presiento que será un fin de semana inolvidable. Mi matrimonio no está en su mejor momento, pensamos que tal vez aquella reunión nos viniera bien a los dos.

Estaba cortando unos tomates cuando escuché el ruido de unos coches acercándose a la casa. Habían llegado. Fui a abrir la puerta de la calle, la noche se presentaba tormentosa, escuché el sonido estrepitoso de los truenos a lo lejos, la idea de los rayos hizo que me estremeciera, los odiaba.

Para silenciar el ruido que había fuera, decidimos poner música. Aquello me relajó bastante. La cena fue un éxito. Fuimos al salón, encendimos la chimenea, y charlamos hasta bien entrada la noche. Hubo un tiempo, en que estas reuniones eran algo tradicional para todos. Esperábamos volver a revivir aquella tradición.

Mientras charlábamos una alerta se disparó en mi cabeza. Aunque no tenga visión mis otros sentidos me ayudan a comprender, “a ver” el entorno en el que me encuentro.

Ciertos tonos en las palabras, murmullos, movimientos que pasarían desapercibidos para otras personas pero que para mí eran una clara evidencia de que algo pasaba, que algo andaba mal. Todo eso lo podía notar, sentir.

 Mi marido podía ser camaleónico siempre que se lo propusiera. A veces llegaba a pensar que varios “yo” compartían su cuerpo. Me sorprendía pensando que, tal vez, no lo conociera de todo, que me había enamorado de un “yo” que, últimamente, pocas veces se dejaba ver.

Cuando me desperté a la mañana siguiente me sorprendió el silencio que reinaba en la casa. Mi marido no estaba a mi lado. Me dolía la cabeza, estaba cansada y notaba el cuerpo muy pesado. No había bebido alcohol la noche anterior, así que no podía ser resaca. No le di más importancia. Me vestí, cogí mi bastón y fui hasta la cocina con la esperanza de que estuvieran allí desayunando. Pero no estaban. La casa estaba vacía. Se habían ido todos. Recorrí la cabaña buscando respuestas. Descubrí que sus cosas seguían allí. Salí fuera, había dejado de llover. Una bandada de pájaros pasó sobre la casa en esos momentos. Podía escuchar el sonido que hacían mientras se alejaban. Fui hasta el garaje, conté cuatro coches. Eso significaba que no se habían ido. Por lo menos no muy lejos. Tal vez habían madrugado y habían ido hasta el lago, que estaba cerca de la cabaña, y salieran a navegar en la lancha de mi marido. Aquello encajaba. Regresé a casa. Escuché el sonido de mi móvil, lo había dejado sobre la encimera de la cocina. Era mi madre, estaba haciendo una video llamada para ver cómo me encontraba. Le expliqué lo que estaba sucediendo y estuvo de acuerdo conmigo en que no me preocupara, que seguramente estarían en la lancha navegando por el lago. Nos despedimos prometiéndonos vernos pronto.

Colgué y al rato volvió a sonar el móvil. Pregunté quién llamaba y una voz que sonaba muy lejana, me gritó “¡¡huye, tu vida corre peligro!!”. Tuve que apoyarme en la encimera porque las piernas me empezaron a flaquear. Conocía aquella voz, era la de mi hermana. Aquello era una psicofonía, una llamada del más allá.

Escuché pasos fuera. Por la manera de caminar estaba segura de que era mi marido. Me encaminé hacia la puerta, en el momento que escuché como la cerraba con llave. Aquello me desconcertó, ¿por qué la cerró? ¿acaso no sabía que estaba dentro? Entonces me acordé de la llamada de mi hermana, tenía que salir de allí. Me encaminé hacia la parte de atrás, mientras escuchaba con atención cualquier ruido que hubiera fuera. Esa puerta estaba abierta. La cerré en cuanto hube salido. Conocía perfectamente el entorno de la cabaña y conocía muy bien el sendero que llevaba hasta el bosque. Aceleré el paso y me encaminé hacia allí, me escondía a cierta distancia detrás de un árbol, el corazón estaba a punto de salirse de mi pecho, estaba muy asustada. No podía comprender el comportamiento de mi marido. Me llegó un olor a gasolina. Aquello me alertó. Me alejé un poco más. Escuché una explosión y luego el ruido de las llamas.

La cabaña estaba ardiendo. Entré en pánico e intenté correr, pero las piedras del camino y las raíces de los árboles hacían que me cayera una y otra vez. Sabía que la carretera estaba a menos de dos kilómetros de donde me encontraba, si llegaba hasta allí podría pedir ayuda.

La idea de que mi marido me quería matar se hacía cada vez más latente en mi cabeza. Seguramente me había drogado la noche anterior. Lo tenía todo planeado. Mientras nuestros amigos estaban navegando, él quemaba la cabaña, tal vez pensando que seguiría dormida. Un buen plan, simular un accidente por mi parte. Esas cosas pasan. Él se llevaría una buena tajada del seguro. Sus negocios no iban tan bien como hacía creer a la gente. Necesitaba dinero. El sonido de un claxon hizo que volviera a la realidad, había llegado a la carretera. Estaba viva y a salvo. Alguien se acercaba a mí, por el olor supe que era él. Comencé a gritar presa del pánico. Entonces escuché otra voz, que se identificó como la policía. Lo habían llamado nuestros amigos al ver el fuego.

 

 

 

 


miércoles, 17 de febrero de 2021

NOCHE DE LLUVIA

 

