viernes, 5 de marzo de 2021

AQUELLA DESCONOCIDA

 



 

 

Hacía unos días que había salido en libertad. Los últimos dos años los había pasado entre rejas, condenado injustamente. Si no fuera por aquella mujer, que después de todo ese tiempo, se decidió ir a declarar a comisaría, todavía estaría encerrado. Le acusaron de matar a un anciano que se había puesto delante de su coche, sin darle tiempo a frenar. No iba a mucha velocidad, respetaba el indicador de 40 por hora, no iba bebido, ni había tomado sustancias sospechosas, pero resultaba que aquel anciano era el padre del fiscal y éste utilizó todas las armas que tenía en su poder para culparlo. Aquella mujer, confesó que el anciano en cuestión, muy amigo de ella, le había dicho dos días antes del accidente, que quería suicidarse. El caso se reabrió y lo dejaron en libertad, con una carta de disculpa y sin antecedentes, y una bonita cantidad de dinero con la que podría empezar de cero. Su padre, daba la casualidad, que era el alcalde. O sea, que en todo ese tema había mucho politiqueo de por medio. Y él se vio envuelto en aquella trama sin comerlo ni beberlo. Pero ahora estaba libre y quería disfrutar a tope de esa segunda oportunidad que la vida le daba.

Ahora vivía en un pequeño apartamento, situado en una calle peatonal, donde cuando hacía buen tiempo se llenaba de gente, paseando y de compras, las cafeterías ponían las terrazas y éstas estaban llenas la mayor parte del tiempo. Le gustaba contemplar el ir y venir de la gente desde la ventana. Se fijó en una chica, parecía triste, sentada sola ante una mesa tomando un refresco. Llevaba gafas de sol, era morena y no llegaba a la treintena. No es que se enamorara a primera vista, pero sintió algo por aquella muchacha, algo la identificaba con ella, y le entraron unas ganas enormes, casi obsesivas, de besarla.

No lo pensó mucho y salió a la calle, pero cuando hubo llegado a la terraza, no lejos de su portal, aquella joven ya no estaba. Volvió a su apartamento, estaba inexplicablemente triste, sin ánimos y decidió poner un rato la tele. Estaban hablando de aquella nave que acababa de amartizar, y que al poco de hacerlo, se encontraron en medio de una erupción volcánica. Estaba ensimismado esperando que dijeran algo sobre cómo estaban los astronautas, cuando sonó el teléfono. Era su abogado. 

Ese día, dio paso al viernes, y se vio, casi sin darse cuenta, asomado en la ventana por si volvía a ver a aquella joven. Y así fue. Así que, antes de que se volviera a esfumar salió corriendo a la calle. De cerca era aún más guapa, el corazón le latía desbocado en el pecho. Unas enormes ganas de abrazarla y besarla le embargaron. Se quedó mirando para ella embobado. La muchacha le hizo un ademán de que acercara a su mesa. Estuvo a punto de pisar a un gato siamés que pasó corriendo como una exhalación, delante de él. Ella se rio de lo cómico de la situación. Y entablaron conversación.  Notaba como ella lo devoraba con la mirada, con deseo, él apenas la escuchaba en su cabeza se imaginaba quitándole la ropa, besándole el cuerpo mientras ella gritaba de placer. Hubo un momento en que sus cuerpos se rozaron, y el deseo brotó como aquella lava del aquel volcán en Marte. Se besaron con ímpetu, mientras en la mesa de al lado unos chavales los miraban embobados mientras jugaban a las damas. En la universidad le habían puesto un alias “el conquistador” por lo rápido que ligaba con las chicas, pero aquello era una nueva faceta en él. Tal vez, la cárcel le había sentado bien, dándole un aspecto más seductor. Tiraron los vasos y los refrescos que había sobre la mesa, las sillas acabaron volcadas en el suelo, era tal la atracción que sentían el uno por el otro que para ellos la gente había desparecido de su alrededor. Fueron a su apartamento, todavía olía al chinchulín que había cocinado al mediodía. Lo que había recreado en su cabeza minutos antes, se hizo realidad. Le arrancó la ropa, le besó su tersa y suave piel, haciendo que gimiera de placer. Estuvieron amándose hasta bien entrada la madrugada. El amanecer los sorprendió acurrucados, sudorosos y exhaustos después de una gran noche de placer, una noche inolvidable.

El ruido de unas sirenas lo sacó de su sueño, le costó abrir los ojos, la luz del sol le daba de lleno en la cara, sintió una ligera brisa en la habitación, palpó el otro lado de la cama, estaba vacío. Se incorporó, las cortinas se agitaban por el aire que entraba por la ventana abierta. Su ropa y la de ella estaba tirada por el suelo de la habitación. Supuso que no iría muy lejos desnuda. El ruido de las sirenas paró justo debajo de su ventana. Escuchó mucho bullicio fuera. Se asomó a la ventana para ver lo que estaba pasando. En el suelo, en medio de un gran charco de sangre, estaba la mujer que había compartido cama con él aquella noche.

 

 


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