jueves, 29 de agosto de 2024

MALDAD

 María llevó a su hijo a la iglesia. La acompañaba su amiga Ana y el marido de ésta, Tom. El sacerdote los estaba esperando delante de la pila bautismal. El bebé dormía plácidamente en los brazos de su madre. Era un niño muy tranquilo, apenas lloraba.

Ese día sería bautizado con el nombre de Mateo.

El sacerdote comenzó a orar. 

El niño se despertó, bostezó y abrió los ojos. Fijó su mirada en el hombre que no paraba de hablar frente a él. El clérigo también lo miró. 

Retrocedió un paso y sus manos comenzaron a temblar. La biblia que sujetaba cayó al suelo.

Ana, Tom y la madre del bebé estaban estupefactos ante la forma de actuar del sacerdote.

—¡Padre! ¡Padre Juan! ¿Está usted bien? —Le preguntaban una y otra vez

Esos ojos…

Los ojos de ese niño eran  hipnóticos.  Ese niño era la maldad pura. Quería hablar y contarle a la madre que nadie estaría seguro  a su lado a no ser que…

¡Eso es! Tenía que matarlo, tenía que hacerlo. 

El niño no paraba de mirarlo mientras sonreía.

El sacerdote intentó levantarse ayudado por Ana y Tom pero un fuerte dolor en el pecho lo tumbó de nuevo. Por las muecas reflejadas en su semblante mostraba el gran dolor que sentía. 

Tom llamó una ambulancia mientras Ana intentaba aflojar la sotana para que pudiera respirar mejor.

Cuando llegaron los sanitarios el padre Juan había muerto.

Maria miró a su bebé que dormía tranquilamente.

Sintió miedo. Mucho miedo. Supo que de alguna manera que no comprendía, que Mateo, su bebé estaba relacionado con la muerte del sacerdote.

La madre descubrió la maldad de su hijo.


viernes, 16 de agosto de 2024

CENIZAS

 Al despertar aquella mañana supo que era el día. Su mujer dormía plácidamente a su lado. El hombre cogió su almohada y la puso sobre la cara de la mujer presionando hasta que dejó de respirar.

La envolvió con la colcha de la cama y fue a ducharse.

Cuando salió del baño se dio cuenta de que el cuerpo de su mujer había desaparecido.

¿Qué había pasado? Él la había matado ¿o no?

Se vistió y salió de la habitación. Estaba bajando las escaleras cuando escuchó la voz de su mujer llamándolo desde la cocina. Corrió hacia allí pero no estaba. Lo que vio en su lugar fue una bola verde del tamaño de una pelota de golf rodando por el pasillo y gritando su nombre. —Tom cariño ¿por qué lo hiciste? ¿acaso ya no me quieres?—

Aquella extraña bola verde entró en su biblioteca.

El hombre la siguió.

Accionó el interruptor de la luz y se puso a buscarla entre las numerosas estanterías de libros que llenaban por completo aquel lugar.

Después de varias vueltas se dio cuenta de que su biblioteca había crecido, las estanterías se habían multiplicado convirtiendo aquella habitación en un enorme laberinto del que no podía salir. Escuchaba la voz de Liza, unas veces a su lado y otras muy muy lejana.

Perdido en el laberinto de su biblioteca buscaba el cadáver de ella.

Comenzó a oscurecer.

Tom estaba desesperado. Si no venía alguien a buscarlo pronto moriría entre aquellos libros que tanto amaba.

Decidió dar una última vuelta. Tenía sed y hambre y estaba muy cansado

Los últimos rayos del sol que se filtraban por las ventanas le mostraron la colcha en la que había envuelto el cuerpo de su mujer tirada en el suelo al final de aquel pasillo.

La recogió del suelo. Olía a ella.

Siguió caminando esperando encontrar el cuerpo.

Y así fue. Liza estaba tendida de lado, llevaba el camisón blanco con el que se había acostado y su larga melena rubia le cubría la cara. No se movía.

