Aun estando de viaje, el Duque era conocedor
de todo lo que acontecía en su ducado, así como lo que pasaba dentro de los
muros de su castillo. Llevaba con él siempre a una anciana, una hechicera, con
dotes adivinatorias y una gran conocedora de hierbas con la que preparaba
brebajes y pócimas y con las cuales curaba a los hombres y animales que lo
necesitaran durante el viaje. El Duque había depositado en ella una gran
confianza, no tomaba ninguna decisión sin antes consultárselo. Así fue como
tuvo conocimiento de la infidelidad de su esposa y el nombre de su supuesto amante
que, para su sorpresa, resultó ser un hombre de su confianza y gran erudito.
Su esposa era una joven muy hermosa, de una
familia adinerada y bien posicionada. Aquella boda había supuesto una gran
alianza económica, sobre todo para él, adquiriendo con ello un gran status
social que le permitía asistir, invitado por el Rey, a eventos que se
celebraban en palacio. A pesar de que aquella boda no era fruto del amor, una
infidelidad por parte de su esposa manchaba su reputación de una manera que no
podía tolerar. Cuando llegó a su castillo su furia era tal, que la sola
presencia de su mujer lo enfurecía todavía más. La odiaba y deseaba matarla con
sus propias manos. Pero tenía que mantener la calma y la compostura. Estaba
embarazada. Se había ausentado unos meses, y el vientre que presentaba había
crecido considerablemente. Surgió la duda y la desconfianza de que aquella
criatura que estaba creciendo dentro de su mujer fuera de él.
Aquella fiesta formaba parte de un plan que había
ideado en su camino de regreso y que sólo una mente perversa y malvada como la
suya, podría urdir. Cuando sus invitados hubieron calmado su apetito y saciado
su sed, les propuso un juego. Todos aplaudieron la iniciativa del señor del
castillo con gran efusividad. Haría una serie de preguntas que versarían sobre
temas variados, religión, arte, música y literatura. El que mayor número de
respuestas acertara sería proclamado rey hasta el amanecer. Coronándolo con tal
y sentándose en su trono. Hubo risas y bromas entre los asistentes y apuestas
por sus favoritos. El juego sin más preámbulos, comenzó. A pocos minutos de la
media noche quedaban dos ganadores. El amante de su esposa era uno de ellos.
Hizo una última pregunta. Pidió que tradujeran un texto del latín. Sólo uno
supo hacerlo, el abad. Como ganador se sentó en el trono, entre aplausos y
vítores de los presentes. El señor del castillo, fiel a su palabra, lo proclamó
Duque. Al coronarle, le colocó en la cabeza una corona de hierro al rojo vivo
acabando con su vida.
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