domingo, 31 de enero de 2021

YO, TE MALDIGO

 

Había salido a tomar unas copas con la gente de la oficina, para celebrar mi recién estrenado ascenso. La noche transcurrió sin novedad. Allí estaban casi todos mis compañeros, alegres por mi merecido logro, esperado durante muchos años.

Al día siguiente era sábado, no había que trabajar, pero decidí retirarme en una hora que consideré prudencial, porque aquellas copas me habían dejado un poco tocado y tenía un largo trayecto hasta casa, intuía que a esas horas de la madrugada se presentaría tranquilo, sin mucho tráfico por la carretera que conducía a mi casa. Craso error.

Me despedí de cada uno de ellos, con la promesa de volver a vernos en la oficina el lunes por la mañana y salí al aparcamiento del restaurante donde estábamos, en busca de mi coche.

Como ya me había imaginado, el regreso a casa, por lo menos los primeros kilómetros, se presentaron tranquilos, pocos coches circulando por aquella carretera.

Aquello hizo que me relajara y decidí cambiar la emisora de la radio que tenía sintonizada, a una con música variada, para mantenerme despierto y no adormecerme ante el volante. No estaba borracho, pero si algo mareado. No circulaba a gran velocidad, aunque también he de confesar que alguna que otra vez, sobre todo en alguna recta, hundía bastante el pie en el acelerador.

Dejé de mirar la carretera durante unos instantes, mientras cambiaba de emisora, cuando levanté la mirada pude ver una figura cruzaba corriendo, delante del coche, era pequeña, parecía un animal, tal vez un conejo, una comadreja….

No me dio tiempo de frenar y sentí como impactaba en el coche. Frené a escasos metros, nervioso, confuso, mirando por el retrovisor, pude ver que allí postrado en medio de la carretera había un bulto, estaba inmóvil.

Desabroché el cinturón de seguridad que llevaba puesto y me bajé del coche. Las piernas me temblaban a causa del nerviosismo que me embargaba.

Me acerqué despacio hacia aquel bulto en medio de la carretera y comprobé que se trataba de un perro, no muy grande, no entendía mucho de razas de perros, pero creía que se trataba de un cocker de pelaje marrón y blanco. Me arrodillé en el suelo junto a él, mis sospechas se hicieron realidad al comprobar que no respiraba. El atropello había sido mortal.

Lo aparté de la carretera y lo puse en la cuneta, no se me pasó la idea de que su dueño lo pudiera estar buscando, aunque a simple vista se veía que no estaba abandonado, estaba limpio y parecía que lo cepillaban bastante a menudo. Pensé que ya no podía hacer ya nada por él, así que lo aparté, regresé a mi coche y me fui.

Cuando llegué a casa me había olvidado por completo de aquel perro. Me metí en la cama y me quedé dormido casi al instante.

Un par de horas después de haberme dormido noté que la cama se inclinaba levemente hacia un lado, como si alguien se hubiera sentado en ella, estiré mi brazo derecho y comprobé que a mi lado estaba mi mujer, así que no podía ser ella. Me desperté somnoliento pensando que eran imaginaciones mías. Pero allí a un palmo de mi cara, mirándome fijamente, había una anciana, con la cara surcada de miles de arrugas como si se tratara de un mapa de carreteras. Llevaba un pañuelo en la cabeza, era de color negro igual que el resto de sus ropas. Se inclinó hacia a mí y me susurró algo al oído.

“Has matado a mi perro, yo te maldigo”. Y desapareció.

Por la mañana oí gritar a mi mujer, me desperté sobresaltado y quise levantarme para ver qué le pasaba, pero mi cuerpo estaba rígido y no podía moverme. Mis ojos abiertos miraban al techo y a la lámpara que colgada de él. No podía girar la cabeza. Escuché como hablaba por teléfono llamando una ambulancia. Los gritos de mi hija pequeña en el pasillo, se metieron en mi cabeza como si fueran afilados cuchillos.

Gente entrando y saliendo en mi habitación y yo seguía allí postrado sin poder mover siquiera un dedo. Oí lo que los sanitarios le decían a mi esposa, me había dado un infarto mientras dormía, causándome la muerte. Se equivocaban, quise gritarles, sin conseguirlo, claro, de que estaba vivo, que podía escuchar todo lo que decían.

Creo que me desmayé porque cuando volví en mí, sabía que ya no estaba en mi cama, ni en mi habitación y por supuesto no estaba en mi cama. Me habían cerrado los ojos, así que no podía ver donde me encontraba. Oía los llantos de mi mujer, y murmullos a cierta distancia de gente, como si estuviera rezando. Supe con certeza que estaba en la iglesia posiblemente metido en un ataúd. Entré en pánico, me iban a enterrar y no se daban cuenta de que estaba vivo. Quise gritar, llorar, pero seguía sin poder mover ni un ápice de mi cuerpo. Noté sobre mi cara el aliento de alguien que me estaba observando muy de cerca. Si pudiera mover los ojos, aunque fuera un segundo se daría cuenta de que estaba vivo. Pero mis pocas esperanzas de que alguien me salvara, se esfumaron cuando escuché aquella voz que ya la había oído. Era la de aquella anciana, la dueña del perro que había atropellado. Esta vez volvió a susurrarme algo al oído.

“Sentirás como tu cuerpo se va descomponiendo poco a poco, minuto a minuto, hora a hora, día a día, semana tras semana y así durante meses y años. Tu alma permanecerá atrapada en él hasta que te conviertas en polvo, luego podrá emprender su último viaje, libre de esta maldición”.

No sé cuánto tiempo llevo aquí metido, porque no tengo manera de medirlo. Siento nostalgia del sol, del aire, de la lluvia, de la cálida sonrisa de mi mujer, de sus besos, de los abrazos de mi hija, de los pájaros, del amanecer. Nostalgia de la vida, desde la tumba oscura, fría y húmeda donde me encuentro.

 

 

 

 


sábado, 30 de enero de 2021

QUIERO QUE SEPAS

 



El padre Matías estaba sentado en su despacho iluminado únicamente con una lamparilla que había sobre la mesa. Esperaba una visita. Llegaría en menos de una hora. Hacía algo más de una década que era el sacerdote titular de la iglesia de San miguel. Era respetado y querido por sus feligreses. Era un hombre sencillo, amable, amigo de sus amigos y siempre dispuesto a ayudar a aquel que más lo necesitaba. Pero hacia unos días que no se encontraba muy bien. Los dolores de cabeza cada vez eran más frecuentes, tenía náuseas, apenas comía y la luz le molestaba soberanamente. Sabía que debía acudir al médico, pero no era que no confiara en él, al contrario, les unía una buena amistad, pero tenía fobia a los hospitales, tal vez fuera un trauma de pequeño, por las largas horas que había pasado en ellos, acompañando a su madre enferma que finalmente falleció en una cama de hospital.

Terminó su tarea y abrió el segundo cajón de su escritorio, que siempre lo tenía cerrado con llave, sacó la botella de whisky que tenía allí guardada y se sirvió un generoso trago. Aquello era lo único que le mitigaba el dolor de cabeza desde hacía…. lo pensó detenidamente, si desde hacía una semana. Concretamente desde que aquella madre desesperada había llamado a su puerta pidiéndole que ayudara a su hija enferma. Los ojos de aquella mujer eran el claro reflejo del miedo y la desesperación. Él le dijo que la ayudaría y lo hizo. Le llevó tres días exorcizar a aquella joven. El demonio que habitaba en ella abandonó su cuerpo, su nombre, Amudiel. La joven murió. Él conocía bien aquel demonio, nunca abandonaba un cuerpo que siguiera con vida, sólo lo abandonaba si moría la persona que había poseído.

