martes, 24 de agosto de 2021

EL DIBUJO

 

Conocía sus raíces y estaba orgullosa de ellas.

Desde muchos siglos atrás, todas las mujeres de su familia nacían con un designio, fruto de una maldición. Su madre se lo contó, como la suya se lo había contado a ella, al igual que la madre de su madre y así generación tras generación.

Una antepasada muy lejana, de joven, había sido la doncella de una señora pudiente. Dicha mujer tenía muy mal carácter y fama de hacer pactos con el diablo. Acostumbraba a pegar a los sirvientes por nimiedades y a tratarlos como animales. Un día la joven cansada de ser apaleada e insultada día tras día, se encaró a su señora. La dueña de la casa le perdonó la vida a ella y a toda su familia, pero a cambio, condenó el alma de todas las mujeres descendientes de su familia, a servir al diablo. Así que, todas y cada una de sus antepasadas, habían sido brujas, y ella, por supuesto, no fue una excepción. Pero, por algún motivo que traspasaba cualquier razonamiento lógico, aquella niña había sido dotada de un gran poder. Un poder que no tuvieron las otras mujeres de su familia.

Desde muy temprana edad destacó por su gran destreza en el dibujo. Fuera lo que fuese que dibujara, lo hacía con tanta destreza, realismo y lujo de detalles, que más que un dibujo parecía una fotografía.

Pero su talento no quedaba ahí, había algo más.

Un día se había enfadado con unos niños de la escuela que se burlaban de ella. La llamaban “rarita”. Era más bien tímida y poco sociable, siempre con la nariz pegada en los libros más extraños que podía encontrar. Llegó a casa muy enfada. Subió a su habitación y cogió su cuaderno de dibujo y un lápiz y empezó a dibujar frenéticamente como si su mano estuviera poseída por una fuerza invisible. Cuando terminó estaba exhausta y le dolía horrores la mano. En la hoja, que antes estaba en blanco, ahora se veía un autobús amarillo, como los de su colegio. Delante de ellos unos niños cruzaban la calle. El autobús perdía el control y se veía claramente, por la cara de pánico de los chavales, que se iba a abalanzar sobre ellos. Pudo distinguir claramente los rostros de esos niños. Sonrió. El lápiz volvió a cobrar vida en su mano. Dibujó una puerta en un lateral de la hoja. Siempre había tenido el control de sus dibujos, siempre dibujaba lo que quería, pero esa vez supo que no era ella quien había hecho aquel dibujo, era una fuerza superior que la había impulsado a ello.  

Esa noche durmió mejor que nunca. Por la mañana, cuando se levantó para desayunar y coger el autobús que la llevaría al colegio, una llamada al móvil de su madre, cambiaría para siempre su vida. Mientras su progenitora respondía la llamada, ella encendió el televisor. Estaban dando la noticia de lo sucedido. “Un fallo en los frenos de un autobús del colegio había atropellado a unos niños”.

Su madre le dijo que se habían suspendido las clases. La niña alzó ambos pulgares sonriendo, después de aquello nadie la podría parar.

 

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