Se arrodilló y le separó el pelo con suavidad. ¡Era tan guapa! Pero ella se había negado a perder aquel hijo que llevaba en su vientre y él no quería ser padre.

Sintió un fuerte dolor en su muñeca izquierda.

Liza lo estaba agarrando. Vio furia en su mirada y una sonrisa se dibujó en su cara. Una sonrisa triunfal y malvada.

En la otra mano llevaba aquella pelota verde o lo que fuera aquello.

—Nunca encontrarás mi cadáver porque estoy viva. Tampoco encontrarán el tuyo, créeme.

Tiró al suelo a su marido con fuerza. El hombre intentó pedir ayuda. Ningún sonido salió de su garganta. Aquella bola verde se deslizó por ella quemándolo por dentro. Antes de morir vio como su esposa salía de la biblioteca con paso firme y decidido.

Las llamas que consumían su cuerpo prendieron en los miles de libros que había allí. En poco tiempo la casa quedó reducida a cenizas y escombros.







jueves, 8 de agosto de 2024

PELIGRO

 Me duele todo el cuerpo y siento que en cualquier momento la cabeza me va a estallar. Un momento. No puedo moverme…. ¿qué me está pasando? ¿por qué no puedo moverme? Y los ojos, ¿por qué no puedo abrirlos?  ¿Alguien me los ha pegado?. Estoy perdiendo la razón. Tengo mucho miedo. El pánico se apoderó de mi mente por completo. Tiene que ser eso. Tengo que estar soñando. En cualquier momento me despertaré. Pero ¿cuándo? Estoy terriblemente confuso y asustado. ¿Qué me está pasando? Acaso ¿estoy muerto? Esto es una locura. ¿Dónde se supone que está la luz que se ve al morir? Un segundo. Escucho unos pasos acercándose a mi. Alguien me  está agarrando la mano. Reconozco ese tacto en mi piel. Sí, lo reconozco. Es la mano de Sara, mi mujer. Entonces eso significa que no estoy muerto o…  sí lo estoy y se está despidiendo de mi. Me voy a volver loco. Alguien más entra donde sea que estoy. Comienza a hablar. Lo oigo, reconozco lo que dice, entonces no estoy muerto. Los muertos no pueden oír ¿o si? No lo sé, nunca estuve muerto. Habla de un accidente, No recuerdo ningún accidente y le dice a Sara que estoy en coma… De todo ello deduzco que estoy en el hospital. El médico se va y mi mujer no deja de llorar. Ojalá pudiera abrazarla y consolarla.

Creo que me quedé dormido. Todavía no puedo abrir los ojos. Pero… un momento, puedo oler. ¡Genial! Vamos progresando. Sólo me falta poder abrir los ojos. Huelo el perfume de Sara. Algo me dice que ya no estoy en el hospital. Sara es enfermera, así que, lo más seguro es que me llevara a casa para cuidarme allí. Bueno, bien por ella, como en casa no se está en ninguna parte.

Me volví a quedar dormido. No escucho el pitido de la máquina a la que me tienen conectado. Alguien la apagó. Corro peligro. Quieren matarme. Pero ¿quién?. Mi respuesta acaba de llegar. La puerta se abre de golpe y alguien lanza una maldición al aire. No es la voz de mi mujer. No, no lo es. La máquina comenzó a hacer ruido de nuevo.

—Te sacaré de aquí —Me susurró al oído aquella voz— Tu mujer te quiere matar.


jueves, 1 de agosto de 2024

ALMAS

 Tom y Ana se casaron una vez terminaron el instituto. Antes de un año llegaron las gemelas a sus vidas. Tom era muy cariñoso con Ana y las niñas. 

Tom acostumbraba salir a correr por las mañanas muy temprano antes de ir a trabajar y aquella mañana sería como otra cualquiera sino fuera porque un coche no respetó el paso de peatones por el que en aquellos momentos cruzaba Tom y lo atropelló.

Pasó varios meses en el hospital y cuando regresó a casa con una severa cojera en la pierna izquierda y con una ceguera total en el ojo derecho, la vida de Ana y las gemelas cambiaría para siempre.

