Había una vez una niña que vivía en una casa al lado del
bosque. Su madre le había hecho una capa roja con capucha que ella, odiaba.
Pero para no hacerle el feo, se la ponía. Con 11 años ya no era una niña
pequeña, pensaba, para ir así vestida. Su madre era costurera y hacía la ropa
que la gente del pueblo le encargaba. A ella le gustaba el abrigo que le había
confeccionado a su mejor amiga. Eso sí que era elegante. Como una modelo de las
revistas de moda que tenía su madre.
A la salida de la escuela, quedó con su mejor amiga para
ir a su casa. Pero, para su sorpresa y gran enfado, al llegar a casa, su madre
tenía otros planes para ella, tenía que ir a casa de la abuela, a llevarle una
compra que le había hecho porque estaba enferma y no podía salir de casa. ¡Vaya
faena! Pensó la niña. Ya no podría ir con sus amigas. Y por encima el camino
más corto para ir hasta el otro lado del bosque, donde vivía su abuela, era un
sendero que lo atravesaba, y ese sendero pasaba justo al lado de la casa de su
mejor amiga y no soportaría verla a ella y a las demás niñas jugando, mientras
ella tenía que hacer aquel recado. Y la cosa no terminó ahí, para colmo, su
madre le pidió que se pusiera la capa roja. Cuando se dispuso a salir de casa
estaba realmente enfadada, con su madre, con ella misma, por no decirle a su
madre que no le gustaba nada aquella capa y por supuesto, con el mundo entero.
Entonces se acordó de que se olvidaba de algo, así que antes de irse, subió a
su cuarto, cogió una cosa que tenía guardada en el último cajón de su mesilla
de noche, se lo guardó en uno de los bolsillos de la capa y salió sonriendo,
llevaba tal prisa, que casi se olvida de la bolsa para la abuela. Su madre le
había dicho que si regresaba pronto podría ir a jugar. Pasó por delante de la
casa de su amiga, estaban todas allí, la saludaron alegremente. Ella les explicó a dónde iba y éstas le
dijeron que se diera prisa en volver, que la estarían esperando. La niña apretó
el paso para llegar antes a su destino. En su loca carrera, se le cayeron las
naranjas que llevaba en la bolsa, se paró para recogerlas. Cuando levantó la
vista vio alguien acercándose a ella. No le gustó mucho la pinta de aquel
personaje, así que dio media vuelta, bufando y continuó su camino sin mirar
atrás y sin hacerle el mínimo caso. Aquel personaje le empezó a hablar, con voz
dulce y zalamera, hasta se ofreció a llevarle la bolsa, que, según él, tenía
pinta de pesar mucho. Cada vez se iba acercando más y más. La niña no estaba
asustada, estaba más bien harta de gente como aquella, que tanto había oído
hablar: los pesados de turno. Además, no tenía el día para cuentos, estaba
desando llegar pronto a casa de su abuela, darle la bolsa y reunirse con sus amigas.
No tenía tiempo que perder. Cansada de la cháchara de aquel individuo, se
plantó en medio del camino. Dejó la bolsa en el suelo, hurgó en el bolsillo de
su capa y sacó el tirachinas que había guardado allí antes de salir de casa.
Por el camino había ido recogiendo piedras, había que ser precavida. El
personaje detuvo sus pasos y se la quedó mirando fijamente. Por un instante, ella
pudo ver miedo en sus ojos. Luego burla y mofa. Se estaba riendo de ella. Le
decía que no tendría puntería para acertarle, las chicas no sabían disparar.
Ella no titubeó. Tampoco perdió la calma. Sacó una piedra, la colocó en el
tirachinas apuntó y le dio directamente en un ojo. El hombre se puso a chillar
como un loco de dolor, mientras le gritaba que la iba a matar por aquello. Como
se temía, era un lobo disfrazado de corderito. La niña, cogió la bolsa del
suelo y siguió su camino. Un poco más adelante se encontró con un cazador. La
saludó amablemente. Había visto lo que había pasado y sabía que aquella niña no
necesitaba ayuda. Sabía defenderse por sí misma. La niña lo saludó y continuó
su camino. Nadie la volvió a molestar. Estuvo un rato con su abuela y luego se
fue hasta la casa de su amiga. Jugaron un rato hasta que oscureció, después
regresó a su casa. Había sido un día muy productivo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario