viernes, 19 de julio de 2024

CARRETERA PERDIDA

 El soldado James tenía una misión que cumplir y se dispuso a realizar sin demora. 

La orden procedía del más alto rango en la división donde formaba parte en esa guerra sin sentido y en una ciudad cuyo nombre era impronunciable.

James como médico de la división tenía que prestar ayuda a sus compañeros heridos en combate. Una tarea nada fácil cuando las balas pasan por encima de tu cabeza. Pero él tenía unos nervios de acero y lograba olvidarse de todo aquello centrándose nada más que en la herida a curar que tenía entre manos.

Le habían dado con gran precisión las coordenadas del lugar donde tenía que acudir. Sin embargo, un cartel con el nombre del sitio lo hizo desviarse por una carretera que no venía en el mapa.

Mientras conducía sus pensamientos volvieron a la última carta que recibió de su novia, Jen, donde le informaba que su relación había terminado y que se iba a casar en breve con otro hombre. 

Hacía un mes que había recibido aquella carta y la había releído una y otra vez. La llevaba guardada en el bolsillo delantero de su uniforme. 

Estaba furioso con ella. Después de tantos años lo había dejado por un hombre que podía ser su padre. Pero el motivo estaba claro, Jen buscaba estabilidad económica y su nuevo novio se la podía proporcionar.

Sus ojos se llenaron de lágrimas. La quería y no entendía aquella traición de la que fuera su novia desde el instituto, hacía más de diez años.

Se enjugó las lágrimas con la manga de su uniforme y pudo ver una luz al final de la carretera que se movía a la misma velocidad que el todoterrenos que conducía. 

La carretera parecía recién pintada bajo las luces de  los faros que la iluminaban. Entonces los vio….

A sus compañeros, caminando por el arcén.

Estaban malheridos, a algunos les faltaba un brazo, un trozo de cara, una pierna.

Paró el coche y se acercó a ellos, pero cuál fue su sorpresa cuando se dio cuenta de que allí no había nadie. Había sido una ilusión óptica, supuso, fruto del nerviosismo y la tensión que le embargaba.

Piso el acelerador a fondo llegando a alcanzar los 200 kilómetros por hora. Tenía que llegar a esa luz. Tenía que ser más rápido que ella. Tenía que alcanzarla. Y lo hizo.

En la guerra conoció la muerte, olvidó la cordura.

Se despertó confuso y desorientado. Se dio cuenta al abrir los ojos de que ya no estaba en la carretera sino en una cama de hospital.

Al poco rato llegó el médico y le dijo que se había salvado de milagro.

Había sido alcanzado por una bomba y milagrosamente sólo tenía rasguños y una conmoción. Había visto el rostro de la muerte y había podido huir.


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