jueves, 17 de julio de 2025

EL EXPERIMENTO

 La policía sabía, después de muchas horas de investigación,  que el asesino en serie que andaban buscando se camuflaba entre los indigentes de la parte norte de la ciudad.

Entonces decidieron hacer un experimento con la esperanza de que el hombre que buscaban estuviera entre ellos.

Escogieron a seis sujetos, entre ellos dos mujeres. Ellos tenían la certeza de que solo un hombre podría haber realizado aquellos hechos tan macabros:  cargar con un cuerpo cortarlo en pedacitos y luego ir dejando los restos en bolsas de basura por toda la ciudad. Pero nunca se sabía…. 

¿Daría resultado ese experimento? Ya lo verían.

Les habían dicho que estaban ahí para probar un nuevo fármaco para aumentar la atención. Su logro sería que ningún sonido los distrajera.

La recompensa por dicho experimento era de mil euros cada uno.

Un buen incentivo para aquellas personas que no tenían casi nada.

En cada habitación solo había una silla y un aparato de televisión colgado de la pared.

Asearon a seis personas, le dieron ropa limpia y los alimentaron.

Todos eran alcohólicos y en sus habitaciones no faltaba el alcohol. Querían que no se sintieran en un sitio hostil. No querían que la desconfianza hiciera mella en ellos.

A una de las mujeres, Clara, la pusieron en la sala número seis. Una mujer delgada y más bien baja de estatura. Era la más dócil de todos los escogidos. Tendría sobre unos cincuenta años, aunque aparentaba muchos menos. No debía de llevar mucho tiempo viviendo en la calle.

Cada sesión duraba media hora, en la cual, les ponían diversos ruidos en la habitación y en una pantalla, de la cual no podrían dejar de mirar en ningún momento, les iban poniendo fotografías y videos.

El primer día fue un fracaso.

El segundo día aumentaron la dosis. Dos pastillas.

La cosa mejoró. Solo uno, el más nervioso, no paraba de moverse en la silla y frotarse las manos húmedas por el sudor, en los pantalones. 

Las fotografías fueron pasando de niños con globos, perros corriendo en el campo, gente feliz comiendo un helado, en la playa….

A… mezclar esas imágenes con botellas de alcohol de las cuales salían todo tipo de bichos.

Al tercer día nadie había tocado la botella de alcohol que cada noche dejaban en sus habitaciones.

El cuarto día, eliminaron por completo las fotos bonitas e intercalaban gente mutilada con las de los bichos que salían de las bebidas.

Al cuarto día, se veían las caras de esas víctimas mientras eran mutiladas, se escuchaban sus gritos de dolor cuando un hacha les cortaba una pierna o una mano.

Los gritos de los sujetos eran igual o peores que el de aquellas mujeres que veían en el video. Menos en una sala.

Desde la sala 6, donde estaba Clara, la locura invadió su cuerpo. Se dio cuenta de lo que pretendían con aquel experimento: arrancarle la verdad. 

Se levantó. La silla se cayó. Intentó abrir la puerta. Cerrada. Sabían que la estaban espiando. Rompió la silla en pedazos y les dijo que se autolesionaba si no la dejaban salir de allí.

El médico que controlaba el experimento preparó una aguja con un fuerte sedante. Abrió la puerta, escondió el sedante a sus espaldas.

El hombre de manera amable le dijo que tenía que volver a su habitación. Ella le dijo que sí. El doctor pensando que la mujer se había calmado le indicó que saliera primero de la sala y en cuanto estuvo a pocos centímetros de él levantó el brazo para clavarle la aguja. Pero ella fue más rápida, tenía un trozo de astilla que había arrancado de la silla en la mano. Se la clavó en el cuello.

Cuando salió de la sala intentaron reducirla. Pero ella logró escaparse cogiendo a uno de los técnicos como rehén. Antes de salir por la puerta después de matar a su rehén les gritó que volvería a hacerlo y que nunca la cogerían.


jueves, 10 de julio de 2025

LA REVOLUCIÓN

 Me metieron en una celda minúscula, claustrofóbica. Olía a excrementos humanos y orina. Pero también había otros olores que reconocí de inmediato: a sudor y a miedo, a desesperanza y rendición.

Uno de los guardias que me había detenido (me había dejado pillar porque ese era el plan) me quitó la gorra de lana que cubría mi cabello dorado, herencia de mi difunta madre que en paz descanse. Se dieron cuenta de que yo no era como ellos, y vi  temor en sus ojos pero otro de los carceleros tuvo una rapidez mental increible, para un analfabeto y bruto como era, y me tiznó el pelo de color negro.

Cerraron mi prisión las siguientes horas de mi vida y me dejaron a solas con mis pensamientos. Había un ventanuco que arrojaba un poco de luz a aquel lugar sombrío y húmedo y pude ver aquel monstruo en el centro de la plaza. Esperándome. Pensé, la guillotina esperaba al revolucionario y su espera había terminado. Ese hombre era yo.

Durante un tiempo me mezclé con la gente del pueblo. Salía del castillo a hurtadillas de noche vestido de negro para mezclarme entre las sombras y no ser visto. Durante semanas trazamos un plan. Un grupo de hombres que estaban hartos de que aquella gente que actuando en “nombre de Dios” matara mujeres, hombres y niños por cualquier nimiedad.

Mi padre estaba prisionero en su propio castillo. Lo ultrajaron y lo tenían encerrado en sus aposentos. 

También tenía gente dentro de aquellos muros donde me vieron nacer y crecer, dispuestos a alzarse contra esa gentuza que distaban mucho de seguir a Dios, eran aliados del diablo, de eso no nos cabía la menor duda.

El primer paso del plan estaba completo: mi detención.

El segundo paso estaba por llegar.

Ajenos a lo que iba a ocurrir en las siguientes horas me trajeron mi última cena: un mendrugo de pan y agua. Lo comí como si fuera el mejor manjar del mundo y bebí como si fuera el mejor vino jamás hecho.

Cuando salieron los primeros rayos de sol me sacaron de mi celda y me llevaron al exterior. Mis ojos estaban ciegos de la oscuridad en la que había permanecido toda la noche y les costó un poco adaptarse a la luz. Cuando conseguí acostumbrarme a la luz del sol vi que la plaza estaba abarrotada de gente.

Nunca antes había acudido tanta gente para ver una ejecución. Sabían que esta vez sería diferente.

Con el peno tiznado de negro, algunos dudaron de mi identidad, pero el anillo que había logrado esconder bajo la suela de mi zapato y que emitía destellos por el sol en mi dedo anular, disiparon la dura de mis aliados.

Me llevaron hasta la guillotina y colocaron mi cabeza bruscamente en ella.

Pensé que al final se habían echado atrás. Temblaba de miedo por mi muerte inminente pero tampoco los culpaba, su vida estaba en juego,

De repente comencé a escuchar disparos por doquier. El hombre que tenía que ejecutarse cayó a pocos palmos de mi. Supe entonces que la revolución había comenzado.

Me puse en pie y comencé a luchar.


voces

  Se abrió de golpe la puerta del despacho del doctor Smith. Un enfermero con la cara descompuesta por el miedo le gritaba algo que él no lo...