Había ido a la ciudad, a primera hora de la mañana, a una
entrevista de trabajo. Al mediodía, decidió no tomar la autopista y hacer el
viaje de vuelta por carretera. Pero se encontró que un tramo de ésta, estaba en
obras. Tomó un desvío que atravesaba el bosque. Después de varias horas dando
vueltas, tuvo que reconocer que se había perdido. Una luz en el salpicadero del
coche, le indicaba que apenas había gasolina. A su derecha vio una estación de
servicio. Respiró aliviado. Estaba llenando el depósito, cuando un hombre salió
de la tienda y se acercó a él. Su aspecto era desaliñado y sucio, sus ropas
estaban llenas de manchas. Lo puso en alerta el detalle de ver que no vestía el
uniforme de la empresa. Sin mediar palabra, se abalanzó sobre él dispuesto a
clavarle un cuchillo que llevaba en la mano. El joven reaccionó con rapidez y
le roció la cara con gasolina. Se subió
al coche. El hombre logró ponerse delante. El muchacho pisó el acelerador a
fondo y lo atropelló mortalmente. Luego escapó a toda velocidad de allí, sin
mirar atrás. Pero la huida terminó a un par de kilómetros, porque el coche después
de hacer unos estrepitosos ruidos, se negó a seguir.
Había anochecido. Estaba en una carretera secundaria desconocida
para él, rodeado de árboles y sin atisbo alguno de encontrar a alguna persona
por aquellos parajes. Lo que el joven no sabía y, no lo sabría nunca, es que el
hombre que había atropellado, había asesinado al empleado de la gasolinera, así
como a una pareja que estaban en la tienda en el momento que había irrumpido en
ella. La policía llevaba semanas buscándolo. Operaba en lugares apartados, más
bien aislados y tras robar a sus víctimas las acuchillaba hasta acabar con sus
vidas.
El joven caminó un trecho de la carretera alumbrando sus
pasos con la linterna de su móvil, que en esos momentos sólo le servía para
eso, porque no podía hacer ninguna llamada pidiendo auxilio. No había
cobertura. Era una cálida noche de verano y el cielo estaba cargado de
estrellas. La luz de la luna le facilitaba bastante poder distinguir lo que
había a su alrededor. Entonces la vio. Había una torre cerca de donde estaba. Aceleró
su paso. Al llegar a su altura vio el aspecto ruinoso que presentaba. Encontró
la única puerta que daba acceso al interior. Entró. Dentro olía a excrementos y
orina. Había una mesa y una silla
volcadas en el suelo y papeles esparcidos por el suelo. La puerta se cerró tras
él de un golpe. Se giró y vio un espectro. Lo reconoció, era el hombre de la
gasolinera. Iba a por él. El fantasma se vengó en la torre. Una fuerza
descomunal lo golpeó contra la pared. Unos grilletes salieron de ella y lo
sujetaron de manos y pies. Cientos de ratas aparecieron de la nada y empezaron
a trepar por su cuerpo, devorándolo vivo.
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