viernes, 30 de julio de 2021

DELIRIOS

 

Miró con escepticismo a sus hermanos. Ni en un millón de años llegaría a imaginar que serían capaz de hacerle una cosa así y todo porque una vez, desesperada, los había llamado en plena noche para contarles “aquello”. Lo hizo porque estaba asustada, nada más, no para darles pies a esas ideas que se les había metido en la cabeza de que estaba loca.

- ¿En serio? ¿lo decís en serio? –les preguntó.

Sus ojos eran dos signos de interrogación. Sus hermanos bajaron las miradas. Tal vez avergonzados, tal vez apenados, o tal vez, ambas cosas.

- ¡Salid de mi casa! –les gritó. Mientras les abría la puerta de la calle invitándolos a salir.

Una rápida lectura a sus miradas le indicó que no se iban a rendir y que volverían a por ella.

Se sirvió un vaso de gaseosa bien fría. Salió al jardín y se sentó en la hierba. Recordó una canción de su infancia y se puso a cantar. Miles de recuerdos la envolvieron en aquella calurosa tarde de verano transportándola a la casa de sus padres, donde ella y sus hermanos, pasaron muchas tardes como aquella jugando en el jardín mientras su madre tendía la ropa cantando aquella canción.

- ¿En serio te vas a poner nostálgica en estos momentos? –le espetó una voz. –¿Recuerdas que estamos en peligro o acaso ya lo has olvidado?

Se levantó de un brinco y se encaminó hacia la casa. Subió a su cuarto y cerró la puerta.

-No debes hablar cuando estamos fuera –le reprimió a aquella voz enfadada- alguien te podría escuchar.

-Me da igual que me escuchen –le respondió con desdén mientras se sentaba en la cama y cogía un peluche con forma de jirafa. –ahora ese no es nuestro mayor problema.

-Lo sé –le respondió ella- tenemos que hacer algo al respeto. Miró al peluche que tenía en la mano y le pareció que tenía una cara infeliz. Con el dedo abrió un poco más las costuras para hacerle una gran sonrisa.

-Tengo una idea –le dijo la voz- ¿por qué no les hacemos una visita esta noche?

-Pero esta noche ponen en la televisión “la ruleta de la fortuna” –le respondió ella apenada.

-No digas tonterías sino arreglamos esto de una vez por todas nos van a encerrar y allí no podremos ver nunca más ese programa. A ver dime –le retó- prefieres perderte un programa o todos, tú eliges.

-Vale, vale, tú ganas –le respondió, aunque no muy convencida.

Aquella noche su hermana y su hermano se habían reunido en casa de la primera para hablar de la salud mental de su hermana pequeña. No estaba muy bien. El detonante que había alterado su mente, había sido la muerte de su hija, de tan solo dos años, atropellada por un coche que se dio a la fuga, delante de su casa. Habían pasado seis meses de aquello y aunque no querían que viviera sola no había manera de hacerla salir de su casa. Una vez tuvieron que llamar una ambulancia porque se había pasado con las pastillas de dormir. Otra había dejado el grifo de la bañera abierto y otra vez casi incendia la cocina al olvidarse la tetera al fuego. Y ahora, resulta que tenía alucinaciones, veía figuras, monstruos en su habitación y los llamaba por las noches a altas horas de la madrugada. Habían conseguido una enfermera que se quedaba con ella por el día, pero las noches las pasaba sola. La enfermera les había dicho que la situación de su hermana empeoraba con los días. Se había inventado una amiga y hablaba con ella a todas horas. El psiquiatra que llevaba su caso, les había sugerido como la mejor opción, internarla en un centro especializado donde estaría vigilada las 24 horas y donde recibiría la atención que necesitaba. Lo que no le habían dicho a su hermana, es que al día siguiente irían a buscarla para llevarla a aquel hospital. Les dolía que su hermana acabara así pero no veían otra salida.

 

- ¡Vamos, espabila, que ya es de noche! –le apremió la voz enfadada –tu estulticia consiste en no querer aprender. Te dan miles de bofetadas y sigues sin comprender nada. ¡espabila! -le gritó.