Dormía mal por las noches y cuando se levantaba por la mañana había pisadas de barro por la casa y la puerta de la calle siempre estaba abierta. Vivía en una casa pequeña, al lado de la iglesia, en la parte de atrás del camposanto.

No recordaba abrirla, ni recordaba salir a la calle, pero sus pies, cuando se levantaba a la mañana siguiente, estaban sucios, llenos de barro. Un día, a parte del barro en sus pies, su pijama y sus manos aparecieron ensangrentadas.

Estaba asustado y sabía que necesitaba ayuda, pero no quería que lo viera un médico, le mandaría hacer un montón de pruebas que no aportarían nada, sabía que su mal no estaba en su cuerpo, sino en su alma. La idea de que aquel demonio hubiera tomado su cuerpo le rondaba por la cabeza, era lo más probable, por eso lo había llamado, él se lo confirmaría.

Miró el reloj de péndulo que colgaba de la pared, faltaban cinco minutos para la hora concertada. Unos golpes de nudillo en la puerta lo sobresaltaron.

En el umbral de la puerta apareció una figura alta, delgada, morena con el pelo muy corto, vestido con un traje negro y un abrigo del mismo color. Sin mediar palabra se sentó en la única silla que había frente a la mesa del sacerdote, desabrochó su abrigo y de un bolsillo del interior sacó un periódico y lo puso delante de Matías. En la portada había la foto de dos chicas que habían aparecido asesinadas, hacia un par de noches en el bosque. Matías se puso lívido al comprender que él había sido el autor de aquellos asesinatos.

Aquel hombre después de mirarlo durante unos minutos le habló:

-Hola Matías ¿Cuánto tiempo hace que no nos vemos?, veamos, unos treinta años más o menos, desde aquel día en el hospital, cuando eras apenas un chiquillo y llorabas, desesperado, porque tu madre estaba enferma.

Matías asintió con la cabeza, sabía que, si abría la boca, ningún sonido saldría de su garganta. Aquel día que había evitado durante mucho tiempo había llegado y ya no tenía escapatoria.

-Quiero que sepas que me alegro de volver a verte. Y no es nada personal mi presencia hoy aquí, al fin y al cabo, fuiste tú quien me llamó, creo que, con un poco de retraso, pero lo has hecho y aquí estoy.

Matías abrió la boca para decir algo, pero aquel hombre hizo un ademán con la mano para que no hablara.

-Has tenido una buena vida, la vida que querías. Te acuerdas cuando te pregunté en el hospital si podía hacer algo por ti. Tú me dijiste que curara a tu madre. Yo te di a elegir, o curar a tu madre o ver cumplidos tus sueños. Ya tenías clara tu vocación por entonces, querías ser sacerdote. No lo dudaste mucho y escogiste lo segundo. También te dije que algún día te pediría un favor a cambio, y aceptaste. Tú mataste a esas chicas, bueno en realidad ayudado por Amudiel, que habita en ti, como tú mismo sospechabas. Esas muertes digamos son un daño colateral. Son para demostrarte que ya no tienes el control de tu cuerpo, y menos de tus acciones, ahora las riendas las lleva él.

-Quiero que sepas que llegó el momento de que me devuelvas ese favor.

Matías lo escuchó atentamente. El arzobispo visitaría su parroquia en el plazo de una semana, el plan era el siguiente. El demonio que habitaba en él tenía que pasar al cuerpo del arzobispo, pero para ello él tenía que quitarse la vida en su presencia. Y aquello condenaría su alma eternamente.

 

 

 


viernes, 29 de enero de 2021

EXTINCIÓN

 




“Una extinción inminente pone en marcha un plan global para salvar solo a las personas que son importantes, relevantes y saludables para asegurar la continuidad de la especie humana. Tú, no eres una de ellas”.

Lívido se quedó al escuchar aquella voz hueca, al otro lado del teléfono, parecía salida del averno, portando un mensaje profético y poco esperanzador. El lapicero que tenía en la mano, en ese momento, se rompió por la presión que ejerció sobre él.

Estaba solo en la comisaria. Aquella llamada lo había dejado desconcertado, confuso, y su mirada se perdió en sus propios pensamientos. Sonó el teléfono que tenía sobre la mesa, le pareció que lo hacía de manera insistente, sacudió la cabeza como queriendo ahuyentar malos pensamientos y contestó al segundo tono. Al otro lado un compañero le pedía ayuda, necesitaban otro alcoholímetro, el último que lo usó lo había estampado contra la carretera haciéndolo añicos.

En esos momentos lo que más deseaba, por encima de todas las cosas, era irse a casa. Aquella llamada lo había dejado tocado. En su casa le esperaba su tablero de ajedrez, era su mayor afición, la única que le hacía no deschavarse, sobre todo en los días más duros de su trabajo. A veces se sorprendía de su propia resiliencia, la rapidez de su recuperación, como si sus sentimientos le abandonaran y su corazón se hubiera vuelto frio como el hielo. Alguna que otra vez se vio inmerso en alguna situación berlanguiana, meras anécdotas de su trabajo.

Pero ahora tenía que salir a la carretera. Se puso la chaqueta, cogió su arma y se encaminó hacia el aparcamiento. Estaba anocheciendo. Una vez en el coche patrulla su mente, que pocas veces se olvidaba de las cosas, volvió a recordar aquella llamada y se preguntó cuánta gente la había recibido también o si por lo contrario él había sido el único. Pero entonces un pensamiento empezó a tomar forma en su cabeza ¿y si aquello había sido una broma macabra fruto de una mente enfermiza de algún sinvergüenza que quería asustarlo? “Me cago en la p***” gritó mientras daba repetidos golpes al volante del coche, haciendo que éste se desviara peligrosamente hacia la derecha. Pensó que si descubría que estaba en lo cierto golpearía a aquel personaje hasta matarlo.

Siguió conduciendo hasta que a lo lejos vislumbró unas luces azules en la carretera, sus compañeros lo estaban esperando. La oscuridad y las sombras se cernían sobre ellos a pasos agigantados, la luna llena los observaba impasible, como una mera espectadora en una representación teatral, desde un lugar privilegiado.

Paró el coche a escasos metros de los otros y se disponía a bajarse cuando vio en el cielo unas luces, contó unas seis, que se acercaban hacia ellos a una gran velocidad. No supo ver qué era, esas luces le cegaron durante unos instantes. Se bajó del coche, en un intento de averiguar de qué se trataba. Lo que vio lo dejó sin palabras y su mente se quedó en blanco. Aquello era un coroto, no podía ser real. Unas grandes bolas de fuego iban a impactar contra la tierra, destruyendo y asolando toda vida a su paso, irremediablemente.

El hombre se despertó, estaba aturdido, confuso y desorientado. Se incorporó del suelo, poco a poco, hasta quedarse sentado. Un panorama desolador y apocalíptico lo recibió como una puñalada en el corazón. Una sombra se proyectó ante él. Y aquella voz gutural, que le había hablado por teléfono, sonó a sus espaldas, ¿café?

 

 


jueves, 28 de enero de 2021

APARICIÓN

 



APARICIÓN

 

 

                - ¿Café? -le ofreció el policía a aquel joven sentado frente a él. El joven rehusó y le pidió un vaso de agua. Las manos le temblaban, tenía la mirada perdida. El policía trató de calmarlo con palabras amables y tranquilizadoras, consiguiendo que el joven se calmara en parte. Luego le pidió que le contara lo que le había pasado. El joven tenía los ojos inyectados en sangre, a causa de la falta de sueño y comenzó su relato:

                -Había terminado mi turno, eran las doce de la noche y me dirigía a casa en el coche. Llevaba una media hora de camino cuando vi una figura blanca en medio de la carretera, aminoré la marcha hasta que la pude ver mejor, era una chica joven, llevaba un vestido blanco que le llegaba hasta los pies, estaba cubierto de sangre. Paré y me bajé para socorrerla, pensando que había sufrido un accidente y necesitaba ayuda, pero la chica ya no estaba. Eché un vistazo a mi alrededor, pero no había rastro de ella. Me volví a meter en el coche desconcertado, intenté llamar pidiendo ayuda, pero no tenía cobertura. Arranqué el coche, mi idea era llegar a la primera comisaría que encontrara para que me ayudaran a buscarla, y al mirar por el espejo retrovisor, la vi sentada en la parte de atrás del coche. Giré la cabeza, asustado, pero aquella mujer ya no estaba, pero el asiento estaba cubierto de sangre.