Rayos en el cielo, el sonido de los truenos y una fuerte lluvia, eran los compañeros de viaje de aquella mujer, camino a su casa. Los limpiaparabrisas funcionaban a tope y aun así no podía ver más allá del capó del coche. Puso la radio para intentar relajarse un poco. No le gustaba nada conducir con lluvia, le creaba angustia y nerviosismo. Desvió un poco la mirada para cambiar de emisora, en esos momentos que el hombre del tiempo estuviera diciendo que iba a llover toda la semana, no le animaba mucho. Escuchó un fuerte golpe en la parte de delante del coche. El corazón le latía desbocado en el pecho. Su primer pensamiento fue que había atropellado a alguien, pero ¿qué persona, en sus cabales, andaría de noche y con esta lluvia por la carretera? Su segundo pensamiento, y quizá el más razonable, es que se tratara de un animal. Se bajó del coche y fue a ver qué había pasado. Efectivamente, había atropellado un animal. Parecía un cachorro de lobo. Se acercó a él, no se movía, había muerto. De regreso al coche vio una figura delante de ella, inmóvil, observándola. Era un enorme lobo, tal vez, fuese la madre del cachorro muerto. Se interponía entre el coche y ella. No tenía escapatoria. Sabía a ciencia cierta que iba a morir en aquella carretera bajo la lluvia. Su último pensamiento fue para su esposo y su hijo. La loba se abalanzó sobre ella mientras sonaba el móvil en el coche, su marido, preocupado, la estaba llamando. El alto volumen del tono de llamada sobresaltó a la loba. Vaciló unos segundos, desvió la mirada, mientras olfateaba el aire, intentando identificar a qué correspondía aquel sonido. Ella aprovechó aquellos segundos de desconcierto del animal para correr hacia el coche. Por un momento pensó que no lo conseguiría. Las piernas no le respondían, estaban a punto de ceder cuando consiguió abrir la puerta del copiloto. Estaba a salvo. La loba que se percató de lo que había pasado se enfureció y se abalanzó sobre el coche. Ella había logrado sentarse al volante, las llaves estaban puestas, lo encendió y pisó el acelerador a fondo, llevándose al animal por delante. No miró por el retrovisor. Presa del pánico y temblando de miedo siguió conduciendo. Todavía no se podía creer que el alto volumen del móvil le hubiera salvado la vida. Su marido siempre se enfadaba con ella por ello. Menos mal que no le había hecho caso. No pudo evitar reírse a carcajadas, mientras las lágrimas empapaban sus mejillas.

domingo, 14 de febrero de 2021

DESEO

 


Partituras en su sitio. Me siento al piano y empiezo a tocar. Desde muy pequeño me apasionó la música y el piano se convirtió en mi razón de ser. Esta noche compartiré con el público mi música y sé que me aclamarán, siempre lo han hecho. Hace dos noches tuve un sueño. Una mujer bellísima, se presentó en mi cuarto, llevaba un vestido blanco que le llegaba hasta los pies. Me preguntó cuál era mi mayor deseo, le dije sin titubear, que quería ser el mejor pianista de todos los tiempos. Entonces me entregó unas partituras, prometiéndome que con ellas no habría nadie que me pudiera parar. Al levantarme por la mañana, unos papeles cayeron al suelo desde mi cama. Eran aquellas partituras. Esta noche tendré una sorpresa para mi público, después de leerlas una y otra vez he de decir que es lo mejor que se haya escrito nunca. Empecé con aquella partitura, a los dos minutos, el público había enmudecido, mis dedos se movían solos como si aquella música saliera de dentro de mi. Estaba fascinado. Pero.... algo pasó, la gente se empezó a levantar de sus asientos, se agredían unos a otros, se mordían y arañaban, había sangre por todas partes. Quise dejar de tocar pero mis dedos no me obedecían. No podía dejar de moverlos. Un hombre viene hacia mí. ¿De qué salga vivo, cuál es el porcentaje? Yo diría que más bien nulo. Se acerca cada vez más, no parece humano. Se ven manchas de sangre en su traje negro, también en sus manos y en su cara. Me entra pánico. Intento que mis dedos dejen de tocar aquella música. Sé que es la causante de todo aquel caos. Pero no hay manera. Mi muerte está cerca, lo presiento, no podré escapar de aquel hombre, no mientras mis dedos sigan pegados a las teclas. Entonces tras él aparece la mujer que había visto en mis sueños. El tiempo se para. El hombre que se iba a abalanzar sobre mí, tal vez para arrancarme los ojos o un trozo de sangre, no quiero saber cuál era su intención, queda en una posición un tanto inverosímil, sino fuera por el pavor que me embargaba, creo que me echaría a reír. De puntillas con una pierna, la otra levantada a punto de hacer un salto, la boca abierta de par en par, con unos regueros de saliva corriendo por su barbilla, los ojos desorbitados, y los brazos estirados, parecía un acróbata a punto de realizar un salto mortal. Aquella mujer se acercó a mi mientras me miraba atentamente. Sus ojos azules como el cielo eran hipnotizadores, Y me volvió a realizar la misma pregunta que ya había oído dos noches atrás. ¿Cuál era mi mayor deseo? La respuesta obviamente, no fue la misma. “Salir de aquí con vida” le dije. Ella esbozó una sonrisa y me dijo. “Si mueres hoy, serás reconocido mundialmente por tu música. Si sales con vida, no volverás a tocar el piano jamás, tus dedos sufrirán daños irreversibles” Aquello me hizo recapacitar antes de dar la respuesta definitiva. La música, el piano, aquella vida, lo era todo para mí. Si no podría tocar nunca más, de alguna forma estaría muerto en vida. Mi respuesta hizo que el tiempo siguiera corriendo y que aquel hombre me matara.


SAN VALENTIN

 


- ¡Mamá, mamá! Los gritos de mi hija desde el salón me despertaron. Me levanté de golpe esperando que no le estuviera sucediendo nada malo. Bajé, escuché el televisor y fui hasta allí para averiguar cuál era la urgencia. “Mira lo que dicen en las noticias” me estaba diciendo, pero yo ya no la escuchaba. Me senté en el sofá porque las piernas me empezaron a temblar. Recuerdos que intenté olvidar durante años estaban aflorando. En el televisor estaba la foto del hombre que había marcado mi vida para siempre. “Hoy, 14 de febrero, después de permanecer en la cárcel por más de treinta años, diez de los cuales, en el corredor de la muerte, fue ejecutado en la silla eléctrica el asesino en serie apodado “El Don Juan”

Oí el timbre de la puerta, sonaba muy lejano. Al cabo de un rato dos policías entraron en el salón. Me saludaron cordialmente y se disculparon por las molestias. Uno de ellos se acercó y me tendió algo que llevaba en la mano, parecía una carta. Lo miré con incredulidad. La habían encontrado entre las pertenencias del hombre que habían ejecutado. En el sobre ponía “entregar a mi muerte”. Vi mi nombre en él. La abrí con manos temblorosas, dentro había una hoja de papel, en ella había escrita una sola frase “siempre fuiste tú”. No pude evitarlo, me eché a llorar. La había escrito en 1983.

Ese año, yo era una adolescente, extrovertida y con toda la vida por delante. Cursaba el primer año de universidad. Allí conocía a aquel chico. Era guapo, amable y la estrella del equipo de fútbol. Las chicas revoloteaban a su alrededor como moscas. No sé cómo, ni por qué se interesó en mí.

Durante años una serie de desapariciones de chicas en la ciudad, todas adolescentes, tenía a la gente atemorizada. La policía investigaba los casos, pero hasta el momento no sabían nada de su paradero, ni si estaban vivas o muertas. Se empezó a barajar la idea de que tal vez se hubieran ido voluntariamente y no querían ser descubiertas por sus familias. En los últimos tres años habían desaparecido unas diez chicas.

