miércoles, 26 de abril de 2023

NO ES MÍO

 


Su único hijo era del demonio. Ahora sabía la verdad. Siempre había desconfiado que aquel niño no era suyo. Él no era su padre biológico. Estaba completamente seguro.

Su llegada al mundo había costado un gran precio. Se había cobrado la vida de su madre. La mujer que amaba y de la que todavía seguía enamorado.

No más verlo, lo odió. Lo odió como jamás había odiado a nadie. Lo odiaba por haberle arrebatado lo que más quería en este mundo. Pero el niño pronto se hizo querer. Inteligente, extrovertido, cariñoso, se fue abriendo, poco a poco, paso a paso, hacia su corazón maltrecho y malherido, llegando a quererlo de una manera vehemente, febril.

Su vida dio un giro de ciento ochenta grados con su llegada. Parecía que aquella criatura, tan frágil, tan hermosa, traía consigo la suerte bajo el brazo.

Su carrera política comenzó a ascender vertiginosamente hasta que vio cumplido su sueño.

Aquella noche era la gran fecha, tan esperada, tan ansiada a lo largo de muchos años. Aquella noche sería nombrado presidente de la nación.

Estaba en un sótano en penumbra, atado de pies y manos en una silla. Una gran pantalla frente a él le ofrecía las imágenes de la ceremonia. Y ahí estaba, dando el discurso ante millones de personas de todo el mundo.

Pero aquel no era él. No, no lo era. Él estaba sentenciado a muerte. Nunca sería el presidente de ningún país.

No estaba solo en aquel lugar sombrío. No. Había alguien más con él.

Un hombre alto, delgado, joven y de muy buen ver. Lo observaba sin dejar de sonreír.

—¿No estás orgulloso de nuestro hijo? –le preguntó.

El hombre maniatado se mantuvo en silencio sin apartar la mirada de la pantalla.

—Sabía que no me había equivocado eligiéndote a ti como su padre terrenal. Le has inculcado buenos valores, los necesarios para alcanzar el máximo poder.

El hombre seguía sin mediar palabra absorto en las imágenes.

—A partir de ahora ya no te necesitamos. Éste es tu fin. Siempre supiste que no era tuyo. Tengo que decir a favor de tu mujer que se resistió y que nunca dejó de amarte al igual que nunca deseó el niño que llevaba en su vientre. Le concedí el deseo de morir antes de ver el rostro de su recién nacido. Nuestro pequeño puede tomar la forma de cualquier humano. Y ahora, gracias a ti, tendrá un gran poder. Ha abierto la puerta del infierno. Una nueva era ha comenzado.

 

 

 

 

 

 


miércoles, 19 de abril de 2023

MORIR

 


 

—Emergencias ¿dígame?

—He matado a mi mujer y a nuestro hijo no nacido.

—Dígame su nombre.

—Caín.  Siempre hay un Caín por los siglos de los siglos. Y yo soy aquel descendiente del responsable del primer crimen de la Humanidad. Aquel que no quiso arrodillarse. Aquel que no quiso nacer y aun así heredó el castigo por el pecado cometido por sus padres.

—Dígame su dirección.

—Caín regresó del abismo del espacio.

—No le entiendo

—He visto la realidad del tiempo. He viajado hasta el origen. Aquel no era el árbol del saber, sino de la mentira, prometía el saber cambio de la muerte y ni siquiera el hombre sabe qué es la muerte.

—La ayuda va de camino.

—Él me lo mostró

—¿Quién se lo mostró?

—Lucifer. Me mostró la verdad. El mundo ha sido destruido varias veces antes de la creación del hombre.

—Intente calmarse, señor.

—Sólo existe una verdad: la muerte. ¿Por qué nacer si vamos a morir? A mi hijo no nacido le facilité el camino. Si no nace no muere. Le hice un favor. Y ahora la muerte está a mi lado. Impaciente.

—¿Qué va a hacer?

—Lo que estamos destinados a hacer cuando nacemos, morir.

 

 

 

 

 

 


miércoles, 12 de abril de 2023

SUERTE

 

Antonio García estaba sentado ante la barra, delante de una copa vacía, ajeno al griterío de los clientes del bar ante un fuera de juego en el partido de futbol que emitían en la televisión. Sabía que emborracharse no solucionaría sus problemas, pero sí los haría que los olvidara por lo menos esa noche.

