miércoles, 24 de agosto de 2022

MUJER SERPIENTE

 

Esta es la historia de Clarisa, una joven princesa que, acorde a su condición de hija de reyes, su vida estaba ya dispuesta desde el momento justo de nacer.

Clarisa siempre fue una niña inquieta, ansiosa de conocimientos. Disfrutaba horas y horas leyendo en la inmensa biblioteca que tenía en el castillo. Sus favoritos eran los de aventuras y romance. La transportaban más allá de aquellos muros fríos y sombríos y la llevaban a tierras lejanas repletas de duendes y dragones, donde un apuesto muchacho la salvaría de todo peligro.

Un soleado día de primavera, Clarisa salió a pasear por el jardín. Se sentó sobre un tronco caído dispuesta a terminar de leer la novela que se traía entre manos. El crujir de una rama muy cerca de donde se hallaba, la puso en alerta. Tras ese crujir escuchó unos pasos. No le cabía la menor duda de que aquellas pisadas sobre las ramas secas se dirigían hacia ella. Tras el tronco de un árbol se asomó un joven. Eran pocos los muchachos ajenos al castillo que pisaban aquellas tierras. Se ruborizó ante la mirada de aquel joven, poseedor de unos inmensos ojos azules que le recordaban a un cielo despejado de un día de verano. Su sonrisa se asemejaba a los rayos del sol y su pelo era negro como la noche más cerrada.

Aquel fue el primer encuentro de muchos que tuvieron los jóvenes. Tantos que la chispa del amor finalmente encendió la llama del amor en sus corazones.

Una tarde ella apareció a la hora de siempre en aquel tronco caído donde se reunían a diario desde hacía muchos meses. Esperó y esperó, pero aquel joven no hizo acto de presencia. Ella tenía una noticia que darle. El fruto de aquel amor crecía en su vientre.

Los días dieron paso a los meses y nunca más volvió a saber nada de aquel muchacho. El día que nació su hijo, el rey, lo asesinó atravesándole su pequeño corazón con una daga.

Ella, fuera de sí, cogió el atizador de la chimenea y descargó todo su furia y su rabia sobre su padre. El rey logró eludir el mortal golpe cogiendo el atizador con las manos. La joven comenzó a temblar viendo el cambio que se producía en la mirada de su progenitor. Aquellos ojos negros como la noche más oscura, aquella donde residen todos los demonios procedentes del mismísimo infierno, no se parecían en nada a los que ella recordaba. Aquellos ojos tiernos, llenos de bondad y amor con los que la miraba.

Aquel atizador cobró vida en sus manos. Ella no lo había soltado. Notó como una corriente sacudía su cuerpo. La ira y la furia la habían abandonado. En su lugar el miedo tomó posesión de su cuerpo. Sintió que se estaba produciendo un cambio en ella. Sus piernas y sus brazos desaparecían ante su atónita mirada. La trasformación en un ser diabólico se estaba llevando a cabo. Mientras esto se producía vio el cuerpo de su bebé sin vida yaciendo en medio de un gran charco de su propia sangre. Pero aquel bebé…. No era un bebé como tal. Tenía pezuñas en vez de pies y manos. Unos pequeños cuernos sobresalían de sus sienes y su tez tenía cierto color morado que no hacía más que acrecentar su desconcierto.

- ¡Míralo bien! –le espetó su padre- Ese es el engendro que has parido. Has traído al mundo a un hijo de satán.

Ella lanzó un grito ensordecedor, mientras lanzaba al aire una pregunta ¿POR QUÉ?

La transformación estaba llegando a su fin. Ya no era un ser humano. Se había convertido en una aberración. Su cabeza estaba unida al cuerpo de una serpiente.

Se sintió tan vacía que quiso escapar de ella misma. Dio media vuelta y se lanzó al fuego prendido en la enorme chimenea que ocupaba gran parte de la pared del fondo de la habitación. Quedó envuelta entre las llamas mientras éstas la devoraban entre alaridos desgarradores del dolor. Los habitantes del castillo se santiguaban una y otra vez.

Cuando los gritos dejaron de oírse y por fin todos se pudieron relajar un poco pensando que lo peor ya había pasado, una humareda salió de la chimenea. Bajo la mirada atónita del rey aquel humo tomó la forma de una mujer. Abrió la boca del bebé muerto y le insufló humo. Al cabo de un rato el infante comenzó a llorar. Ella lo agarró fuertemente entre sus brazos y desaparecieron por una de las ventanas.

 

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