Empecé a salir con aquel chico. Mis padres no estaban muy contentos con que me echara novio tan pronto, pero respetaron mis deseos. Era su último año de carrera y le habían ofrecido un trabajo en un bufete de abogados. Era brillante, el primero de su promoción y tenía un gran futuro por delante. Hacíamos muchos planes, me decía que me quería, que se había enamorado de mí, aquellas palabras eran música celestial para mis oídos, yo estaba perdidamente enamorada de él.

El día de san Valentín, tenía una sorpresa, iríamos a una cabaña en el bosque que era propiedad de la familia. Yo nunca había estado allí, ni sabía que existía, no me pareció raro que no me lo hubiera dicho, tampoco le di muchas vueltas al tema. No tenía motivos para desconfiar de él.  No me negué y allá fuimos. No quedaba lejos, el sitio era idílico, la cabaña estaba situada al pie de un lago, había un pequeño bote. Remó hasta que estuvimos en el medio, allí se arrodilló y me pidió matrimonio, mostrándome un anillo precioso, el más bonito que había visto en toda mi vida. Le dije que sí.

Entrada la noche me despertaron unos ruidos que venían de fuera de la casa. Me dolía la cabeza y sentía las piernas pesadas. Aun así, me incorporé y salí de la cama. No estaba a mi lado. Grité su nombre, pero no obtuve respuesta. Salí al exterior y lo vi alejándose hacia el lago. Empujaba una carretilla, por el esfuerzo que hacia parecía que llevaba algo pesado en ella.

Lo llamé, pero parecía no oírme, corrí tras él, al escuchar mis pasos se paró y me miró, parecía enfadado. Me regañó por haberme levantado, y me pidió que volviera a la cama. Pero ya era tarde, un rápido vistazo a la carretilla sirvió para darme cuenta de que llevaba un cuerpo tapado con una lona, una mano asomaba fuera y parecía la de una chica, porque las uñas las llevaba pintadas de un color rojo intenso. Me puse nerviosa y le pregunté quién era esa chica y a dónde la llevaba. Que habría que llamar a la policía y llevarla al hospital. El me agarró con fuerza y me tapó la boca para que no gritara. Entonces supe que mi vida corría peligro. Aquel hombre que me estaba agarrando no era el hombre del que me había enamorado. Era otra persona. Le mordí la mano con la que me tapaba la boca y eché a correr hacia el bosque. Estuve mucho tiempo corriendo, me dolían los pies y me sangraban, en la carrera había perdido las zapatillas. El pijama estaba roto y sucio por las veces que me había caído en mi alocada carrera. Oía sus gritos detrás de mí, pidiéndome que parara, que no me iba a hacer daño. Entonces todo empezó a tomar sentido, las chicas desaparecidas, la cabaña…. Él las secuestraba y las mataba. Y si no encontraba pronto a alguien también me mataría a mí. Había descubierto lo que hacía. Seguí corriendo hasta que llegué a una carretera. Era de madrugada y recé con todas mis fuerzas para que algún coche pasara por allí. Sabía que sólo un milagro me salvaría. Pero aquel día tuve la suerte de cara y apareció un coche de la forestal que estaban haciendo su ronda. Me puse en medio de la carretera y les hice señas con los brazos. Gracias a dios que pararon, bajaron del coche y se acercaron a mí.

Luego en el hospital me enteré de que las chicas que secuestraba las llevaba hasta aquella cabaña, las violaba, las estrangulaba y luego las tiraba al lago. Habían encontrado los cuerpos de las chicas desaparecidas allí. El apodo de “El Don Juan” fue idea de un periodista, al ser detenido en San Valentín.

 

 


sábado, 13 de febrero de 2021

DELIRIOS

 



He salido a comprar, el supermercado queda a escasos metros de mi casa. Es temprano, me cruzo con un vagabundo por la calle, me mira de soslayo, lo miro y un escalofrío recorre mi cuerpo al ver la cara sucia y arrugada de aquel hombre, con unos ojos pequeños y hundidos, empujaba un carrito, parecía pesar mucho, por el esfuerzo que hacía. ¿Y si había matado a alguien y lo llevaba allí, tapado con aquellos cartones y mantas viejas? Acelero el paso y miro de vez en cuando hacia atrás por si me sigue. No lo hace. El supermercado está abierto, pero las estanterías están casi vacías, hay escasez de casi todo. Cojo lo que necesito y me voy.  Le epidemia que vivimos ha mermado los suministros básicos, tienen problemas en la distribución, la gente se muere y falta personal. La población ha mermado en un setenta por ciento. A este paso los que todavía seguimos vivos, nos moriremos de inanición. Regreso a mi casa, no es seguro estar en las calles, hay saqueadores por todas partes que te matarían por un trozo de pan.

De momento tengo comida para varios días, eso, estirándola. Luego la cosa se va a poner muy fea, como esto no mejore, y no creo que lo haga. En las noticias han dicho que la falta de alimentos y productos básicos es generalizada. Y a este ritmo llegarán a desaparecer.

Trabajo en una tienda de decoración, mejor dicho, trabajaba, porque con todo lo acontecido ya nadie quiere redecorar su casa. Ya no se venden cuadros, ni lámparas y mucho menos figuras decorativas con precios exorbitados. Ahora son otras las prioridades y las más importante y casi diría que única, es la de la comida. Los pocos vecinos que quedan en mi barrio casi no salen de casa, vivimos en una urbanización que es más o menos segura. De momento no se dieron saqueos en las casas. Pero el barrio está muerto, ya nadie pasea, ni se ven niños en el parque, ni personas paseando sus mascotas, por ver no se ven ni perros, gatos, ni ningún otro animal. He oído en las noticias que hay un montón de gente desaparecida. No saben quién los lleva, ni a donde, lo único que se sabe es que no vuelven a ver. Esta noche he visto a una persona encapuchada por la calle, parecía que buscaba algo, me dio mala espina, pero no hice nada. Tengo miedo. Esta noche volveré a vigilar desde la ventana por si veo algo. Vivo sola, a mi marido y a mi hija se los ha llevado el virus y a veces, casi siempre para ser sincera, me culpo por seguir viva. Más de una vez pensé en suicidarme, creo que estaría mejor muerta y enterrada con ellos, que seguir como estoy, muerta en vida. Luchando cada día por sobrevivir. Los hospitales están faltos de personal, han muerto la mayoría de los médicos y enfermeras, y los que quedan están agotados y desmoralizados, porque son incapaces de parar este virus que nos asola. Los infectados siguen creciendo día a día. Sólo hay que ver lo que dicen en la televisión.

