viernes, 9 de julio de 2021

NO HAY CABIDA PARA EL ERROR

 


 

Con veinte años, aquel joven había conseguido la puntuación más alta en tiro. Se había alistado en el ejército cuando cumplió la mayoría de edad, no dejando escapar la oportunidad que se le ofrecía de largarse de casa. Su madre había muerto hacía un par de años y su padre desde entonces, se había convertido en un alcohólico. Lo despedían de todos los trabajos y se había puesto violento con él en más de una ocasión. Antes de abandonar su pueblo y la casa que lo vio crecer fue hasta el cementerio para despedirse de su madre. Depositó sobre su tumba un ramo de tulipanes, sus flores preferidas.

En su primera misión en combate, el parabrisas del camión donde iba con sus compañeros, había quedado hechos añicos por una explosión. Resultó con heridas leves. Sus compañeros no corrieron la misma suerte, había sido tal la fuerza de la explosión que la onda expansiva los lanzó varios metros por el aire, pereciendo algunos y otros quedando en un estado más bien lamentable, falleciendo poco después. Se salvaron el sargento al mando y él.  Intentando protegerse de las balas que zumbaban a su alrededor subieron los escalones de un edificio casi en ruina hasta la azotea, desde la cual tenían una buena visión de toda la aldea. Estaba anocheciendo. El enemigo se escondía entre las sombras que poco a poco iban cubriendo el lugar. Entonces lo volvió a ver. Ahí estaba Él. La última vez que había visto a aquel ser encapuchado de blanco tenía doce años. Estaba jugando al fútbol con unos amigos en la calle, no vieron el camión que había perdido los frenos y que se acercaba a ellos a una gran velocidad. Fue la primera vez que lo vio. Se colocó en medio de la carretera y durante unos minutos el tiempo se paró para todos menos para él y sus amigos que lograron ponerse a salvo y no morir atropellados.

Escuchó como el sargento le gritaba que disparara. Tenía a aquel hombre a tiro, pero había un problema, había tomado a una mujer como rehén con un estado muy avanzado de embarazo. Si disparaba a aquel hombre podía errar y matarla a ella. Era buen tirador, el mejor, pero aquella situación lo sobrepasaba. Conocía los engranajes de la guerra y que la duda, aunque fuera mínima podía costarte la vida. Colocó el dedo en el gatillo dispuesto a disparar a la cabeza de aquel hombre, esperando no fallar. Sabía que si le daba a aquella mujer caería en un pozo de depresión. La culpabilidad lo perseguiría toda su vida y viviría una realidad maquillada. Entonces aquel ser vestido de blanco se situó delante de la mujer. No lo dudó. Apretó el gatillo. Abatió al enemigo.


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