Era una agradable noche de primavera, el duende Nils, más conocido como el Susurrador de Animales, estaba sentado sobre una gran piedra observando la cúpula del cielo cargada de estrellas. Viajaba por todo el mundo. Cuando el susurro de los animales llegaba a sus oídos iba hacia aquel lugar. Los animales no estaban contentos fuera dónde fuera, tenían un enemigo muy superior a ellos, lo sabían, y también sabían que lo tenían que vencer para estar a salvo. Pero, ¿cómo?
No hacían falta palabras, los susurros del duende Nils eran transportados por todos los lugares del mundo a través del aire, de una ráfaga de viento, de una ligera brisa…
El duende Nils contaba historias de terror a los animales para alentar más su odio hacia aquel enemigo. Historias que se afianzaban con fuerza en el corazón y hacían crecer la esperanza en cada animal de que un día serían libres.
Durante un tiempo el duende Nils dejó que ese odio creciera en cada corazón de cada animal con más fuerza, con más rencor y más aversión hacia el enemigo, hasta que estuvieron listos para la mayor rebelión jamás conocida.
Solo bastó una frase del Susurrador y éstos entraron en batalla con el hombre, su mayor enemigo.