lunes, 29 de mayo de 2023

LA CORONA

 


 

 

 

 

Aun estando de viaje, el Duque era conocedor de todo lo que acontecía en su ducado, así como lo que pasaba dentro de los muros de su castillo. Llevaba con él siempre a una anciana, una hechicera, con dotes adivinatorias y una gran conocedora de hierbas con la que preparaba brebajes y pócimas y con las cuales curaba a los hombres y animales que lo necesitaran durante el viaje. El Duque había depositado en ella una gran confianza, no tomaba ninguna decisión sin antes consultárselo. Así fue como tuvo conocimiento de la infidelidad de su esposa y el nombre de su supuesto amante que, para su sorpresa, resultó ser un hombre de su confianza y gran erudito.

Su esposa era una joven muy hermosa, de una familia adinerada y bien posicionada. Aquella boda había supuesto una gran alianza económica, sobre todo para él, adquiriendo con ello un gran status social que le permitía asistir, invitado por el Rey, a eventos que se celebraban en palacio. A pesar de que aquella boda no era fruto del amor, una infidelidad por parte de su esposa manchaba su reputación de una manera que no podía tolerar. Cuando llegó a su castillo su furia era tal, que la sola presencia de su mujer lo enfurecía todavía más. La odiaba y deseaba matarla con sus propias manos. Pero tenía que mantener la calma y la compostura. Estaba embarazada. Se había ausentado unos meses, y el vientre que presentaba había crecido considerablemente. Surgió la duda y la desconfianza de que aquella criatura que estaba creciendo dentro de su mujer fuera de él.

Aquella fiesta formaba parte de un plan que había ideado en su camino de regreso y que sólo una mente perversa y malvada como la suya, podría urdir. Cuando sus invitados hubieron calmado su apetito y saciado su sed, les propuso un juego. Todos aplaudieron la iniciativa del señor del castillo con gran efusividad. Haría una serie de preguntas que versarían sobre temas variados, religión, arte, música y literatura. El que mayor número de respuestas acertara sería proclamado rey hasta el amanecer. Coronándolo con tal y sentándose en su trono. Hubo risas y bromas entre los asistentes y apuestas por sus favoritos. El juego sin más preámbulos, comenzó. A pocos minutos de la media noche quedaban dos ganadores. El amante de su esposa era uno de ellos. Hizo una última pregunta. Pidió que tradujeran un texto del latín. Sólo uno supo hacerlo, el abad. Como ganador se sentó en el trono, entre aplausos y vítores de los presentes. El señor del castillo, fiel a su palabra, lo proclamó Duque. Al coronarle, le colocó en la cabeza una corona de hierro al rojo vivo acabando con su vida. 

 


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