“Una
extinción inminente pone en marcha un plan global para salvar solo a las
personas que son importantes, relevantes y saludables para asegurar la
continuidad de la especie humana. Tú, no eres una de ellas”.
Lívido se quedó al escuchar aquella voz
hueca, al otro lado del teléfono, parecía salida del averno, portando un
mensaje profético y poco esperanzador. El lapicero
que tenía en la mano, en ese momento, se rompió por la presión que ejerció
sobre él.
Estaba
solo en la comisaria. Aquella llamada lo había dejado desconcertado, confuso, y
su mirada se perdió en sus propios pensamientos. Sonó el teléfono que tenía
sobre la mesa, le pareció que lo hacía de manera insistente, sacudió la cabeza
como queriendo ahuyentar malos pensamientos y contestó al segundo tono. Al otro
lado un compañero le pedía ayuda, necesitaban otro alcoholímetro, el último
que lo usó lo había estampado contra la carretera haciéndolo añicos.
En
esos momentos lo que más deseaba, por encima de todas las cosas, era irse a
casa. Aquella llamada lo había dejado tocado. En su casa le esperaba su tablero
de ajedrez, era su mayor afición, la
única que le hacía no deschavarse,
sobre todo en los días más duros de su trabajo. A veces se sorprendía de su
propia resiliencia, la rapidez de su
recuperación, como si sus sentimientos le abandonaran y su corazón se hubiera
vuelto frio como el hielo. Alguna que otra vez se vio inmerso en alguna
situación berlanguiana, meras
anécdotas de su trabajo.
Pero
ahora tenía que salir a la carretera. Se puso la chaqueta, cogió su arma y se
encaminó hacia el aparcamiento. Estaba anocheciendo. Una vez en el coche
patrulla su mente, que pocas veces se olvidaba de las cosas, volvió a recordar
aquella llamada y se preguntó cuánta gente la había recibido también o si por
lo contrario él había sido el único. Pero entonces un pensamiento empezó a
tomar forma en su cabeza ¿y si aquello había sido una broma macabra fruto de
una mente enfermiza de algún sinvergüenza que quería asustarlo? “Me cago en la
p***” gritó mientras daba repetidos golpes al volante del coche, haciendo que
éste se desviara peligrosamente hacia la derecha. Pensó que si descubría que
estaba en lo cierto golpearía a aquel personaje hasta matarlo.
Siguió
conduciendo hasta que a lo lejos vislumbró unas luces azules en la carretera,
sus compañeros lo estaban esperando. La oscuridad y las sombras se cernían
sobre ellos a pasos agigantados, la luna llena los observaba impasible, como
una mera espectadora en una representación teatral, desde un lugar privilegiado.
Paró
el coche a escasos metros de los otros y se disponía a bajarse cuando vio en el
cielo unas luces, contó unas seis, que se acercaban hacia ellos a una gran
velocidad. No supo ver qué era, esas luces le cegaron durante unos instantes.
Se bajó del coche, en un intento de averiguar de qué se trataba. Lo que vio lo
dejó sin palabras y su mente se quedó en blanco. Aquello era un coroto, no podía ser real. Unas grandes
bolas de fuego iban a impactar contra la tierra, destruyendo y asolando toda
vida a su paso, irremediablemente.
El hombre
se despertó, estaba aturdido, confuso y desorientado. Se incorporó del suelo,
poco a poco, hasta quedarse sentado. Un panorama desolador y apocalíptico lo recibió
como una puñalada en el corazón. Una sombra se proyectó ante él. Y aquella voz
gutural, que le había hablado por teléfono, sonó a sus espaldas, ¿café?
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