Estaban en la inmensa biblioteca de la casa de su padre a la espera de que el Señor Martínez leyera el testamento.
Laura y Lorenzo eran los legítimos herederos. Heredaron tanto la mansión como las tierras que la rodeaban y el dinero que había en el banco. Tenían que repartirlo entre los dos y su difunto padre esperaba que no hubiera ningún altercado en el proceso de dividir los bienes.
Lorenzo había llegado acompañado de Virginia, su esposa. Laura llegó sola.
La idea era pasar una semana allí para dejar todo aquel asunto arreglado.
Vivirían los tres en la mansión familiar.
Todo parecía ir bien entre su hermano y ella. Habían cerrado ya casi el acuerdo en la división de los bienes. Todo indicaba que en un par de días llamarían al Señor Martínez para que pusiera todo en regla.
Una noche Laura bajó a la cocina a por un vaso de agua. Escuchó voces abajo, en el salón. Eran su hermano y su mujer conversando.
—Necesitamos todo el dinero que tenga mi padre en el banco. El prestamista no aguantó más, me amenazó con matarme si no le entregaba el dinero en una semana.
—Lorenzo, mi amor, estamos en una situación desesperada por culpa de tu adicción al juego y a las apuestas. ¿Cómo pretendes salir de ésta?
—Muy fácil, tenemos que conseguir la parte de mi hermana.
—¿Y cómo piensas hacerlo?
—Muy fácil. matándola,
Laura había escuchado toda la conversación. Estaba en peligro. Su propio hermano pensaba sacarla de enmedio por la herencia.
Al día siguiente tenía previsto pasarse por la mansión el señor Martínez para arreglar el tema, según un mensaje que le había mandado Laura.
Un abuso la convirtió en demonio para vengarse.
Esa noche Laura drogó a su cuñada y a su hermano.
Los metió en su coche, al cual había manipulado los frenos. No pudieron evitar la muerte.
El señor Martínez le dio el pésame a Laura el día del funeral de su hermano y su cuñada.
Tenía que reunirse con él en su despacho al día siguiente.
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