—Gracias por este día ten maravilloso en la playa, cariño
–le decía Ana mientras tumbados en la arena le acariciaba el pelo con ternura –Marta
se lo está pasando en grande haciendo castillos en la arena
Y así era, su hija estaba sentada en la orilla llenando
un cubo rojo de arena, con una pequeña pala con una enorme sonrisa dibujaba en
su cara. Era feliz, al igual que él y su esposa. Era un día perfecto.
Ana se levantó de su lado y fue hasta la niña. Le dio la
mano y juntas comenzaron a jugar con las olas que morían en la orilla.
El hombre cerró los ojos y se dejó llevar por el murmullo
del agua.
Un estruendo lo sobresaltó. Se irguió en la toalla al
escuchar los gritos de su mujer y su hija. Ana llevaba a la pequeña en brazos. Corrían
a su encuentro. El cielo se había cubierto de espesas nubes negras que escupían…
¿piedras?
Él tomó la mano de su esposa y comenzaron a correr para
ponerse a salvo. Su esposa tropezó. Ella y la niña cayeron sobre la arena. Una
gran roca negra caía a gran velocidad sobre ellas…
El hombre se despertó gritando y bañado en sudor. Le
costó un rato darse cuenta de donde estaba. Estiró el brazo hacia el otro lado
de la cama. Estaba vacío…
Se levantó, salió de la habitación y fue hasta la cocina
esperando encontrar a su esposa allí.
No estaba. Recorrió toda la casa sin encontrarla. Fue
hasta la habitación de su hijita y tampoco estaba. La cama estaba deshecha pero
no había ni rastro de la pequeña.
Nervioso salió a la calle. El coche tampoco estaba.
La llamó al móvil. Saltaba el contestador.
Lo intentó varias veces más, le dejó mensajes para que lo
llamara porque estaba preocupado.
Decidió esperar un poco por si llamaba. Comenzó a pasear
de un lado a otro de la casa, la incertidumbre lo estaba matando. ¿Dónde
estaban?
El teléfono sonó en su mano. Del susto que se llevó casi
lo deja caer al suelo. Miró el número. Desconocido leyó. Contestó.
—Ha llegado el momento de pagar el pacto, Fausto –le dijeron
al otro lado de la línea.
—¿Quién es? –preguntó aun sabiendo la respuesta.
Meses atrás había hecho un pacto con un hombre que había
conocido en un bar. Desesperado por las deudas que lo acosaban estaba bebiendo
sin parar en la barra. El hombre se acercó ofreciéndole la solución a sus
problemas. Nunca supo por qué aceptó, tal vez la borrachera tuviera parte de
culpa y la otra, el miedo a perderlo todo, su familia, su casa….
Al día siguiente en su cuenta estaba el dinero que necesitaba.
El hombre a la pregunta de qué quería a cambio, sólo le respondió: me debes un
favor.
Estaba amaneciendo. Los primeros rayos de sol que se colaban
por las ventanas de salón le mostraron la realidad. Sus ropas estaban manchadas
de tierra, así como sus manos. Fue hasta el baño. El espejo le devolvió su reflejo.
Tenía la cara sucia y llena de arañazos.
El timbre de la puerta sonó varias veces hasta que fue
consciente de ello. Iba a abrir cuando los policías la echaron abajo. Sin darse
cuenta le habían puesto las esposas y lo llevaban hasta el coche patrulla. Lo acusaban
de la muerte de su esposa y de su hija.
Había pagado el pacto. El diablo se había cobrado sus
almas.
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