         El policía tomaba notas, asintiendo con la cabeza, de vez en cuando, a lo que le decía el joven. Un compañero se acercó hasta la mesa donde estaban los dos hombres, le entregó una carpeta y se fue.

         El policía la abrió, dentro había un informe detallado del coche de aquel joven, en él se veían fotos del asiento de atrás cubierto de sangre. También decía aquel informe, que rastrearon la zona en busca de la mujer, sin resultado alguno, ni siquiera pudieron encontrar un rastro de sangre que les pudiera llevar hasta ella.


miércoles, 27 de enero de 2021

MUERTO EN VIDA

 



          Pensé que mi carne se pudría, eso fue al principio, cuando me trajeron a casa desde el hospital. Ahora sé con certeza que se está pudriendo, irremediablemente y a pasos agigantados. Me dijeron que sufrí un accidente de moto. No lo recuerdo. Creo que mienten.               Me tienen aquí postrado, no quieren llevarme al lugar donde debería estar; el cementerio. Me estoy pudriendo, siento como los gusanos se comen mis piernas, como mi hígado y mi estómago dejaron de funcionar, al igual que mi corazón. Esto es una agonía, puedo oler la putrefacción de mi cuerpo y ellos sólo me dejan aquí postrado dándome pastillas y más pastillas que me dejan adormecido y me hacen ver cosas. Esta noche me desperté, el olor a muerte era insufrible, me quise levantar y huir porque sentía náuseas, pero mis piernas carcomidas no se movían y no pude escapar. Estaba tumbado boca arriba, mi mirada se cruzó con la lámpara que cuelga del techo de mi habitación, tiene seis brazos de bronce y una bombilla en cada uno de ellos. Había un cuervo posado en uno de ellos, haciendo que se balanceara peligrosamente, a causa de su peso. Me observaba atentamente, sus intenciones no eran buenas, lo intuía, estaba seguro de que esperaba a que me durmiera para picotear mis ojos podridos y dejarme ciego. Quise gritar pero mi garganta putrefacta ya no emite sonido alguno. Creo que me volví a morir. Y esta mañana he vuelto, otra vez, cuando mi mujer vino a mi habitación a traerme la comida. Quieren que coma, pero un cadáver no lo hace, no necesita alimentar un cuerpo podrido. Me amenazan con entubarme, como si me importara. No puedo hacer nada para pararlos, porque mis brazos están en descomposición, se deshacen y al mínimo movimiento mi carne se caería a trozos por toda la cama. Se enfadan porque no hablo, pero para qué hacerlo, no me pueden escuchar, estoy muerto. 

             Se acaba de ir otro médico, uno más de la larga lista de los que me vinieron a ver hasta el momento, como si fuera un bicho raro o un muñeco de feria, me estuvo examinando durante mucho tiempo, mucho más que los anteriores, que se iban al cabo de unos minutos, creo que mi aspecto les impresionaba y no podían soportarlo. Este médico habló algo de un tal Cotard. No se quién es, ni me importa lo más mínimo. Lo único que realmente me importa es que me descompongo y nadie parece darse cuenta. ¿Soy el único cuerdo en esta historia?

            Ayer me hice con un cuchillo que trajo mi mujer con la comida y que no se llevó. No sé por qué no lo hizo, tal vez quiere que haga algo. Lo estuve pensando durante un rato y he tomado una decisión, acabaré con este sufrimiento. Me lo clavaré en la cabeza, en un ojo, que el filo llegue hasta el cerebro, creo que así se mata a un muerto viviente y por fin mi agonía se acabará de una vez por todas.


LA CENA

 



          Coroto en la cocina, la más grande, puesta al fuego. Esa noche tenía diez invitados para cenar. Gente importante y amigos íntimos. Lo tenía todo organizado sobre la mesa para hacer aquel estofado que le salía tan rico y que tanto aclamaban sus comensales más fieles. Las verduras perfectamente troceadas sobre un plato, que iría añadiendo poco a poco para que estuvieran en su punto. Pero… faltaba algo. El ingrediente más importante, la carne. Utilizaría aguja, para él, la mejor para que el estofado estuviera sublime. Tendría que ir al sótano, allí tenía una cámara frigorífica, enorme, como la de los restaurantes, le gustaba tener mucha carne siempre a mano, porque era muy amigo de invitar a sus amigos, y no quería quedarse sin provisiones. Era un hombre meticuloso y organizado y un desliz como aquel sería poco menos que una aberración

         Nadie rehusaba sus invitaciones a comer o a cenar, era un cocinero excelente, aunque no estaba nada bien que él mismo lo dijera. Abrió la puerta, un aire gélido le golpeó en la cara como una bofetada. Entró, había tres piezas colgadas, cada una de un gancho. Estuvo mirando un rato dudando cual escogería, tenía que sorprender al alcalde, que esa noche le honraría con su presencia, y sabía por experiencia que, con el estómago bien lleno, y el gran dominio de la palabra, el cual era otra de sus muchas cualidades, un favor que le pidiera, pasaría a ser algo banal. Tenía pensado hacer unas obras en una casa que tenía en la montaña, ampliar y arreglar el sótano, la caza en la ciudad era fácil, tan fácil como salir a comprar el pan, pero había muchos ojos curiosos vigilando tras los visillos, a la espera de que algún vecino cometiera algún acto ilícito y aunque trabajase, la mayor parte del tiempo, de noche, quería reducir los riesgos de ser observado. Vivir en la montaña le daba aquella intimidad que tanto anhelaba, pero para eso el arreglo del sótano era crucial, y ahí entraba el alcalde, necesitaba un permiso de obra lo antes posible.

       Se decantó por la pieza del final, tendría que comerla cuanto antes, hacia una semana que le había dado caza y no quería que la carne se pasara, sería una gran pérdida, teniendo en cuanta la buena calidad de la misma.

       Contempló aquel cuerpo sin vida que pronto seria devorado por sus invitados. Le había costado mucho trabajo matarlo. Quién le iba a decir que aquel gordito se moviera con tanta rapidez. Vino a arreglarle la tele, sin sospechar que no saldría vivo de allí. Había sido muy eficiente, incluso le había añadido canales sin coste alguno porque él lo había tratado muy bien, le había ofrecido algo de picar y un refresco, y con aquello se lo había ganado totalmente. Mientras hacia su trabajo le hablaba sin parar de su trabajo, su novia y del fútbol. Él lo escuchaba aparentando interés. Esperó a que terminara para matarlo. Pero había cometido un error, cuando se iba a abalanzar sobre él blandiendo un cuchillo, el muchacho vio el reflejo en el televisor y supo reaccionar a tiempo. Luego empezó la persecución por la casa, aquel joven no paraba de gritar, pero lo arregló subiendo el volumen de la tele que había dejado puesta. Le sorprendió su agilidad, pero al final sucumbió y pudo matarlo. Tras lo cual lo llevó al sótano y allí estaba ante él. Tal vez tuviera un exceso de grasa, pero aquello le daba una jugosidad añadida a la carne. Sabía con certeza que sus invitados quedarían plenamente satisfechos con su elección. Le gustaba cazar, la adrenalina que invadía su cuerpo lo llevaba al éxtasis, ver el terror en los ojos de su presa, suplicándoles por su vida, lo elevaba a un nivel superior, de poder y excitación. Se sentía como si fuera el mismísimo Dios. Matar era su mayor afición.


martes, 26 de enero de 2021

UN GRAN PASO

 



          Resiliencia ¿sabes lo que significa verdad? Le preguntó la psiquiatra a aquella chiquilla, de no más de dieciséis años, que estaba sentada en el sofá frente a ella.

