Jack Mortel sería el nuevo sheriff de Derry. Cuando pusieron la propuesta en la mesa nadie la quiso. Jack lo tomó como un reto en su carrera y la aceptó. Eran muchas las historias que sus compañeros le contaron sobre aquel sitio, situaciones, según Jack, que no tenían ni pies ni cabeza, para él eran solo cuentos de vieja para asustar a los niños.
Pero cuando pasó el cartel que rezaba BIENVENIDOS A DERRY un helado escalofrío le recorrió todo el cuerpo. Aparcó en la cuneta, bajó del coche y cogió la cazadora que llevaba en el asiento de atrás. De uno de los bolsillos sacó una cajetilla de tabaco. Encendió un cigarro y se puso a escuchar el silencio que cubría aquella parte del bosque.
Porque no se oía nada, ni el crujir de una rama ni el sonido de un pájaro, nada.
Terminó el cigarro y se subió al coche.
En cuanto llegó a la comisaría un grupo de tres personas. entre ellas la recepcionista, le dieron la bienvenida. Y a continuación sin más preámbulos le pusieron un expediente encima de su recién estrenada mesa.
El día anterior tres niños habían desaparecido tras salir con sus bicicletas a dar una vuelta por la tarde.
En el expediente estaban reflejadas las conversaciones que los dos únicos agentes que había en la comisaría, habían realizado a los padres. Nadie sabía nada, habían dado el aviso de alarma cuando los muchachos no llegaron a casa a la hora de la cena.
Siempre iban los tres juntos a todos lados: Daniel, Kate y Douglas.
Les preguntó a sus agentes si sabían donde se solían reunir.
Y allá se fueron en el todoterreno de la comisaría.
Era una roca enorme situada en medio de un gran prado y muy cerca del bosque. A lo lejos vieron las figuras de los tres niños encima de la roca y sus bicicletas al pie de ellas. No parecían asustados y no hicieron ningún movimiento cuando los vieron llegar. Las temperaturas de Derry por las noche bajaban unos diez grados y ellos no iban vestidos para pasar la noche allí.
-Allí están -dijo Jack
-¿Dónde? -preguntó uno de los agentes, un chaval pecoso de no más de veinte años.
-Allí -le señaló el sheriff- sobre la roca.
-Perdone señor pero encima de la roca no hay nadie.
De todas formas el sheriff paró el coche a una distancia prudencial. Los otros dos agentes no sabían qué hacer, si bajar o esperarlo en el todoterreno. Lo que sí tenían claro es que sobre aquella gran mole de piedra no había nadie.
Jack comenzó a escalar la piedra por el lado norte donde era más fácil subir.
Al llegar arriba comprobó que no estaban los niños. En su lugar había una persona disfrazada de payaso.
Jack desenfundó la pistola.
-¿Dónde están los niños?
-Mi querido sheriff, los niños no están aquí, como puede ver.
-Pero… si los he visto hace un momento.
El payaso se rió.
-Los niños están en un lugar seguro, donde son felices.
-¿Qué lugar es ese? -preguntó Jack sin dejar de apuntarle con la pistola.
-En todas partes y en ninguna, mi querido sheriff.
Jack se despertó de un sobresalto. Seguía sentado al volante de su coche a pocos metros del letrero que daba la bienvenida a Derry.
En el parabrisas estaba escrito: en Derry nada es lo que parece.
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