lunes, 22 de noviembre de 2021

EL CHARCO

 

Había un coche aparcado frente de un edificio de oficinas. Una mujer estaba sentada al volante. Miraba fijamente la entrada. Parecía esperar a alguien, una persona en concreto que, en cualquier momento cruzaría aquellas puertas de cristal que se habrían automáticamente al detectar movimiento. Hacía escasos minutos que había dejado de llover. La calle mojada mostraba charcos de agua allí donde el asfalto se había deteriorado con el paso del tiempo y por la continua circulación de coches. Mientras esperaba, sus pensamientos viajaron en el tiempo, a una fecha y un lugar concreto. A pesar del dolor que sentía en su corazón, no pudo evitar sonreír ante aquel recuerdo. Había sido amor a primera vista. Desde el minuto uno, supo que aquel hombre, apuesto, guapo y simpático era con quien quería compartir el resto de su vida. Él parecía haber sentido lo mismo porque poco tiempo después de aquel encuentro, le confesó: “cuando te conocí supe que cada sueño aun sin vivirlo, resucitó contigo”.

Su espera llegó a su fin. Vio salir a un hombre, vistiendo un abrigo negro que le cubría el traje de marca que siempre mostraba impecable, fuera cual fuese, la hora del día. La mujer se enderezó en su asiento. Era su marido. Encendió el coche, pero no las luces. Lo que se proponía hacer tenía que llevarlo a cabo sin ser vista y sin levantar sospechas. Quería que desapareciera de su vida, estaba dolida por sus muchas mentiras y por sus engaños que se iban sumando, exponencialmente, día a día. Tenía que matarlo. Y no se lo ocurrió mejor manera de hacerlo que, atropellarlo con el coche.

Aceleró para seguirlo, pero…. una mujer salió tras él. Él se dio la vuelta y le sonrió. Se miraron unos segundos y luego sus bocas se fundieron en un apasionado beso. Caminaron cogidos de la mano. Cruzaron la calle en dirección a un coche aparcado a pocos metros donde estaba la mujer vigilándolos. Había un gran charco de agua, en el medio y medio de la calzada. No lo vieron. Y si lo hicieron fue de manera casual, sin darle mayor importancia. Estaban más pendientes de llegar cuanto antes al coche, que ver por donde pisaban. Entonces sucedió lo inexplicable, lo insólito, lo absurdo. Pisaron el charco y entre gritos de angustia y terror pidiendo auxilio de manera desesperada, desaparecieron en cuestión de segundos, engullidos por aquella agua estancada.

La mujer profirió un grito desgarrador desde el coche al ver aquella macabra escena. Su primer impulso fue bajar y ayudarlos. Pero algo la sujetaba al asiento con tal fuerza, que no podía moverse, al tiempo que una voz en su cabeza le preguntó. ¿Por qué quieres ayudarle? ¿No era eso lo que querías? Aquella agua empozada había hecho su trabajo, por ella. Respiró hondo un par de segundos. Encendió las luces del coche, ya no había motivo alguno para no hacerlo, y salió de allí, bordeando aquel charco que se había comido a su marido.

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