Salió de la casa, cogió el coche y se encaminó hacia la de su hermana. Vivía cera de una fábrica, a una media hora.

Aparcó el coche en la acera de enfrente. Había dos coches más aparcados en la entrada, uno era el de su hermano y el otro el de su hermana.

- ¡Genial! –dijo la voz- están juntos. Nos ha tocado la lotería. Y comenzó a reírse de manera compulsiva como si hubiera contado el mejor chiste del mundo.

Se bajó del coche, fue hasta el maletero, cogió una garrafa que llevaba allí y con ella en la mano se dirigió a la casa. Sin hacer ruido fue a la parte trasera y se coló dentro por la puerta que daba al jardín que su hermana siempre dejaba abierta. Empezó a derramar el líquido por todas partes, mientras sus hermanos se habían quedado dormidos viendo una película en el sofá, ajenos a lo que pasaba.

Encendió una cerilla y la lanzó al suelo. Las llamas empezaron a hacer su trabajo.

 

 

 

 

 

 

 

sábado, 24 de julio de 2021

ACECHO

 

 Cuando aquella mañana sonó el despertador se levantó, como cada día, para ir a trabajar. El camino al trabajo lo hacía a pie, no estaba muy lejos de su casa. Era muy temprano y apenas había gente por la calle. Pasados unos minutos se percató de que no estaba solo, alguien caminaba tras él. No le dio mucha importancia y siguió andando. El sonido de aquellos pasos lo acompañaron hasta llegar a un cruce. Se paró esperando que el semáforo cambiara de color. Miró hacia atrás para ver de quien se trataba. No vio a nadie, ni siquiera cerca, estaba solo en la calle. Cruzó y siguió caminando un poco preocupado por aquella situación en la que se encontraba. Los pasos parecían reales. ¿Cómo era posible escucharlos y no ver a nadie? Siguió caminando esta vez más deprisa. Se estaba poniendo muy nervioso, sentía que alguien o algo lo estaba siguiendo. Se volvió a girar. No había nadie. Muy asustado corrió los cinco minutos que distaban de la fábrica. Abrió la puerta, entró y la cerró rápidamente tras de sí. Un viento gélido se coló por ella. Un escalofrió recorrió todo su cuerpo.

La jornada pasó como cada día, y aunque de vez en cuando pensaba en lo que le había pasado, cuando regresó a casa se había olvidado del tema. Había sido todo fruto de su imaginación. Su mente le había jugado una mala pasada.

Esa noche tuvo un sueño un tanto extraño. Soñó que estaba viendo la televisión, concretamente las noticias de la tarde, cuando el presentador, lo miró fijamente y le dijo:

 -Cuando quieras huir, cierra los ojos, concéntrate hasta que veas una puerta roja, ábrela y corre sin mirar atrás.

Al día siguiente no tenía que acudir al trabajo, era sábado. Pasó la mañana limpiando y haciendo compras. Por la tarde un par de amigos acudieron a su casa a cenar y ver unas películas. Pusieron la televisión. Estaban dando las noticias. Entonces lo vio, al presentador que le había hablado en su sueño la noche anterior, estaba allí en la pantalla delante de él e igual que había ocurrido en el sueño, le habló:

-No abras la puerta o morirás –le dijo.

Atónito y asustado les preguntó a sus amigos si habían oído lo que acababa de decir el presentador.

-Claro –le dijo uno de ellos-  encontraron otro cuerpo con más de veinte puñaladas en el cuerpo. ¿por qué lo preguntas? ¿acaso no lo has oído?

El hombre iba a contestar cuando sonó el timbre de la puerta.

Fue tan grande el susto que se llevó que se levantó de un brinco del sofá.

Uno de sus amigos, que había ido a la cocina a buscar unos vasos, se encaminó hacia la puerta para abrirla.