Ya es de noche estoy en la ventana, he visto al tipo de la noche anterior, voy a seguirlo, sé que es una locura. Lo hago guardando una distancia prudencial, llevamos un rato caminando, creo que no se dio cuenta de que estoy tras él. Gira a la izquierda y se mete en un callejón. Lo sigo.  Está muy sucio, hay contenedores de basura por todos los lados. El hombre abre una puerta que hay al fondo y entra. Sigo andando, llego hasta allí, y lo sigo hasta el interior. Alguien me agarra por el cuello. Me han descubierto. Pierdo el conocimiento, seguramente por el golpe que me han dado en la cabeza. Al volver en mí, hay un tipo mirándome fijamente. Me ayuda a levantarme.

Ya estoy en casa. Esta noche volveré a salir, sé lo que tengo que hacer. Me lo han dejado muy claro. Veo una joven con una caja de cartón en la mano, va corriendo, yo estoy rezagada tras un seto que hay delante de mi casa, la observo. Aporrea con fuerza la puerta de mi vecina de enfrente, deja la caja en el suelo y se va. Mientras la joven llegaba a la puerta yo me fui moviendo con sigilo, cruzando la calle, al amparo de las sombras. Llego a la casa. Agachada llego hasta la puerta de la casa y me coloco en un lateral de la puerta, esperando que mi vecina  la abra. Le di una pequeña patada a la caja, era pesada, esperaba que allí dentro hubiera lo que tanto deseábamos todos. Saqué el cuchillo que llevaba en el bolsillo trasero del pantalón. Mi vecina abrió y me abalancé sobre ella, se lo clavé en la garganta cuando un grito de terror empezaba a salir de su garganta. Silbé tres veces y unas sombras se fueron acercando a mi encuentro. Dos de ellas metieron el cuerpo sin vida en una furgoneta aparcada muy cerca de donde estábamos. Miré lo que contenía la caja, lo que me imaginaba, era comida. Sonreí. Teníamos aquel cuerpo y el contenido de la caja, no nos moriríamos de hambre, de momento.

La policía me ha traído hasta este sitio, no me puedo mover, llevo puesta una camisa de fuerza, como esas que le ponen a la gente que está loca. No sé porque me la pusieron, no estoy loca. Dicen que es por mi bien, que estoy nerviosa. Les dije que había matado a mi vecina para no morirme de hambre, que ellos también tenían que hacerlo. Creen que sufro delirios y que me lo estoy inventando todo. No hay comida, el mundo ha llegado a su fin, es la ley de la supervivencia. ¿Acaso no ven las noticias? ¿Quién es el loco aquí?

 


viernes, 12 de febrero de 2021

LOCURA

 



Me duele el estómago y la cabeza me va a estallar, los excesos con el turrón y los barriles de cerveza que trajo mi cuñado, me están pasando factura. No logro dormirme, y necesito hacerlo, aunque sea un par de horas, o me volveré loca. Mi marido no está, tiene turno de noche en el hospital y mi hija se fue de fiesta con una amiga. Tumbada en la cama me doy cuenta del silencio que hay en la casa, escucho mis propios pensamientos y como me zumba la cabeza, es de locos. Sería un buen tema para una historietista. Creo que el sueño ya llega, bienvenido sea. Escucho algo, creo que están llamando a la puerta, quién puede ser a estas horas, ¡dios santo, espero que no sea la policía! Existe un gran porcentaje de que eso ocurra. No son ellos. ¡Menos mal! Vuelven a aporrear la puerta. Algunas personas deberían invertir su tiempo libre en algo productivo, y no en molestar a la gente. Por la mirilla no veo a nadie, tal vez debería llevar algo para defenderme, nunca se sabe. Pero ¿qué?, el bate de béisbol de mi marido, está metido en el paragüero, no sé qué hace ahí, pero eso no importa ahora. Lo cojo y abro la puerta con cautela. No hay nadie, salgo y tropiezo con algo. Una caja de cartón. ¿Qué demonios es esto? Está claro que tengo un don para toparme con cosas que no son mías. La abro y…¡¡ sorpresa, un bebé!!, parece muy pequeño, casi como si acabara de nacer. Y viene con una nota que dice: “el padre es tu marido”. Ante este hallazgo, por un momento me cuesta hilvanar las ideas en mi cabeza.

Saco al bebe de la caja y lo llevo dentro. Por la ropita azul parece que se trata de un niño, esta dormidito y la verdad es que es muy guapo. Intento llamar a mi marido, pero me dicen que está operando en ese momento. La noche de Navidad suele ser dura en su trabajo. No sé de quién puede ser ese bebe, pero tengo claro de que de mi marido no es. Se hizo la vasectomía cuando tuvimos a la niña, de eso hace ya 15 años. Alguien quiere acabar con este matrimonio, pero ¿quién? Tengo que llevar al bebe al hospital para saber si está bien, y de paso avisar a la policía. Me visto mientras el niño sigue durmiendo plácidamente.  Lo envuelvo en una mantita y salgo a la calle. Un coche se acerca y se para a escasos metros de mí. Oigo unos gritos en el asiento y reconozco la voz de mi hija que me llama. El corazón me da un vuelco y corro hacia el coche. Entonces baja una mujer, la reconocí de inmediato, es una ex compañera de mi marido, trabajaba como pediatra en el hospital. Pero hacía casi un año que se había ido de la ciudad, por una depresión creo recordar. La llamaban la aragonesa. Abre la puerta trasera del coche y arrastra a mi hija por los pelos fuera. Mi hija grita y yo quiero ir a su encuentro, el bebé se pone a llorar en mis brazos y el miedo se apodera de mí. Esa mujer tiene algo entre las manos, ¡Dios mío es un cuchillo! Lo pone en el cuello de mi hija. Oigo un teléfono sonar en la casa, es mi móvil, con las prisas no lo cogí. Seguro que es mi marido, él sabe que nunca me separo de él y que si no lo cojo sospechará que pasa algo. Trato de acercarme a aquella mujer, está fuera de sí. Dice que nos va a matar a las dos. Me acerco a ella para tratar de calmarla, el resultado es un pequeño corte en el cuello de mi hija, puedo ver la sangre, no sigo avanzando y le pregunto qué demonios quiere. En mi cabeza suena el teclado de un piano con una melodía siniestra sacada de una macabra partitura. La respuesta es obvia quiere a mi marido y librarse de nosotras dos. Quiere formar una familia con él y con el hijo que dice que es de ambos. Yo le digo que no es de él que no puede ser, ahí queda un poco confusa, veo que no lo sabía. Las sirenas de la policía se oyen acercándose, dos coches patrullas se sitúan delante de la casa, detrás otro coche, lo reconocí, era el de mi marido. Tratan de calmar a la mujer, pero ésta se enfurece más, la vida de mi hija corre grave peligro. Mi marido baja del coche y se acerca corriendo. Ella lo ve y le dice que nos tiene que matar para comenzar una nueva vida juntos, con el bebé. Él se queda atónito no entiende nada, ¿de qué bebé le estaban hablando? Un par de policías se sitúan detrás de ella esperando el momento adecuado para reducirla. Le hacen señas a mi marido para que siga hablando con ella. Él trata de calmarla diciendo que baje el cuchillo y que lo solucionarán que se harán cargo del pequeño y que todo saldrá bien. Ella baja la guardia y en eso los policías entran en acción, la reducen y salvan a mi hija.

