El sonido del despertador, rompe el silencio de la
habitación. Aquella mujer que yace dormida en la cama, se despierta
sobresaltada. Por un momento está desorientada, la alarma la había sacado de un
bonito sueño, en el que era un hada del
bosque y un joven muy apuesto, se había enamorado de ella. Se despereza y toma
fuerzas para comenzar un nuevo día. Se siente cansada y el cuerpo se niega a
salir de la cama. A duras penas logra ponerse en pie. En el suelo junto a las
zapatillas, ve algo brillante, es una perla, la recoge y comprueba con asombro,
que corresponde al anillo que le había regalado su madre. Tendría que engastar de nuevo aquella perla para no
perderla. Siente frío, la temperatura en la habitación parece haber descendido
de manera considerable. La ventana estaba abierta, lo curioso de aquello es que
no recordaba haberla abierto. Le suena el móvil, es su amiga Lorena. La llama
para recordarle la fiesta de inauguración de su nueva casa, esa tarde. Se le
había olvidado por completo. Por acordarse ni se acordaba del día que estaba
viviendo. En su teléfono lo vio muy claro: viernes, 17 de marzo, día de San
Patricio. Se dirige hacia la cocina con la intención de preparar un café,
enchufa la cafetera, pero parece que no hay luz. Desconcertada acciona los
interruptores de toda la casa y el resultado es el mismo, no hay electricidad. Vuelve
a la cocina, por el pasillo ve unas pequeñas esferas de luz acercándose a ella.
Se queda inmóvil, está asustada. Le parece escuchar unas risitas que salen de
aquellas diminutas bolas. Piensa que aquello son imaginaciones suyas, no es
real. Acelerara el paso hasta llegar a la cocina. Se queda en el umbral
contemplando la escena que hay ante sus ojos, la mitad de la cocina está desparramada por el suelo, como si hubiera
pasado un huracán y hubiere arrasado con todo, pero incomprensiblemente la otra
mitad está intacta. Las bolas de luz pululan por la cocina, de un lado a otro.
Abrió la boca, quería gritar, pero ningún sonido salió de su garganta, lo que
sí consiguió fue tragarse una bola de aquellas. A partir de aquel momento el
día para Martha ya no fue igual. Por
la tarde, su amiga se acercó hasta la casa, llamó al timbre y al ver que nadie
contestaba atisbó por las ventanas por si la veía. La vio. Estaba sentada en
una silla en el salón de su casa, mirando allende
las montañas. Consiguió abrir la ventana y se acercó a ella. Martha la empujó y
la insultó, para luego, como si no hubiera pasado nada, seguir sentada, mirando
por la ventana. Su amiga asustada por aquel comportamiento llamó a su novio que
se presentó allí enseguida. El joven la observó detenidamente durante un rato y
luego recorrió la casa en busca de algún indicio que pudiera indicar la causa
de aquel comportamiento. Vio lo que había pasado en la cocina. Aquellas esferas
de luz que había visto Martha, ahora estaban revoloteando a su alrededor. Entonces
lo comprendió. Fue a buscar el trípode
y su telescopio al coche. Lo encontró debajo de unas cajas de nachos que iban a ser parte de la cena
de aquella noche. Mientras tanto su novia, permanecía al lado de Martha, la
preocupación se reflejaba en su rostro. Sacó un cigarrillo y un mechero para
encenderlo, Martha se lo arrebató de las manos, «que milagro tan grande, es el
proceso de la licuefacción”, murmuró
al tiempo que lo encendía, una y otra vez, arrimándolo peligrosamente a las cortinas.
La amiga se lo quitó, Martha se levantó y le propinó una patada, luego, como lo
más natural del mundo, se bajó las bragas e hizo pis en la alfombra. Su amiga
no salía de su asombro, había conseguido asustarla. Salió de la habitación
llamando a gritos a su novio. Lo encontró en la cocina colocando el trípode y
el telescopio. Desde allí podía observan bien el bosque. Porque estaba seguro
que lo que pasaba en la casa procedía de aquel lugar. La televisión que había
sobre la encimera, se puso a funcionar. En el monitor se veían imágenes de un astronauta, pasando luego a imágenes de
gatos, luego de ardillas y así iban cambiando una tras otra, durante unos
minutos hasta que enmudeció, de la misma manera que se había encendido,
misteriosamente, sin que nadie accionara el mando a distancia. Los coches
fueron llegando a la casa, eran los invitados a la cena. Martha los esperaba en
la puerta, todavía llevaba el camisón puesto. Sus amigos la miraban incrédulos
al verla de aquella guisa. Ella sonreía picaronamente mientras se iba acercando
a ellos. A uno de sus amigos le dio un enorme beso en la boca para luego irse,
dejando al hombre aturdido y desconcertado. La novia de él le dio un bofetón,
el hombre no entendía el porqué de aquella reacción, no había hecho nada. Martha
siguió con su fiesta particular. A una amiga le dio un tirón de pelos
arrancándole las extensiones que llevaba puestas y así broma tras broma a unos
y otros. Lorena y su novio salieron de la casa al ver el percal que se estaba
produciendo fuera. Intentaron calmar los ánimos de los asistentes. Todo tenía
una explicación. Era el día de San Patricio. Según contaban, ese día los
duendes emergían de sus escondites haciendo calamidades, unas veces ellos
mismos y otras poseyendo el cuerpo de alguien que haya pasado por un
acontecimiento nuevo en su vida, en este caso la entrada a vivir en esa casa
una nueva persona, Martha. Como no lo entendían muy bien tuvo que hacer una paráfrasis de ello para que lo
comprendieran mejor. La solución más rápida y que tenían a mano es que cada uno
de ellos buscara un trébol de cuatro hojas. Cuando todos tuvieron uno, Martha
regresó de su hipnosis, aturdida y sin comprender lo que había pasado.
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