viernes, 11 de junio de 2021

TRASNO

 

 

 

Las hermanas Sofía y Laura dormían en la misma habitación. Sofía era la mayor y como tal adoptaba una actitud protectora hacia su hermana pequeña, cosa que a Laura le fastidiaba mucho, sólo se llevaban dos años y ella se consideraba, a sus ocho años, capaz de desenvolverse por sí misma sin que su hermana le reprimiera a cada rato. Aquella noche, cuando Laura entró en la habitación, vio a su hermana Sofía tumbada en la cama, hojeando un diccionario. Llevaba puesto un camisón celeste. Lo que le llamó mucho la atención es ver una ristra de ajos colgada en la cabecera de su cama. Se tumbó a su lado. Había unos soldados bebiendo agua en dos de las páginas de aquel grueso libro que su hermana miraba con una extraña admiración. De repente cerró el diccionario se giró hacia ella y le dijo que le iba a contar una historia.

- ¿De miedo? –le preguntó Laura. No le gustaban mucho esas historias porque después le costaba dormirse.

-Sí –le dijo Sofía- pero no de miedo, miedo, ya sabes: nadie mata a nadie. Te va a gustar, ya verás.

Y antes de que Laura dijera nada, su hermana empezó a relatarlo.

-Había una vez una alpinista que vivía…. Laura le interrumpió.

- ¡Alpinista como papá!

-Eso es, Laura, como papá. Este hombre vivía en una bonita casa con su mujer y su hija pequeña de un año. Una noche, tanto él como su esposa, escucharon ruidos en la casa. Se levantaron asustados y descubrieron que las alacenas de la cocina estaban abiertas de par en par y los platos yacían rotos y desperdigados por el suelo. Sobre la mesa había un frutero con diversas frutas, una de esas frutas eran uvas, para el desconcierto de ellos dos, faltaban más de la mitad. Miraron el resto de la casa. Parecía que quien hiciera aquello, no había salido de la cocina. La noche siguiente al anochecer, volvieron a escuchar otra vez ruidos, esta vez no sólo en la cocina sino en el resto de la casa. Concretamente, en la habitación de la niña. Fueron hasta allí y comprobaron que los peluches estaban esparcidos por el suelo de la habitación. Inexplicablemente, la niña seguía dormida. La madre había cogido el aerosol que llevaba siempre en el bolso, dispuesta a pulverizar con pimienta al intruso que se hubiera colado en la casa. Pero no vieron a nadie. Preocupados, decidieron ir a hablar con el sacerdote de la iglesia católica a la que acudían todos los domingos. Estuvieron un buen rato buscando las llaves del coche. Las encontraron debajo de un sofá, un sitio extraño para haberlas dejado, pensaron. Los dos coincidieron que había sido obra del intruso que se les metía en casa todas las noches. Él los escuchó con atención, haciéndoles preguntas muy concretas. Estaban sentados los tres ante una mesa de madera en la sacristía. El sacerdote mientras los escuchaba hacia girar una moneda, que rotaba en el mismo sitio, teniendo así un efecto giroscopio, cosa que no hacía más que incrementar los nervios de la pareja. Al final, el hombre les dio la respuesta de lo que pasaba y lo que tenían que hacer para que todo aquello cesara.

Resulta que en su casa tenían a un demonio invisible, llamado Trasno, no tan maligno como el demonio en sí, pero con la verdadera astucia y maldad para provocar pánico a los habitantes de la casa en la que se colaba. Viste de verde y actúa de noche, a la luz de la luna. Hace travesuras como la de romper la vajilla, tirar objetos variados al suelo, hacer desaparecer cosas…. La solución no es irse de la casa porque el Trasno lo seguirán allá donde fueran. Había una manera más contundente de aburrirlo y que de esa manera se fuera para siempre. El Trasno no sabe contar más allá de diez. La idea es ponerle un recipiente de granos (mayor de la cantidad que pueda contar) de algún cereal, cerca de donde dormían e incluso en la habitación de la niña. Aquel demonio tiene un agujero en la mano izquierda por donde se cuelan los granos, de esa manera tendrá que contarlos una y otra vez durante toda la noche. Llegará un momento en que se cansará y se marchará, cansado y aburrido de contar tantas veces. Al final, el consejo del sacerdote surtió efecto, no se volvieron a escuchar más ruidos en la casa en las siguientes noches. El Trasno se había largado.

Sofía terminó la historia. Laura que, hasta ese momento, la escuchó con atención y sin interrumpirla (algo insólito en ella), le preguntó:

- ¿Es real la historia?

A lo que su hermana le respondió:

-Sí, totalmente. Le ocurrió a papá y a mamá cuando yo era muy pequeña y tú aun no habías nacido.

Después de meditar un rato la respuesta de su hermana le preguntó:

-Entonces, ¿todo eso ocurrió en esta casa?

-Así es, Laura –le respondió Sofía.

 

 

 

 


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