lunes, 7 de febrero de 2022

ADAPTACIÓN

 


Los primeros rayos del sol de la mañana que se colaban por la ventana de la habitación donde un hombre y una mujer yacían en la gran cama de matrimonio, dejaron al descubierto una peculiar escena. El marido contemplaba ensimismado a la mujer que dormía, desde hacía muchos años a su lado, mientras le acariciaba con ternura se rubio cabello y se arrepentía como nunca antes lo había hecho, de haberse ido de su casa a través del árbol rojo.

Su mirada era una mezcla de amor, compasión y odio. El semblante de la mujer dormida estaba pálido como la cera. A los pies de la cama descansaba una maleta. Y sobre una silla un traje negro impecablemente planchado.

En la mesilla de noche había un vaso ahora vacío. Unas horas antes, estaba lleno de agua. Junto a él había un frasco de pastillas para dormir. Ella había descubierto su secreto, enfurecida le había amenazado con contarlo a la policía.

No entendía ese mundo. Trataba de adaptarse. Se casó con una hermosa mujer y abrió un negocio que le iba bastante bien. Quería encajar con el resto de las personas que le rodeaban.

Había cometido un error. La última mujer había sobrevivido. Tardaría en despertar. Pero era sólo una cuestión de tiempo que lo delatara.

Vigilaba a sus víctimas durante un tiempo. Conocía los horarios de aquella mujer. Salía a correr muy temprano por un parque cercano. Las sombras eran sus aliadas. Le había asestado un golpe en la cabeza. La metió en el maletero del coche y la llevó a la parte de atrás de su negocio, donde había una puerta de metal que daba a un sótano. Allí preparaba a sus víctimas. Las coloca sobre una mesa de acero, como la que utilizan para hacer las autopsias. Luego aprovechaba cada parte de su cuerpo para venderlo, al gusto de sus clientes, en su carnicería. Pero antes de hacerlo recitaba un viejo verso que le habían enseñado de pequeño:

“El cese de los latidos de una vida marcan el ritmo de mis sueños”

Se duchó, se puso el traje y llevó la maleta al coche.

Cogió un par de latas de gasolina del garaje.

Roció con ella la casa y le prendió fuego.

Las primeras llamas comenzaron a elevarse del suelo casi inmediatamente.

Ya en el coche escuchó las sirenas de los bomberos y la policía que se dirigían a su casa.

Hizo parte del trayecto en silencio. Empapándose con aquel sonido que cada vez sonaba más lejano.

Ante de sintonizar la radio, pensó en lo tristes que se pondrían los niños cuando no le sirvieran aquellas hamburguesas tan ricas, en el comedor del colegio.

Esbozó una sonrisa al pensar que, ante él había muchas ciudades por descubrir y un montón de colegios donde sus hamburguesas harían las delicias de niños y mayores.

Y sin dejar de sonreír, siguió conduciendo mientras en la emisora de radio se escuchaba un anuncio publicitario del Burger King.

 

 

 

 

1 comentario:

  1. Querida Pili sin duda alguna tus relatos atrapan y el horror esta a la carta, me encanta leerte!!!

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