Martha tenía un
secreto que guardaba celosamente. No porque se avergonzara de él, ni mucho
menos, sino porque sabía que no lo entenderían. Desde pequeña era una niña
solitaria, "la rarita", la llamaban y cuando fue creciendo su
situación no hizo más que acrecentarse, hasta tal punto que vivía, poco menos,
que encerrada en casa. O eso es lo que querían que los demás pensaran de ella.
Era una escritora de éxito. No daba entrevista y poco se sabía de ella. Ese
halo de misterio daba más morbo a sus lectores que leían de forma compulsiva
todos y cada uno de los libros que iba publicando, que acababan siendo siempre
superventas. Lo que no sabían era su contacto con los seres oscuros. Había ido
y regresado del infierno varias veces. Ella escribía lo que ellos querían que
saliera al mundo de los vivos. Lo plasmaba con una realidad pasmosa, sin mucho
esfuerzo, porque eran vivencias ocurridas en carne propia de los allí
condenados eternamente. Historias aterradoras, siniestras, inhumanas,
etiquetadas como ficción, porque ninguna mente en su sano juicio podría
entenderlo de otra manera. ¿Cómo accedía al averno? Fácil, no la avisaban,
simplemente el suelo se "derretía" a sus pies, como pasa con las
arenas movedizas.
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