               -Sí, creo que sí - le respondió.

               -Pues de eso, tú tienes a raudales -le dijo la mujer- Has comprendido, en los pocos días que llevamos hablando, que la muerte de tu padre no fue por tu culpa.

          La chiquilla asintió.

               -Pero ahora tienes que dar un paso más, lo sabes ¿verdad?

               -Creo que sí -le respondió- pero me duele dejar a mi madre, se pasa el día llorando y apenas sale de casa.

               -Lo sé, pero ella lo superará con el tiempo, la cicatriz que en estos momentos tiene en su corazón se irá cerrando poco a poco. Pero tú... no puedes quedarte aquí, este no es tu sitio.

La muchacha lo sabía, igual que sabía que aquella mujer que tenía enfrente podía ver lo que al resto de la gente le estaba vetado.

              -Sí, lo sé -le dijo mientras lentamente se ponía en pie y se acercaba a ella- sé que éste no es mi sitio, no puedo estar entre los vivos -hizo una pausa y prosiguió- pero tú tampoco, porque al igual que yo tú también estás muerta, aunque no lo quieras ver.

          La psiquiatra se puso lívida. No le gustó la actitud amenazadora con la que le estaban hablando aquella muchacha. Se levantó de la silla en la que había estado sentada hasta entonces y la miró a los ojos.

          La chiquilla la mirada de la chiquilla era desafiante, la mujer a lo largo de su carrera, se había encontrado con situaciones similares y sabía cómo enfrentarse a ellas.

Primero le pidió que se calmara y volviera a sentarse. Su tono de voz no daba pie a una negativa. La muchacha lo hizo sin protestar. Ella se volvió a sentar.

                 -Sé que son momentos confusos para ti. Tienes que emprender un viaje, no puedes quedarte aquí, tu alma está libre de toda culpa de lo que os pasó a tu padre y a ti.

Aquel coche se saltó un stop y os embistió, no importa si estabais discutiendo en ese momento o no, no fue culpa tuya que aquel hombre no parara, eso ya lo has entendido.

Yo te ayudaré a cruzar la puerta que separa ambos mundos, porque éste es mi trabajo.

Sé que estoy muerta, hace mucho de eso yo. Yo soy quien calma las almas afligidas, las almas torturadas por la culpa, atormentadas por algo que no hicieron. Les doy esa paz que necesitan para cruzar el umbral. No todas aceptan mi ayuda, algunas se pierden y vagan eternamente por la tierra en busca de esa paz. Pero tú eres diferente, tú has visto tu interior y te has exonerado de toda culpa. Tu padre te está esperando. No lo hagas esperar.

           La mujer le tendió una mano a aquella chiquilla que se la agarró con fuerza. La idea de ver a su padre le dio las fuerzas suficientes para levantarse y dejarse ayudar por aquella mujer. Una puerta roja apareció de la nada, delante de ellas, la psiquiatra la abrió, el padre de la chiquilla estaba en el umbral, sonriendo.

 


sábado, 23 de enero de 2021

CARTA

 




Gran parte de nuestra vida nos la pasamos diciendo o pensando, odio cuando, mis padres me dicen lo que tengo que hacer, odio cuando, el profesor me castiga o me suspende, a veces puede que injustamente y otras no, odio cuando mi jefe me exige más de lo que puedo o debo hacer, pidiéndome horas extras que luego no me va a pagar, odio cuando… y así una larga lista de cosas que odiamos, que, sin darnos cuenta, son el pan nuestro de cada día. No estamos conformes con nada. Bueno generalizando claro, habrá quien no se sienta reflejado ante estas reflexiones.

Bueno no sé quién va a leer esta carta, la policía tal vez, o los sanitarios, no lo sé. Cuando alguien lo haga yo ya estaré muerta y la verdad creo que me va a dar igual quien la lea, el caso es que lo hagan, por lo menos para ayudar a otras personas, que sé que las hay, que están en mi situación.

Me voy a matar, a quitar la vida, a suicidarme o como queráis llamarlo, porque ya estoy harta del odio cuando. Pero no del odio cuando que mencioné anteriormente, ojalá fuera ese, por dios que daría lo que fuera por que fuera ese, no, no es ese.

Odio cuando no tengo el control de mi cuerpo, ni de mi mente, ni de mis actos.

Odio cuando estoy relegada al fondo del abismo cuando otros “yo” toman el control.

Odio cuando exponen mi cuerpo a situaciones peligrosas, que no suelen salir bien y acaba mal parado.

Odio cuando la locura invade mi mente y pensamientos oscuros afloran en ella.

Odio cuando no soy yo y el resto del mundo no lo ve.

Tengo que convivir con cinco “yo” diferentes. Créanme es una tortura. Porque yo siento, veo y no puedo hacer nada.

Escribo esta carta en un momento de lucidez, soy yo, he logrado salir, porque los otros no están activos en este momento, están, en pausa, dormidos, tal vez sea la hora de la siesta para ellos (una broma para distender un poco el ambiente). No lo sé. Apagados o fuera de cobertura. Ahora mi verdadero yo tiene el control. Aunque sea por un breve espacio de tiempo. Y que bien sienta, por dios. Por eso es ahora o nunca porque tal vez pase mucho tiempo, y muchas desgracias más, hasta que pueda volver a tener el pleno control de mis facultades físicas y mentales.

Pido perdón por lo que he hecho, aunque no pudiera evitarlo al no ser yo, lo he visto todo desde la oscuridad donde estoy inmersa, las atrocidades que han hecho, las mentiras que han dicho, los engaños y todo lo inimaginable que puede hacer un ser humano, lo han hecho ellos.

No quiero que nadie sufra más por todo ello. Entonces mientras no despierten me quitaré la vida, así no podrán hacer más daño. Saben aquel dicho “muerto el perro, muerta la rabia”, no sé si está bien que diga esto, pobre perro, pero no se me ocurría otro, lo siento.

Quiero que mi familia sepa que los quiero mucho, que siento todo el daño que les he causado, quiero que sepan que no era mi “yo”, ellos me conocen y saben que no mataría ni una mosca. Les perdono sus dudas, porque sé que las hubo. Y sobre todo espero de corazón que me perdonen y que me recuerden como la madre y esposa que adora a su familia y que intenté siempre hacer lo correcto.

Bueno, me despido ya, creo que la siesta ha llegado a su fin. No me queda mucho tiempo. Por favor, perdonadme, pero esto es lo mejor que puedo hacer por mí y por todos.

Siempre quise volar, como un pájaro, como un alma libre. Ahora lo haré, aunque sólo sea por unos segundos.

 


viernes, 22 de enero de 2021

SORPRESA EN EL METRO

 


Radio despertador, sonando en la mesilla de noche con un tema de Queen que estaban pinchando en la emisora de los cuarenta principales. Junto a él un libro de autoayuda, que le había regalado una amiga, que según ella era mano de santo y que tras leerlo te cambiaría la vida. A ella no le había convencido mucho aquel libro, tras leer las diez primeras páginas, creía que aquel autor era un timador de tres al cuarto que se quería forrar vendiendo aquellas tonterías que contaba, pero bueno, tal vez esta noche le diera otra oportunidad, luego ya vería.