Estaba alzando la mano para que el camarero le sirviera otra cuando un tipo a su lado gritó:

—Que sean dos, por favor.

Luego se giró hacia Antonio y le dijo:

—A esta ronda invito yo.

Antonio lo miró el tiempo justo para darle las gracias para luego seguir concentrado en mirar cómo se llenaba de nuevo su copa.

—Tengo la solución para todos tus problemas –le espetó el hombre.

—Que sabrás tú de mis problemas –masculló Antonio.

—Más de lo que piensas –le respondió el hombre.

Antonio llevado por la curiosidad se fijó mejor en el hombre que se había sentado a su lado sin ser invitado.

Era alto y delgado, con el pelo canoso muy corto. Vestía totalmente de negro. Sonreía mostrando una hilera de dientes perfectos y blancos como la nieve.

—Toma –le dijo

Antonio vio que le ofrecía un trozo de papel. Lo cogió. Lo abrió. Dentro había varios números.

—Son los números de la lotería de mañana. Te tocará lo suficiente para no preocuparte más por el dinero

Antonio lo volvió a mirar. Esta vez riéndose.

—Está usted loco –le dijo mientras se levantaba para largarse a otro lugar donde pudiera beber tranquilamente.

Antes de irse estrujó el papel y se lo tiró a la cara.

Antes de atravesar la puerta escuchó la voz del hombre que le decía:

—Pagarás caro por esto.

Estaba doblando la esquina cuando le sonó el móvil.

Le llamaban del hospital, su mujer había sufrido un accidente de coche y estaban operándola de urgencia.

Corrió a casa para ver cómo estaba su pequeña María. La vecina al verlo llegar lo tranquilizó diciéndome que la niña estaba con ella.

Fue hasta el hospital. Pasó allí la noche.

Al llegar a casa por la mañana, se encontró con una carta en el buzón informándole del próximo embargo de su casa.

Por un momento se arrepintió de haber jugado aquellos números que aquel hombre misterioso le había dado. Pero ya era tarde.

Se tumbó en el sofá. Soñó. En sus sueños una voz le hablaba. Lo culpaba del accidente que casi le cuesta la vida a su esposa. No había ido a buscarla a trabajar porque había decidido ahogar sus penas en alcohol en el bar. Él era culpable. Culpable de ser un mal marido y un mal padre. Apenas veía a su pequeña. Si no estaba trabajando estaba apostando el dinero que ganaba. Perderían la casa por su culpa… ¡Culpable! ¡Culpable! Le repetía la voz una y otra vez. Se despertó bañado en sudor, con el corazón a punto de salirse del pecho.

Se levantó, fue hasta el garaje cogió una cuerda y….

Se despertó en el hospital. Había salvado su vida gracias a que la vecina logró romper la cuerda con la que se había colgado en el cuarto de baño.

Pasaron las semanas.  Su mujer se estaba recuperando a pasos agigantados.

Entonces un día que podría ser como cualquier otro día su hija enfermó. Leucemia, le diagnosticaron. Pocos días después perdieron la casa.

Entró en una espiral de depresión y locura. Escuchaba voces en su cabeza que le culpaban de la enfermedad de su hija y de la situación en que se encontraba su familia.

Vivían en casa de sus suegros, que día sí, día también, lo culpaban.

Una mañana en su despacho se acercó a la ventana. Brillaba el sol. Hacía un esplendoroso día de verano. Sin más abrió la ventana. Se subió a la ventana y….

Salvó su vida gracias al toldo que había puesto el dueño del restaurante y que mitigó la caída desde el tercer piso. Se fracturó una pierna y un brazo. Fue un milagro que no hubiese muerto.

Había burlado a la muerte dos veces. Y como dicen por ahí, no hay dos sin tres.

La tercera vez que intentó matarse lo hizo pocos días después, en el hospital. En un descuido que había dejado un frasco de pastillas sobre la mesa mientras atendía una llamada en su móvil se las tomó todas.

La rápida intervención de los sanitarios se salvó de esta muerte también.

Lo llevaron al ala de psiquiatría bajo vigilancia estricta. 

Aun así, una tarde cuando se despertó de la siesta se llevó una sorpresa al ver que tenía visita.

Había un hombre sentado en una silla al lado de su cama. Sonreía, mientras lo miraba fijamente.

Lo reconoció. Era el hombre que lo había abordado en aquel bar. Parecía que habían pasado siglos desde aquello….

