viernes, 19 de noviembre de 2021

NOCHE DE LUNA LLENA

 

Estaba anocheciendo. La ciudad había encendido sus luces. Aquella mujer, subida en una vieja escoba, la observaba desde el lugar privilegiado que le ofrecía uno de sus muchos poderes, en este caso el de volar como un pájaro. En pocas horas el mundo mágico se entrelazaría con el mundo real. Los personajes de los cuentos que algún padre le estaría leyendo a su hijo antes de dormir, tomarían forma y todo lo inimaginable, podría hacerse realidad. Aquella noche era especial. Por tal motivo tenías que tener cuidado con lo que desearas, porque, para bien o para mal, se haría realidad. Un brindis por la llegado de un amor verdadero, un nuevo trabajo, un hijo, se cumpliría. Un pez en su pecera deseando ser un tiburón, vería cumplido su sueño. Una flor ansiosa de ser bella más allá del invierno, lo conseguiría. Todo, cualquier deseo por inverosímil que pareciera se haría realidad aquella noche de luna llena.

La bruja dio una vuelta rápida por la ciudad. Las calles estaban casi vacías. Tras las ventanas iluminadas de los edificios de viviendas, había familias preparando la cena y niños siendo arropados preparados para dormir. Parejas entregándose al amor. Hombres y mujeres solos, sin más compañía que sus mascotas o sin ellas, viendo algún programa en la televisión esperando que llegara el ansiado sueño.

Algún ladrón escondido entre las sombras para hacerse con lo ajeno. Un asesino esperando pacientemente dentro del coche a su siguiente víctima. Todo aquello y muchos más, estaba ocurriendo en la gran ciudad.

La bruja hizo un giro inesperado con su escoba. Faltaba poco para las doce de la noche. La hora señalada. Se encaminó hacia “El parque de los enamorados” un lugar idílico con la luz del sol, lleno de árboles y flores, con senderos para ir en bicicleta, correr o simplemente pasear y disfrutar de la naturaleza y desconectar del mundanal ruido de la urbe. Ahora se mostraba vacío y en penumbra. Su aspecto cambiaba por completo al caer la noche convirtiéndose en un lugar siniestro, lúgubre, ideal para llevar a cabo las hazañas más terroríficas que la mente humana pueda urdir.

Se veían bancos de madera que había por centenares a lo largo y ancho de aquel lugar, cubiertos por alguna que otra hoja que indicaba que el otoño había llegado para quedarse. La mujer “aterrizó” en la zona sur del parque. Posó su vieja escoba sobre uno de aquellos bancos y se sentó a su lado. Su aspecto estaba lejos de dar miedo. Era joven y muy guapa. No pasaba de los veinte años y sus ropas, aunque antiguas y pasadas de moda desde hacía mucho tiempo, eran de colores vivos. Llevaba un vestido rojo que le llegaba a los pies y su cabeza estaba cubierta por un sombrerito negro que le daba un aspecto de lo más gracioso. Pronto llegarían las demás. Juntas atraparían los deseos de la gente y los harían realidad. Ella ya tenía unos cuantos guardados deseosa de llevarlos a cabo. No eran las brujas malas, que aparecían en las ilustraciones de los cuentos infantiles, con el deseo de asustarlos. No. Ellas no eran de esas. Ellas eran las buenas. Las malas se juntaban en la parte norte del parque.

Estaba inquieta, el tiempo se le hacía eterno e intentaba pasar el rato contemplado la inmensa y majestuosa luna llena. Entonces escuchó un llanto a sus espaldas. Un llanto que cualquier mortal nunca oiría porque nuestro sentido auditivo no estaba ni por asomo, tan desarrollado como el de aquella bruja. Sonaba junto al árbol que había a sus espaldas. Se levantó y fue hasta allí. Vio una diminuta araña suspendida en su tela. Ella era la que sollozaba. La mujer se agachó para colocarse a su altura y le preguntó qué le pasaba. La araña sorprendida de que alguien la escuchara se asustó. Pero vio algo en los ojos de aquella joven que hizo que su temor desapareciera completamente.

-Me gustaría ser grande y provocar miedo en todos los que me vieran –le dijo.

La bruja le iba a responder cuando escuchó risas a su espalda. Sus hermanas habían llegado.

Eran tres, a cada cual más hermosa. Cada una de ellas representaba una estación del año. Sólo se reunían una vez al año y ese era el gran día. Después de los besos y abrazos que conllevan a la alegría de volver a reunirse todas, la joven bruja vestida de rojo, que representaba el otoño, les habló de la araña y de su petición.

La decisión fue unánime. Harían realidad su sueño y viviría con ellas eternamente, siendo la mascota de cada una, según la época del año.

Las cuatro fueron hacia ella para darle la gran noticia. La pequeña araña se mostró muy contenta ante la notica. La convirtieron en una gran araña, peluda y asquerosa, como era su deseo. Pero, había algo en su mirada que no les pasó desapercibida. Aquella no era una araña normal.

Ante ellas se transformó en una bestia horripilante, con garras y grandes colmillos. Donde tendrían que estar sus ojos había unas cuencas vacías y oscuras como el averno. Las jóvenes brujas se quedaron petrificadas a causa del miedo que las embargaba. Entonces se escuchó la voz de un niño pequeño, retumbando en el parque vacío:

-Quiero que se desaparezcan todos los monstruos del mundo.

Estaba arrodillado junto a su cama. Tenía las manos entrelazadas. Rezaba a cualquier dios, entidad o lo que fuera que lo estuviera escuchando para que cumpliera su deseo.

Entonces sucedió. En medio de unos gritos aterradores, aquel demonio comenzó a arder. En cuestión de minutos, en el suelo donde se había revolcado presa de un terror inenarrable, vieron cenizas.

 

 

 

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