Días después nos enteramos por la policía, que la mujer había robado el bebé del hospital, y que sufría el síndrome de Clerambault o erotomanía. Estaba enamorada de mi marido y en su cabeza se formó la idea de que era correspondida e incluso que iban a tener un hijo juntos, como ella no podía tenerlos, lo robó de la maternidad. Este síntoma no es muy corriente suele suceder en mujeres más bien tímidas, aquejadas de depresión y baja autoestima. El objeto del engaño suele ser un hombre inalcanzable bien por su status financiero, social, matrimonio o desinterés.


miércoles, 10 de febrero de 2021

INFIDELIDAD

 


Tras preparar aquella escapada de fin de semana de manera casi milimétrica, para no levantar las sospechas de su mujer, todo se fue al traste. Su cita había cancelado el viaje citando textualmente, "motivos de trabajo" de los cuales no le explicó mucho, salvo que era muy importante. Así que, tras pasar una noche en el hotel solo decidió volver, la mañana del sábado, temprano a casa. Estaba seguro de que su mujer se pondría muy contenta al verlo, además ya tenía una excusa para justificar su regreso a casa antes de lo previsto. Pero las cosas casi nunca suceden como uno espera. Lo había escuchado muchas veces, pero aquel día lo viviría en primera persona.

 Al llegar a su casa, vio un coche en el camino de acceso, lo reconoció de inmediato, era el de su amante. La gran pregunta era ¿Qué demonios hacía allí? Y otra igual de importante ¿por qué estaba allí? Se sintió furioso y asustado. La primera idea que se le cruzó por la cabeza fui la de irse de allí, lo más lejos posible. Pero él no era la clase de persona que huye, él siempre afrontaba sus miedos y sus problemas, aunque aquello sobrepasaba todo lo que había tenido que vivir hasta ahora. Su peor pesadilla se estaba haciendo realidad. Despacio se encaminó hacia la puerta, esperando que en cualquier momento salieran cosas volando en su dirección o su mujer enfurecida abalanzándose sobre él con un cuchillo en la mano, llamándole infiel y cosas peores. No sucedió nada de eso.

Entró en casa, había abierto la puerta con sus propias llaves. Escuchó voces en el salón, reconoció dos de ellas, la de su mujer y la de su amante, pero la tercera no. Escuchaba risas mientras se acercaba. Aquello no tenía ningún sentido, ¿por qué se reían? Llegó hasta el salón, que era de donde provenían las voces, tres cabezas se giraron para mirarle, eran dos mujeres y un hombre. No entendía nada. Se levantaron, no mostraban signos de enfado hacia él. Ella iba tomada de la mano de la otra mujer. Su amante se acercó y lo besó en los labios. Había champán sobre la mesa y cuatro copas. Y una gran tarta de chocolate, su preferida. Lo abrazaban y felicitaban, se había olvidado de que era su cumpleaños. Lo habían dispuesto todo a sus espaldas. No sabía si enfadarse o seguirles la corriente. Optó por lo segundo. Tras unas copas de champán lo hablaron. Él era el único que no había visto lo que pasaba, tal vez porque pensó que ella no lo entendería. Pero ahora, se dio cuenta de que su mujer había pasado por lo mismo que él. Y no tuvieron la fuerza suficiente para hablarlo por no hacerse daño. Se rieron, lloraron y fue la mejor fiesta de cumpleaños de toda su vida. Al final, si los astros te acompañan, incluso las historias de infidelidad, pueden tener un final feliz.


lunes, 8 de febrero de 2021

CARMEN

 



Carmen era una hechicera muy poderosa. Era joven y muy guapa, había nacido con aquel don, que había heredado de su madre y ésta de su abuela y así de generación en generación. La gente del pueblo acudía a ella para que le hiciera conjuros de lo más variopintos, buenas cosechas, curación de animales y personas, de amor, suerte, trabajo. Lo hacía por unas monedas o por algo de comida, cualquier cosa que le dieran a cambio, para ella siempre era bienvenido. La gente la respetaba y temía. Por donde ella pasaba se hacía un gran silencio, nadie se metía con ella, nadie la provocaba. Sabían de su poder, de lo que era capaz de hacer. Un día un apuesto joven se presentó en su casa. En el mismo instante que lo vio, quedó cautivada por sus encantos, era apuesto, con un gran don de palabras y una amabilidad inusual, nunca vista, un caballero de los pies a la cabeza. Ella se enamoró de inmediato. Pero a partir de aquel momento todo cambió en el pueblo. Empezaron a desaparecer niños de sus cunas, el pueblo entero estaba aterrado. Las madres lloraban, rotas de dolor, por sus hijos. Lo que desconocía aquella buena gente era que el oscuro había entrado en la vida de la hechicera. Ella le había vendido su alma a cambio de su amor. Sus hechizos eran ahora de sangre, malvados, para calmar la sed de su amado, que parecía no calmarse nunca. Siempre quería más y más y ella nunca se negaba.

 Una noche el pueblo entero apareció en su casa. Sabían que era la culpable de todo lo malo que ocurría últimamente en el pueblo y querían venganza. Habían preparado una hoguera donde la quemarían. Atada en aquel poste de madera, rodeada de leña, Carmen escuchaba el zurear de las palomas, y deseó ser una de ellas y volar libre, sin ataduras, y lloró por haber sido tan estúpida y hacer daño a las gentes del pueblo que tan bien la habían tratado siempre. Y se arrepintió de todo y su maltratado corazón esperaba que algún día les perdonara. Estaba anocheciendo. Si la gente del pueblo no estuviera tan ocupada en encender la hoguera y su sed de venganza no les hubiera nublado la vista, podrían haber escuchado los gritos de perdón de Carmen, y haber visto entre los árboles del bosque, que les rodeaba, unas figuras blancas.

