La oscuridad había caído sobre aquel pueblo. Sin embargo,
nadie parecía querer dormir esa noche. Se respiraba un ambiente festivo. Las
fiestas del pueblo eran el motivo de la celebración. La mayor parte de la gente
estaba congregada dentro y fuera del pabellón de deportes. Casi todos eran
jóvenes, pero los había también de cierta edad que habían acudido hasta allí
movidos por la curiosidad. El pueblo era tan pequeño que en la calle principal
estaban, rozándose como viejos amantes, la comisaría de policía, el
ayuntamiento, el colegio, el pabellón de deportes y un poco alejado, pero muy poco,
el cementerio. Las otras edificaciones, tales como las viviendas, tiendas y las
cafeterías, estaban dispuestas en forma de circulo a su alrededor.
Un ruido ensordecedor envolvía al pueblo. Tal ruido
provenía del pabellón. Frente a la puerta había una furgoneta negra. En sus laterales,
rotulados con grandes letras del color de la sangre se podía leer “El diablo no
se despeina” Aquella furgoneta pertenecía a los cinco componentes de una banda
de rock, la que estaba tocando en esos momentos. No es que lo hicieran mal,
aunque tampoco tan bien como pensaban, pero sabían desenvolverse en el
escenario agitando sus largas melenas y marcando unos movimientos, dentro de
unos ajustados pantalones de cuero, que dejaban extasiadas a las féminas
jóvenes y las que no lo eran tanto.
Lo que no sabían ni los componentes de la banda, ni los
vecinos del pueblo y forasteros allí presentes que habían acudido a las fiestas,
es que esa noche marcaría el comienzo de una serie de sucesos que estarían en
boca de todos.
No muy lejos de allí, un gran gato negro con andares
pausados pero firmes, atravesó las puertas del cementerio. Era medianoche.
En un descanso del concierto, el batería de la banda,
salió a la calle a estirar las piernas y fumar un cigarro. Lo hizo por la
puerta trasera, no sin antes cerciorarse de que no había nadie en las inmediaciones
que pudiera perturbar su ansiado respiro.
Se colocó al lado de unos cubos de basura y se distrajo
mirando el móvil.
Unos ruidos de pasos lo volvieron a la realidad. Alzó la
vista y vio acercarse una figura. El lugar estaba oscuro salvo por una única luz
situada sobre la puerta que era tan tenue que no le permitía distinguir sus
facciones.
Aquella figura avanzaba hacia él, con ritmo firme y
acompasado y con un ligero movimiento de caderas que lo dejó hipnotizado. Se
trataba de una mujer. Pero qué mujer. Una de esas que quitaban el hipo. Se
situó frente a él y le pidió un cigarrillo. Al joven le temblaban las manos
cuando se lo dio. Estuvieron hablando un rato y luego se alejaron calle abajo.
Iban cogidos de la mano. Estaban doblando la esquina cuando salió el guitarrista
a buscarlo en el momento que desaparecía de su vista envuelto entre las
sombras. No iba solo. Gritó su nombre y echó a correr tras él. Cuando dobló
aquella esquina no vio a nadie y eso que la calle era muy larga. La más larga
del pueblo. Estaba vacía y oscura.
Tenían un problema, sin el batería no podrían tocar. Y el
batería no daba señales de vida. No respondía las llamadas y nadie lo había
visto a pesar de que habían hecho una batida por el pueblo. Parecía que se
había esfumado. A regañadientes los asistentes abandonaron el pabellón y se dio
por concluido el concierto.
Sin embargo, sus amigos no dejaron de buscarlo. Quedaba sólo
un sitio donde no habían ido: el cementerio.
Al empujar las puertas éstas se abrieron con un chirrido
estridente. Los cuatro componentes de la banda llevaban sendas linternas en la
mano. Era una noche sin luna y sin estrellas, oscura como la boca del lobo, negra
como el pecado. Avanzaron despacio para no tropezar con las tumbas y llegaron a
la parte más alejada. Allí las sepulturas eran muy antiguas. Algunas estaban
rotas y se podían ver los restos óseos que albergaban dentro. Uno de ellos
enfocó el haz de luz de su linterna en el muro que delimitaba el camposanto. Un
grito desgarrador salió de su garganta. Allí, clavado en una cruz invertida
estaba su amigo. Se acercaron para ver si todavía respiraba. Estaba muerto.
A partir de entonces, en noches oscuras como aquella, desaparecía,
al azar, un hombre del pueblo corriendo la misma suerte que aquel joven.
Se habló y conjeturó mucho sobre aquello. Unos decían que
era el espíritu de una joven que había vivido allí y que había sido violada y
maltratada por unos hombres que habían llegado al pueblo de paso y que ella
buscaba venganza. No pararía hasta que encontrara a sus asesinos.
me encanto!
ResponderEliminarGenial!! Pili: sabes crear los climas perfectos, el ritmo indicado, la tensión justa, y el desenlace inesperado!!!
ResponderEliminar