El hombre llegó a su casa más temprano de lo habitual. El
mercado al aire libre donde vendía sus hortalizas, las que cultivaba en el
huerto que tenía en la parte de atrás de su casa, se cerró a causa de la lluvia
que comenzó a arreciar.
Le pareció extraño no ver a su esposa haciendo las tareas
habituales al atardecer. Una de ellas era dar de comer al ganado y demás
animales de la granja. Pensando que tal vez estuviera enferma entró rápido en
su casa. No estaba en la cocina. Los niños no tardarían en regresar de la escuela.
Se encaminó al dormitorio, corriendo, preocupado por la salud de su esposa.
Entonces…. La vio. Yaciendo en la cama con otro hombre.
La ira se adueñó de él. Mató al amante y a ella le cortó
una pierna con un hacha. La mujer asustada y mal herida huyó al bosque.
El hombre y sus hijos abandonaron la casa esa noche,
amparados por las sombras. Nunca se volvió a saber nada de ellos.
La gente del pueblo no fue tras ellos, no los persiguió,
dejaron que siguieran su camino. No querían castigarlo por lo que había hecho.
El dolor y la humillación lo acompañaría el resto de sus días. Aquello era un
castigo más que suficiente.
Pensaron que la esposa no sobrevivía con aquella herida y
que perecería desangrada. Nadie iría a por ella. Los lobos se encargarían de su
cuerpo.
Una madrugada, todavía no había amanecido, unos leñadores
se adentraron en el bosque para hacer su trabajo. Uno de ellos se alejó un poco
del grupo para ir marcando los árboles que tenían que cortar. Al cabo de un
rato escucharon un grito desgarrador, cargado de terror y dolor. Era su
compañero. Acudieron a su ayuda. Estaba muerto. Encontraron un par de marcas en
su cuello. Habían intentado chuparle la sangre. Aquello eran palabras mayores.
Había un vampiro por aquellos parajes.
La noticia corrió como la pólvora por la aldea y pueblos
aledaños.
Las teorías pronto comenzaron a tomar forma.
Todas coincidían que eran obra de aquella mujer, la
infiel, la PATASOLA, la llamaron.
No quedó ningún valiente que se atreviera a sumergirse en
el bosque de noche durante mucho tiempo. Pero hubo un joven que sí lo hizo.
Solo, sin decírselo a nadie.
Caminó hasta lo más profundo. Y allí pronunció un nombre:
MIA.
Pronto escuchó pasos acercándose a él.
Se trataba de una mujer con aspecto desaliñado, pelo
enmarañado, sucia, la ropa hecha jirones, grandes ojeras y con los ojos
inyectados en sangre, parecía más un animal, un monstruo, que un ser humano.
La mujer al escuchar aquel nombre, su nombre, tanto
tiempo olvidado, bajó la guardia. Bajo aquel aspecto de bestia, todavía
existían algo humano. Sentimientos enterrados en lo más profundo de su ser,
estaban aflorando en ella. Bajó la guardia. Su ira se esfumó. Aquella voz… le
recordaba a alguien que había querido mucho.
Se acercó tanto al joven que éste podía sentir su aliento
putrefacto en su cara. Retrocedió unos pasos para contemplarla mejor. Aquella
“cosa” lo había parido. Ella también pareció reconocerlo. Pero, aun así, aun
sabiendo que era su madre, no le tembló la mano cuando levantó el hacha y le
cortó la cabeza.
Había ido hasta allí para vengar el dolor que había
embargado el corazón de su padre hasta el día de su muerte.
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