- ¡No la abras! –le gritó

Pero ya era tarde. Ya había abierto la puerta. Un hombre encapuchado entró en el apartamento. Llevaba algo en la mano. Era un cuchillo.  Se abalanzó sobre él y empezó a asestarle cuchilladas una tras otra. Su otro amigo que estaba con él en el salón, se levantó del sofá y fue hacia la puerta. El encapuchado se giró, lo agarró y lo apuñaló en el abdomen. El hombre aterrorizado corrió hacia el baño y se encerró allí. Temblaba de miedo sentado en el suelo junto a la bañera. Escuchó pasos por el pasillo. Los reconoció. Eran los mismos pasos que había escuchado el día anterior de camino al trabajo. El asesino se estaba acercando. Empezó a aporrear la puerta con una fuerza. Era cuestión de minutos que el pestillo cediera y entrara. Cerró los ojos, se agarró las piernas y empezó a balancearse de delante a atrás rezando y llorando. En medio de aquel caos la imagen de una puerta roja acudió a su mente. Se vio asimismo abriéndola. Al otro lado estaba muy oscuro, entró y la cerró tras de sí. Su sorpresa fue enorme cuando vio que ya no estaba en el baño, sino delante de la puerta de su apartamento. Entró. El cuerpo de uno de sus amigos yacía en la entrada en medio de un gran charco de sangre. A pocos metros estaba su otro amigo, también muerto. Entonces escuchó ruidos al final del pasillo. Un hombre encapuchado estaba intentando echar abajo la puerta del baño. Cogió un cuchillo de la cocina, el más grande que tenía. No le tembló la mano cuando se lo clavó en la espalda. El hombre cayó de bruces al suelo. Lo giró para verle la cara. Era él. Cuando llegó la policía encontró dos cuerpos. El asesino en serie que andaban buscando se había escapado de nuevo.

viernes, 23 de julio de 2021

MONSTRUO DEL MAR

 

 

 

Hay una limitación para todo, pensó la mujer. No cruzaría aquel pasillo oscuro y siniestro, tenía que buscar otra salida. Se encaminó hacia el ascensor que quedaba a escasos metros de donde estaba, pulsó el botón. No funcionaba. Se había ido la luz en todo el hotel a causa de la tormenta. Regresó a su habitación. Tenía que salir de allí y dejar a un lado su fobia a la oscuridad. La pantalla del móvil se iluminó. Había llegado otro mensaje y éste era peor que el anterior “estoy cerca, puedo olerte amor mío. Esta noche dormirás en el infierno”. Miró a través del cristal de la ventana, un coche entraba en el aparcamiento. Estaba segura de que era él. Tenía que salir de allí antes de que la encontrara.

A lo lejos vio una luz potente e intermitente. Era la luz del faro. Abrió la puerta y miró a ambos lados antes de salir. Alumbraba el largo y oscuro pasillo con la linterna del móvil. Al fondo había una puerta con un letrero que decía “salida de emergencia”, la abrió y bajó las escaleras que daban directamente a la calle. Empezó a correr bajo la lluvia. Vio un cartel que indicaba el camino a seguir para llegar al faro, un sendero que bordeaba el acantilado. Caminó durante una media hora, hasta que por fin lo vio. Siguió caminando un poco más y encontró un túnel como único acceso al faro. La luz de la linterna del móvil cada vez era más débil. La batería se estaba agotando y aquel túnel parecía muy largo y sobre todo muy oscuro. Respiró hondo y entró. Fue caminando pegada a la pared fría y húmeda.

