Trípode a una distancia prudencial, desde la cual, una
vez colocado el telescopio tendría una perspectiva completa del lugar. Estaba
en la azotea de su casa, situada en lo alto de la colina. Desde allí la vista
del pueblo era impresionante. Vería aquello que, alguna gente, que lo había
visto, lo describía como un demonio, un ser envuelto en llamas. Miró el reloj,
las tres de la madrugada, la hora en que todos coincidían que se podían ver. Se
puso en alerta. Nadie había sido muy específico sobre el lugar exacto donde
aparecían. Decían que eran varios y que se les veía por todas partes. Miró el
reloj, las tres y cuarto y no había visto nada todavía. Esa noche, hacía calor,
la luna llena brillaba en todo su esplendor en la cúpula celeste. Se quitó la
chaqueta, la dejó en el suelo, a su lado, pero al hacerlo, por el rabillo del
ojo, vio algo que no le agradó mucho. Había un ser, era oscuro, podía pasar por
una sombra, sino fuera por los ojos llameantes que lo delataban. Se miraron
unos segundos. De la nada surgieron unas llamas que envolvieron a aquel ser. Parecía
no sentir dolor, no gritaba y no se movía. Duró unos minutos y luego se desvaneció.
En su lugar, algo brillaba en el suelo, se acercó, era una perla. Sería una prueba
de aquella locura. Pero al cogerla se quemó la mano. Aulló de dolor y la soltó.
Esperaría a que se enfriara para cogerla de nuevo, mientras tanto tenía que
curar la quemadura de la mano. Le dolía mucho. Se fue de la azotea, bajó las
escaleras que la separaban del piso superior de la casa y se encaminó hacia el
baño. Llevaba la mano cerrada a la altura del pecho, sentía unas punzadas muy
grandes de dolor como si se la estuvieran atravesando con un puñal. Al llegar
al baño, buscó vendas y una pomada para las quemaduras, cuando tenía todo
listo, la abrió, dispuesto a hacerse las curas. Su sorpresa fue mayúscula
cuando vio que había un agujero en su mano, en el lugar donde se había quemado.
Se sintió mareado. Pensó que el dolor hacía que no viera las cosas claras.
Tenía que ser una alucinación, no podía tener un agujero en la mano. Pero
cuando se la volvió a mirar, aquel agujero se había hecho más grande, la mano
había desaparecido hasta la altura de la muñeca. Lo más desconcertante de todo
aquello es que salía humo de la carne, era como si se estuviera quemando desde
dentro. Entró en pánico. Tenía que pedir ayuda. Para cuando llegó al piso
inferior para hacer la llamada le faltaba el brazo a la altura del codo. Logró
hacer la llamada antes de desmayarse. Cuando llegaron los sanitarios sólo
encontraron un puñado de cenizas al lado de la mesa donde estaba el teléfono
descolgado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario