viernes, 26 de enero de 2024

EL HERMANO

 Al fin ha abierto los ojos, llevo una eternidad esperando la llegada del amanecer, de un nuevo día que con su luz destierra a la oscuridad y a las sombras a las profundidades del averno. 

Bueno una eternidad lo que se dice una eternidad, no, sólo esta noche, pero he de decir a mi favor que hay noches y noches y ésta se me hizo tan larga que bien hubiera podido durar esa eternidad y otras tantas. 

No sé qué le ha dado a Annie que se pasó leyendo hasta muy tarde y luego susurraba en sueños “El prisionero de Chillon enfrenta su desolación y tristeza”, una y otra vez, así os digo yo, que no hay quien duerma. 

Últimamente lee novelas de esas románticas, que le llenan la cabeza de ideas raras y anda en babia la mayor parte del tiempo, dibujando corazoncitos en su cuaderno de lengua sin atender lo que explica la profesora. Luego, claro, llora porque le regañan en casa por sus bajas notas. 

Yo soy más de aventuras: de piratas que se embarcan en peligrosas aventuras para conseguir tesoros inmensos, de caballeros que se enfrentan a feroces dragones. Bueno… la parte que ya no me gusta de esas historias es que luego siempre aparece una chica muy hermosa y encantadora, como no, y lo estropea todo. Se besan, y tienen bebés. ¡Qué asco! Yo nunca seré de esa clase de caballeros porque viviré tantas aventuras y estaré tan ocupado librando miles de batallas que no tendré tiempo para esas chorradas.

El tema es que tengo que aguantarla, quiera o no quiera. Tengo que soportar sus días buenos y sus días no tan buenos. Sus incesables conversaciones con sus amigas de chicos, de ropa y de otras intimidades que me dan tanto asco que tengo que taparme los oídos para no escucharlo. 

De vez en cuando tengo alguna influencia sobre ella. Me explico. Hace un par de días entró en una librería a comprar el último libro de moda entre adolescdente del que no paraban de hablar ella y sus amigas y mamá le dio el dinero para que lo comprara, logré persuadirla y se trajo a casa uno de Julio Verne, 20.000 leguas de viaje submarino. Lo tiró a la papelera perpleja cuando llegó a su habitación, abrió la bolsa y lo vio. Creo que piensa que se está volviendo loca o algo así.  Yo también lo pensaría, la verdad. No pude dejar de leerlo toda la noche. Por la mañana, como es comprensible, Annie estaba muy cansada, pero de verdad que no es mi culpa que me haya enganchado de aquella manera.

Últimamente ando algo preocupado. Mi hermana sufre fuertes dolores de cabeza y desmayos frecuentes. En un principio le dijeron que estaba bien, que no veían nada anormal, pero que le van a hacer pruebas. Ahí comienza mi preocupación.

Soy su hermano gemelo y me alojo en su cerebro y cada vez me estoy haciendo más grande. El motivo no lo sé. Pero me siento más fuerte y más grande cada día que pasa y cuando le hagan esas dichosas pruebas me van a descubrir, con lo cual, intentarán quitarme de en medio, porque para ellos no seré más que un tumor maligno que vive en su cabeza. Y yo no quiero desaparecer. Aunque no pueda disfrutar la vida como Annie, veo a través de ella, aprendo, leo y bueno es una manera como cualquier otra de vivir ¿no creen?


jueves, 18 de enero de 2024

LA DAMA DUENDE

 —Henry, llevo días observándote y últimamente eres el último en marchar de la oficina. ¿Va todo bien?

El aludido levantó la mirada. Su jefe estaba frente a él hablándole. Era un hombre rubicundo, parcialmente calvo. Se le veía muy avejentado como si estuviera a  pocos pasos de la jubilación, aunque sabía a ciencia cierta de que aquel hombre no llegaba a los cincuenta años.  Lo miraba preocupado.

—Verá, señor, las cosas en casa no van nada bien y….

—¡No me digas más! —le respondió— recoge tus cosas y vamos a tomar una copa. Sé de un sitio donde podemos hablar tranquilamente.

El lugar en cuestión era bastante acogedor y tranquilo. Un camarero le hizo saber al señor Martínez que su mesa estaba preparada. Así que Henry dedujo que su jefe era un habitual de aquella cafetería.

Primero comenzaron a hablar de trivialidades preparando el camino para lo que habían ido allí. Comenzó a hablar con soltura, su jefe conocía a la perfección el arte de escuchar.

Le habbló del aborto que había sufrido su esposa hacía pocos meses, de que a raiz de aquel acontecimiento ella comenzó a sumirse poco a poco en una depresión que acabó afectando al matrimonio. Apenas se hablaban. Se habían convertido en un par de desconocidos viviendo bajo el mismo techo. Hacía un par de semanas que ella había decidido irse a vivir a casa de su madre durante una temporada. Le dejó claro que no la llamara ni tratara de ir a buscarla. Necesitaba tiempo. Pero el problema es que la echaba mucho de menos….

Henry apuró su copa bajo la atenta mirada del señor Martínez.

Estuvieron unos minutos callados. No resultaba un silencio incómodo, sino más bien necesario, como una pausa en una obra de teatro para el siguiente acto.

—Conozco una mujer... —dijo al fin su jefe—No se trata de sexo por lo menos del convencional si es lo que estás pensando. Estoy seguro de que ella te ayudará mucho. Yo…. He ido un par de veces buscando consejo para la empresa y mi vida privada y siempre, siempre, me ha ayudado.

Sus mejillas se le ruborizan. Le estaba confiando a un empleado suyo algo muy personal.

—Perdone Sr. Martínez, sé que lo que me dice es de buena fe, pero yo no creo en adivinadores, ni sanadores, ni echadores de cartas. Creo que es una pérdida de tiempo y de dinero.

—Por el tiempo no te preocupes, mañana te doy el día libre para que la vayas a ver y el dinero tampoco es un impedimento porque ella no cobra nada.

A la mañana siguiente Henry se presentó en casa de aquella mujer. El señor Martínez le había conseguido una cita para las diez de la mañana.

Estaba muy nervioso cuando pulsó el timbre de la puerta.

No tardó en escuchar unos pasos acercándose.

La puerta se abrió.

Frente a él había una mujer vestida con una amplia túnica negra y un velo del mismo color cubriéndole la cara.

—¿Henry?

—Sí.

Lo hizo pasar a una pequeña sala donde había una mesa redonda con un mantel blanco cubriéndola por completo y un par de sillas.

La mujer se sentó dando la espalda a la ventana y él hizo lo mismo frente a ella.

—¿Está listo?

—Si —Le respondió él no muy convencido.

—Deme sus manos, por favor y cierre los ojos.

Él hizo lo que le pidió aquella extraña mujer de la cual no sabía su nombre ni cómo era su rostro.

De repente, al contacto con la piel de la mujer comenzó a sentir como una energía que recorría todo su cuerpo acompañada de una paz y serenidad que nunca había sentido. Escuchaba que ella le decía que se imaginara un lugar en el que había sido realmente feliz alguna vez. Y así lo hizo. Evocó los veranos en los que él y su hermano pasaban en casa de sus abuelos. Todo eran risas, juegos, felicidad. También pudo percibir nítidamente el olor de las galletas que su abuela hacía en el horno y que tanto le gustaban.

Cuando ella le soltó las manos, él se resistió no quería volver a la realidad quería seguir siendo un niño, sin preocupaciones, siempre feliz y contento. Al final habían hecho el amor sin rozarse pero gozó como nunca lo había hecho jamás.

Pero tuvo que hacerlo.

Ya en la puerta de la calle ella le dijo que volviera cuando quisiera.

Cerró la puerta cuando Henry salió a la calle.

Miró su reloj. Eran las tres de la tarde. Habían pasado allí cinco horas que le habían parecido minutos.