Tom se volvió huraño, malhumorado y comenzó a dictar una serie de normas (la mayoría absurdas) que no les hacía la vida nada fácil a ellas. A sus espaldas lo llamaban dictador.

Un día Ana al sacar el cubo de la basura vio la esquina de un libro escondido entre el mueble y la pared.

El título la sorprendió: La eterna juventud

Lo abrió y lo ojeó. En él se explicaba cómo ser joven eternamente, bien bebiendo agua milagrosa de ríos y pozos a lo largo de todo el mundo, (indicaba exactamente dónde estaban), bien haciendo un pacto con el diablo o robando el alma de bebés.

Ana meneó la cabeza en señal de desaprobación pero no era ella quien le dijera a su marido (y menos con el humor del que hacía alarde últimamente), que aquello no eran más que tonterías. Volvió a dejar el libro en el mismo sitio donde lo encontró.

Una tarde Tom comenzó a limpiar y arreglar el sótano. Colocó algunas estanterías y un escritorio y lo llenó de libros sobre fantasmas, la vida y la muerte y sobre todo sobre el alma.

Cada vez pasaba menos tiempo con ellas. Aquello para Ana y las gemelas era toda una bendición.

Otro cambio en la vida de Tom eran sus salidas al anochecer y su regreso a casa a altas horas de la madrugada.

Ana le preguntó un par de veces dónde había estado toda la noche,a lo cual su marido respondía “por ahí” y se encerraba en el sótano. Siempre que volvía lo hacía con una bolsa de plástico transparente en la mano. Dentro no había nada. 

Pronto su mujer dejó de preocuparse de sus idas y venidas hasta que un día mientras estaba planchando escuchó en el noticiero de la tarde que había una oleada de muertes de bebés muy preocupante. Tras la muerte de los dos primeros bebés habían dado por hecho que se trataba de “muerte súbita” pero cuando el número de niños muertos ascendía a la veintena comenzaron a pensar que un asesino en serie estaba detrás de todo aquello. A Ana un escalofrío le recorrió la espalda y pensó si su marido no estaría detrás de aquellas muertes.

Decidió espiarlo esa noche. 

Mandó a las niñas a dormir a casa de su madre. Esperó a que su marido saliera de casa y lo siguió.

El hombre iba caminando y ella tras él unos metros más atrás esperando que él no se diera cuenta.

Pero aquella noche Tom había entrado en unos cuantos bares a beber. Así que decidió volver a casa y husmear en el sótano esperando encontrar algo que lo incriminara.

Al llegar a casa vio luz en el sótano. Asustada pensó en llamar a la policía por si alguien hubiera entrado mientras ella no estaba. Pero la voz de su marido hablando en voz alta la hizo desechar la idea. ¿Cómo podía haber llegado antes que ella? No lo entendía.

Abrió despacio la puerta del sótano y bajó lentamente las escaleras.

Su marido estaba de espaldas. Sobre el escritorio había  algo envuelto en una manta que no dejaba de moverse. 

Ana se escondió entre las sombras y lo que vio la hizo estremecer de pies a cabeza. 

Su marido desenvolvió aquel bulto dejando a la vista a un bebé. No podía llorar porque le habían puesto cinta aislante en la boca. 

Tom cogió una bolsa de plástico transparente y cubrió con ella la cabeza del niño apretando hasta que exhaló su último aliento y con él su alma. La cerró y vertió aquella nada en una gran botella verde.

El dictador robó las almas de los inocentes.

Ana se dio cuenta que su marido era el asesino de los bebés. 

Muerta de miedo pensó que lo mejor era salir de aquel sótano antes de que él la descubriera.

—Vuestras almas me darán la eterna juventud —le escuchó decir mientras se acercaba aquella botella a la nariz e inhalaba su contenido.


MALDAD

  María llevó a su hijo a la iglesia. La acompañaba su amiga Ana y el marido de ésta, Tom. El sacerdote los estaba esperando delante de la p...