La leña empezó a arder. El oscuro apareció de la nada, delante de la hoguera, la gente se iba apartando, quedando en círculo en torno a él. Reclamaba lo que era suyo, el alma de la joven que pronto seria consumida por las llamas. Aquellas figuras blancas del bosque comenzaron a caminar hacia la hoguera. Eran muchas, eran las almas de las hechiceras que habían sido quemadas en la hoguera a lo largo de la historia, mujeres y niñas condenadas por actos que no habían cometido, acusadas injustamente de utilizar su magia para hacer el mal. Querían ayudar a Carmen, que su alma pura no cayera en las manos del oscuro. La gente del pueblo no se movió, nadie hablaba, nadie hacia nada, porque nada podían hacer y lo sabían. Aquello estaba fuera de su control. Se fueron acercando, poco a poco, paso a paso, mientras el oscuro, ajeno a lo que estaba aconteciendo, clamaba lo que pensaba que le pertenecía. Llevaban algo entre sus brazos, eran bebés, los bebés que habían sido arrebatados a sus madres, y estaban con vida, aquello era un milagro. Rodearon a aquel demonio que lejos de atemorizarse las retó. No iba a asustarse por unas débiles mujeres. Su orgullo no le hizo ver que estaba solo frente a un ejército de almas en busca de venganza y cada vez eran más y más.

Los niños fueron entregados a sus madres, que los recogieron entre sus brazos entre sollozos y risas. Luego fueron a por él. Lo rodearon. Él notó que su fuerza iba disminuyendo, aquellas almas habían unido su poder, haciéndose muy poderosas. Finalmente, el oscuro se dio cuenta de su desventaja y como llegó desapareció, no sin antes jurar que se vengaría de cada una de ellas. Un juramento en vano, fruto de la presión y un orgullo herido. Apagaron el fuego y desataron el cuerpo sin vida de Carmen. Los habitantes del pueblo prometieron darle una digna sepultura en tierra sagrada. Sus pecados habían expiado. Las mujeres volvieron al bosque, pero ahora una más iba con ellas. Carmen las acompañaría para siempre, al fin era libre.


sábado, 6 de febrero de 2021

NO ENCIENDAS LA LUZ

 



Decidieron hacer un viaje por el interior del país, recorriendo los pueblos, buscando mitos, leyendas e historias que les pudieran contar la gente que vivía en ellos. Ana y Juan eran pareja, trabajaban para una revista especializada en viajes como colaboradores. Tenían un proyecto entre manos, necesitaban recopilar toda la información que pudieran, para llevarlo a cabo, así que un sábado por la mañana se pusieron en camino en la vieja furgoneta que tenían que era un milagro que siguiera funcionando.

El tiempo parecía acompañarlos. La primavera había llegado para quedarse, se plasmaba su presencia en el verde de los campos y en las flores que veían por doquier de todos los colores y tamaños. Los pájaros trinaban con más fuerza que nunca y los árboles frutales estaban floreciendo.

La acogida de las gentes de los pueblos que visitaban, era cálida y acogedora. Y en los tres días que llevaban de viaje ya tenían mucho más material del que habían imaginado cuando emprendieron aquella aventura.

Llevaban anotados en una libreta los pueblos que tenían pensado visitar. Ana la consultó, faltaban sólo tres pueblos. Uno de ellos estaba a pocos kilómetros de donde se encontraban. Se encaminaron hacia allí. A pocos metros del pueblo las cosas empezaron a cambiar. La vegetación cambió de repente, pasando del verde de los prados, a una zona árida, sin vida. No se oía el trinar de los pájaros, ni se apreciaba atisbo de vida alguno. En la entrada del pueblo había un cartel que rezaba: BIENVENIDOS A TALOS, PUEBLO MINERO.

Las casas estaban cubiertas de hiedras venenosas y espinos. El pueblo tenía el aspecto de estar vacío, abandonado, con signos más que visibles de derrumbe y deterioro.

Recorrieron la calle principal, con el corazón sobrecogido.

Las luces de las farolas estaban rotas, los cables de la electricidad arrancados y tirados por el suelo.

Se estaban poniendo nerviosos, aquel sitio les causaba escalofríos, se miraron y sin mediar palabra supieron que tenían que irse de allí lo más rápido posible. Juan pisó a fondo el acelerador de la furgoneta, la imperiosa necesidad de alejarse de aquel lugar era acuciante. Entonces lo vieron. Un hombre, sentado en una silla delante de una casa. Tenía algo entre las manos, pero no podían ver con claridad lo que era desde donde estaban.

Juan paró la furgoneta, dando un frenazo a escasos metros de aquel hombre, que pareció no darse cuenta. Era un anciano, con el cabello largo y la barba blanca y espesa. Entre las manos tenía un cuchillo. Delante de él había una mesa, en ella descansaba una figura de unos veinte centímetros, con la forma de un hombre, Juan vio el parecido que tenía con ella, el hombre en esos momentos tallaba un trozo de madera con la forma de una mujer, sorprendentemente se parecía mucho a Ana.

Se bajaron de la furgoneta y se dirigieron hacia él. El hombre ajeno a todo lo que le rodeaba, ni levantó cabeza para observarlos, sólo cuando ellos le saludaron, el masculló algo entre dientes, parecido a una maldición. Ana y Juan visiblemente nerviosos se acercaron un poco más a aquel hombre, con cautela. Éste, por fin, levantó la mirada y los observó detenidamente, parecía enfadado.

-No deberían estar aquí –les dijo.

-Sentimos mucho molestarle –se disculpó Juan- estamos recorriendo los pueblos del interior del país. Hablamos con la gente y les animamos a que nos cuenten historias relacionadas con ellos, sobre crímenes, fantasmas, todo eso. ¿Le importa que le haga unas preguntas?

El silencio del hombre hizo que Juan pensara que no era una negativa así que se aventuró a seguir preguntándole:

- ¿Qué pasó aquí?, hemos visto que el pueblo está abandonado.

El hombre miró a su alrededor y dijo:

-Está oscureciendo, es mejor que entremos en casa –sentenció.

Ana y Juan lo siguieron al interior de la vivienda. Era sencilla, los muebles se veían viejos y ajados, pero estaba todo muy limpio y ordenado. Los llevó hasta la cocina. Se sentaron en penumbra, aquel hombre no hizo ni el amago de encender una luz. Eso les pareció raro a Ana y a Juan, había una nevera que funcionaba, así que tenía que haber electricidad en aquella casa. ¿Por qué aquel hombre no encendía la luz? Miraron la lámpara que colgaba del techo y vieron que le faltaba la bombilla y pensaron que seguramente sería así en el resto de la casa.

