Santiago Pemán, San, para amigos y familiares llegó a su casa. Cuando estaba poniendo la llave en la cerradura para abrir la puerta escuchó que el teléfono sonaba insistentemente. Entró y descolgó el auricular. El teléfono estaba en el mueble de la entrada donde dejaba las llaves y la cartera cuando llegaba a casa.
San, era de los de antes, no le gustaba la tecnología y siempre se había negado a comprar un móvil. Su hijo se había ofrecido a conseguirle uno, incluso se lo compró. San puso cara de entusiasmo para no defraudar a su hijo cuando se lo dio pero cuando este se fue, el móvil había acabado en su mesilla de noche.
-¡Hola papá! ¿Cómo estás?
-Hola hijo. Pues bien, muy bien ¿y vosotros?
-Todo bien papá, Paloma está bien y Santi está hecho un fenómeno en el fútbol.
-No sabes lo que me alegra -San hizo una pausa y luego le preguntó- ¿Cuándo vais a venir por aquí?
Un silencio sepulcral se hizo tras esa pregunta que duró más de lo que tenía que durar.
Al final el hijo le respondió.
-Papá tenemos que hablar.
Mal asunto, pensó San.
-Hemos vendido el piso y nos hemos comprado una casa a las afueras de Coruña -otra pausa- verás con lo de la hipoteca, el colegio del niño y Paloma en el paro no puedo hacerme cargo de la parte que me corresponde del pago de la residencia de mamá. Y con tu sueldo de jubilado tampoco podrás hacer frente al pago mensual.
Silencio por parte de San, sabía por dónde quería ir su hijo pero lo dejó hablar.
-Entonces Paloma y yo pensamos que lo mejor es que mamá volviera a vivir contigo y tal vez pudiéramos pagar una enfermera que te ayudase con sus cuidados. Nos saldría más barato que tenerla en la residencia.
Al final San rompió el silencio después de pensarlo.
-Vale hijo, como quieras.
-Gracias papá por entenderlo. La residencia está pagada hasta final de mes. Luego te la llevarán a casa en una ambulancia. Ya está todo solucionado.
Así que ya lo había tramado todo a sus espaldas, pensó San.
Tras cortar la comunicación, San se puso de nuevo su anorak, cogió su paraguas y salió de la casa.
Mientras tanto, al lado de la tienda de antigüedades había sucedido un altercado. A una mujer le habían robado el bolso y se había caído. Debido a la caída se había dado un fuerte golpe en la cabeza y cuando avisaron en la central él era el que más cerca estaba de allí.
Su compañero Fran y él se bajaron del coche patrulla para evaluar los hechos.
Estaba pidiendo una ambulancia por la radio cuando alguien le tocó el hombro.
Se giró y vio al hombre que le había vendido la pipa.
-Tengo algo para tí Tomás. Está en mi tienda.
-Ahora estoy ocupado -le respondió airoso.
-Muy bien si no vienes a recogerlo lo dejaré en la calle y sospecho que en poco tiempo llamará la atención y alguien vendrá, tal vez tú y tu compañero, a recogerlo y entonces….
Tomás se puso pálido y comenzó a temblar.
-De acuerdo, vamos a ver lo que es.
Un mal presentimiento le oprimía el pecho.
En la entrada había dos maletas que conocía muy bien.
-Como ves son las maletas que hace un año metiste en mi taxi y dejaste en el aeropuerto
-¿Por qué las tienes tú?
-Tomás. estuve esperando a que tu sobrina las recogiera pero al cabo de un buen rato al ver que nadie las reclamaba las volvi a meter en el taxi y las traje a la tienda.
-¿Por qué no me las diste el día que me diste la pipa?
-Porque cada cosa tiene su momento y aquel no era el apropiado.
Tras una pausa el hombre le preguntó:
-No quiero aguarle más la fiesta de lo que ya está, pero ¿qué tal te va la pipa? La marihuana sabe mejor, supongo. ¿Estoy en lo cierto?
-Ahora estoy trabajando, vendré más tarde a por ellas -fue la respuesta de Tomás obviando la pregunta del dueño de la tienda.
-No, las llevas ahora -le respondió de manera cortante dándole a entender que aquello era una orden y que no admitía un no por respuesta.
Tomás colocó las maletas en el coche patrulla malhumorado. Cuando llegara al cuartel las pondría en el maletero de su coche y se desharía de ellas.
La escritora había llegado a casa cargando con la vieja máquina de escribir. En el coche había estado pensando en lo surrealista de lo que le había pasado en aquella tienda y la impresión de que aquel ·regalo· tenía algún motivo escondido que ella no lograba comprender.
Decidió que dejaría aparte su portátil (de momento) y comenzaría a utilizar aquella máquina de escribir como a la vieja usanza.
Así que dejó a un lado el portátil y puso en su lugar la nueva adquisición. Colocó una hoja en blanco y decidió que comenzaría su trabajo al día siguiente. Necesitaba descansar.
Continuará…..
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