Aquellas vacaciones no estaban resultando como se había imaginado. Había llegado a aquel pequeño pueblo costero buscando tranquilidad, lejos del bullicio de la ciudad y huyendo de su pasado dispuesta a empezar una nueva vida. Pero su tranquilidad había durado una semana. Su pasado había encontrado a su presente poniendo en peligro su futuro. El ruido que produjeron unas latas vacías dentro de una bolsa al chocar contra su pie la sobresaltó. Algunos excursionistas no tenían ningún reparo en dejar la basura esparcida por todas partes. Tuvo que tomar aliento, el corazón le latía desbocado en su pecho. Con la poca luz que le quedaba en el móvil vio que las latas no era lo único que había por el suelo, también había trozos de frutas. Se apartó un poco para no pisarlas. Una luz potente alumbró el túnel. Se pegó todo lo que pudo a la pared, respirando con dificultad a causa de la angustia y el miedo que sentía. Escuchó la voz de su pasado “¡Empieza la diversión, querida!” La había encontrado. Corrió con desesperación. En su alocada carrera tropezó, cayéndose un par de veces. Al fin vislumbró la salida. Había dejado de llover cuando salió del túnel. El faro distaba escasos metros. Cuando llegó había una placa negra con las fechas en las que se podía visitar el faro grabadas en letras de color blanco. La puerta estaba cerrada y por más que lo intentó no logró abrirla. Decidió dar la vuelta por si había otra entrada. Nada. Entonces lo vio saliendo del túnel. No podía volver por donde había venido y detrás tenía el acantilado. Pensó que podría esconderse entre las rocas. Qué otra cosa podría hacer. Si lo despistaba tal vez pudiera regresar al hotel, coger su coche y huir. Bajó por la empinada cuesta hasta las rocas, mirando bien donde ponía los pies para no resbalar y caer. Una caída por aquella pendiente significaba una muerte segura. Miró hacia atrás un par de veces, pero no vio a nadie. Eso no la relajó en absoluto. Sabía que podía ser muy astuto y no verlo, no significaba que hubiera desistido de seguirla ni mucho menos.

Encontró una cueva y decidió descansar un rato allí escondida entre las sombras. Escuchó un fuerte y lastimoso alarido, seguido del sonido de unas cadenas, que le heló la sangre e hizo estremecer todo su cuerpo. Asomó la cabeza y vio un ser abominable que la paralizó por completo. Cualquier teólogo perdería la fe si viera aquello. A escasos metros de aquella cueva, un enorme perro de color blanco provisto de cuernos y grandes orejas, con los ojos negros como el averno y unos dientes largos y afilados salía del agua. Todo ocurrió en cuestión de segundos. El hombre que la perseguía presa del pánico y paralizado de miedo, desapareció de su vista. Aquel enorme monstruo se abalanzó sobre él atrapándolo entre sus fauces. Escuchó el sonido de los huesos al ser triturados por los dientes de aquel ser. Estaba aterrada, pero si no huía en aquel momento, sabía que correría la misma suerte que él. Empezó a correr sin mirar atrás. Al llegar al faro escuchó voces procedentes del túnel seguidas de la luz de unas linternas. Gritó con las pocas fuerzas que le quedaban, pidiendo ayuda. Aquellos hombres habían oído aquel aullido infernal. Sabía que aquello no presagiaba nada bueno. Aquel demonio del mar, sólo salía de noche y sólo si notaba la presencia de algún humano cerca.

viernes, 16 de julio de 2021

LA SALVADORA

 

 

La mujer salió a pasear por el campo que bordeaba su casa con su bebé de pocos meses. Hacía una tarde muy calurosa de verano y decidió descansar del paseo. Se sentó a la sombra de un gran árbol. La pequeña empezó a lloriquear, moviendo sus pequeñas piernas y sus brazos pidiendo comida, la madre la amamantó. Al terminar no pudo menos que eructar cuando su madre la levantó. Luego se quedó dormidita en su regazo. La contempló con amor, mientras le susurraba “Mi niña, mi dulce y hermosa niña”.

La madre entrecerró los ojos y se dejó llevar por los sonidos envolventes del campo, pájaros, grillos, cigarras y alguna que otra rana no muy lejos de donde estaba es todo lo que escuchaba. La calma y quietud que se respiraba le producía paz y tranquilidad. Se dejó llevar. Su imaginación cobró vida y comenzó a volar muy lejos de allí.

