El sonido de un
claxon hizo que volviera a la realidad, había llegado a la carretera. Un coche
pasó rozándome, un centímetro más y me hubiera llevado por delante. No se
detuvo. Estaba cansada, pero viva y a salvo. O eso creía. Pero entonces escuché
unos pasos, alguien se acercaba a mí, por el olor, supe que era él. Comencé a
gritar presa del pánico. Se había dado cuenta de que no estaba en la cabaña y
me había seguido hasta allí. Intenté escapar, me agarró por la espalda impidiéndome
huir. Me tapó la boca para que no gritara, mientras me susurraba al oído que si
lo hacía me mataría. Sabía que no estaba mintiendo, estaba segura de que lo haría,
era tal la desesperación que había en su voz que estaba mas que segura que lo haría sin contemplaciones. Me arrastró con él hacia el bosque. Forcejeé, pero
cuanto más lo hacía, más me apretaba los brazos. El dolor era insoportable por
momentos. Escuché una voz, se identificó como la policía. Lo habían llamado nuestros amigos al ver las
llamas que salían de la cabaña. Le dio el alto a mi marido, pidiéndole que me
dejara ir, el sonido que hizo al soltar el seguro de la pistola, llegó con
nitidez hasta mis oídos, estaba listo para disparar en el momento oportuno, y
supe por el tono de su voz que lo haría sin miramientos. Nos detuvimos, él le
gritó que se fuera o me mataría, me estaba utilizando de escudo. A pesar de la
tensión que había en el ambiente, mi sentido del oído me decía que no estábamos
solos, había más gente a nuestro alrededor. Podía escuchar pasos y diversos
olores, unos eran conocidos y otros no. Supuse que aquel policía no estaría solo,
por lo menos habría otro más, su compañero, seguramente estaría ocultándose en algún
lugar, esperando tener una oportunidad para dispararle sin que yo saliera
herida. El policía que llevaba la
pistola le exigía encarecidamente que me soltara. Mi marido a su vez, le
gritaba para que se largara y nos dejara en paz, que aquello no era más que una
discusión de pareja que la arreglaríamos sin la intervención de la policía.
Ante aquella situación, en la que estaba inmersa, en medio de ambos, estaba a
punto de desmayarme, en parte por el pánico que invadía mi cuerpo y en parte
por la fuerte tensión del momento. En mi cabeza recreaba una y mil maneras de
zafarme de él, pero me faltaban las fuerzas y el miedo me tenía inmovilizada,
me sentía mal por eso, me sentía mal por ser tan cobarde. Lo único que no paraba
de hacer y la verdad, se me estaba dando muy bien, era la de llorar. Una brisa
se empezó a formar a nuestro alrededor, al principio se manifestó ligeramente,
pero poco a poco fue cobrando más fuerza, hasta el punto, en que los arboles
empezaron a moverse y las hojas se elevaban del suelo como si fueran atraídas por
un gran imán situado en el cielo. Escucho aquellos pasos más cerca, eran varias
personas, se acercaban sigilosamente, agazapadas, detrás de nosotros. La idea
de que fueran nuestros amigos llegó mi corazón de esperanza. Aquella brisa se
volvió más fuerte con la intensidad de casi un huracán, nos levantó un palmo
del suelo, nos caímos, en la caída, me soltó, y pensé que era ahora o nunca. Me
levanté con gran esfuerzo y me encaminé hacia donde creía haber oído la voz de
aquel policía. El caminar se hacía complicado por momentos, el viento me daba
de cara y no podía avanzar lo rápido que quería. A mis espaldas la voz de mi
marido, gritándome, sonaba cada vez más cerca. Oí un disparo, luego otro, me
quedé quieta esperando sentir dolor, pensé que me habían disparado. Oí un ruido
sordo a mis espaldas, luego una caída, lo habían abatido, luego muchos
gritos a mi alrededor y varios manos intentando agarrarme, antes de que me
cayera desplomada en el suelo, rendida, exhausta. Escuché voces conocidas que
pude identificar, eso hizo que pudiera relajarme un poco y respirar algo más
tranquila, las conocía eran voces amigas. El viento igual que había empezado, cesó.
Y allí tendida rodeada por mis amigos, pude ver por primera vez en mucho tiempo, una cara, me sonreía, ¡Cuánto la había echado de menos!, era mi hermana.
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