La mujer lo apagó, en su mirada se veía que no había pasado una buena noche. Una pesadilla había enturbiado su descanso. En ella se veía caminando por la calle, distraída mirando el móvil, no vio que faltaba la tapa que cubría aquella alcantarilla, se dio cuenta de ello cuando notó que bajo sus pies se había hecho el vacío, se caía y una rápida mirada había abajo, le hizo comprobar que aquello no tenía un final muy prometedor, en ese momento se despertó, sobresaltada y bañada en sudor.

Tras una buena taza de café salió de casa para ir a trabajar. En el metro un violinista madrugador, hacia más amena la mañana, con temas de Beethoven y Mozart. Tras la desescalada su empresa tuvo que subrogar a gente, entre ellas estaba ella.  A partir de ese momento la carga de trabajo se hizo insufrible. Pero tenía a mano su frasco de pastillas de isoflavona, que le había recetado su médico de cabecera, y que tras probarlas su vida ya no era la misma si no las tenía.

Al metro le faltaban diez minutos, se sentó en un banco. Se sentía cansada, sin ánimos, decidió tomarse dos pastillas más de aquel frasco. Lo estaba sacando del bolso cuando notó una ola de vapor a sus espaldas, como si alguien hubiera abierto la puerta de una sauna. Giró la cabeza para averiguar de dónde provenía aquello. Vio en la pared a sus espaldas un meme sobre el ex presidente de Estados Unidos, era muy original y sonrió ante tal ocurrencia. Pero, aunque aquello la hizo olvidar unos segundos para que había girado la cabeza, pronto lo volvió a recordar y recorrió con la mirada el resto de pared. Aquella ola de vapor se estaba propagando por todas partes, ya casi era imposible distinguir la pared y lo que la rodeaba. Una figura oscura emergió de aquel vapor acercándose a ella. Le pareció distinguir a alguien conocido. A medida que se fue acercando a ella, aquel rostro se convirtió en el de su padre, fallecido diez años atrás. La sorpresa y el miedo la paralizaron de tal manera que no podía moverse, y cualquier intento de gritar fue en vano, ningún sonido salía de su garganta. Lo último que vio fue a una pareja joven que, a cierta distancia, estaban viendo lo que estaba pasando, pensando que tal vez se trataba de una broma o una filmación cinematográfica estaban haciendo un selfi.


miércoles, 20 de enero de 2021

EL APARTAMENTO

 


          Isoflavona, ponía la etiqueta del frasco que había sobre la mesilla de noche. El inspector la leyó con detenimiento. Habían acudido a aquel apartamento por una llamada recibida, alertando de la desaparición de la mujer que vivía allí. Pero la mujer no había desaparecido, la habían encontrado muerta en la cama. La llamada la habían hecho desde su trabajo, ella trabajaba como contable de la empresa. Su jefe la había llamado reiteradamente al móvil sin suerte, llevaba dos días haciéndolo, el tiempo que hacía que no se presentaba a trabajar.

          El inspector abrió el frasco, dentro había un par de píldoras de color azul. La causa de la muerte de la mujer, según la autopsia realizada, era una ingesta masiva de ansiolíticos. Aquello no cuadraba, la isoflavona no era un ansiolítico, alguien había sustituido las pastillas, eso estaba claro. Ahora había que descubrir quien lo había hecho. Siguió registrando el apartamento de la fallecida. Estaba todo revuelto como si hubieran estado buscando algo.

          Habían vaciado cajones y tirado su contenido por el suelo, el que había hecho aquello tenía mucha prisa por encontrar lo que fuera que estaba buscando. Estuvo rebuscando entre las cosas tiradas por allí, pero nada llamó su atención. Sólo le quedaba un sitio para registrar. Fue al baño, echó un vistazo a su alrededor y levantó la tapa de la cisterna. Era un buen escondrijo para guardar algo que no quieres que encuentren. Había algo envuelto en una bolsa de plástico. Lo sacó con cuidado, lo desenvolvió y descubrió que era un libro de contabilidad. Tal vez eso fuera lo que estaban buscando, pensó el inspector. Y fue más allá, tal vez aquella mujer descubriera un desfalco y amenazara con denunciar a la empresa. Todo cobraba sentido en su cabeza. Lo estaba abriendo cuando un policía entró, estaba agitado, y no era para menos, habían encontrado una cámara oculta en una figura de porcelana en forma de perro, que la mujer tenía enfrente de la cama, encima de la cómoda, donde descansaba una televisión. Salió de allí, él no lo supo entonces pero aquel compañero le había salvado la vida, de momento.

           Pusieron las grabaciones y pudieron apreciar como alguien estaba encañonando a aquella mujer, visiblemente aterrada, para que tragara unas pastillas, que le iba dando junto con un vaso de agua. Querían que aquello pareciera un suicidio.

          Las luces se apagaron, el inspector y los dos policías que estaban con él, desenfundaron sus armas. Mientras miraban las grabaciones no se percataron de que la puerta del baño se abría. Habían bajado la guardia pensando que no habría nadie en el apartamento, aquel error les iba a costar muy caro. Se escuchó un disparo, y luego le siguieron más. Los vecinos alertados por el ruido proveniente del apartamento se acercaron hasta allí, encendieron las luces que, incomprensiblemente estaban apagadas. Un grito de terror salió de sus gargantas, aquello era una masacre en toda regla, en el suelo había cuatro cuerpos, bañados en su propia sangre. Llegó más policía al lugar del crimen, pero aparte de los cuerpos, no encontraron las grabaciones, ni el libro de contabilidad y por supuesto tampoco el frasco de isoflavona.

             Ante la confusión de lo allí acaecido, un hombre vestido con un traje negro y un maletín del mismo color, salió del apartamento sin que nadie sospechara de él.

          


martes, 19 de enero de 2021

EL DOMINGO ES PARA IR A MISA

 


              Ya había comenzado el oficio religioso en la iglesia de San Miguel, situada en el pueblo de Talos. Una mujer joven estaba subiendo las escaleras que daban a la puerta de entrada, fuera se oían a los feligreses allí congregados, cantando un salmo, pero ella no aceleró el paso. Abrió la puerta y entró. En el momento en que puso un pie en la iglesia todos giraron la cabeza para mirarla, todos menos uno, Tomás, un octogenario medio sordo y medio ciego.

              El sacerdote que oficiaba la misa, levantó la mirada y la contempló por encima de las gafas de leer, sin poder disimular su desconcierto ante lo que estaban viendo sus viejos y cansados ojos.

             La joven, vestía una minifalda negra y una blusa blanca ajustada que llevaba abierta hasta el nacimiento de sus pechos. Tenía una larga melena pelirroja y sus caderas se contoneaban al andar, en parte, por sus altos zapatos de tacón. Caminó como si fuera una estrella de cine sobre una alfombra roja, por el pasillo de la iglesia, bajo la atenta mirada de los allí reunidos, hasta los asientos de delante. Los hombres se habían quedado sin palabras, boquiabiertos ante el contoneo de la mujer, las mujeres enfurruñadas murmuraban entre ellas y les daban codazos a sus maridos para que dejaran de mirar. Los niños, inocentes, preguntaban a sus mamás quien era aquella mujer.

             Se sentó al lado de un hombretón entrado en carnes, sesentón, dueño del único concesionario de coches que había en el pueblo, el señor Andrés García. El sacerdote carraspeó dando a entender de que el oficio tenía que continuar. El señor García estaba visiblemente nervioso ante los atributos que mostraba aquella mujer sentada a su lado, la falda se había subido al sentarse, mostrando más de lo que debería mostrar en una iglesia, pero aquello lejos de molestarle, le agradaba. Aquel domingo iba a ser diferente a todos los vividos en la iglesia hasta ese momento. Sonrió.

              Faltaban escasos cinco minutos para que terminara la misa, cuando la policía entró en la iglesia. Fuera se escuchaba mucho ruido, pero sólo entraron dos. Todos se sorprendieron y se asustaron al verlos, y pensaron que algo muy gordo tendría que haber pasado para que irrumpieran allí de aquella manera.