Se vio en un inmenso castillo escribiendo una carta con una pluma que mojaba en un tintero en forma de cuerno. La carta hablaba de espías que, como fantasmas, la acechaban y observaban a todas horas y de candados en las puertas. Al anochecer cuando las estrellas brillaran en el firmamento, abandonaría aquel lugar para siempre y se iría con él.

Un escarabajo había empezado a subir por su pierna, pero ella no sintió el cosquilleo que le producía, ni se movió de donde estaba, seguía soñando.

Al anochecer salió de aquel castillo como había planeado, embozada en una capa negra y protegida por las sombras que la noche le otorgaba.

Un escultor de renombre había tallado en piedra la figura de una madre portando un bebé en brazos en el jardín. Se tocó su abultado vientre y pensó en su hija y en la nueva vida que les esperaba, mientras contemplaba aquella hermosísima escultura.  

El frío filo de una espada apoyada en su garganta la sobresaltó, despertándola de su sueño. Frente a ella, vestido de etiqueta, había un hombre muy algo y delgado, con facciones delgadas y pelo muy oscuro que la miraba fijamente mientras esbozaba una sonrisa que hizo que se le helara el corazón, era siniestra, malvada. Los ojos de la mujer eran la viva imagen del terror. Instintivamente abrazó con fuerza a su pequeña contra su pecho para protegerla. Aquel hombre estaba dispuesto a rajarle el cuello y una vez hubiera acabado con su vida haría lo mismo con el bebé que sostenía en brazos. Pasó la punta de la espada por el cuello de la mujer mientras emitía una risa sardónica cargada de odio.

Aquel árbol donde seguía apoyada se abrió tras ella formando un hueco en su tronco lo suficientemente grande para darles cabida. Unas ramas la rodearon por la cintura, la introdujeron dentro para luego cerrarse bajo su atónita mirada. Pudo ver el filo de la espada que se había clavado en la corteza del árbol a pocos centímetros de donde estaban ella y su pequeña. Entonces escuchó la voz de una mujer.

-No permitiré que cambies el curso de la historia -le decía al hombre –Has fracasado una vez hace mucho tiempo y no vencerás ahora. No lograste matar a la antepasada de esta mujer y esa niña que lleva en brazos será la salvadora del mundo.

Tras estas palabras escuchó gritos aterradores proferidos por el hombre y fuertes golpes que hacían tambalear el árbol. No sabría calcular el tiempo que duró aquella contienda. Cuando al final reinó el silencio y el árbol abrió su tronco y pudieron salir, ya había anochecido por completo. Sobre la tierra yacía el traje negro del hombre, pero no había rastro alguno de su cuerpo y la espada que había portado estaba a su lado. El árbol seguía erguido, majestuoso apuntando a las estrellas, con algún que otro corte en el tronco y unas cuantas ramas cortadas.

 


viernes, 9 de julio de 2021

NO HAY CABIDA PARA EL ERROR

 


 

Con veinte años, aquel joven había conseguido la puntuación más alta en tiro. Se había alistado en el ejército cuando cumplió la mayoría de edad, no dejando escapar la oportunidad que se le ofrecía de largarse de casa. Su madre había muerto hacía un par de años y su padre desde entonces, se había convertido en un alcohólico. Lo despedían de todos los trabajos y se había puesto violento con él en más de una ocasión. Antes de abandonar su pueblo y la casa que lo vio crecer fue hasta el cementerio para despedirse de su madre. Depositó sobre su tumba un ramo de tulipanes, sus flores preferidas.

En su primera misión en combate, el parabrisas del camión donde iba con sus compañeros, había quedado hechos añicos por una explosión. Resultó con heridas leves. Sus compañeros no corrieron la misma suerte, había sido tal la fuerza de la explosión que la onda expansiva los lanzó varios metros por el aire, pereciendo algunos y otros quedando en un estado más bien lamentable, falleciendo poco después. Se salvaron el sargento al mando y él.  Intentando protegerse de las balas que zumbaban a su alrededor subieron los escalones de un edificio casi en ruina hasta la azotea, desde la cual tenían una buena visión de toda la aldea. Estaba anocheciendo. El enemigo se escondía entre las sombras que poco a poco iban cubriendo el lugar. Entonces lo volvió a ver. Ahí estaba Él. La última vez que había visto a aquel ser encapuchado de blanco tenía doce años. Estaba jugando al fútbol con unos amigos en la calle, no vieron el camión que había perdido los frenos y que se acercaba a ellos a una gran velocidad. Fue la primera vez que lo vio. Se colocó en medio de la carretera y durante unos minutos el tiempo se paró para todos menos para él y sus amigos que lograron ponerse a salvo y no morir atropellados.

