Creían que, tras
aquellas máscaras, la muerte no los reconocería y pasaría de largo. Bebían y
bailaban confiados ante aquella idea. Pero aquel hombre sabía que a la Parca no
se la podía engañar, porque sus ojos y oídos llegan donde no llegan los de los
mortales. Vive entre nosotros y se regocija de ello provocándonos miedo,
pánico, terror, tan solo, con el mero hecho de pensar en ella.
Soñó su muerte en la
mascarada, escondida tras una de las muchas caretas que danzaban en el gran
salón de baile. Se obsesionó por encontrarla. Increpaba a cada uno de los
asistentes, que lo miraban como si se hubiera vuelto loco.
Perdido en su
desesperación, tropezó con un enmascarado. Vestía de negro. Tenía unas manchas
rojas a la altura del pecho. Nervioso, lo asió de la camisa y de un tirón le
arrancó la máscara. El terror lo hizo estremecer de pies a cabeza, al descubrir
el sangrado en la boca y la nariz de aquel hombre. Presentaba un aspecto
demacrado, cadavérico. La Muerte Negra estaba ante él. Al día siguiente,
rechazó la invitación a la fiesta y huyó de la cuidad. Pero no se libró de
ella. La muerte lo alcanzó. Nadie puede huir de la Parca cuando su hora ha
llegado.
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