—He de reconocer que es usted un hombre con mucha suerte –le dijo.

Antonio lo miró sin comprender.

—Ha esquivado a la muerte tres ocasiones. ¡Enhorabuena! Queda usted libre, mi querido amigo. He de reconocer su mérito. Me enfadé mucho cuando rechazó mi oferta. Y no pudo menos que echarle una maldición, la cual retiro ante los hechos. Ya no me interesa su alma, ni la de los suyos. A partir de este momento la suerte le sonreirá, su hija sanará, recuperará su casa y todo gracias a usted. Mi enhorabuena de nuevo, tiene usted mucha suerte.

Ni tres muertes pudieron llevarlo al infierno.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

martes, 11 de abril de 2023

ANGÉLICA

 


Antes incluso de estar totalmente despierta y de abrir los ojos, Marta sabía que estaba siendo observada. No dudó ni un instante en pensar que era su marido que velaba su sueño. Pero aquel perfume… aquel olor a rosas que envolvía la habitación y que penetraba por su nariz… Le gustaba mucho más que la colonia que usaba Enrique.

Abrió los ojos lentamente. Se sentía cansada. Le dolía la cabeza. Había dormido gracias a las pastillas que el médico le había recetado cuando pasó aquello….

Vagos recuerdos acudían a ella. El que predominaba era haber sentido un gran dolor en el pecho…  un profundo sentimiento de vacío en su interior… y muchas ganas de llorar… llorar… dormir… llorar… dormir…

Salía de la inconciencia que le causaban las pastillas, un segundo, sólo un segundo, suficiente para ver el rostro de su marido y luego…. otra vez la oscuridad y aquel dolor que la estaba matando.

Pero aquel rostro que la miraba fijamente a través de unos grandes y profundos ojos azules no era el de Enrique.

Marta con verdadero esfuerzo se sentó en la cama. La mujer le sonreía.

—¿Quién eres? –le preguntó

—Angélica –le respondió ella.

—¿Te conozco?

—Ahora sí, ya sabes mi nombre y yo sé el tuyo –le respondió la mujer

—¿Dónde está Enrique? ¿Dónde está mi marido?

—¿No lo recuerdas? Se ha ido un par de días –le respondió Angélica.

Marta no lo recordaba. No recordaba mucho desde…. Recordaba que él le había hablado antes de irse a dormir. ¿Le había dicho que se iba? ¿Por qué la dejaba sola? ¿Había contratado a aquella mujer para que la cuidara? No podía recordarlo y aquello la volvía loca.

—¿Te pidió que me cuidaras? –le preguntó en un hilo de voz a punto de quebrarse por el llanto.

—Más o menos –le respondió ella

—No entiendo…. ¿Cuánto tiempo llevas aquí?

—Toda la noche

—Tengo que levantarme –le dijo Marta- he de entregar un proyecto antes de las cuatro –hizo una pausa- ¿qué hora es?

—las 12 –le respondió Angélica.

Marta necesitaba sus analgésicos para mitigar el dolor de cabeza que la estaba matando. Miró hacia su mesilla de noche donde había dejado el frasco de pastillas. Lo cogió. Estaba vacío.

—No quedan

—No

—¿Los he tomado todas? –preguntó a la mujer sorprendida.

—Sí. Los has tomada. Pero creo que podrás terminar el trabajo sin ellas.

—¿Tú crees? –le preguntó con cierta desconfianza

—Sí.

Marta intentó ponerse en pie, pero sus piernas parecían hechas de mantequilla y comenzaron a temblar bajo su peso.

—Trabajaré en la cama.

—Será lo mejor –le dijo Angélica mientras le entregaba su portátil.

—¿Te quedarás aquí conmigo hasta que termine? –le preguntó esperando una respuesta afirmativa.

—Sí

Marta respiró aliviada y comenzó a trabajar. En un par de horas había terminado. Lo envió por correo electrónico. A continuación, se recostó y cerró los ojos.

—Voy a dormir un poco –le dijo a Angélica

La mujer la arropó y se tumbó a su lado.

Su móvil sonó reiteradamente en su mesilla de noche. Marta y Angélica seguían durmiendo.

Poco después el timbre sonó.

Marta y Angélica seguían durmiendo.

Ya entrada la noche Enrique abría la puerta de la casa seguido de la jefa de Marta y de la policía que había llamado ella al no tener noticias de la mujer después de varios intentos a lo largo del día por contactar con ella.

