miércoles, 11 de mayo de 2022

RECORDAR

 

Él se había llevado lo único que tenía, lo único que le importaba y quería de este mundo. Él en su infinito egoísmo se la había llevado.

No recordaba mucho de aquella noche. El día en que Sara se fue, para siempre, con Él.

Estaba muy cansado. Tenía frio y le dolía enormemente la cabeza. Escuchó a alguien hablando no muy lejos de donde estaba. No estaba solo. Eso lo consolaba. De alguna manera lo hacía sentirse mejor. Pudo escuchar como decían:

-El borracho incendió su memoria. Tenemos que hacerle recordar, tal vez unas cuantas tazas de café le ayuden.

Tenía la vaga sospecha que se referían a él. Pero... ¿qué tenía que recordar? Sólo quería ir a casa con Sara, su Sara, que estaba muy enferma. Sara lo necesitaba y él no estaba a su lado. Los ojos se le humedecieron.

Retazos de lo acontecido envueltos en una espesa niebla acudieron a su memoria. Veía como ella, tumbada en aquella cama desde hacía semanas, aullaba de dolor. Recordaba vagamente darle la morfina. Recordaba…. como la había dejado sola porque aquellos gritos lo estaban volviendo loco. Recordaba… sacar la botella de whisky que tenía escondida en el garaje y beber un trago tras otro. Recordaba… dar un portazo al irse de la casa.

¿A dónde? No se acordaba del nombre del sitio, pero sí de que había seguido bebiendo allí. El camarero no dejaba de llenar su copa y él no dejaba de vaciarla.

Al despuntar el alba, no recordaba cómo, pero se encontró frente a su casa. No había cogido las llaves así que aporreó la puerta para que ella le abriera. Para que su Sara le abriera. Pero no podía hacerlo. No podía levantarse de la cama, aunque quisiera. Aun así, insistió tanto que algún vecino tuvo la “brillante” idea de llamar a la policía.

Alguien le ofreció una taza humeante de café. Sabía a rayos, pero le despejó un poco la mente. Entonces comenzaron a preguntarle dónde había estado esa noche. No recordaba el nombre del lugar. Sus recuerdos iban y venían como el vaivén de las olas en el mar.

Más café y más preguntas. Los recuerdos volvían, poco a poco, para atormentarlo. Entonces recordó. Gritó y lloró. Y deseó estar muerto. Porque la muerte era lo único que podría calmar aquel dolor. Pero la muerte no vino. Sólo el recuerdo de que Él no se había llevado a su Sara porque todavía no era su hora, no. Él se la había entregado. Él la había matado.

 

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