miércoles, 1 de septiembre de 2021

LA SOMBRA

 

Hacía tiempo que cualquier tipo de sonrisas habían abandonado su cuerpo. Desde la avergonzada, porque creía que no debía sentir vergüenza por lo que le pasaba, tampoco la de desprecio, no, ese tipo de sonrisa sería más propia de esa cosa, o ente, o fuera lo que fuese. Tal vez, le quedara un atisbo de un tipo de sonrisa, la de miedo, porque, aunque sus facciones habían quedado impertérritas, debido al exceso de pánico y terror sufrido en los últimos días, se podía vislumbrar un pequeño rictus en su cara que bien  podría encajar en esa categoría.

Por el amor de Dios sólo tenía nueve años, ¿qué quería de él? ¿no podía dejarlo tranquilo una sola noche?

Pues parecía que no. Noche tras noche pasaba lo mismo. Y aunque llamase a sus padres a gritos, verdaderamente asustado, éstos eran incapaces de ver la realidad. Hacían siempre la misma comedia, miraban bajo la cama, dentro del armario, intentando darle confianza, para luego decirle, que se trataba de miedos nocturnos, miedo a la oscuridad, añadían como si nada y que tenía que superar todo aquello porque ya era todo un hombrecito. Y ya está. Ahí quedaba la cosa, se iban y él intentaba con todas sus fuerzas no volver a gritar, porque en cuanto cerraban la puerta de su habitación, la pesadilla volvía. Una noche tuvieron un detalle con él y le pusieron una lucecita en la mesilla. Aquello empeoró más las cosas. La sombra que aparecía todas las noches en su habitación ahora era más nítida y alargada, gracias a la genial idea de su mamá. Y casi, sólo casi, le podía ver la cara, a aquello, cuando flotaba sobre él, intuía que, si la llegaba a verla totalmente, se moriría del susto.

La llegada de la noche para él era un calvario. La idea de que su cuarto iba a quedar envuelto en sombras, era insoportable. Durante el día lo iba llevando más o menos bien. Tenía grandes ojeras y se quedaba dormido en clase. Pero sabía que mientras el sol no se ocultara, él estaría a salvo.

Pero tras otra noche horrorosa, en la que ya harto de que sus padres lo tomaran por loco, mientras aquel ser lo observaba desde el techo de su habitación, se dispuso a dar cuenta con verdadero apetito de un plato de sopa que su madre le había preparado. Solía desayunar cereales, pero ella insistió en que se la comiera aquella mañana, al ver su cara demacrada. Por el ventanal de la cocina entraban los primeros rayos de sol. Sin embargo, se dio cuenta, muy a su pesar, que el lado de la mesa que ocupaba él, estaba en penumbra. Alzó la vista. La sombra lo observaba desde el techo de la cocina. Un líquido se le iba escurriendo, poco a poco, por la comisura de los labios, cayendo en forma de gotas, sobre su plato de sopa.

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