Escuchó como el sargento le gritaba que disparara. Tenía a aquel hombre a tiro, pero había un problema, había tomado a una mujer como rehén con un estado muy avanzado de embarazo. Si disparaba a aquel hombre podía errar y matarla a ella. Era buen tirador, el mejor, pero aquella situación lo sobrepasaba. Conocía los engranajes de la guerra y que la duda, aunque fuera mínima podía costarte la vida. Colocó el dedo en el gatillo dispuesto a disparar a la cabeza de aquel hombre, esperando no fallar. Sabía que si le daba a aquella mujer caería en un pozo de depresión. La culpabilidad lo perseguiría toda su vida y viviría una realidad maquillada. Entonces aquel ser vestido de blanco se situó delante de la mujer. No lo dudó. Apretó el gatillo. Abatió al enemigo.


sábado, 3 de julio de 2021

LA MUJER DE BLANCO

 

Tenía que coger un avión aquella mañana. El despertador no había sonado y era consciente de que si no me daba prisa por llegar al aeropuerto perdería el vuelo. El tiempo era muy desapacible. Había llovido toda la noche y continuaba haciéndolo por la mañana. Como si no llegara con la lluvia, se había levantado una niebla que hacía que la visibilidad fuera muy escasa, prácticamente nula, más allá de los faros del coche. Aun así, pisé el acelerador a fondo para llegar lo más rápido posible al aeropuerto, sabiendo que aquella temeridad me podía costar la vida.

Entonces la vi. De pie, inmóvil en medio de la carretera, había una figura embozada en una túnica blanca. Frené. El coche derrapó y se salió de la carretera. Cuando me desperté supe que estaba mal herido. No podía moverme por mucho empeño que pusiera en ello. Una rama había atravesado el parabrisas del coche, clavándose en mi abdomen. Perdía mucha sangre.  La mujer que había visto en la carretera se sentó a mi lado. Empezó a acariciar mi canoso pelo mientras sus labios esbozaban una sonrisa. Me transmitía paz su contacto en mi piel. Sabía quién era ella y sabía por qué estaba allí. Entonces dentro de mi emergieron unas ansias enormes de hablar. Sentía una necesidad imperiosa de contarle mis hazañas, mis aventuras y desventuras vividas por encontrar la verdad de ella, por saber su identidad.

 Casi toda mi vida la pasé viajando de un lugar a otro por el mundo cubriendo noticias de toda índole, guerras, desastres naturales, siempre en primera línea, muchas veces arriesgando mi vida en ello. Tuve que renunciar a muchas cosas. No me arrepiento, porque logré vivir la vida que quería y tener el trabajo que me gustaba.

     Hace algunos años viajé al Vaticano para cubrir la noticia de la elección del nuevo Papa. Estaba en mi hotel, redactando un artículo en mi portátil, cuando una fotografía me llamó la atención. Me sentí hipnotizado al ver aquella mujer. La foto era borrosa, pero aun así se podía ver su gran belleza, su porte divino, que no tenía cabida en este mundo. El titular rezaba: la mujer de blanco vuelve a hacer presencia en el aeropuerto de Roma. Nunca había leído nada sobre ella, y sentí curiosidad, así que leí el artículo hasta el final. Al parecer una mujer vestida totalmente de blanco, ataviada con una túnica larga, hacía su presencia en aeropuertos, estaciones de tren y autobuses, y era el presagio de que algo malo iba a pasar. Si la veías tenías la opción de cancelar tu viaje y de esa manera salvar tu vida. Aquella mujer presagiaba la muerte o… ¿ella era la Muerte? Me pareció de lo más sorprendente. Seguí navegando por internet para ver qué otra información había al respecto. No encontré mucha, no era una noticia de primera plana. De hecho, la información que encontraba, estaba relegada a las páginas interiores ocupando poco espacio, eso me llevó a pensar que el tema o bien no interesaba por su halo de misterio o porque se mencionaba un tema eternamente tabú: la muerte.