-Pase lo que pase aquí a partir de ahora, no enciendan ninguna luz, si quieren seguir con vida, no se olviden de lo que les acabo de decir.

Ana y Juan se miraron entre ellos sin entender lo que estaba pasando. El hombre les sirvió café, se sentó con ellos y comenzó a hablar.

“Hubo un tiempo en que este pueblo era rico y próspero. Teníamos una mina de carbón que alimentaba a muchas familias. Los hombres trabajaban de sol a sol, pero no les importaba porque aquello significaba que sus hijos y sus mujeres no pasaran hambre. Durante años fueron cavando y cavando metros y metros de profundidad, alguno que otro bromeaba diciendo que a ese ritmo llegarían hasta el mismísimo infierno -soltó una carcajada mostrando una dentadura sucia y negra- Y no se equivocaron en sus predicciones. Un día se encontraron con algo inusual en una mina de carbón, o en cualquier otro sitio, ya puestos. Sus picos y palas se toparon con algo, que, por el ruido que producían parecía de metal, y así fue. Siguieron cavando hasta que se toparon con diez ataúdes enterrados muchos años atrás. Los sacaron al exterior. Estaba anocheciendo. Los pusieron en hilera delante de la mina, para que todo el pueblo pudiera contemplarlos. Iluminaron el lugar poniendo los coches de manera que los faros encendidos arrojaran luz sobre ellos. Entre los curiosos se encontraba una mujer, muy anciana, que vivía en ese pueblo desde mucho tiempo, antes incluso de que vivieran los abuelos de los allí presente. Nunca ocultó sus poderes curativos y de predicción. Todos, sin excepción, la respetábamos y la temíamos. Desde niños habíamos oídos infinidad de historias sobre ella, nada buenas, la verdad, pero si la respetabas, ella hacia lo mismo, pero pobre del que se cruzara en su camino, -el hombre sacudió la cabeza, luego prosiguió- Esa mujer se acercó a los ataúdes allí postrados. Con ayuda de los hombres allí presentes, levantó una de las tapas. Al ver aquel cuerpo, la expresión de su cara se tornó en puro terror. De dentro salió un humo negro que quedó flotando sobre el cadáver. La policía había llegado, intentaban abrirse paso entre la multitud allí congregada. Estaban llegando hasta los ataúdes cuando se escuchó un estruendo, como si una bomba hubiera estallado. La mina explotó, menos mal que ya no quedaba nadie dentro, sino aquello hubiera sido una catástrofe. Pero lo peor estaba por llegar. Las tapas de los ataúdes se abrieron en el momento de la explosión. Humos negros salieron de cada uno de ellos, quedando flotando sobre los cuerpos. El miedo nos dejó petrificados, no nos podíamos mover, aunque quisiéramos, aquel humo negro empezó a tomar forma. La bruja nos gritaba que no los mirásemos a la cara. Pero eso es lo que hacían la mayoría, mirarlos. Yo estaba de espalda a ellos, y no podía ver la cara de esas figuras fantasmagóricas. Entonces ocurrió algo que va más allá de cualquier entendimiento. La gente empezó a quemarse, reduciéndose a cenizas en poco tiempo. Los que pudieron reaccionar ante lo que estaban viendo escaparon despavoridos. Noté que me agarraban de un brazo y tiraban de mí. Yo por aquel entonces era joven y fuerte, pero aquella mano tenía más fuerza que veinte hombres juntos. Miré y era aquella anciana que me arrastraba con ella hacia el bosque. Corrimos como almas que lleva el diablo, no sé cuánto tiempo, pero fue mucho, me dolían los pies y me faltaba el aire. Entonces llegamos a un claro, nos sentamos sobre unos troncos caídos y allí me explicó que era todo aquello. Aquellos cuerpos allí enterrados pertenecían a gente de la peor calaña, asesinos, ladrones y violadores. Estaban bajo una maldición, estarían enterrados en la oscuridad por toda la eternidad junto con sus almas. Lo que habíamos hecho, era quebrantar aquella maldición al desenterrarlos, y al abrir los ataúdes las habíamos liberado. Yo me estremecí. Pero ella continuó hablando obviando el pánico que iba creciendo en mi interior. Al ser seres oscuros, odiaban la luz, al impactar contra ellos la devuelven en forma de calor haciendo que se quemen y queden reducidos a cenizas.

Bebió el café de la taza, mientras en la cocina se había hecho un silencio casi sepulcral. Ana y Juan se miraron sin poder creerse aquella historia. Pero no dijeron nada. Ellos también apuraron su taza. El anciano continuó hablando:

Yo quise volver al pueblo y ver si mi familia seguía con vida. Pero en todas partes había cenizas y más cenizas, no quedaba nadie con vida. Intenté irme, varias veces para ser exactos, pero cuando pongo un pie fuera de los límites del pueblo, siento un calor tan grande que me provoca quemaduras. Se remangó el jersey que llevaba puesto y les mostró unas marcas en la piel, que se veía claramente que eran producidas por el fuego.

Ésta es mi casa, en la que nací y compartía con mis padres y mis hermanos, aprendí a vivir con esos seres, si no hay luz, no hay peligro. Sólo se acercan al anochecer. La luz del sol les hace daño. Ana le preguntó de dónde sacaban la comida, porque no habían visto un solo animal, ni vida alguna desde que habían entrado en el pueblo. Un ruido a sus espaldas los sobresaltó, intentaron levantarse, pero sentían las piernas muy pesadas como si fueran bloques de cemento, empezaron a sentirse mareados y somnolientos. Detrás de ellos apareció una anciana, de una edad indeterminada. Se dieron cuenta de que era aquella bruja que le había salvado la vida a aquel hombre. Portaba un hacha en su mano derecha que descargó sobre el hombre, luego sobre la mujer. La respuesta a la pregunta de Ana había llegado para desgracia de ellos.