Descubrieron el cuerpo frío de Marta sobre la cama. El forense dictaminó suicidio al ver el frasco de pastillas vacío sobre la mesilla de noche. La muerte se había producido hacía más de veinticuatro horas.

—¡Imposible! –le dijo la jefa- me envió el proyecto esta mañana.

 

 


miércoles, 5 de abril de 2023

LA LLAVE

 

El conde yacía en su lecho de muerte. Le quedaba poco tiempo de vida. Lo sabía. Era consciente de ello. Nunca le había temido a la muerte. Tampoco ahora. Le temía al castigo eterno. Y sabía que era merecedor de él.

Era odiado por todos. Incluso por su madre que había intentado matarlo alguna que otra vez. Una al poco de nacer, y otras dos según iba creciendo.

Nunca fue querido. Educado en los mejores colegios nunca recibió el cariño y el amor que todo niño necesita. No tardó mucho tiempo en repuntar en él el carácter que conservaría hasta el final de su larga vida. No dudó en blasfemar, mentir, humillar e incluso matar a todo aquel que considerara culpable de una manera u otra, siempre bajo su criterio. Nunca quiso a nadie. Ni siquiera a su esposa y a su hija. Las repudiaba. Sólo confiaba en una persona. Un hombre conocedor de todo lo que había que saber sobre ocultismo y magia negra. Un hombre temido, pero al mismo tiempo respetado por su poder.

El conde lo hizo llamar.

—Me muero –le dijo en un susurro.

—Lo sé –le respondió el brujo.

—Seré pasto de la «la devoradora de los muertos» y mi espíritu perderá su inmortalidad…

El conde hizo una pausa mientras miraba fijamente a los ojos al hechicero esperando que dijera algo.

Le agarró una mano y le suplicó:

—Tú puedes salvarme.

—Lo sé –le respondió.

Un incómodo silencio los envolvió durante unos minutos.

El hechicero se sentó en el borde de la cama dándole la espalda al conde.

Aquel acto sería castigado con la pena de muerte a cualquier persona que tuviera la desfachatez de hacerlo. Pero el brujo era diferente…

El conde esperó paciente a que hablara.

Al final lo hizo.

Giró la cabeza. Llevaba un objeto en la mano. Lo miró y le habló:

—¿Sabes qué es esto? –le preguntó.

El conde lo sabía. Era la llave para atravesar la duat. Había visto aquella pequeña pirámide con inscripciones egipcias en las dependencias del brujo, guardada celosamente en un cofre bañado en oro.

—La pondré en tu ataúd. Tu espíritu será inmortal. Volverás a nacer bajo otra apariencia, en otro lugar. Has de conservarla y llevarla siempre contigo, de esta manera sortearás con facilidad los obstáculos que encontrarás a lo largo de tu nueva vida. Y cuando vuelvas a morir tendrás un pase directo al paraíso.

 

 

 

 

lunes, 3 de abril de 2023

MI HERMANA

 

Tras la llamada angustiada de mi madre de hacía dos noches mi vida cambió por completo.

Me pedía ayuda para cuidar de mi hermana diez años más joven que yo. Estaba enferma. Muy enferma, según sus palabras. El tratamiento parecía no hacerle el más mínimo efecto y los médicos habían sido muy clara con ella respeto a su estado de salud, no creían que mejorara y aquello sólo podía significar una cosa, la muerte la estaba acechando.

Mi madre y mi hermana pequeña seguían viviendo en el pueblo que vio nacer a mi abuela y a la madre de ésta. Una casa grande de piedra en muy buen estado de conservación gracias a los cuidados de mi padre y antes que él de mi abuelo. El jardín que lo rodeaba siempre había sido labor de las mujeres de la familia. Mi madre tenía un don especial para cultivar todo tipo de plantas y flores y el jardín era el más bonito de todos los que había visto hasta entonces.

Yo había vivido allí hasta que tuve edad para ir a la universidad. Al terminarla comencé a trabajar y trasladé mi lugar de residencia a la ciudad, donde vivía ahora. Mi hermana pequeña siempre tuvo una salud muy delicada pero los últimos años habían empeorado considerablemente, apenas salía de casa, comía poco y su ánimo fue cayendo en picado al mismo ritmo que su peso.