      Una persona en París me contó que la había visto en la terminal 4 del aeropuerto, en la fila de embarque. Él tenía que tomar ese avión, pero recordó las historias que había escuchado sobre esa mujer y no se lo pensó dos veces, no embarcó. Eso le salvó la vida.

     Este testigo no fue el único que se había quedado en tierra por voluntad propia. Todos tenían algo en común: la conocían o habían oído hablar de ella, y ante la duda, algunos pensaron que primero salvarían la vida ante cualquier otra cosa.

      En Argentina la habían visto en una estación de tren, y tras verla parada en uno de los arcenes, pocos se subieron al tren. Los que lo hicieron perecieron. El tren descarriló cuando estaba llegando a su destino. Las causas, todavía seguían sin estar claras del todo, solo suposiciones.

     Seguí investigando. Me llevó tiempo, horas de llamadas y mucha lectura. Pero no me importaba. El tema llegó a obsesionarme. Averigüé que la llevaban viendo mucho tiempo atrás, no solo años, sino siglos. Ella fue la que avisó a Alexander Fleming de que no cogiera aquel tren para ver a su familia, si lo hubiera hecho habría muerto y no hubiese descubierto la penicilina.    

He de reconocer que mi obsesión con esa mujer no tenía límites. Tenía que verla, pero ¿cómo?  No era tan simple como llamarla por teléfono o mandar un correo. En cada aeropuerto, estación de tren o autobús, esperaba verla. Anhelaba un encuentro. Cada mujer vestida de blanco que me cruzaba hacía que el corazón me diera un vuelco, pero nunca era ella. Estaba desesperado. Hasta que un día la vi. Ese día tan ansiado por fin había llegado.

   Fue en Japón. Acabé allí para informar de unos fenómenos naturales que estaban sucediendo en esos días. Y allí estaba, de pie en el aeropuerto, con su túnica blanca y su larga melena negra como azabache. La miré, ella me miró y creí ver que se dibujaba una sonrisa en sus labios. Sentí que un escalofrío corría por todo mi cuerpo. Los pelos como escarpias, el corazón a punto de explotar. Me tuve que sentar y tomar aliento. Ella sabía de mi existencia, pero para cuando me repuse y volví a mirar ya no estaba.

     Me puse en pie, todavía en shock. Un olor a lavanda impregnaba el ambiente, me giré y allí estaba, a mi lado, sentí el roce de su túnica en mis brazos desnudos. Se acercó a mí y me susurró al oído con una voz dulce, aterciopelada:” Estoy aquí, ya me has visto”, para luego desaparecer.

  Tomé ese avión, tengo que confesar que con recelo. Pero llegamos a nuestro destino sanos y salvos. Me sentí por primera vez en mucho tiempo, en paz, una fuerza renovadora había embargado mi cuerpo y colmado de alegría mi corazón. Salí del aeropuerto sonriendo y tarareando una vieja canción de mi infancia que tenía por olvidada. Estaba feliz.

 

    Alargué la mano, ella la tomó entre las suyas. La miré a los ojos y le dije: “no querría a nadie más a mi lado en este mi último viaje” susurré. Ella se inclinó sobre mí y me besó con ternura. Emprendí mi último viaje notando como sus labios besaban los míos.

