Al final de la tarde el calor parecía haber aumentado
unos grados. En la casa, el ventilador estaba a tope. El padre ante el portátil
terminando unos informes del trabajo, sudaba copiosamente. El olor a asado
impregnaba toda la casa. Sonó el timbre.
La mujer se contempló en el espejo de la entrada antes de
abrir la puerta, sonrió ante la imagen reflejada en el espejo. Estaba muy
guapa, como siempre. Eran ellos. La familia Cuesta, formada por Ana, su mejor
amiga desde la infancia, Antonio, su marido y Lara la hija adolescente de
ambas, compañera y amiga de su hija Alba.
El hombre cerró el portátil y se dispuso a recibir a las
visitas. Abrazó a Antonio y lo llevó hasta el salón donde le sirvió una copa. Habían
traído una cara botella de vino y una tarta de chocolate que tenía una pinta
deliciosa. Las mujeres fueron hasta la cocina y lo guardaron en la nevera,
luego ante una copa de vino, se pusieron al día de lo acontecido en las dos
semanas que no se habían visto, mientras la cena terminaba de hacerse. Lara
subió a la habitación de Alba.
El móvil de la mujer sonó. Estaba sobre la encimera de la
cocina al lado del microondas. Se excusó con su amiga y fue a contestar. En la
pantalla aparecía un número y un nombre que correspondía a la madre de su amiga
Ana. La miró desconcertada, pero su amiga pareció no darse cuenta o fingir que
no estaba atenta porque ni la miró. Tenía la mirada perdida en un punto más allá
del ventanal de la cocina.
Al otro lado de la línea la mujer intentaba decirle algo
que no entendía, debido a los llantos. Le pidió amablemente que se calmara. La
mujer respiró hondo y le dijo:
- ¡Han muerto!
- ¿Quién ha muerto? –le preguntó la mujer.
-Los tres, Ana, Antonio y Lara –le respondió la anciana-
en un accidente de coche hace unas dos horas. La policía se acaba de ir de aquí.
Quieren que vaya a identificarlos.
- ¡¿Qué!?, no pude ser –le respondió- si están aquí, en
mi casa, acaban de llegar, vamos a cenar juntos.
-No pueden estar contigo, están en el Instituto Anatómico
forense, van a hacerles la autopsia.
La mujer se giró para contarle a su amiga lo que pasaba,
pero…. no estaba.
Salió de la cocina para ir a buscarla y chocó con su
marido en el umbral de la puerta.
Estaba pálido como la cera. Le dijo que Antonio se había
ido.
Alba bajaba las escaleras corriendo mientras les
preguntaba si habían visto a Lara, había desaparecido de su habitación. Estaban
charlando animadamente cuando de repente, se esfumó.
Eran cerca de las diez de la noche cuando llegaron los
cuerpos de una familia que habían muerto en un accidente de coche esa noche.
Firmaron la entrega en unas hojas escritas que les entregó la policía. El
forense ya se había ido a casa. Los dos guardias de seguridad llevaron los
cadáveres a una de las salas.
Media hora después llegó otro cuerpo. Éste correspondía
al de una niña de unos diez años, en avanzado estado de descomposición. Llevaba
puesto un vestido rojo sucio y echo jirones y un sombrero que alguna vez fue
blanco cubriéndole la cabeza. La habían encontrado unos ciclistas en la
montaña.
Los guardias la pusieron en la misma sala donde estaban
los otros tres cuerpos.
Hicieron la ronda y al terminar volvieron a la sala donde
tenían los monitores que mostraban las imágenes de las cámaras colocadas en
todo el edificio. Se sirvieron sendas tazas de café. En una de ellas la espuma
había tomado la forma de una nube. Bromearon un rato con aquello. De pronto,
escucharon unos fuertes golpes que provenían de la sala donde estaban los
cuatro cadáveres.
Sonó el teléfono. Uno de ellos salió de la habitación
para comprobar que todo estaba bien. El compañero atendió la llamada.
Era el forense que quería saber si habían llevado los cuerpos
de la familia que había fallecido en el accidente. El guardia le dijo que sí.
Guardó silencio unos minutos y luego le dijo que habían escuchado unos ruidos
extraños en la sala y que su compañero había ido a ver qué pasaba.
Al otro lado de la línea se hizo el silencio. El guardia
sólo lograba escuchar la respiración entrecortada del forense como si estuviera
sufriendo un ataque de ansiedad. Le preguntó preocupado si estaba bien. No
obtuvo respuesta. Pasados unos minutos el forense volvió a hablar, esta vez le
preguntó, en un hilo de voz, si había llegado algún cuerpo más.
El guardia le confirmó sus sospechas. El cuerpo de una
niña que encontraron en muy mal estado en el bosque, le dijo.
El forense se puso nervioso y le gritó que pusieran a la
niña en otra sala y cerraran la puerta con llave. Inmediatamente después colgó
el teléfono.
El forense vivía a dos calles del Instituto forense.
Cogió el coche y se dirigió hacia allí.
El aparcamiento estaba vacío. Aparcó cerca de la puerta.
Se iba a bajar cuando vio una sombra pasar corriendo por delante del coche. A
pocos metros se paró y lo miró. Logró ver de quien se trataba e incluso pudo
ver su cara manchada de sangre. Un grito desgarrador salió de su garganta. Al
mismo tiempo los dos guardias de seguridad salían corriendo del edificio en dirección
a él. Temblaban a causa del miedo que los embargaba. Sus semblantes estaban
pálidos y tenían los ojos desencajados.
Hablando al unísono. Aun así, el forense pudo entender lo
que trataban de decirle. Se volvía a repetir otra vez. Habían vuelto a
encontrar a aquella niña. Un escalofrío recorrió todo su cuerpo mientras los
escuchaba. Le contaron que habían visto a aquella niña comiéndose los intestinos
de aquella familia. ¿Cómo era aquello posible? Le preguntaban una y otra vez.
No conocía la respuesta.
Lo que sí sabía es que había que apartarla de los demás
cuerpos, aislarla en otra sala.
La niña después de mirarlo fijamente durante unos
minutos, huyó en dirección al bosque.
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