Estoico era su semblante, apenas reaccionó ante la mala
noticia. No todos los días, la policía llama a tu casa para decirte que tu hija
ha desaparecido. Pero lo que no sabían, ni la madre, ni ellos era que aquella
desaparición había sido voluntaria. Ella y dos amigas suyas habían decidido
fugarse. Lo había planeado de manera que pareciera la obra de un asesino. Pero
para eso tendría que haber un cuerpo. Sin cuerpo no habría asesino. Eso también
lo tenía planeado. Ahora tenía que tomar la decisión. Tenía que matar a una de
las dos amigas que se habían embarcado en aquella aventura con ella. Había sido
fácil convencerlas. Sería fácil quitarse a una de en medio sin que la otra
sospechara. Se habían adentrado en el bosque, conocía una cueva donde resguardarse
durante la noche. Cualquier excusa serviría para sacar a su presa de allí,
matarla, dejar su cuerpo en el bosque y volver. Por la mañana, haría que su
otra amiga lo viera. No sospecharía de ella. No tenía motivos para hacerlo.
Siempre había sido una amiga, hija y alumna ejemplar. Nadie sospecharía de
ella, ni en un millón de años. Pero los planes, se pueden torcer. Y a la mañana
siguiente el cuerpo no estaba donde lo había dejado. Se había quedado
consternada al no verlo y más aun no encontrarlo por las inmediaciones. Le
había asestado un fuerte golpe en la cabeza con un tronco, creyó que con la
suficiente fuerza como para matarla. La amiga no había muerto. Debido a su
nerviosismo no vio las gotas de sangre que había dejado en su huida. Gotas de
sangre entre las ramas y hojas caídas a lo largo del bosque. Si la descubrían
la delataría. Estaba en un gran apuro. Tenía que huir de allí lo antes posible.
Pero tenía que hacerlo sola, no podía fallar, esta vez no podía permitirse ese
lujo. La joven malherida, logró llegar a la casa de presunta asesina. La puerta
estaba entreabierta, se oía hablar a una mujer por teléfono, el sonido de la
voz provenía de la cocina. Conocía aquella casa, había estado allí muchas
veces. Tambaleándose, dejando un rastro de sangre a su paso, logró llegar al
dormitorio de su supuesta amiga y se tumbó en la cama. Se estaba quedando
dormida, cuando vio una figura entrando en la habitación. Se acercaba a la cama
lentamente. Casi no podía mantener los ojos abiertos, rezó para que fuera la
madre y le ayudara. Pero no era así. No era la madre. Era la hija que venía a
rematar la tarea que iniciado en el bosque. Sujetaba en alto un cojín. Lo colocó sobre su cara y presionó. Antes de perder
el conocimiento, escuchó la voz de un hombre gritando: ¡Alto, policía!
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