viernes, 23 de abril de 2021

DUENDES

 



 

 

 

 

 

 

El sonido del despertador, rompe el silencio de la habitación. Aquella mujer que yace dormida en la cama, se despierta sobresaltada. Por un momento está desorientada, la alarma la había sacado de un bonito sueño, en el que era un hada del bosque y un joven muy apuesto, se había enamorado de ella. Se despereza y toma fuerzas para comenzar un nuevo día. Se siente cansada y el cuerpo se niega a salir de la cama. A duras penas logra ponerse en pie. En el suelo junto a las zapatillas, ve algo brillante, es una perla, la recoge y comprueba con asombro, que corresponde al anillo que le había regalado su madre. Tendría que engastar de nuevo aquella perla para no perderla. Siente frío, la temperatura en la habitación parece haber descendido de manera considerable. La ventana estaba abierta, lo curioso de aquello es que no recordaba haberla abierto. Le suena el móvil, es su amiga Lorena. La llama para recordarle la fiesta de inauguración de su nueva casa, esa tarde. Se le había olvidado por completo. Por acordarse ni se acordaba del día que estaba viviendo. En su teléfono lo vio muy claro: viernes, 17 de marzo, día de San Patricio. Se dirige hacia la cocina con la intención de preparar un café, enchufa la cafetera, pero parece que no hay luz. Desconcertada acciona los interruptores de toda la casa y el resultado es el mismo, no hay electricidad. Vuelve a la cocina, por el pasillo ve unas pequeñas esferas de luz acercándose a ella. Se queda inmóvil, está asustada. Le parece escuchar unas risitas que salen de aquellas diminutas bolas. Piensa que aquello son imaginaciones suyas, no es real. Acelerara el paso hasta llegar a la cocina. Se queda en el umbral contemplando la escena que hay ante sus ojos, la mitad de la cocina está desparramada por el suelo, como si hubiera pasado un huracán y hubiere arrasado con todo, pero incomprensiblemente la otra mitad está intacta. Las bolas de luz pululan por la cocina, de un lado a otro. Abrió la boca, quería gritar, pero ningún sonido salió de su garganta, lo que sí consiguió fue tragarse una bola de aquellas. A partir de aquel momento el día para Martha ya no fue igual. Por la tarde, su amiga se acercó hasta la casa, llamó al timbre y al ver que nadie contestaba atisbó por las ventanas por si la veía. La vio. Estaba sentada en una silla en el salón de su casa, mirando allende las montañas. Consiguió abrir la ventana y se acercó a ella. Martha la empujó y la insultó, para luego, como si no hubiera pasado nada, seguir sentada, mirando por la ventana. Su amiga asustada por aquel comportamiento llamó a su novio que se presentó allí enseguida. El joven la observó detenidamente durante un rato y luego recorrió la casa en busca de algún indicio que pudiera indicar la causa de aquel comportamiento. Vio lo que había pasado en la cocina. Aquellas esferas de luz que había visto Martha, ahora estaban revoloteando a su alrededor. Entonces lo comprendió. Fue a buscar el trípode y su telescopio al coche. Lo encontró debajo de unas cajas de nachos que iban a ser parte de la cena de aquella noche. Mientras tanto su novia, permanecía al lado de Martha, la preocupación se reflejaba en su rostro. Sacó un cigarrillo y un mechero para encenderlo, Martha se lo arrebató de las manos, «que milagro tan grande, es el proceso de la licuefacción”, murmuró al tiempo que lo encendía, una y otra vez, arrimándolo peligrosamente a las cortinas. La amiga se lo quitó, Martha se levantó y le propinó una patada, luego, como lo más natural del mundo, se bajó las bragas e hizo pis en la alfombra. Su amiga no salía de su asombro, había conseguido asustarla. Salió de la habitación llamando a gritos a su novio. Lo encontró en la cocina colocando el trípode y el telescopio. Desde allí podía observan bien el bosque. Porque estaba seguro que lo que pasaba en la casa procedía de aquel lugar. La televisión que había sobre la encimera, se puso a funcionar. En el monitor se veían imágenes de un astronauta, pasando luego a imágenes de gatos, luego de ardillas y así iban cambiando una tras otra, durante unos minutos hasta que enmudeció, de la misma manera que se había encendido, misteriosamente, sin que nadie accionara el mando a distancia. Los coches fueron llegando a la casa, eran los invitados a la cena. Martha los esperaba en la puerta, todavía llevaba el camisón puesto. Sus amigos la miraban incrédulos al verla de aquella guisa. Ella sonreía picaronamente mientras se iba acercando a ellos. A uno de sus amigos le dio un enorme beso en la boca para luego irse, dejando al hombre aturdido y desconcertado. La novia de él le dio un bofetón, el hombre no entendía el porqué de aquella reacción, no había hecho nada. Martha siguió con su fiesta particular. A una amiga le dio un tirón de pelos arrancándole las extensiones que llevaba puestas y así broma tras broma a unos y otros. Lorena y su novio salieron de la casa al ver el percal que se estaba produciendo fuera. Intentaron calmar los ánimos de los asistentes. Todo tenía una explicación. Era el día de San Patricio. Según contaban, ese día los duendes emergían de sus escondites haciendo calamidades, unas veces ellos mismos y otras poseyendo el cuerpo de alguien que haya pasado por un acontecimiento nuevo en su vida, en este caso la entrada a vivir en esa casa una nueva persona, Martha. Como no lo entendían muy bien tuvo que hacer una paráfrasis de ello para que lo comprendieran mejor. La solución más rápida y que tenían a mano es que cada uno de ellos buscara un trébol de cuatro hojas. Cuando todos tuvieron uno, Martha regresó de su hipnosis, aturdida y sin comprender lo que había pasado.


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