Hace mucho tiempo, había una isla muy grande en medio del
océano que tenía fama de misteriosa. Se rumoreaba que en ella habitaban seres
mitológicos que protegían grandes tesoros allí enterrados. Aquello hacía que incrementara
la avaricia de la gente llevándolos a querer conquistarla. Siempre fracasaban,
muriendo en el intento. Aquella isla era infranqueable. Durante muchos años
reinó la paz. Parecía que el intento de saquearla había quedado en el olvido,
hasta tal punto que ni tan siquiera pasaba un barco cerca. Pero la paz pronto
se vio empañada con un nuevo ataque. Esta vez tuvieron mucha suerte. Los
habitantes de la isla habían sucumbido a un virus, y casi no había vigilancia. Los
pocos vigías que quedaban, no eran muy efectivos, todavía estaban
convalecientes por la enfermedad, aunque curados, no tenían la fuerza y
destreza necesaria para enfrentarse a una batalla. Nada pudieron hacer ante
aquel ataque que acabó con la vida de los que moraban en aquella isla. Sólo se
salvó una persona, la hija del rey, que por aquel entonces contada quince años
de edad. Enfadada, rota de dolor, clamaba venganza. Invocó a los espíritus de
sus ancestros para que la ayudaran. Éstos la convirtieron en una serpiente alada
de una dimensión descomunal. En su boca había veneno para matar a un país entero.
Acabó con los saqueadores que habían matado a su familia y a toda la gente que
habitaba en la isla. Los cogió desprevenidos, cargando el oro y las joyas que habían
encontrado a lo largo y ancho de la isla. No tuvo clemencia para con ellos. No
se salvó nadie de su ira. Satisfecha con el resultado, desde entonces, rodea la
isla con sus anillos provocando naufragios a toda embarcación que ose pasar por
allí.
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