sábado, 2 de octubre de 2021

OTRO YO

 

Comencé a teclear letras, una detrás de otra, como si la vida me fuera en ello. Las musas, que me habían abandonado hacía un par de día, habían vuelto de la misma manera que se habían ido, sin avisar, pero esta vez cargadas de ideas, personajes y situaciones nuevas para la novela que tenía entre manos. No sé el tiempo que estuve delante del ordenador, pero creo que mucho. Había comenzado a primera hora de la mañana, con los primeros rayos de sol y ya estaba anocheciendo.

Tenía el cuerpo entumecido. El estómago protestaba por la falta de alimento. Decidí hacer un descanso. Fui hasta la cocina. Preparé un bocadillo, bebí un refresco frío que saqué de la nevera y que me alivió la sequedad de la garganta. Me senté ante la mesa mientras comía y pensaba en la novela que, poco a poco, iba tomando forma en mi cabeza. Entonces lo escuché.

El sonido del teclado de mi ordenador. He de decir que estaba solo en casa. Me asusté un poco. Pero aun así me levanté despacio, pensando que mi mente me estaba jugando una mala pasada. Me encaminé hacia mi despacho, donde estaba el único ordenador que había en toda la casa, el que utilizaba para escribir. La puerta estaba entreabierta, la abrí despacio intentando no hacer ruido y sorprender así a quien fuera que estuviera escribiendo, pero…. no había nadie. Me acerqué hacia la mesa. Lo último que había escrito seguía allí en la pantalla. Dejé escapar un suspiro de alivio y decidí no darle más importancia a todo aquello. Me estaba encaminando hacia la puerta cuando un ruido en la cocina me alertó. Vi un bocadillo recién hecho sobre la encimera de la cocina, así como una lata de refresco abierta a su lado. Se trataba de un bocadillo similar al que ya me había comido y una lata del mismo refresco que había bebido. No sabía lo que estaba pasando y estaba realmente desconcertado.

Salí de la cocina y me encerré en mi despacho. Necesitaba aclarar las ideas. Me senté ante el ordenador y me puse a escribir intentando que mi mente olvidara lo pasado. Estaba terminando el segundo párrafo, cuando la puerta de mi despacho, que había dejado entreabierta, se abrió lentamente. Escuché unos pasos acercándose. Vi un hombre. Otro yo.

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