Tras la operación de córnea por haber perdido la visión
del ojo izquierdo en aquel fatídico accidente de coche que casi le cuesta la
vida, regresó a casa acompañado de su mujer. Estaba radiante de felicidad.
Se encerró en el baño. Delante del espejo contempló el
milagro que habían obrado los médicos. Cerró el ojo izquierdo, luego el
derecho. Quería cerciorarse de que la visión era la misma en ambos ojos.
Tras varios intentos acompañadas de las muecas
pertinentes, llegó a la conclusión de que los colores y las formas eran más
nítidas a través del ojo operado. Volvió a hacer la prueba. Cerró el ojo izquierdo.
Los colores a través del ojo derecho no eran tan intensos. Cerró el otro. Había
una diferencia abismal que pasaba desapercibida si tenía ambos ojos abiertos. O
se estaba volviendo loco o aquello no era normal. Tendría que hablar con el médico.
Hizo una última prueba. Cerró el derecho de nuevo. Entonces pasó. Vio reflejada
una figura en el espejo. Un hombre. Se volteó. Estaba solo en el baño.
Volvió a fijar su mirada en el espejo, pensando que había
sido fruto de su imaginación. Seguía con el ojo derecho cerrado. El hombre
seguía allí. Lo veía a través del espejo Estaba tras él. Su sonrisa macabra lo
hizo estremecer de miedo. Aquella figura lo agarró por los hombros con una
fuerza descomunal mientras le susurraba al oído con una voz gutural que le heló
la sangre: “tienes algo que me pertenece”. Gritó. Lo hizo como nunca lo había
hecho en toda su vida.
La puerta se abrió de golpe. Su mujer entró en el baño.
Encontró a su marido tumbado en el suelo. Se arrodilló junto a él
- ¿Estás bien cariño? ¡Dime algo! ¿qué te pasa? - le
suplicaba ella.
Él se despertó aturdido como si lo hubieran sacado de un
mal sueño. Le dijo que estaba bien. Pero… ¿lo estaba? No.
Ella pudo ver con desconcierto que sus ojos habían cambiado,
por lo menos el izquierdo, el que le había operado. Había cambiado de color,
pasando del tono azul cielo a un negro intenso como la noche más cerrada.
-Tenemos que ir al hospital, te has dado un fuerte golpe
en la cabeza –le dijo su esposa visiblemente asustada
-Estoy bien –mintió él mientras se levantaba del suelo.
Había perdido la visión de su ojo derecho, el sano.
No se lo contó a ella. ¿Para qué? Eran sus ojos y su
visión, la zorra esa ya sabía demasiado. Salió del baño. Caminó con paso lento
hasta la cocina. Se sentía diferente., como si fuera otra persona. Ya no le
invadía la felicidad de hacía unos minutos. No. Estaba enfadado. Consigo mismo,
con el mundo, con su esposa. Tenía ganas de….
Ella lo siguió. Hablaba y hablaba. ¿Por qué no se
callaba? Cuanto más parloteaba ella, más crecía la rabia y la ira en él. Comenzó
a recordar…. La infidelidad de ella con su mejor amigo. Las humillaciones que
le hacía su suegro, el cual, era su jefe. Aquel accidente en que ella salió indemne
y él había perdido la visión porque se habían enzarzado en una discusión sin
fin y había perdido el control del coche.
Recordaba y recordaba…
Al final no lo soportó mas.
Su ojo despertó las tormentas.
Las tormentas que estaban adormecidas en su interior y
que clamaban a gritos venganza.
Le rebanó la garganta con un cuchillo.
Luego con una tranquilidad pasmosa llamó a la policía y
confesó su crimen.
Esperó pacientemente a que llegaran.
No había soltado el cuchillo.
Los esperó tras la puerta.
Sonreía.
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