Muelle, lugar de reunión para amigos, amantes. También
lugar de encuentro con uno mismo. El mar, en toda su magnitud, a sus pies.
Lugar de reflexión, de paz, de ensimismamiento. Lugar donde poder expiar tus
pecados, llorar tus penas, añorar tiempos mejores y evocar sueños no cumplidos.
Un bonito lugar para empezar algo nuevo. Dejar atrás penas, dolores, miedos,
fobias. Lanzar al mar el ancla que te sujeta a la vida. Dejarte llevar. Volar.
Soltar amarras. Buscar la felicidad que un día te fue vetada. Un lugar en el
cual, si cierras los ojos, todo parece posible. Hasta ser feliz. Una mujer,
sentada ante una mesa, contemplaba aquellas vistas impresionantes, tomando su
última taza de café. Sus ojos ojerosos, rojos de tanto llorar y sufrir,
cubiertos por unas gafas de sol, se deleitaba ante tal belleza. Pero aquello no
era suficiente para reactivar su corazón, que yacía muerto hacía mucho tiempo.
Muerto en vida. Maltratado una y otra vez. Tan roto, que cada vez era más
difícil unir los miles de trozos que lo formaban y que tantas veces había
tratado de pegar. Se levantó. Dejó unas monedas sobre la mesa. Se acercó a la
barandilla, la subió, estiró los brazos como un pájaro dispuesto a alzar el
vuelo y se dejó caer, mientras el sol se escondía tras el horizonte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario