domingo, 19 de marzo de 2023

TIEMPO EXTRAÑO

 


 

Elisa estaba tomando una taza de café en la cocina, cuando sonó el timbre de la puerta. Se preguntó quién era. No esperaba visita y menos un sábado por la mañana tan temprano.

Al abrir la puerta se encontró a un hombre de unos treinta años, alto, delgado, moreno y muy guapo. Vestía un traje negro, camisa blanca y una corbata morada. Llevaba un maletín de cuero marrón en su mano derecha. Se presentó como Juan González mientras le tendía una tarjeta la cual le indicó a la mujer que estaba frente a un abogado.

—Usted es Elisa Moreno ¿verdad? –le preguntó.

Al ver la incertidumbre dibujada en el rostro de Elisa el hombre le indicó que su visita estaba relacionada con la reciente fallecida Juana Rey.

Al escuchar aquel nombre las lágrimas acudieron raudas y veloces a los ojos de Elisa nublándole la vista. Hizo un ademán con la mano indicándole que entrara porque las palabras antes de ser pronunciadas se ahogaban en su garganta como náufragas en un mar de pena y tristeza.

El hombre entró. La casa olía a café recién hecho. Elisa le ofreció una taza que el hombre no rehusó.

Sentados ante la mesa de la cocina delante de unas tazas humeantes Elisa, sin andarse con rodeos, le preguntó cuál era el motivo de su visita.

El abogado colocó el maletín sobre la mesa y sacó un sobre de su interior.

—Mi padre era el abogado de la señora Juana Rey fallecida recientemente. Digo era, porque murió repentinamente hace unos meses, con lo cual ahora llevo sus casos y entre ellos los de la fallecida. Sé que se conocían desde hacía muchos años. Mi padre y ella eran muy buenos amigos una amistad que comenzó en el colegio y que perduró siempre, aunque sus caminos tomaron rumbos diferentes siempre estuvieron en contacto.

El hombre le tendió el sobre a Elisa. Escrito a mano pudo leer: «para Elisa Moreno» Ella reconoció aquella letra al instante como la de la mujer, grande, con trazos firmes y ligeramente curvada.

—Las órdenes eran claras, esta carta le sería entregada a usted a su muerte –hizo una pausa y continuó- no es el único motivo porque el que estoy aquí.

Elisa lo miró confundida.

—Verá la señora Juana Rey la hace única heredera de todas sus propiedades –Sacó un fajo de papeles de su maletín y se los entregó a la mujer- aquí está su testamento para que lo lea con calma. Pero se lo puedo resumir. La fallecida tenía una cantidad bastante considerable de dinero en el banco, así como dos pisos en la ciudad y una casa de campo en la costa. Todo es suyo. Lo único que necesito es su firma indicando que está conforme y en unos días podrá tomar posesión de la herencia.

Al ver la indecisión de la mujer el abogado le indicó:

—Si quiere, también puede pasar por mi despacho el lunes por la mañana en la dirección que aparece en la tarjeta y leer con calma el testamento y la carta que le he dado durante este fin de semana. No hay problema. Sé que es mucha información y que necesita tiempo para asimilarla. También puede llamarme, a cualquier hora, por si le surge cualquier pregunta.

Elisa le dijo que a primera hora de la mañana del lunes se presentaría en su despacho. El hombre se despidió y se fue. Elisa se quedó en la puerta hasta que el coche del abogado desapareció calle abajo.

Al cerrar la puerta se dio cuenta de que llevaba la carta en la mano. Entró y fue al salón. Se sentó en el sofá abrió el sobre y se dispuso a averiguar lo que las dos hojas de papel que Juana Rey había escrito a mano le querían decir.


Mi querida Elisa:

En primer lugar, quiero decirte que el año que estuve a tu cuidado fue uno de los más felices de mi larga vida. Cuando el alzhéimer entró a formar parte de mi vida, dispuse todo con mi abogado, el señor Arturo González, gran profesional y sobre todo gran amigo, para poder trasladarme a este centro porque ya no podía hacerlo por mí sola. Esta carta le he escrito con su ayuda porque cada día que pasa mis ratos de lucidez son más efímeros.