              Se encaminaron hacia donde estaba aquella joven sentada, le pidieron por favor que se levantara e hicieron lo mismo con el señor García, una vez en el pasillo de la iglesia, lo esposaron y le leyeron sus derechos, bajo la mirada incrédula de los presentes.  El hombre que se resistía a ser llevado a comisaria, quería saber por qué lo arrestaban. Por secuestro, le dijeron. Tenía a su mujer encerrada en el sótano de su casa, desde hacía años, presentaba un grave cuadro de desnutrición y deshidratación y estaba al borde de la locura. Todos quedaron asombrados, él les había dicho que su mujer se había ido con otro, que lo había abandonado.

                Durante la semana siguiente no hubo otra cosa más de que hablar que sobre lo que había pasado ese día en la iglesia. Hasta que llegó el siguiente domingo.

                El oficio ya había comenzado cuando una mujer joven subía las escaleras que conducían hasta la puerta de la iglesia. Fuera se escuchaban, a los feligreses allí congregados, cantar un salmo. La mujer entró. Todos giraron la cabeza y se hizo un silencio total. La joven llevaba un ceñido vestido rojo, que resaltaba el color rojizo de su melena. Caminó hasta los asientos del centro, contoneándose, en parte por los altos zapatos de tacón que llevaba. Se sentó al lado de Bruno Sanz, un adolescente, rubio, estrella del equipo de fútbol del instituto, con un gran futuro por delante, o quizá no.

                 Poco antes de terminar el oficio, dos agentes uniformados entraron en la iglesia, y se llevaban a Bruno detenido, lo habían cogido por sorpresa, no había dejado de mirar de soslayo, ni un solo momento, hacia aquella mujer tan atractiva que tenía a su lado, se pasó el oficio imaginando miles de maneras de hacerla suya. Delito cometido: una paliza brutal a su novia, que había tenido que ser hospitalizada y a consecuencia de ello había perdido al bebé que esperaba.

                El domingo siguiente, el oficio ya había comenzado cuando una mujer joven subía las escaleras que conducían hasta la puerta de la iglesia. Fuera se escuchaban a los feligreses allí congregados, cantar un salmo. La mujer entró, llevaba un vestido negro ceñido, y unos zapatos de tacón. Se quedó en los bancos de atrás, se sentó al lado de María Dávila, la directora del único banco que había en el pueblo. Ésta se sobresaltó cuando aquella mujer se sentó a su lado. Quería irse de allí, pero notaba una presión enorme sobre sus hombros que le hacían imposible levantarse. La policía también apareció aquel día para llevársela detenida. Delito: Malversación, fraude, tenía el coche fuera aparcado, con las maletas hechas en el maletero y un maletín lleno de dinero bajo el asiento del conductor.

                  La gente se asustó, y el miedo es muy mal compañero cuando no lo puedes controlar. Comenzaron a gritarle a la policía y a aquella joven misteriosa que nadie sabía quién era, ni de donde había salido, pero ya sabían que su presencia no traía nada bueno, y que si sentaba a tu lado lo mejor que podías hacer era empezar a rezar.

                  Alguien hizo un disparo, la bala, que indiscutiblemente era para ella, erró y le dio en la espalda a uno de los policías. El otro, llamó por la radio, a sus compañeros que estaban fuera, pidiendo refuerzos, mientras la gente se agachaba entre los bancos de la iglesia.

                Entró más policía, el de la pistola seguía disparando sin control, cobrando ya varias vidas, la iglesia se convirtió en un campo de batalla. La gente intentaba huir atropelladamente para salvar sus vidas, algunos murieron en la huida al ser pisoteados, el sacerdote intentó salir por la sacristía, pero no se libró de una bala perdida que le dio directamente en la cabeza, fulminándolo.

                Ese domingo fue el peor en la historia del pueblo de Talos Habían muerto más de 30 personas entre mujeres y hombres. Los niños milagrosamente se habían salvado todos. La mujer joven salió de la iglesia por su propio pie, caminando por el pasillo contoneándose, en parte por sus altos zapatos de tacón, sin un solo rasguño.

              

 

            

 

lunes, 18 de enero de 2021

EL ZOPILOTE

 

    El zopilote llevaba un rato volando sobre las colinas en busca de una presa fácil. Un hombre llevaba horas deambulando, desorientado, por aquellos pasajes. Había perdido sus zapatos, los pies le sangraban y tenía la ropa hecha jirones. Estaba exhausto, sediento, sabía que la muerte lo estaba acechando y pronto le daría caza. Llevaba días perdido, había sufrido un accidente con el coche que conducía. Un ciervo se había cruzado en su camino haciendo que se saliera de la carrera. El coche dio un par de vueltas de campana hasta quedar boca abajo en una zanja. Repuesto, a medias, del susto inicial y con una gran brecha en la frente de la que manaba mucha sangre, decidió pedir ayuda. Pero el móvil no funcionaba, no había cobertura. Estaba confuso, estuvo esperando horas a que pasara algún coche, pero no pasó nadie. Decidió caminar por la carretera hasta encontrar a alguien que le pudiera ayudar.  

     El día era soleado, sin una sola nube que lo enturbiara, hacía calor y nada de aire, haciendo que le costara respirar. Llevaba un rato caminando, le dolían los pies y no se escuchaba ningún ruido salvo el de sus pisadas y el de algún que otro pájaro y otros animales del bosque. Se había bebido ya una botella de agua que había encontrado en el coche y empezaba a tener sed de nuevo. Iba absorto en sus propios pensamientos cuando notó que se levantaba una brisa que fue incrementándose poco a poco, los árboles comenzaron a moverse, levantó la mirada al cielo por si se acercaba una tormenta, pero seguía igual azul y sin ninguna nube. Entonces escuchó un sonido, parecía un grito que le puso los pelos como escarpias, sonaba aterrador, maléfico. Entonces entre los árboles vio una figura que pasaba corriendo como una exhalación, no podía decir de que se trataba, parecía una persona, pero se movía demasiado deprisa para estar seguro de ello.  Le gritó, tal vez aquella fuera su única oportunidad de encontrar a alguien por aquel sitio y se notaba cansado, las piernas le flaqueaban, necesitaba comer algo y sobre todo beber, sentía la boca y la garganta secas. Pero por más que gritaba nadie le respondía. Tal vez fuera una alucinación, pensó el hombre. Pero entonces, como salido de la nada, vio a alguien parado en medio de la carretera a pocos metros de donde estaba. Era muy alto, calculó que mediría unos dos metros y delgado, muy delgado. Vestía una túnica con capucha de color blanco que le cubría la cabeza en su totalidad no dejándole ver la cara. Llevaba algo en la mano derecha, no llegaba a ver de qué se trataba, pero parecía un cayado. Y ahí empezó todo, sus sentidos se pusieron alerta, le decían que aquello que estaba viendo no era nada bueno, que tenía que huir para salvar su vida. Así que tras dudar unos segundos se adentró en el bosque, corriendo como nunca lo había hecho nunca.

      Llevaba horas huyendo, y cuando creía que ya había despistado a aquel ser, fuera lo que fuese, sentía su presencia. Sabía que no tenía escapatoria.

      Se cayó de bruces contra el suelo, en la caída la cabeza chocó contra una piedra. Sabía que aquel era su final. El zopilote lo estaba observando, el hombre, antes de perder el conocimiento, levantó la mirada, vio como aquel pájaro descendía y empezaba a dar vueltas sobre él. Una sombra lo cubrió por completo, el encapuchado había levantado el cayado en actitud amenazadora, sintió un dolor punzante en la cabeza, luego oscuridad.

 

 

¡¡HA SIDO TERRIBLE!!

