Érase una vez… o dos o tres o
quizá más porque en el mundo de la fantasía todo puede pasar muchas veces.
Esta es la historia de una
araña, grande, negra y peluda, que, si no te gustan mucho, y la ves,
echarás a correr como alma que lleva el diablo. Nuestra araña vivía en una
iglesia, un sitio como otro cualquiera para vivir, y la verdad sea dicha, le
encantaba estar allí. Bueno a lo que vamos, nuestra protagonista tenía una
ilusión, un sueño, quería ser una doncella. Diréis pues vaya tontería esa. ¿Cuándo
se vio que una araña pudiera convertirse en doncella? No os equivoquéis amigos,
a veces, los sueños se cumplen, sólo tienes que desearlo mucho, y bueno, un
poco de ayuda tampoco estaría mal.
Un día el sacerdote dejó un
viejo libro sobre la mesa. La araña, curiosa por naturaleza, descendió por su tela
para ver de qué se trataba. Allí se hablaba de magia, pócimas y hechizos. Muy
interesante, pensó ella. Pero los pasos del sacerdote acercándose, la puso en
alerta y se fue trepando por la tela, quedando colgada a una altura prudencial, la incertidumbre la corroía.
El hombre empezó a pasar hojas de aquel
libro, llevaba un frasco en la mano con un líquido de color rosa. Estaba claro
que andaba buscando algo. Cuando al fin encontró lo que buscaba, dejó el frasco
sobre la mesa junto al libro y volvió a irse.
La araña volvió a
bajar, estaba desando ver lo que estaba escrito en aquella página que tanto le
interesaba al sacerdote. Descubrió que era un hechizo para convertirte en lo que quisieras ser. Y había más, si lo decías en voz alta tres veces y luego te bebías la pócima lo conseguirías.
No cabía en sí de alegría, al final iba a ver convertido su sueño en realidad. Tenía
plena fe en que aquello funcionaría. La fe, amigos, dicen que mueve montañas y nuestra araña estaba sobrada de ella, podría mover el mundo entero si quisiera.
El hombre volvió a entrar,
ella quiso irse, pero no lograba moverse, estaba aterrada, aquel hombre la mataría de un
manotazo, ese sería su final por ser una pobre ilusa con la cabeza llena de
sueños. Incrédula vio cómo se acercaba a ella, le sonreía mientras le hablaba:
buenas tardes señorita ¿puedo ayudarle en algo?
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