Volvió más veces. Cada vez que iba se sentía mucho mejor consigo mismo y con el mundo en general. Disfrutaba haciendo el amor con aquella mujer sin necesidad de contacto físico. Pero disfrutaban plenamente. Su mujer había querido hablar con él y volvían a estar juntos de nuevo. Y su jefe le había dado un ascenso.

La vida le sonreía.

Al cabo de un año, su jefe murió repentinamente. Estaba demacrado, envejecido. Parecía que cada mes que pasaba era un año que se le venía encima. Una semana antes del ataque al corazón que lo llevó al otro barrio le había pedido, suplicado, que no fuera a ver más a aquella mujer. Todo tenía un precio y él lo estaba pagando con creces.

Henry no comprendió lo que le decía y por supuesto no dejó de ver a aquella mujer de la que todavía no conocía su nombre.

Una mañana Henry se miró al espejo. No tenía más de treinta y cinco años y su pelo se había vuelto canoso. Tenía bastantes arrugas en la cara y la vista le iba a menos.

Se asustó y recordó las palabras del señor Martínez y decidió volver a verla. Ella lo recibió con la amabilidad de siempre. Le cogió de las manos y volvió a tener otro viaje placentero, relajante.

Al salir de allí lleno de vitalidad y euforia pensó que las palabras de su jefe habían sido un delirio propio de una enfermedad que lo estaba matando poco a poco.

Pero cada hoja que pasaba del calendario se sentía más y más viejo, más y más cansado, más y más acabado.

La dama duende se alimentaba de sus amantes.


jueves, 11 de enero de 2024

TÚ DECIDES

 —Buenas tardes, soy Marcos Segura y os doy la bienvenida a este nuevo proyecto. Vosotros tres sois los primeros y espero que no los últimos. Os daré la oportunidad de calmar vuestra conciencia. Perdonar o no a quien os haya hecho daño.  Os voy a contar algo.

El hombre, un tipo más bien corpulento de unos cincuenta y tantos con el pelo muy corto, la tez blanquecina se sentó en una silla frente a ellos.

Tres personas lo miraban como hipnotizados asintiendo a cada palabra que el hombre decía. 

Había un chico de unos quince años, alto, delgado, con la cara llena de acné y unas lentes de culo de botella que hacían que sus ojos parecieran muy pequeños. Se llamaba Toni.

Una mujer de unos treinta años, alta, delgada, muy guapa con una larga cabellera rubia recogida en una coleta. Se llamaba Ana.

Y luego un hombre de unos cuarenta años, Con un cuerpo atlético, el pelo cortado al cepillo, con pinta de ser militar. Se llamaba Mario.

El hombre continuó hablando:

—Os voy a contar una historia. En la mitología griega hablaban de tres divinidades infernales que atormentaban con remordimientos a los autores de malas acciones, había una que castigaba los delitos morales, Alecto. Había otra, Megera que castigaba los delitos de infidelidad y por ultimo pero no por ellos menos importante Tisifone la vengadora del asesinato. Las erinias lanzaron tres maldiciones al mundo.

Hizo una pausa y continuó:

—Toni, a ti te hicieron bullying durante años. Tus acosadores salieron impunes, tú tuviste que cambiar de instituto y acudir a un psicólogo.

El muchacho asintió con la cabeza.

—Ana, tu marido te fue infiel muchas veces. Le has perdonado todas, alegando que estabas enamorada de él.

La mujer asintió.

—Mario, han matado a tu mujer. El asesino está en libertad después de haber estado en prisión cinco años. Lo soltaron por buena conducta.

Mario también asintió.

—Debajo de vuestras sillas hay un maletín. No lo abráis todavía. Cuando os diga saldréis de esta sala al pasillo. Allí encontraréis tres habitaciones. La número uno es para Toni. La dos para Ana y la tres para Mario. Dentro están las personas que os han causado tanto daño. De vosotros depende perdonar o castigar. Ya podéis sacar el maletín y abrirlo.

