Había un coche aparcado frente de un edificio de
oficinas. Una mujer estaba sentada al volante. Miraba fijamente la entrada. Parecía
esperar a alguien, una persona en concreto que, en cualquier momento cruzaría
aquellas puertas de cristal que se habrían automáticamente al detectar
movimiento. Hacía escasos minutos que había dejado de llover. La calle mojada
mostraba charcos de agua allí donde el asfalto se había deteriorado con el paso
del tiempo y por la continua circulación de coches. Mientras esperaba, sus
pensamientos viajaron en el tiempo, a una fecha y un lugar concreto. A pesar
del dolor que sentía en su corazón, no pudo evitar sonreír ante aquel recuerdo.
Había sido amor a primera vista. Desde el minuto uno, supo que aquel hombre,
apuesto, guapo y simpático era con quien quería compartir el resto de su vida. Él
parecía haber sentido lo mismo porque poco tiempo después de aquel encuentro,
le confesó: “cuando te conocí supe que cada sueño aun sin vivirlo, resucitó
contigo”.
Su espera llegó a su fin. Vio salir a un hombre,
vistiendo un abrigo negro que le cubría el traje de marca que siempre mostraba
impecable, fuera cual fuese, la hora del día. La mujer se enderezó en su
asiento. Era su marido. Encendió el coche, pero no las luces. Lo que se
proponía hacer tenía que llevarlo a cabo sin ser vista y sin levantar
sospechas. Quería que desapareciera de su vida, estaba dolida por sus muchas
mentiras y por sus engaños que se iban sumando, exponencialmente, día a día.
Tenía que matarlo. Y no se lo ocurrió mejor manera de hacerlo que, atropellarlo
con el coche.
Aceleró para seguirlo, pero…. una mujer salió tras él. Él
se dio la vuelta y le sonrió. Se miraron unos segundos y luego sus bocas se
fundieron en un apasionado beso. Caminaron cogidos de la mano. Cruzaron la
calle en dirección a un coche aparcado a pocos metros donde estaba la mujer
vigilándolos. Había un gran charco de agua, en el medio y medio de la calzada.
No lo vieron. Y si lo hicieron fue de manera casual, sin darle mayor
importancia. Estaban más pendientes de llegar cuanto antes al coche, que ver
por donde pisaban. Entonces sucedió lo inexplicable, lo insólito, lo absurdo.
Pisaron el charco y entre gritos de angustia y terror pidiendo auxilio de
manera desesperada, desaparecieron en cuestión de segundos, engullidos por
aquella agua estancada.
La mujer profirió un grito desgarrador desde el coche al
ver aquella macabra escena. Su primer impulso fue bajar y ayudarlos. Pero algo
la sujetaba al asiento con tal fuerza, que no podía moverse, al tiempo que una
voz en su cabeza le preguntó. ¿Por qué quieres ayudarle? ¿No era eso lo que
querías? Aquella agua empozada había hecho su trabajo, por ella. Respiró hondo
un par de segundos. Encendió las luces del coche, ya no había motivo alguno
para no hacerlo, y salió de allí, bordeando aquel charco que se había comido a
su marido.
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