miércoles, 24 de noviembre de 2021

LA TORRE

 

Había ido a la ciudad, a primera hora de la mañana, a una entrevista de trabajo. Al mediodía, decidió no tomar la autopista y hacer el viaje de vuelta por carretera. Pero se encontró que un tramo de ésta, estaba en obras. Tomó un desvío que atravesaba el bosque. Después de varias horas dando vueltas, tuvo que reconocer que se había perdido. Una luz en el salpicadero del coche, le indicaba que apenas había gasolina. A su derecha vio una estación de servicio. Respiró aliviado. Estaba llenando el depósito, cuando un hombre salió de la tienda y se acercó a él. Su aspecto era desaliñado y sucio, sus ropas estaban llenas de manchas. Lo puso en alerta el detalle de ver que no vestía el uniforme de la empresa. Sin mediar palabra, se abalanzó sobre él dispuesto a clavarle un cuchillo que llevaba en la mano. El joven reaccionó con rapidez y le roció la cara con gasolina.  Se subió al coche. El hombre logró ponerse delante. El muchacho pisó el acelerador a fondo y lo atropelló mortalmente. Luego escapó a toda velocidad de allí, sin mirar atrás. Pero la huida terminó a un par de kilómetros, porque el coche después de hacer unos estrepitosos ruidos, se negó a seguir.

Había anochecido. Estaba en una carretera secundaria desconocida para él, rodeado de árboles y sin atisbo alguno de encontrar a alguna persona por aquellos parajes. Lo que el joven no sabía y, no lo sabría nunca, es que el hombre que había atropellado, había asesinado al empleado de la gasolinera, así como a una pareja que estaban en la tienda en el momento que había irrumpido en ella. La policía llevaba semanas buscándolo. Operaba en lugares apartados, más bien aislados y tras robar a sus víctimas las acuchillaba hasta acabar con sus vidas.

El joven caminó un trecho de la carretera alumbrando sus pasos con la linterna de su móvil, que en esos momentos sólo le servía para eso, porque no podía hacer ninguna llamada pidiendo auxilio. No había cobertura. Era una cálida noche de verano y el cielo estaba cargado de estrellas. La luz de la luna le facilitaba bastante poder distinguir lo que había a su alrededor. Entonces la vio. Había una torre cerca de donde estaba. Aceleró su paso. Al llegar a su altura vio el aspecto ruinoso que presentaba. Encontró la única puerta que daba acceso al interior. Entró. Dentro olía a excrementos y orina.  Había una mesa y una silla volcadas en el suelo y papeles esparcidos por el suelo. La puerta se cerró tras él de un golpe. Se giró y vio un espectro. Lo reconoció, era el hombre de la gasolinera. Iba a por él. El fantasma se vengó en la torre. Una fuerza descomunal lo golpeó contra la pared. Unos grilletes salieron de ella y lo sujetaron de manos y pies. Cientos de ratas aparecieron de la nada y empezaron a trepar por su cuerpo, devorándolo vivo.

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