Cuando te vi aparecer por primera vez en mi habitación trayéndome la medicación, supe de inmediato que eras tú. Que el destino te había puesto en mi camino en la recta final de mi vida. Tuve que contener el enorme deseo de abrazarte que sentí en esos momentos. Pero no quería asustarte.  Pronto congeniamos, teníamos muchas cosas en común. Yo también había sido enfermera y aunque la enfermedad me estaba quitando vivencias de mi vida, todavía conservaba unas cuantas que pude compartir contigo. Tú me escuchabas con atención, recelosa y tímida en un primer momento, no te culpo, el resentimiento y la falta de respuestas a muchas preguntas que rondaron por tu cabeza a lo largo de tu vida te hacían mantenerte reticente, pero aquel muro infranqueable del que te habías rodeado fue cayendo, casi sin darte cuenta y los últimos meses pudiste ser la verdadera y genuina Elisa conmigo.

Aunque nunca lo dijimos sabíamos la verdad y que aquel encuentro no había sido casual. Tú lo habías dispuesto así. Y de doy las gracias por ello.

Te fui dando las tan ansiadas respuestas a las preguntas que te atormentaron durante toda tu vida, sobre todo al saber que la mujer que te había criado no era tu propia madre. Te conté mi historia que venía siendo la tuya. Al ser la mayor de cinco hermanas mis padres, al cumplir los dieciséis años, me buscaron una casa en la ciudad donde servir y así poder ayudarles económicamente. También te hablé de la violación del señor y cómo al dar a luz se quedaron con mi bebé (su esposa no podía tener hijos) y me echaron de allí. No pude volver a casa después de aquello, mi padre no me lo permitió, había deshonrado a la familia. Encontré otra casa en otra ciudad. Trabajé el tiempo suficiente para ahorrar y hacer los estudios de enfermería. Trabajaba de día y estudiaba de noche. Cuando conseguí el título pronto conseguí trabajo, eran tiempos de guerra y toda ayuda era poca. Aquellos meses en el frente marcarían mi vida para siempre, pero me abrieron muchas puertas.

La guerra terminó, los años fueron pasando y mi estabilidad económica mejoró considerablemente. Entonces decidí buscarte y traerte conmigo. Pero me encontré con la realidad. Tu padre había muerto dejándoos a ti y a su mujer en una situación muy precaria a causa de las deudas de juego que había ido adquiriendo con el paso de los años. También vi el afecto y el gran cariño que le tenías a aquella mujer que para ti era, al fin y al cabo, tu verdadera madre. Vi lo unidas que estabais y que no podía separaros. Ella sólo te tenía a ti.  De forma anónima os empecé a enviar dinero y vuestra vida fue mejorando.

Años después cuando ella falleció intenté volver a contactar contigo, pero tú ya tenías tu familia. Un esposo y una hija preciosa. Habías conseguido lo que yo nunca pude, una familia. Y me alegré mucho por ti.

Años después cuando tu esposo murió, en aquel fatídico accidente de tráfico, te abracé en el cementerio el día de su entierro. Me miraste y pude ver algo en tus ojos, un reconocimiento fugaz que duró sólo unos instantes, pero que para mí fue suficiente para llenar mi corazón de alegría.

Sé que aquel día cuando entraste en mi habitación sabías que yo era tu madre biológica, al igual que yo supe que tú eras mi añorada hija. Nunca nos lo dijimos, pero aquel secreto entre ambas, aquel secreto que compartíamos, nos unió con un lazo que se iba estrechando con el paso del tiempo. Sé que no me guardas rencor, lo veo cada día en tus ojos cuando me miras y me sonríes.

Por eso me muero feliz porque durante todo este tiempo que estuvimos juntas pude ver en la buena persona en que te has convertido, en la gran madre que eres y estoy muy orgullosa de ti. Nunca me casé ni tuve más hijos porque mi corazón y mi alma te lo entregué en el mismo momento que te traje al mundo. Mi vida giró siempre a tu alrededor y aunque no pude darte el amor de una madre, puedo darte ahora una estabilidad económica para ti, para tu hija y para tu nieto que viene de camino porque tu vida tan poco fue fácil.

 

Te quiero mucho.

 

Juana Rey

 

 

 

 

 

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