lunes, 21 de febrero de 2022

EL TAXISTA

 

Su amiga había llegado hacia escasos minutos de trabajar y había entrado en el salón donde estaba ella viendo la televisión, enfadada y malhumorada. Le preguntó qué le pasaba. Su amiga se sentó a su lado, le agarró fuertemente las manos y se lo contó. No podía creerlo. Él no le haría tal cosa, pensó. Era una equivocación. Tenía que verlo con sus propios ojos. “Ver para creer”. Así se lo hizo saber a ella que en un principio se negó rotundamente, pero tras mucho insistir logró convencerla y que la llevara al sitio donde había visto a su novio con otra mujer. Pararon el coche en la acera de enfrente de la cafetería. Por el gran ventanal se les veía muy cariñosos. Con cada caricia que el joven le hacía a aquella mujer, ella sentía un dolor punzante en el pecho como si le estuvieran clavando un cuchillo, una y otra vez.

Hicieron el camino de vuelta en silencio. No quiso cenar y se fue a la cama. Pasó la noche en vela, llorando.

Por la mañana no acudió a la facultad. Se sentía muy cansada. Miró el reloj. Las 8 de la mañana. Estaba sola en el piso. Su compañera ya se había ido. Se quedó mirando la foto que tenía en la pantalla de su móvil. Era de él. Se le veía feliz, sonreía. La habían hecho el verano pasado cuando había ido a pasar unos días a la playa. Esbozó una triste sonrisa al tiempo que le susurraba a aquella foto:

"Déjame que te diga,

tengo el corazón helado lleno de heridas,

soy vagabunda en la nieve con el alma perdida”

Dejó el móvil sobre la mesilla de noche, junto a un frasco de pastillas para dormir vacío.

 Los primeros rayos de la mañana que se colaban por la persiana de su habitación arrojó luz sobre ella, mostrándole la realidad de las cosas. Se incorporó en la cama sorprendida y asustada. Sus manos, así como su ropa, estaban cubiertas de sangre.

Con un esfuerzo casi sobrehumano logró levantarse de la cama y llegar al baño.

Su reflejo en el espejo le mostró un rostro pálido como la cera. Su pelo estaba enmarañado y se veía claramente restos de sangre en él.

 

Eran las 10 de la noche cuando el taxista recibió la llamada de su mujer diciéndole que saldría antes de trabajar. Así que dio por finalizado su trabajo por ese día. Recogería a su mujer en el trabajo y se irían a casa.

Hacía una semana habían asesinado a un compañero en la cafetería. Había salido a fumar al callejón que había en la parte de atrás, donde estaban los contenedores de basura. Su novia lo mató en un ataque de celos. El hombre se había liado con una cliente y al parecer la joven los había visto. Le había asestado varias puñaladas en el pecho causándole la muerte casi instantánea. Cuando la policía acudió a casa de la joven ésta se había tomado un frasco de somníferos. Encontraron su cuerpo, ya sin vida, en la cama.

Estaba llegando al restaurante donde ella trabajada cuando una joven que había salido de un portal le hizo señas para que se parara. El hombre dudó unos segundos. No porque la mujer no le inspirara confianza. Parecía una estudiante. Llevaba puesto un vestido blanco. Se paró y le dijo que no estaba de servicio. Iba a recoger a su esposa. Ella le preguntó dónde tenía que ir a buscarla. Él le indicó el lugar. Ella le respondió que iba en esa dirección y le suplicó que la llevara. El hombre no pudo negarse.  

Se pararon justo delante de la cafetería y bajo la mirada atónita y desconcertada del hombre ella entró en el local.

Su esposa se cruzó con ella en la puerta. Le extrañó que ni la mirara y así se lo hizo saber cuándo subió al coche.

Su esposa lo miró sorprendida y le preguntó de qué mujer hablaba, ella no se había cruzado con nadie en la puerta. Estuvieron un rato en el coche, él haciéndole ver que había dejado allí una muchacha con un vestido blanco, ella diciéndole que no había visto a nadie bajar de su taxi.

Al rato, la puerta del restaurante se abrió. En el umbral, estaba aquella joven. Tenía la mirada ida. Llevaba un cuchillo ensangrentado en la mano. Su vestido ya no era completamente blanco, tenía manchas de sangre. 

El hombre gritó con todas sus fuerzas y señaló la puerta.

Su mujer intentaba calmarlo diciendo que allí no había nadie.

 

 

 

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