Hacía unos días que había salido en libertad.
Los últimos dos años los había pasado entre rejas, condenado injustamente. Si
no fuera por aquella mujer, que después de todo ese tiempo, se decidió ir a
declarar a comisaría, todavía estaría encerrado. Le acusaron de matar a un anciano que se había puesto delante de
su coche, sin darle tiempo a frenar. No iba a mucha velocidad, respetaba el
indicador de 40 por hora, no iba bebido, ni había tomado sustancias sospechosas,
pero resultaba que aquel anciano era el padre del fiscal y éste utilizó todas
las armas que tenía en su poder para culparlo. Aquella mujer, confesó que el
anciano en cuestión, muy amigo de ella, le había dicho dos días antes del
accidente, que quería suicidarse. El caso se reabrió y lo dejaron en libertad,
con una carta de disculpa y sin antecedentes, y una bonita cantidad de dinero
con la que podría empezar de cero. Su padre, daba la casualidad, que era el
alcalde. O sea, que en todo ese tema había mucho politiqueo de por medio. Y él
se vio envuelto en aquella trama sin comerlo ni beberlo. Pero ahora estaba
libre y quería disfrutar a tope de esa segunda oportunidad que la vida le daba.
Ahora vivía en un pequeño apartamento, situado en una calle peatonal, donde
cuando hacía buen tiempo se llenaba de gente, paseando y de compras, las cafeterías
ponían las terrazas y éstas estaban llenas la mayor parte del tiempo. Le
gustaba contemplar el ir y venir de la gente desde la ventana. Se fijó en una
chica, parecía triste, sentada sola ante una mesa tomando un refresco. Llevaba
gafas de sol, era morena y no llegaba a la treintena. No es que se enamorara a
primera vista, pero sintió algo por aquella muchacha, algo la identificaba con
ella, y le entraron unas ganas enormes, casi obsesivas, de besarla.
No lo pensó mucho y salió a la calle, pero cuando hubo llegado a la
terraza, no lejos de su portal, aquella joven ya no estaba. Volvió a su
apartamento, estaba inexplicablemente triste, sin ánimos y decidió poner un
rato la tele. Estaban hablando de aquella nave que acababa de amartizar, y que al poco de hacerlo, se
encontraron en medio de una erupción volcánica.
Estaba ensimismado esperando que dijeran algo sobre cómo estaban los
astronautas, cuando sonó el teléfono. Era su abogado.
Ese día, dio paso al viernes, y se vio, casi sin darse cuenta, asomado en
la ventana por si volvía a ver a aquella joven. Y así fue. Así que, antes de
que se volviera a esfumar salió corriendo a la calle. De cerca era aún más
guapa, el corazón le latía desbocado en el pecho. Unas enormes ganas de
abrazarla y besarla le embargaron. Se quedó mirando para ella embobado. La
muchacha le hizo un ademán de que
acercara a su mesa. Estuvo a punto de pisar a un gato siamés que pasó corriendo como una exhalación, delante de él. Ella
se rio de lo cómico de la situación. Y entablaron conversación. Notaba como ella lo devoraba con la mirada,
con deseo, él apenas la escuchaba en su cabeza se imaginaba quitándole la ropa,
besándole el cuerpo mientras ella gritaba de placer. Hubo un momento en que sus
cuerpos se rozaron, y el deseo brotó como aquella lava del aquel volcán en Marte.
Se besaron con ímpetu, mientras en la mesa de al lado unos chavales los miraban
embobados mientras jugaban a las damas. En
la universidad le habían puesto un alias
“el conquistador” por lo rápido que ligaba con las chicas, pero aquello era
una nueva faceta en él. Tal vez, la cárcel le había sentado bien, dándole un aspecto
más seductor. Tiraron los vasos y los refrescos que había sobre la mesa, las
sillas acabaron volcadas en el suelo, era tal la atracción que sentían el uno
por el otro que para ellos la gente había desparecido de su alrededor. Fueron a
su apartamento, todavía olía al chinchulín
que había cocinado al mediodía. Lo que había recreado en su cabeza minutos antes,
se hizo realidad. Le arrancó la ropa, le besó su tersa y suave piel, haciendo
que gimiera de placer. Estuvieron amándose hasta bien entrada la madrugada. El amanecer
los sorprendió acurrucados, sudorosos y exhaustos después de una gran noche de
placer, una noche inolvidable.
El ruido de unas sirenas lo sacó de su sueño, le costó abrir los ojos, la
luz del sol le daba de lleno en la cara, sintió una ligera brisa en la
habitación, palpó el otro lado de la cama, estaba vacío. Se incorporó, las
cortinas se agitaban por el aire que entraba por la ventana abierta. Su ropa y
la de ella estaba tirada por el suelo de la habitación. Supuso que no iría muy
lejos desnuda. El ruido de las sirenas paró justo debajo de su ventana. Escuchó
mucho bullicio fuera. Se asomó a la ventana para ver lo que estaba pasando. En
el suelo, en medio de un gran charco de sangre, estaba la mujer que había
compartido cama con él aquella noche.
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