 

             ¡Ha sido terrible! Rezaba la portada del periódico aquella mañana. La ciudad entera estaba conmocionada ante los hechos acaecidos la noche anterior. No había otro tema de conversación entre los vecinos. La policía había acordonado el instituto. Se habían retirado los cuerpos que descansaban en la morgue donde se les haría la autopsia, con la esperanza de obtener los datos necesarios para un total esclarecimiento de los hechos, que todavía estaban confusos.

               Había una testigo, una de las profesoras que se había escondido debajo de una mesa. Pero estaba demasiado asustada y confusa, por lo que el interrogatorio no iba tan bien como se esperaba.

              Las cámaras instaladas en el instituto mostraban a las cuatro profesoras ese día. Actuaban como de costumbre, nada de lo que se veía en las grabaciones hacía sospechar que aquella tragedia se iba a cernir sobre ellas.

              “¿Qué ocurrió aquella noche en el instituto? Intentaremos recrear los hechos, basándonos en el informe realizado por la policía, después de investigar durante horas el lugar de la tragedia, basándose en lo allí encontrado y sobre todo en las grabaciones recuperadas del móvil de la única superviviente, éstas fueron de vital importancia para esclarecer lo que había sucedido esa fatídica noche. No se lo pierdan esta noche a las diez en nuestro canal noticias.”

                Estaba sentado en aquel bar, viendo la tele, en todos los canales no hablaban de otra cosa. Seguramente ellos tendrán una versión de lo que ocurrió allí.

               Pero los que os voy a relatar es exactamente lo que pasó allí, aunque la policía se pueda acercar bastante a la realidad hay detalles que no se mencionarán, porque dichos detalles, los sé yo y lo saben ellas, porque los cinco estábamos presentes.

                También he de añadir que lo que voy a contar a continuación no es apto para los escépticos, los que reniegan de lo paranormal y fuerzas oscuras.

                Lo que os relataré a continuación es exactamente lo que pasó allí, aunque la policía se pueda acercar bastante a la realidad hay detalles que no se mencionarán, porque dichos detalles, los sé yo y lo saben ellas, porque los cinco estábamos presentes.

               ¿Quién soy yo? Pronto lo averiguarán. Paciencia.

                Clara había discutido con su marido, Raúl, hacia una semana, él se había ido a un hotel a vivir, hasta que las cosas se aclararan.  Trabajaban juntos, ambos eran profesores del instituto. Las malas lenguas hablaban de una infidelidad por parte del marido, se rumoreaba de que se había acostado con una alumna.

                  Había tres compañeras con las que se llevaba muy bien y a las cuales le había hablado de sus problemas de pareja. Una de ellas, gran conocedora de temas esotéricos le propuso hacer un ritual para recuperar a su marido. Al principio Clara estuvo reticente ante tal idea. Pero después de darle vueltas y más vueltas en su cabeza a la mañana siguiente le dijo que sí.

                  Así que lo hablaron entre las cuatro y se pusieron de acuerdo, se quedarían escondidas en el instituto hasta que éste cerrara y el sitio más adecuado para no levantar sospechas era el sótano, que lo utilizaban de almacén y casi nunca bajaba nadie allí, el único que podría hacerlo sería el conserje. Pero era más que improbable.

                   Azucena, la que se encargaría de hacer el ritual, llevó todo lo necesario para llevarlo a cabo, esa tarde al instituto. Cuando finalizaron las clases se encaminaron al sótano, esperando que el instituto cerrara. Para salir no tendrían problemas, cada una de ellas tenía una llave de la puerta de entrada.

                   Así que las tres mujeres despejaron una parte del sótano, apartando y apilando mesas, sillas viejas y otros enseres varios, para dejar espacio. Tenían que trazar un circulo de sal en el suelo, ellas permanecerían en el interior. Salir de allí podría significar el fracaso total del ritual e incluso desatar alguna fuerza oscura, dejaron claro que bajo ninguna circunstancia abandonarían el circulo trazado.

                   Encendieron unas velas blancas. Se sentaron en el suelo cruzando las piernas en posición de loto y cerraron los ojos, mientras Azucena pasaba a leer el ritual que estaba escrito en una hoja de papel. Cuando finalizó la lectura, lo dejó a su lado y se dieron las manos. Al cabo de un rato una ráfaga de aire apagó las velas e también hizo volar el papel. Una de ellas Marta, abrió los ojos asustada al notar como su pelo se movía por acción de aquel viento, estaba asustada.

                 De su garganta salió un grito aterrador que hizo que las demás mujeres también abrieran los ojos. Sara que estaba a su lado se levantó de un salto y con las prisas le dio una patada a su móvil que había colocado a su lado con la grabadora puesta. No creía mucho en esas cosas y pensó que si grababa toda aquella parafernalia que no llevaría a ningún lado, acabarían dándole la razón.

                  Entonces presa del pánico salió del circulo y se escondió debajo de una mesa. El móvil que había salido disparado a causa de la patada que le había propinado, estaba a pocos centímetros de ella, logró cogerlo y se acurrucó lo más que pudo esperando que aquella cosa no la viera.

                    Frente a ellas, apareció un ser encorvado, de gran tamaño, con garras en vez de manos, con unos dientes afilados que sobresalían de la boca, sin pelo, la tez de un color amarillento, en vez de piernas tenía patas semejantes a las de una cabra. De la boca salía una sustancia verdosa, que se deslizaba por su pecho hasta terminar en el suelo, allí donde se posaba lo quemaba.

                    Se acercó a las tres mujeres que todavía seguían allí sentadas, no podían moverse, estaban petrificadas, aquel ser se iba acercando a ellas mientras las miraba con unos ojos impregnados en sangre. De su boca, aquella sustancia verdosa salía a raudales, como si estuviera salivando ante una comida apetitosa.

                      Se abalanzó sobre ellas, a tal velocidad que aquellas mujeres ni se dieron cuenta de lo que pasaba.

                       Sara seguía escondida entre las mesas, pero ante tal visión su cerebro no lo pudo soportar y se desmayó.

                        Aquel ser les chupó toda la sangre, hasta la última gota. Lo que el móvil no grabó fue la transformación que ocurrió a continuación. Una vez bebida toda la sangre, el aspecto de aquella cosa infrahumana, cambió totalmente dando paso a un joven alto y apuesto.

                         Si señores aquel hombre apuesto soy yo. Aquellas mujeres me trajeron de vuelta del infierno. Y soy testigo de primera mano. ¿Por qué no maté a la mujer escondida? No necesitaba alimentarme más, estaba saciado, además la pobre no se enteró de mucho y lo poco que vio está relegado al fondo de su mente encerrado bajo llave.            

 

EQUIVOCADO

 

 

          -¡¡Fantoche!! Eso es lo que eres, le recriminé a aquel tipo que no paraba de parlotear sobre aquellos temas versados en brujería y magia negra que tanto le gustaban.

          Entonces aquel hombre me miró, en su mirada vi cansancio, me recordó a un profesor mirando a su alumno intentando que comprendiera aquella ecuación que era tan simple pero que el chaval no lograba entender. Me retó a ir con él a un ritual de magia negra que se estaba celebrando no muy lejos de allí. Acepté sin dudarlo, no sé muy bien que me llevó a aquello, tal vez fuera su mirada o tal vez mi cabezonería.

           Así que quedamos aquella noche, iríamos en su coche, me recomendó llevar algo de abrigo, porque las noches ya empezaban a ser frescas.

         Nos adentramos por el bosque, durante un buen rato, por un camino de tierra, que nos condujo hasta un claro.

         Una vez parado el coche observé que el sendero por el que habíamos venido no era el único que llevaba hasta allí. Había más.

         Había mucha gente allí congregada, casi todos estaban alrededor de una hoguera humeante, el ritual ya había comenzado.