 

 

 


viernes, 2 de julio de 2021

CHUPA PIES

 

 

 

Acostado en la cama que compartía con su mujer desde hacía más de una década, el hombre miraba a través del cristal de la ventana del dormitorio, las estrellas que formaban la cúpula celestial pensando en la miríada de realidades alternas que ofrece el universo. El ladrido de su cachorro lo sacó de sus pensamientos. Con tan solo tres meses, dormía a los pies de la cama. Se levantó para ver si estaba bien, el perrito seguía durmiendo, había tenido una pesadilla. Volvió a la cama. Se acurró junto a su esposa, cerró los ojos y esperó que el sueño lo envolviera. Pronto su cerebro comenzó a divagar en la oscuridad de su mente, mostrándole destellos de cosas vividas recientemente, como la compra de un cinturón negro para el pantalón del traje gris que se iba a poner para la boda de su cuñada el próximo fin de semana. La imagen de una jarra de cerveza muy fría en el chiringuito de la playa con unos amigos. Y la de aquel compresor que le había prestado el vecino, para inflar los neumáticos de su coche. Destellos y más destellos de recuerdos inundaban su mente. Al fin cesaron y pudo descansar hasta que el despertador lo trajo de vuelta del mundo de los sueños, a las siete de la mañana. Aquel día tenía que realizar unas entrevistas a posibles candidatos para un puesto de contable en la empresa. El primero en presentarse fue un tipo con pinta de intelectual que parecía un adolescente a pesar de tener los 30 años cumplidos. Su voz era pausada y lenta. Le recordó a un caracol

Regresó a su casa al atardecer cansado y hambriento. Tras la cena pusieron una película. Su mujer escogió una ambientada en la época medieval, “El último caballero” se titulaba. A pesar de que estaba bastante entretenida tenía que hacer unos esfuerzos sobrehumanos para no quedarse dormido. Su mujer se había enfadado con él, al ver las cabezadas que daba en el sofá cuando estaban viendo la película, le culpaba de que cuando ella elegía algo que le gustaba él se dormía y ella tenía que mantenerse despierta cuando ponía sus malditas pelis de extraterrestres. ¡Qué pesadilla de mujer! Así que esa noche, ella, puso una gran almohada haciendo un entreliño en la cama. Cuando el sueño había invadido todo su cuerpo el perro empezó a ladrar igual que la noche anterior pero esta vez con más insistencia. Abrió los ojos, intentó levantarse para ver qué le pasaba al cachorro cuando notó que las sábanas se elevaban a la altura de sus pies. Pensó que sería su mujer queriendo hacer las paces, pero había algo extraño en aquello que no le encajaba, le estaba chupando los pies. Nunca se los había chupado con anterioridad, ni tenía conocimiento alguno de que le gustara hacer esas cosas. Levantó las mantas de golpe y su sorpresa fue mayúscula cuando comprobó que allí no había nadie. Sin embargo, notaba cierta humedad en sus dedos. Fue al baño y se los lavó con verdadero asco. Volvió a la cama, su mujer no se había movido ni un centímetro de su lado de la cama, es más, estaba profundamente dormida. Tardó en volver a quedarse dormido, pero al final lo consiguió. Al día siguiente volvió a ocurrir lo mismo, primero el ladrido del cacharro como un previo aviso y luego el lametazo, esta vez notó una lengua áspera y húmeda sobre ellos. Volvió a levantar las mantas. No había nada. Los lavó y volvió a acostarse. Su mujer ni se había inmutado. Seguía dormida en la misma posición en la que se había acostado. Se había llevado consigo el atizador de la chimenea. Esta vez si volvía a suceder estaría prevenido. Pero esa noche no volvió a ocurrir. Pero sí al día siguiente. La misma rutina. Entonces atizador en mano lo descargó con todas sus fuerzas sobre aquel ser o lo que fuera que le estaba chupando los pies. Las sábanas se tiñeron de rojo, bajo sus desconcierto y terror. Las levantó y vio a su mujer con una gran brecha en la cabeza, de la cual, no paraba de manar sangre. La había matado.

EL RESURGIR

  El Olimpo había sido un lugar de copas muy conocido no solo en la ciudad sino en todo el país. Allí bellas jovencitas cantaban ligeritas d...