Yo la adoraba. Siempre que podía iba a visitarla. Así que no dudé ni un instante en acudir a la llamada de mi madre. Mi padre hacía un par de años que había fallecido. Mi madre estaba sola a su cuidado. Tenía a Agatha una mujer agradable y muy simpática que le ayudaba con los quehaceres de la casa y la comida y a Antonio un hombre que se encargaba del mantenimiento y últimamente del jardín, ya que, mi hermana le robaba todas las horas del día a mi madre.

Hablé del tema con mi jefe y arreglamos todo para que pudiera seguir trabajando desde allí. Cuando me puse en camino ya había oscurecido.  A mitad del camino comenzó a llover ralentizando en gran medida mi avance por la carretera.

Cuando llegué a casa de mi padre ya pasaban de las doce de la noche.

Me dijo que mi hermana estaba durmiendo que era mejor que la visitara por la mañana. Le dije que era lo mejor. Estaba muy cansada y deseaba fervientemente darme una ducha de agua caliente y meterme en la cama. Mi madre insistió en que comiera algo antes de irme a dormir. No la quise contrariar y me comí el sándwich de jamón y queso que me había preparado y me había dejado sobre la mesilla de noche mientras me estaba tomando una ducha.

De madrugada escuché mi nombre.

—¿Estás despierta Ana? ¿Puedo dormir contigo?

Somnolienta le dije que sí. Reconocí la voz de mi hermana.

Ella se metió debajo de las mantas. Yo la abracé con fuerza y le di un gran beso en la mejilla. Estaba fría, muy fría. La arrimé hacia mi cuerpo para que entrara en calor.

—Te quiero hermanita –me dijo.

—Yo también «bichito» -le respondí.

Nos quedamos dormidas.

Por la mañana me desperté sola en la cama. Mi hermana en algún momento de la noche se había regresado a su habitación.

Salí de mi habitación y bajé las escaleras en dirección a la cocina.

Encontré a mi madre llorando.

Le pregunté qué le pasaba.

Mi hermana había muerto durante la noche.

 

 

LA VISITA

 


El dolor por la pérdida de un hijo es un dolor único, inexplicable y antinatural. El dolor a que muera es un sentimiento que se instala en los padres desde el momento que llega a este mundo y lo ven por primera vez. Por eso cuando esa inesperada, o no, muerte llega, el dolor que cae sobre los progenitores es tal, que el desinterés por la vida recae sobre ellos.

Martín, una tarde calurosa del mes de agosto sufrió un accidente de tráfico en compañía de sus padres después de pasar unos días a la sierra, en una casa que había sido de sus abuelos.

María y Antonio vivieron en sus propias carnes aquel dolor que parecía hacerse más grande a medida que el tiempo pasaba y que los iba engullendo a pasos agigantados en el pozo negro y profundo de la depresión.

La pareja decidió huir de los recuerdos y buscando la paz y el recogimiento se fueron a vivir a la vieja casa que distaba varios kilómetros del pueblo más próximo, rodeada de árboles y al lado de un gran lago, estaba prácticamente aislada del mundo. Para ellos era el lugar ideal para pasar el duelo y calmar el dolor que los corrompía de dentro a afuera.

Una fría tarde de invierno, dos años después del trágico accidente, un coche se detuvo frente a la puerta de la casa. Conducía un hombre, sentado en el asiento de al lado iba un muchacho de unos doce años.

El chaval se apeó del coche y comenzó a caminar hacia la entrada.

Sabía que no había timbre. Golpeó la puerta. Ésta se abrió lentamente. No estaba cerrada con llave. Entró.

El hombre que se había quedado en el coche no dejaba de mirar hacia la puerta. Se le veía nervioso. Comprobaba la hora a cada rato.

El muchacho dio una vuelta por la casa, se tomó su tiempo.

Cuando entró en el coche el hombre, visiblemente preocupado, le preguntó:

—Martín, ¿los has visto?

El chaval guardó silencio unos minutos intentando reprimir, sin mucho éxito, unas lágrimas que comenzaban a deslizarse por sus mejillas.

—Sí.

El hombre movió la cabeza a ambos lados.

—Te dije que esto no era buena idea. María era mi hermana, la quería mucho, pero a los muertos hay que dejarlos en paz.

 

 

 


EL RESURGIR

  El Olimpo había sido un lugar de copas muy conocido no solo en la ciudad sino en todo el país. Allí bellas jovencitas cantaban ligeritas d...