          Nos sentamos con ellos. Un hombre vestido con una túnica negra se nos acercó y nos ofreció un vaso de madera, dentro había un líquido de color verde, el hombre que estaba a mi lado se lo bebió de un trago, yo hice lo mismo, ¡sabía a demonios!

         Las llamas de la hoguera me hipnotizaban, por un momento, hasta podía jurar que había una mujer que danzaba en su interior. Algo poco probable. Aparté la mirada de las llamas y miré a mi derredor. Todos estaban sentados, parecían en trance y con la vista fija en la misma dirección: la hoguera.

        Volví a mirarla, y quise gritar, pero ningún sonido salió de mi garganta, quise levantarme, pero mis piernas se habían convertido en un par de bloques de cemento y no respondían a mis impulsos, me quedé quieto con el corazón desbocado y el sudor empapando mi frente, ahora había alguien con aquella mujer entre las llamas, lo había visto en dibujos que hacían referencia al maligno, al príncipe de las tinieblas, a Satán, era un macho cabrío el que bailaba con aquella joven entre las llamas.

¿UN SUEÑO?

 


                   ¿A qué vienen los extraterrestres a nuestro mundo? ¿A conquistarnos, tal vez, a observarnos, a dar un paseo casual o quizá son otras sus intenciones?

                    Aquella noche, ya pasadas las doce, algo ocurrió en aquel bosque, los pájaros levantaron el vuelo presas de pánico, los animales huyeron refugiándose en otro lugar donde pudieran estar a salvo, pero, ¿de qué? Nadie escuchó nada, todos estaban durmiendo, salvo un puñado de personas que por un motivo u otro estaban despiertos y vieron algo que surcaba el cielo. Algo luminoso, de grandes proporciones, silencioso, que se posó en el bosque.

                   Una de esas personas era Clara, había estado trabajando hasta tarde en un proyecto que tenía entre manos. Desde la ventana de su estudio había visto una luz atravesando el cielo y que luego desaparecía entre los árboles que poblaban el bosque que tenía enfrente de su casa. Tano, su perro mestizo comenzó a ladrar con ímpetu en la puerta. Ella, trató de calmarlo, pero los ladridos iban subiendo de intensidad. Decidió salir con él a dar una vuelta, antes de que despertara a sus vecinos con sus ladridos y de paso intentaría averiguar que era aquello que había visto en el cielo.

                   Salieron, ella llevaba al perro de la correa, caminaron por un sendero que se adentraba en el bosque, no le hacía falta llevar una linterna, aquella noche había luna llena.

                   El perro que hasta entonces había dejado de ladrar, comenzó a ponerse nervioso y cada vez tiraba más de la correa, en un descuido el perro se soltó y comenzó a correr internándose en el bosque. Ella comenzó a llamarlo mientras iba tras él.

                   Llegó hasta un claro en el bosque, y allí descubrió lo que había visto y leído multitud de veces, un ovni. Se quedó boquiabierta ante lo que tenía delante. Aquel aparato era más grande que un avión, pero a diferencia de éste, era ovalado, como un huevo, con luces por todas partes, de color plateado. La mitad para arriba de aquel objeto estaba formada en su totalidad por cristal. No podía ver lo que había dentro porque las luces la cegaban. La mitad para abajo era completamente lisa, no se veía ninguna puerta.

                   Los ladridos insistentes del perro la sacaron de su ensimismamiento. Acudió a su encuentro. Tano le estaba ladrando a algo que permanecía inmóvil frente a él, como si fuera una estatua, al acercarse, Clara descubrió que estaba ante un ser, vestido con un mono plateado, del mismo color que aquel aparato, le cubría la cabeza, dejando ver sólo la cara y las manos. Los pies estaban enfundados en unas botas negras.

                 Aquel ser extendió las manos vacías indicándole que no llevaba nada en ellas, en un intento de tranquilizarla. Clara llamó a su perro, éste se acercó a ella, reticente, sin dejar de mirar y gruñir a aquella cosa.

                 Ella se acercó un poco más a él, con cautela y a medida que lo iba haciendo apreció que a los pies de aquel ser había unos frascos pequeños, redondos, de un color azul intenso como el cielo, calculó que habría decenas, quizá un centenar de ellos esparcidos por el suelo. Él la estaba mirando y se percató de que miraba a aquellos frascos, entonces le habló, y no lo hizo en una lengua extraña, lo hizo en su idioma. Tenía una voz grave, le hablaba despacio, con calma, para no asustarla.

                             -Hola, -comenzó a decirle- mi nombre es Arum, como ya habrás imaginado vengo de muy lejos. Pero no vengo a hacerte daño ni a ti ni a nadie, vengo en una misión.

                  Clara, parpadeó, estaba confusa y eufórica al mismo tiempo. Su instinto le decía que aquel tipo no era peligroso, su instinto y su perro que se había acostado a su lado como si nada hubiera pasado.

                               -Yo me llamo Clara y éste es Tano mi perro.

                  Una vez echas las presentaciones el ambiente se distendió un poco. El tipo aquel se sentó sobre el tronco de un árbol caído y le hizo un ademán para que se sentara a su lado y Clara así lo hizo.

                                -Bueno, esto te parecerá raro, pero quiero contártelo todo para que lo entiendas. Cada cierto tiempo, viajamos por el espacio, recorremos muchos planetas entre ellos éste. Venimos de una galaxia muy lejana a la vuestra, donde vivimos en un planeta parecido al tuyo. Allí nacemos, hacemos nuestra vida, estudiamos, trabajamos, igual que vosotros y luego también morimos. Cuando alguien muere, metemos su alma en estos frascos. Esperamos a tener muchas, cientos, miles, para emprender el viaje. Durante muchos años vamos de planeta en planeta y las vamos dejando. Mi misión, lo que me ha traído a este planeta, es esparcir estos frascos por todo el mundo. No estoy solo, hay más naves surcando vuestros cielos, en estos momentos, con la misma misión.

                                  - ¿Y para que hacéis esto? –logró preguntarle Clara.

                           Él la miró y ella pudo ver un atisbo de ternura y comprensión en su cara, entonces continuó hablando.

                                    -Verás, sabemos de vuestros procedimientos y ritos cuando uno de vosotros muere, nosotros también tenemos los nuestros. Estas almas que están en los frascos, son liberadas en cuanto vosotros, por pura curiosidad, abráis el frasco. Esta alma al fin liberada, buscará un recién nacido y se introducirá en su cuerpo, de esa manera volverá a vivir y tendrá otra oportunidad de redimir los pecados que habría hecho en la otra u otras vidas que haya tenido, hasta alcanzar la plenitud, la paz total.

                                    - ¿Y por qué están estas esparcidas por el suelo?

                                     -¡¡Ahh!!, eso, sí –y soltó una carcajada- no esperaba compañía, tu perro me asustó y me cayeron, pero tranquila, los frascos no se rompen.

                                Clara estaba realmente confundida, lo que le había contado la había dejado desconcertada. El hombre se levantó y ella hizo lo mismo.

                                        -Bueno tengo trabajo que hacer como ya ves, -le dijo- pero he de hacer una última cosa para que no tengas problemas con los tuyos. Esto no lo pueden saber, no están preparados todavía, lo hago por tu bien. Espero que me perdones.

                                   Clara se despertó sobresaltada. Había tenido un sueño rarísimo, sobre una nave espacial y un extraterrestre. Se levantó, Tano estaba a su lado en su cama, durmiendo plácidamente. Fue hasta la cocina a beber un vaso de agua, y entonces vio tierra en el suelo, delante de la puerta de la entrada.

 

 


EL RESURGIR

  El Olimpo había sido un lugar de copas muy conocido no solo en la ciudad sino en todo el país. Allí bellas jovencitas cantaban ligeritas d...