lunes, 3 de octubre de 2022

POR SIEMPRE A MI LADO

 

Abrió los ojos lentamente. Le dolía la cabeza una barbaridad.  

Un pequeño grito se escapó de su garganta. Alguien la observaba.  Podía oler su aliento, para nada agradable. A rancio. A comida pasada. Sea quien fuere estaba a escasos centímetros de su cara.  Levantó la mirada. Un hombre le sonreía. Una sonrisa pegada a una cara, pensó.  Le recordó a la de un payaso, amplia, queriendo parecer cordial, amable pero que en el fondo era siniestra, malvada.

Sobre esa sonrisa surgía una pelusilla que quedaba a muchos años luz de ser un bigote, pero parecía que al dueño no le importaba. Lo lucía con cierta coquetería pensando que lo hacía parecer más mayor de lo que en realidad era. Ella pensó que era ridículo. Lo pensó. Pero no lo dijo. No quería ser descortés dadas las circunstancias en las que se encontraba. Aquello no haría más que empeorar las cosas que ya de por sí no pintaban bien.  

Intentó moverse, pero descubrió, muy a su pesar, que estaba amordazada y atada de pies y manos a una silla.

Volvió a fijar su mirada en la cara de aquel individuo que distaba mucho de ser un hombre como pretendía que lo vieran. Tenía la tez muy blanca, surcada de pecas. Sus ojos grandes y azules tenían un brillo que ella le recordó a los que tenían los locos en las películas de terror que veía y que tanto le gustaban. Desorbitados, fuera de sí.

A pesar de su incertidumbre, su sorpresa, su dolor, y el miedo que la embargaba, lo reconoció.

-¡¡¡Buenos días princesa!!! –le dijo él sin dejar de sonreír.

Era el chico de la cafetería donde acudía cada mañana a buscar un café después de correr sus diez kilómetros diarios.

Recordó que aquella mañana el chico todavía estaba abriendo la cafetería cuando ella llegó. Era la única cliente que esperaba por su ansiada dosis de cafeína en la calle a que abriera la puerta.

Era el chico que veía cada mañana desde hacía meses. Siempre sonriente y muy amable.

Él le sirvió su café con leche desnatada y se lo dio, obsequiándola con una galleta de chocolate que ella aceptó de muy buena gana. Fuera había comenzado a llover así que esperando a que arreciara para irse a casa, ducharse y prepararse para irse al trabajo (iba con tiempo de sobra para todo aquello) se lo tomó tranquilamente en el local.

Luego…. no supo lo que había pasado. Hasta ahora.

Miró a su alrededor. Estaba en un lugar iluminado solo en parte por una única bombilla desnuda que colgaba del techo arrojando sobre ella un potente haz de luz.

Lo miró. Seguía sonriéndole. Aquella sonrisa le ponía la piel de gallina y la hacía estremecer de pies a cabeza.

Entonces se levantó y se separó de su lado. Ella respiró con cierto alivio.

Accionó un interruptor escondido entre las sombras, iluminándose con ello la otra parte del lugar donde estaba. Se dio cuenta de que era un sótano. Había una mesa de acero inoxidable similar a las que se utilizaban para realizar las autopsias. Y otra más pequeña donde descansaban instrumentos diversos que se utilizaban para tal fin.

-Quedarás preciosa cuando termine mi trabajo contigo. Vivirás por siempre a mi lado.  Comenzaremos este amor al revés: me dirás adiós y te quedarás a mi lado para siempre

Ella presa del pánico adivinando las malvadas y perversas intenciones de aquel loco, intentó desesperadamente desatar las cuerdas que la mantenían aferrada a aquella silla.

Escuchó los pasos de su verdugo acercándose a ella. Llevaba algo en la mano. Una jeringuilla. El miedo la paralizó. No se movió mientras él inyectaba aquel liquido letal por sus venas. Su hora eterna había llegado.

 

 

 


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