Él se había llevado lo único que tenía, lo único que le
importaba y quería de este mundo. Él en su infinito egoísmo se la había
llevado.
No recordaba mucho de aquella noche. El día en que Sara
se fue, para siempre, con Él.
Estaba muy cansado. Tenía frio y le dolía enormemente la cabeza.
Escuchó a alguien hablando no muy lejos de donde estaba. No estaba solo. Eso lo
consolaba. De alguna manera lo hacía sentirse mejor. Pudo escuchar como decían:
-El borracho incendió su memoria. Tenemos que hacerle
recordar, tal vez unas cuantas tazas de café le ayuden.
Tenía la vaga sospecha que se referían a él. Pero... ¿qué
tenía que recordar? Sólo quería ir a casa con Sara, su Sara, que estaba muy
enferma. Sara lo necesitaba y él no estaba a su lado. Los ojos se le
humedecieron.
Retazos de lo acontecido envueltos en una espesa niebla
acudieron a su memoria. Veía como ella, tumbada en aquella cama desde hacía semanas,
aullaba de dolor. Recordaba vagamente darle la morfina. Recordaba…. como la
había dejado sola porque aquellos gritos lo estaban volviendo loco. Recordaba… sacar
la botella de whisky que tenía escondida en el garaje y beber un trago tras
otro. Recordaba… dar un portazo al irse de la casa.
¿A dónde? No se acordaba del nombre del sitio, pero sí de
que había seguido bebiendo allí. El camarero no dejaba de llenar su copa y él
no dejaba de vaciarla.
Al despuntar el alba, no recordaba cómo, pero se encontró
frente a su casa. No había cogido las llaves así que aporreó la puerta para que
ella le abriera. Para que su Sara le abriera. Pero no podía hacerlo. No podía
levantarse de la cama, aunque quisiera. Aun así, insistió tanto que algún
vecino tuvo la “brillante” idea de llamar a la policía.
Alguien le ofreció una taza humeante de café. Sabía a rayos,
pero le despejó un poco la mente. Entonces comenzaron a preguntarle dónde había
estado esa noche. No recordaba el nombre del lugar. Sus recuerdos iban y venían
como el vaivén de las olas en el mar.
Más café y más preguntas. Los recuerdos volvían, poco a
poco, para atormentarlo. Entonces recordó. Gritó y lloró. Y deseó estar muerto.
Porque la muerte era lo único que podría calmar aquel dolor. Pero la muerte no
vino. Sólo el recuerdo de que Él no se había llevado a su Sara porque todavía
no era su hora, no. Él se la había entregado. Él la había matado.
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