Comencé a teclear letras, una detrás de otra, como si la
vida me fuera en ello. Las musas, que me habían abandonado hacía un par de día,
habían vuelto de la misma manera que se habían ido, sin avisar, pero esta vez
cargadas de ideas, personajes y situaciones nuevas para la novela que tenía
entre manos. No sé el tiempo que estuve delante del ordenador, pero creo que
mucho. Había comenzado a primera hora de la mañana, con los primeros rayos de
sol y ya estaba anocheciendo.
Tenía el cuerpo entumecido. El estómago protestaba por la
falta de alimento. Decidí hacer un descanso. Fui hasta la cocina. Preparé un
bocadillo, bebí un refresco frío que saqué de la nevera y que me alivió la
sequedad de la garganta. Me senté ante la mesa mientras comía y pensaba en la
novela que, poco a poco, iba tomando forma en mi cabeza. Entonces lo escuché.
El sonido del teclado de mi ordenador. He de decir que
estaba solo en casa. Me asusté un poco. Pero aun así me levanté despacio,
pensando que mi mente me estaba jugando una mala pasada. Me encaminé hacia mi
despacho, donde estaba el único ordenador que había en toda la casa, el que
utilizaba para escribir. La puerta estaba entreabierta, la abrí despacio
intentando no hacer ruido y sorprender así a quien fuera que estuviera
escribiendo, pero…. no había nadie. Me acerqué hacia la mesa. Lo último que
había escrito seguía allí en la pantalla. Dejé escapar un suspiro de alivio y decidí
no darle más importancia a todo aquello. Me estaba encaminando hacia la puerta
cuando un ruido en la cocina me alertó. Vi un bocadillo recién hecho sobre la
encimera de la cocina, así como una lata de refresco abierta a su lado. Se
trataba de un bocadillo similar al que ya me había comido y una lata del mismo
refresco que había bebido. No sabía lo que estaba pasando y estaba realmente
desconcertado.
Salí de la cocina y me encerré en mi despacho. Necesitaba
aclarar las ideas. Me senté ante el ordenador y me puse a escribir intentando
que mi mente olvidara lo pasado. Estaba terminando el segundo párrafo, cuando
la puerta de mi despacho, que había dejado entreabierta, se abrió lentamente.
Escuché unos pasos acercándose. Vi un hombre. Otro yo.
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