Dentro había una rosa y una pistola.

Perdonar o matar.


miércoles, 3 de enero de 2024

EL ÁRBOL OSCURO

 Harry se había quedado en casa. Su madre lo consideraba demasiado pequeño para ir al bosque a cazar. 

Su padre, con un grupo de amigos y su hijo mayor, Bill, salieron un par de horas antes del amanecer.

Caminaron durante un rato alumbrados por linternas y en silencio hasta que salió el sol. Habían cazado unos cuantos conejos y le seguían el rastro a un ciervo.

Bill se alejó un poco del grupo persiguiendo a una ardilla que al final se había encaramado a un árbol escondiéndose entre sus ramas. En un principio no se había fijado en el árbol hasta que retrocedió unos pasos para intentar localizar a la ardilla. 

Nunca había visto un árbol igual. Parecía que tenía vida. Sus ramas se movían, a pesar de que no hacía viento, como múltiples brazos que gesticulaban. Hasta le pareció escuchar susurros. Muchas voces hablando en voz baja a la vez. Sintió un pánico atroz.  Decidió regresar con el grupo. Comenzó a correr durante un buen rato hasta que sus piernas se doblaron y cayó al suelo. Estaba exhausto. La idea de que se había perdido pasó por su cabeza y se echó a llorar. Escuchó la voz de su padre a lo lejos, llamándolo a gritos.

Pronto estuvo a su lado. Entonces Bill comenzó a contarle lo que había visto y lo que le había asustado aquel árbol. El hombre trató de consolarlo diciéndole que todo había sido fruto de su imaginación.

Uno de los hombres que iban con ellos escuchó lo que el pequeño le había contado a su padre y su cara se puso tensa.

Decidieron regresar.

Bill corrió hasta la casa mientras su padre y sus amigos se reunían en el granero.

Harry que los había escuchado llegar se escondió entre el heno.

Al cerrar la puerta tras ello uno de los hombres cogió a su padre por la pechera de la camisa con fuerza mientras le gritaba que su hijo lo había visto.

Tom intentó convencerlo de que su hijo no contaría nada a nadie. Era un buen chico.

A Harry no le gustó nada el giro que estaba tomando aquella conversación. Sintió frió. Miedo. Por su padre. Por su hermano.

—Tú ahora eres el señor de la oscuridad. Él te ha elegido y como tal te corresponde que nadie localice el Árbol Oscuro. Ahora eres Herumor y tienes que ser consecuente con lo que tal honor representa.

—Por favor, ¡mi hijo no! —le suplicó.

—Será sacrificado. Lo haremos al anochecer. No podemos arriesgarnos a que alguien más se entere de la existencia del árbol. —sentenció el hombre.

Harry no quiso escuchar más y colándose por un agujero que había entre las tablas corrió hasta la casa para avisar a su hermano.

Pero su madre no le dejó pasar a su habitación. En la que estuvo encerrado  hasta que cayó la noche y su padre fue a buscarlo.

Lo llevó en sus brazos. Seguía dormido. 

Harry vio como se lo llevaba hacia el bosque seguido de los hombres ahora vestidos con túnicas negras que le tapaban la cabeza.

Harry intentó salir de la casa pero su madre no se lo permitió. La mujer estaba muy tranquila. Demasiado pensó él. Algo no marchaba bien.

Se fue a su habitación, se metió en la cama y se tapó con las mantas. 

En el bosque, los hombres encendieron unas velas y atacaron al muchacho al tronco del árbol.

Comenzaron a cantar. Herumor inició el ritual frente al Árbol Oscuro.

Al amanecer, Bill ya formaba parte del árbol. 

Sólo quedaban las cuerdas como el único vestigio de que alguna vez estuvo allí. 



EL RESURGIR

  El Olimpo había sido un lugar de copas muy conocido no solo en la ciudad sino en todo el país. Allí bellas jovencitas cantaban ligeritas d...