La mujer salió a pasear por el campo que bordeaba su casa
con su bebé de pocos meses. Hacía una tarde muy calurosa de verano y decidió
descansar del paseo. Se sentó a la sombra de un gran árbol. La pequeña empezó a
lloriquear, moviendo sus pequeñas piernas y sus brazos pidiendo comida, la
madre la amamantó. Al terminar no pudo menos que eructar cuando su madre la
levantó. Luego se quedó dormidita en su regazo. La contempló con amor, mientras
le susurraba “Mi niña, mi dulce y hermosa niña”.
La madre entrecerró los ojos y se dejó llevar por los sonidos
envolventes del campo, pájaros, grillos, cigarras y alguna que otra rana no muy
lejos de donde estaba es todo lo que escuchaba. La calma y quietud que se
respiraba le producía paz y tranquilidad. Se dejó llevar. Su imaginación cobró
vida y comenzó a volar muy lejos de allí.
Se vio en un inmenso castillo escribiendo una carta con
una pluma que mojaba en un tintero en forma de cuerno. La carta hablaba de espías que, como fantasmas, la acechaban y
observaban a todas horas y de candados en las puertas. Al anochecer cuando las estrellas brillaran en el firmamento,
abandonaría aquel lugar para siempre y se iría con él.
Un escarabajo había empezado a subir por su pierna, pero
ella no sintió el cosquilleo que le producía, ni se movió de donde estaba, seguía
soñando.
Al anochecer salió de aquel castillo como había planeado,
embozada en una capa negra y protegida por las sombras que la noche le otorgaba.
Un escultor de renombre había tallado en piedra la figura
de una madre portando un bebé en brazos en el jardín. Se tocó su abultado
vientre y pensó en su hija y en la nueva vida que les esperaba, mientras
contemplaba aquella hermosísima escultura.
El frío filo de una espada apoyada en su garganta la sobresaltó,
despertándola de su sueño. Frente a ella, vestido de etiqueta, había un hombre
muy algo y delgado, con facciones delgadas y pelo muy oscuro que la miraba
fijamente mientras esbozaba una sonrisa que hizo que se le helara el corazón,
era siniestra, malvada. Los ojos de la mujer eran la viva imagen del terror. Instintivamente
abrazó con fuerza a su pequeña contra su pecho para protegerla. Aquel hombre
estaba dispuesto a rajarle el cuello y una vez hubiera acabado con su vida
haría lo mismo con el bebé que sostenía en brazos. Pasó la punta de la espada
por el cuello de la mujer mientras emitía una risa sardónica cargada de odio.
Aquel árbol donde seguía apoyada se abrió tras ella
formando un hueco en su tronco lo suficientemente grande para darles cabida. Unas
ramas la rodearon por la cintura, la introdujeron dentro para luego cerrarse
bajo su atónita mirada. Pudo ver el filo de la espada que se había clavado en
la corteza del árbol a pocos centímetros de donde estaban ella y su pequeña.
Entonces escuchó la voz de una mujer.
-No permitiré que cambies el curso de la historia -le
decía al hombre –Has fracasado una vez hace mucho tiempo y no vencerás ahora. No
lograste matar a la antepasada de esta mujer y esa niña que lleva en brazos
será la salvadora del mundo.
Tras estas palabras escuchó gritos aterradores proferidos
por el hombre y fuertes golpes que hacían tambalear el árbol. No sabría
calcular el tiempo que duró aquella contienda. Cuando al final reinó el
silencio y el árbol abrió su tronco y pudieron salir, ya había anochecido por
completo. Sobre la tierra yacía el traje negro del hombre, pero no había rastro
alguno de su cuerpo y la espada que había portado estaba a su lado. El árbol
seguía erguido, majestuoso apuntando a las estrellas, con algún que otro corte
en el tronco y unas cuantas ramas cortadas.
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