viernes, 30 de abril de 2021

LA VERDAD

 

 

 

 

Atravesando el raíl del tren, que pasaba justo delante de aquel inmenso edificio, ubicado en medio de la nada, lo descubrí. Junto a aquellos raíles había unas flores extrañas, podía ver la forma de sus pétalos en verticilo. A causa de mi trabajo cualquier detalle me llamaba la atención y aquellas flores eran algo nuevo para mí. Me coloqué junto al muro, desde mi posición, escondido entre las sombras que el atardecer me otorgaba, tenía una buena visión al acceso del mismo. Incluso descubrí que el guardia era un videojugador empedernido. Nunca dejaba de sorprenderme la de cosas que descubres cuando vigilas a alguien. Empecé a tomar fotografías de los coches que entraban y salía de las instalaciones. En un momento dado, se pararon junto al control. Algo pasaba. Entonces lo vi. El presidente se había bajado de uno de ellos mientras le gritaba al guardia de seguridad. La fotografía lo captó de lleno. ¿Qué hacía allí el presidente en persona? Una tristeza enorme se adueñó de mi corazón. No me había equivocado en mis predicciones. El hombre vociferaba, moviendo los brazos como aspas de molino. Entonces pasó. Las probabilidades de que saliera inmune de aquella aventura era de una entre un billón. Escuché mi nombre, mientras me conciencia se abría paso entre la espesura que invadía mi cerebro. ¡Víctor! ¡Víctor! Era mi novia intentando despertarme ¿Cómo había llegado a mi casa? Busco la cámara. No está. Entonces ella me muestra un video que había llegado a mi correo electrónico, hacía unos minutos. En él mostraban la tortura psicológica a la que me habían sometido. Tumbado y atado en una camilla, me obligaban a ver, una y otra vez, imágenes sonoras de monstruos siniestros, destripando gente, matando niños y mujeres, practicando el canibalismo. “Experimento de tolerancia visual ante actos terroríficos reales” (ETAR), lo llamaban. Los gritos aterradores de aquella gente, me taladraban el cerebro. Supe que aquel día, la fina línea que separa la cordura de la locura se había resquebrajó en varias zonas de mi mente. Y aquellas flores… estaban en aquellas terribles imágenes, en todas y cada una de ellas.

Mi agonía y mis ansias de venganza se unieron, formaron un terrible duopsonio.  Mi novia desapareció. Encontraron su cuerpo un mes después. La identifiqué por el tatuaje de una rosa en su hombro derecho.

Hoy he salido a la calle por primera vez desde hace algo más de un mes. No tengo comida en casa. Con un pie en el portal y el otro en la acera, miro hacia un lado y hacia el otro, esperando ver algo o alguien que me alerten de un eminente peligro. Me pongo la capucha de la sudadera sobre la cabeza. Hay un callejón sin salida a dos manzanas de mi casa. Una puerta negra da acceso a una casa. Un delicioso aroma me envuelve nada más entrar. Ella está ahí, esperándome. Me hace un ademán con la mano, indicándome una silla. Me siento en ella, ante una mesa de madera. Vuelve al cabo de un rato con un plato de comida. La devoro, literalmente. Ella me observa con cariño, como sólo una madre puede hacer. Le entrego un pendrive. Ella, una caja de cartón. Al salir de allí, gotas de sudor se empiezan a formar en mi frente y se van deslizando entre los surcos de las arrugas de mi cara. Tengo miedo. Empiezo a caminar. La calle vacía, hacía poco más de una hora, estaba ahora atestada de gente. Cabizbajo me abro paso entre la multitud. Algunas personas chocan conmigo, puedo sentir su contacto en mi cuerpo, otras también lo hacen, pero no siento nada, los atravieso sin que muestren ningún tipo de reacción. Los pies de estos últimos no rozan el suelo y sus miradas se pierden en la lejanía. Caminan entre los vivos sin que éstos se percaten de su presencia. Pero yo sí puedo hacerlo. Si logro llegar a casa sin levantar la vista del suelo, evitando así, todo contacto visual con ellos, estaré a salvo, si me descubren, me seguirán, siempre lo hacen. Al fin llego al portal. Saco la llave del bolsillo delantero de mi viejo pantalón vaquero. La abro. Subo las escaleras de dos en dos hasta el tercer piso, donde está mi apartamento. Entro y cierro la puerta. Me apoyo en ella mientras exhalaba un suspiro, para luego tomar aire. Presiento que hoy va a ser un día muy movido, como siempre pasa cuando salgo a la calle. Había un niño, de unos cinco años, jugando con una pelota roja, nunca lo había visto, se había colado. El hombre con una gran barriga cervecera viendo la televisión, un habitual, al igual que la mujer ataviada con un delantal blanco manchado de sangre, que no para de limpiar el suelo. Cuando llevo varios días sin salir, dejan de mostrarse. Algunos son juguetones y me mueven las cosas de sitio o las tiran al suelo. A otros se les da por encender y apagar las luces, los que hay que ríen y los hay que lloran. Pero nunca son violentos, simplemente están ahí porque no saben a dónde ir, están atrapados entre dos mundos. Si los ignoro me dejan en paz. Lo aprendí en carne propia. Al principio les hablaba y les pedía que se fueran. Entonces me insultaban, incluso me atacaban, haciéndome arañazos y moratones por todo el cuerpo. Llegó un momento en que se me hacía muy difícil vivir en esta casa, pero tampoco quería rendirme e irme. Así que opté por ignorarlos, ellos hicieron lo mismo conmigo. Esta es mi nueva vida, la que ellos me provocaron.

La maquinaria de la venganza está en marcha. Aquel pendrive, junto a otros muchos, se harán públicos en el momento oportuno. Cuento con el apoyo de mucha gente repartida por todo el mundo, víctimas de varios experimentos gubernamentales, supervivientes del horror más absoluto. La verdad, sólida y firme dará lugar a un total mundialismo.

 

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