Chispas, salían de su cabeza. Estaba muy enfadado. Salió
dando un portazo, con tal fuerza, que se tambalearon hasta los cimientos del
edificio. Sólo pedía ayuda, una ayuda que no le querían prestar porque, según
ellos, no había pruebas de un peligro inminente. Pero él sabía lo que pasaba en
su casa porque tenía que convivir con ello a diario. Vivía solo. De madrugada
escuchaba pasos. Los objetos salían disparados, chocando contra las paredes y
una voz le hablaba. La policía había acudido una noche, los había llamado muy
asustado. Aquella noche en concreto, los fenómenos habían adquirido unas
dimensiones desproporcionadas. Pero la conclusión a la que habían llegado, es
que eran imaginaciones suyas, llegando a insinuar que todo aquello lo provocaba
él. ¡Pandilla de ineptos! Estaba anocheciendo cuando llegó a su casa. Se sirvió
una generosa cantidad de whisky en un vaso y se lo bebió de un trago. Aquello
le ayudaría para templar los nervios. Se sentó frente al televisor. Puso una
película. En un momento dado, el protagonista, un matón del tres al cuarto, le
habló desde el otro lado de la pantalla. Sólo una palabra: ¡mátalos!, lo
levantó del sofá como impulsado por un resorte. Cogió su escopeta de caza, la
cargó y salió a la calle. Se situó frente a la comisaría. Empezó a gritar,
insultándolos. Los policías empezaron, salieron a la calle. Los fue abatiendo,
según salían, como patos en una caseta de feria, apretando el gatillo una y
otra vez. Los ruidos de sirenas se escuchaban cada vez más cerca. En unos
minutos estaba rodeado, con decenas de policías apuntándole. No se rendiría.
Moriría esa noche si era preciso. Tal vez fuera lo mejor. Dejaría de escuchar
aquella voz que le taladraba el cerebro. Empezó a disparar un arma, de la cual,
ya no salía nada, estaba vacía. Se había quedado sin munición. Un grito
desgarrador salió de su garganta, mientras lo acribillaban a balazos. Se
despertó sobresaltado, desorientado, con la ropa pegada al cuerpo, empapada de
sudor. Se había quedado dormido. La botella de whisky estaba vacía. Vio la
escopeta a su lado. Se levantó de un salto. La cabeza le palpitaba. Se la
agarró con ambas manos, el dolor era insoportable. Escuchó pasos entrando en la
habitación. Levantó la mirada. En un primer momento sólo vio una sombra
difuminada. Esperó unos segundos a que se le aclarara la vista. Lo vio. Se vio.
Era él. - ¡Hazlo, acaba con lo que has creado! Sintió como una fuerza, ajena a
él, controlaba sus movimientos. Se vio cogiendo la escopeta. No quería, pero ya
no era dueño de sus actos. Una vez en la mano, le sacó el seguro, la introdujo
en la boca y apretó el gatillo.
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