 


viernes, 5 de febrero de 2021

MALA NOCHE

 



Acérrimo del equipo de fútbol, el Júpiter. Aquella tarde había partido, la copa estaba en juego. En la puerta del estadio escuchaba el zurear de las palomas mientras esperaba en la cola. Tras la victoria, una alfombra roja se desplegó en el campo. Todos los aclamábamos como si fueran estrellas de cine. Fui a celebrarlo. En la televisión escuché decir que esta noche un cometa surcaría los cielos, mientras intentaba abrir una botella de vino con el sacacorchos. Salí, el rocío empapó mi ropa y allí estaba Carmen, más guapa que nunca. El ocaso nos llevó a mi casa. Me desperté resacoso, desnudo, a mi lado, estaba ella, tapada con gruesas mantas, de pies a cabeza. La destapé. No era Carmen. Me quedé petrificado. En el suelo había un cuchillo con sangre. Estaba degollada. Fui hasta el baño, vi un reflejo tras de mí, un demonio, sonreía, traté de huir, la ventana estaba abierta, sentí cómo el frío me pellizcaba mientras me lanzaba. Grité con todas mis fuerzas, esperando que alguien me oyera, órale.

miércoles, 3 de febrero de 2021

MONSTRUO

 



Órale, nos vemos el lunes, dijo el viernes cuando acabamos nuestra jornada de trabajo. Pero ya no lo volvimos a ver con vida. El día del entierro, su mujer estaba destrozada, todavía no podía creer que su marido estaba muerto y que ya no lo volvería a ver. A pesar de ello, se sentó con nosotros y nos contó lo que la policía le había dicho. El coche de su marido, había perdido el control, saliéndose de la carretera e impactando contra un árbol. Una de las ramas rompió el parabrisas atravesándole el pecho. Logró salir del coche, pero no llegó muy lejos, la pérdida de sangre era tal, que murió a escasos metros, desangrado. Pero ella lo ponía en duda. El accidente se produjo en una recta, con mucha visibilidad, el firme no estaba mojado y era de día. Uno de los sanitarios de la ambulancia, la llamó al día siguiente, mostrándole su versión de manera confidencial. Su marido presentaba zarpazos y mordeduras por todo el cuerpo, como si se hubiera peleado con un animal salvaje. Recalcó que tenía que ser muy grande y con una fuerza descomunal, prácticamente lo había descuartizado. Nos miró y continuó hablando. Corría el rumor, de que un ser infernal rondaba por allí desde hacía un tiempo. Mataba animales, pero... podía ir más allá, decían los más acérrimos.

Días después, otro suceso de las mismas características, alertó todavía más, si cabe, a la gente del pueblo. En este caso se trataba de una pareja que volvía a casa, después de pasar el día en la ciudad. Según contó la mujer a la policía, un ser terrorífico, como salido de la nada, se puso delante del coche. Su marido, preso del pánico perdió el control y se salió de la carretera. La mujer no llegó a perder el conocimiento y pudo ver todo lo que estaba pasando. Relató que aquel ser arrastró a su marido fuera del coche ensañándose con él hasta provocarle la muerte. La joven se pudo esconder entre unos matorrales que había junto a la carretera. Intentó hacer una llamada de emergencia, pero había perdido el móvil durante el impacto. Aquel ser, tras terminar con su marido, fue a por ella, caminaba a cuatro patas y utilizaba el olfato para rastrearla, como si fuera un animal. Estaba a escasos metros de ella, cuando escuchó el ruido de un coche acercándose, eso hizo que aquel monstruo se internara en el bosque, desapareciendo. Aquello le salvó la vida. Hizo una descripción a la policía bastante detallada. Cuando se erguía a dos patas, tenía una altura de unos dos metros. Era muy corpulento. Su espalda presentaba un enorme bulto, que se asemejaba a una joroba. Su cara presentaba unas protuberancias de gran consideración, sobre todo en la parte izquierda de la cara. Tenía un solo ojo, un hocico y la boca era un agujero. No tenía pelo, ni en la cabeza ni en el resto del cuerpo, estaba totalmente desnudo y su piel era blanca, casi translúcida.

Gracias a aquella descripción hecha por la joven, la policía logró identificar a aquel ser y atraparlo. Había nacido en aquel pueblo, hacia unos treinta años, con unas horribles malformaciones. Su madre lo mantuvo escondido toda su vida. Nadie del pueblo conocía de su existencia. Vivían en una casa apartada del pueblo, junto al bosque. La mujer tenía mal carácter y casi no se dejaba ver por los vecinos. La gente empezó a murmurar y a apartarse de ella, tachándola de bruja. Nadie se acercaba a su casa, decían que por las noches escuchaban gritos aterradores, que asustaban a niños y mayores. La mujer falleció y aquel ser, su hijo, salía a cazar para alimentarse. Nunca había visto otro ser humano que no fuera su madre. Tal vez, la falta de comida lo hizo llegar hasta la carretera y atacar a los coches y a la gente que iba en ellos, o tal vez, su ira y su odio eran tal, que le llevaba a matar a todo aquello que se asemejase a su madre.

 


martes, 2 de febrero de 2021

ocaso

 



 

 

 El ocaso, se cernía sobre la playa. Después de toda una vida dedicada a la investigación de otras civilizaciones en el universo, me habían jubilado forzosamente. Decían que me había vuelto loco. Dudaban de mis ideas, de mis descubrimientos y aunque les había mostrado mis pruebas una y otra vez, seguían sin creerme. Me dolía que pusieran en tela de juicio mi salud mental, incluso más que no creyeran los hechos que les mostraba. Pero, ahora allí sentado sobre la arena, viendo aquella magnífica puesta de sol, ni siquiera me importaba que me hubieran tachado de loco. Una nueva vida se presentaba ante mí, una nueva vida llena de nuevos proyectos y un aprendizaje sin fin. Me la habían ofrecido y la había aceptado. Alguien creía en mi, alguien me daba otra oportunidad, alguien todavia estaba interesado en mostrarme la verdad de mis teorías y muchas más que ni habría imaginado en un millón de años. El encuentro sucedería en escasos minutos. Estaba nervioso, lo nuevo nos asusta, pero también nos atrae y llena de esperanza. A lo lejos divisé unas luces en el cielo, supe que eran ellos. Se pararon encima de mi cabeza, sin hacer ruido, como una aparición, casi podía tocar con la mano aquella nave enorme, llena de misterios por descubrir. Era la hora. Me levanté, sacudí la arena de mis ropas y me encaminé hacia la orilla. Un haz de luz me envolvió, me elevé del suelo, flotaba, la gravedad que por tanto tiempo me había atado a la tierra, ya no existía. Me embriagó una sensación de libertad como nunca había sentido. Cerré los ojos y me dejé llevar. No sabía cuál sería mi destino, me daba igual a donde me llevaran, a galaxias lejanas o a otras más cercanas, tal vez a Venus, Marte, Saturno o Júpiter.


EL RESURGIR

  El Olimpo había sido un lugar de copas muy conocido no solo en la ciudad sino en todo el país. Allí bellas jovencitas cantaban ligeritas d...